En los 40’s del siglo pasado, existía una vulcanizadora en el portal de los Dolores, en la casa marcada con el No 12 de la calle de Pasteur sur, frente a la Plaza de Armas; en el local de las dos puertas del lado norte, su propietario era don Salvador Padilla González, miembro de muy conocida familia, de la que otro de los integrantes lo fue, el Dr. Miguel Padilla, destacado futbolista y promotor de este deporte a través de su respaldo al equipo de los Gallos Blancos, y de muchos otros del futbol amateur.
Don Salvador Padilla; por aquellos años soltero, tenía tiempo suficiente para pensar en sus inventos, los que aplicaba para perfeccionar la técnica del vulcanizado de las cámaras de automóviles y de los camiones de pasajeros de su vecino y arrendatario, don Salvador Lara, propietario de la antigua casona de Pasteur sur No 12, y por usarse en ese tiempo unos “parches” que se aplicaban en las cámaras de hule, después de rasparlas con un “raspador” de lámina que acompañaba a la caja de los parches, los que se presionaban con una prensa de tornillo sobre la cámara, para después prenderles fuego en la pequeña cazoleta posterior, que al producir calor, propiciaba la adherencia para cubrir la pinchadura, técnica que don Salvador Padilla perfeccionó para que no despidiera tanto humo.
Pero el invento que lo consagraría y el que lo venía ya trabajando durante varios años, era lo que él llamaba “luces para regular la circulación de vehículos” invento del que tenía fabricado en cartón rustico un modelo y que al manejarse manualmente por medio de interruptores, simplificaba el arduo trabajo de los policías de tránsito, al evitarles estar de pie sobre un banco de madera, generalmente de color amarillo, con letreros publicitarios en sus cuatro costados, con los nombres de bebidas que eran las patrocinadoras.
En los Estados Unidos ya se conocía algo similar, pero, de lo que se trataba, era de producirlos en Querétaro, y de manera económica, para que, y con su fabricación y venta se lograra, un beneficio redituable y así dejar el pesado trabajo de la vulcanizadora. Cuando don Salvador Padilla logró por fin tener su prototipo fabricado en lámina galvanizada, con los vidrios de colores improvisados; de las calaveras de camión; los rojos, y el amarillo y el verde, de vidrios recortados para canceles y ventanas, mientras que, en la esquina más transitada de la ciudad, y paso obligado de todos los queretanos; la formada por las calles de Juárez y Madero, -frente al almacén de “La Ciudad de México”- era instalado “el primer semáforo de la ciudad”, por las autoridades.
Tanto empeño había dedicado don Salvador Padilla para su invento, que el tiempo pasó y no lo sintió, ganándole la Dirección de Tránsito de Gobierno del Estado, que al instalar lo más avanzado de la señalización hasta entonces; este ya era semi-automatizado, y dejaba rezagado el invento del empeñoso señor Padilla. Muy pocos eran los vehículos, que por entonces circulaban por el centro de la ciudad, pero lo novedoso de este adelanto para mejorar la vialidad, ocasionó, que los automovilistas dieran varias vueltas al jardín, para pasar por la mencionada esquina; para tener la experiencia, cual juego de ruleta, de
sentir la emoción de no ser detenidos por la luz roja, para después continuar; ¡cuando perdían! Hasta que cambiaba la luz a color verde, calculando y ensayando la velocidad durante varias semanas; para poder ganarle y luego comentar con asombro, ¿ya pasaste por el semáforo?
Pero ¿quién era el cerebro innovador que traía a Querétaro el primer semáforo? Ese señor se llamaba Miguel Domínguez, y lógicamente por las fechas no se trataba del señor Corregidor. ¡No! El señor Miguel Domínguez era un empresario, dueño de “Transportes Domínguez” en los que; por la utilización de vehículos, se suponía, que era conocedor de la problemática de tránsito, y también, por ser amigo del Gobernador, se le nombró Jefe de Transito de Querétaro.
Don Miguel Domínguez era todo un personaje; se le conocía con el sobrenombre de “El Espiritón” por su conocida afición al espiritismo, y como pertenecía también al grupo de charros de Querétaro, y entre sus monturas tenía una yegua muy vieja, la que los mal intencionados aseguraban, “que era la reencarnación de su abuela”, y hay que reconocerle; que él fue, como hombre visionario, el primero que puso en práctica, lo que con frecuencia vemos en las carreteras nacionales, con las patrullas de la Policía Federal y que se le conoce ahora como “Operación carrusel”, porque don Miguel Domínguez a bordo de su carro Dodge azul modelo 57, siempre impecable, circulaba a la velocidad de “a diez kilómetros por hora”, ocupando todo el ancho de las calles, para evitar que los que lo seguían, rebasaran esta velocidad que era la que marcaba el reglamento.
Aproximadamente seis meses después de ser instalado el primer semáforo en Querétaro, el presupuesto permitió instalar otro, en la esquina de Corregidora y 16 de Septiembre, frente al conocido lugar denominado “Salón del Valle”. ¡Ya eran dos los semáforos! Y los domingos en que los queretanos acostumbrábamos dar vueltas al jardín; algunos lo hacían para lucir sus nuevos y poderosos automóviles, (provocando la envidia de las mayorías que lo hacían a pie), ocasionando los primeros conflictos de tránsito, por lo que las autoridades los domingos sabiamente, ponían a descansar los semáforos retomando el sistema tradicional de los policías de tránsito.
Los años han pasado, esos tiempos de gente esforzada en lograr aportar algo en beneficio de la colectividad; como don Salvador Padilla González, al que el tiempo le gano, ya quedaron atrás; como también el esfuerzo de las autoridades, mediante las campañas viales, para educar al alumnado, que serían los futuros propietarios de vehículos o simples peatones, y a los que se convocaba para que; “trepados en los bancos de los agentes de tránsito y guardando el equilibrio para no caer, emularan a estos servidores públicos”. Quedó atrás el tiempo, en que dos semáforos existían en todo el estado, porque después existieron incontables en Querétaro, en San Juan del Rio y en otros municipios, a los que muchos irresponsables no respetan ni por su propia seguridad, y estoy seguro; que hasta esta nota, muchos se enteraran; de que el primer semáforo mexicano, hecho de lámina galvanizada y con luces improvisadas, se fabricó en Querétaro, por un hojalatero que soldaba con estaño “cubetas y bacinicas” dirigido por el visionario señor Salvador Padilla González.
El primer elevador en Querétaro
En una misteriosa e intrincada construcción, que antaño formara parte del gran convento de San Francisco; cuando en su esplendor ocupara desde la calle del Biombo, hoy 5 de mayo, hasta la parte posterior de las casonas de la Plaza de Armas (no existían las calles de Vergara y la de Libertad). Además de todo lo ocupado por el ahora Jardín Zenea, el Gran Hotel, la calle de Corregidora, y la Plaza de la Constitución, en donde hasta 1859 estuvieron cinco capillas y un camposanto. Extendiéndose al sur hasta la Academia de Bellas Artes y la calle de Independencia; lugar en donde se encuentra el sitio al cual nos referiremos. Como todo lo que se encontraba dentro del perímetro que hemos mencionado, esta construcción también integraba parte de las dedicadas para el servicio del convento, distando unos cuantos pasos de la que servía como bodega subterránea de la huerta del convento de San Francisco (la que aún se encuentra bajo lo que fue el “Cinema Premier”) comunicada con rumbo al norte, con el hoy Museo Regional, por medio de un túnel y para el sur, con la casa a la que nos estamos refiriendo, también de la misma manera , por otro túnel.
Como resultado de la aplicación de las Leyes de Reforma, esta amplia propiedad, cuya entrada está en el lugar conocido como “Portal de los Panaderos” en su lado oriente y que durante los últimos años del siglo XIX, fue propiedad de varias familias, siendo la última que la ocupara, una de muy buena posición económica, relacionada con la familia apellidada “de Vicente”, dueños de importantes haciendas, que les permitían solvencia económica para viajar por el viejo continente, de donde traen a nuestra ciudad la idea, de construir un elevador para evitar el esfuerzo de subir las interminables escaleras. En el pasillo al que se accede por un amplio y recio portón, en un lugar que permitía poner al mismo nivel del piso superior un amplio cajón (cabina suena más interesante) de madera y herrería, suspendido de su parte superior por un cable, que se deslizaba a través de una “garrucha” metálica, soportada por un herraje capaz de aguantar su peso y el de sus pasajeros. El cable descendía hasta un sistema de poleas y engranes, que se hacían girar para subir o para bajar, dándole vueltas a una manivela, que una vez llegando el elevador a nivel de la planta alta, se trababa con un ingenioso mecanismo de seguridad, para que los pasajeros; sosteniéndose del barandal, evitaran “el campaneo” y logaran tomar pie con seguridad.
¡Qué comodidad y cuanta elegancia! — Esta casa tenía su elevador, el primero que para transportar personas se instalaba en Querétaro con tal fin.–¡Un lujo!–Digno de ser presumido junto la idea lograda —”En mi último viaje a Europa”—como se solía decir, con la arrogancia, de aquellos que podían pagar el costo de la transportación marítima que los trasladaría al viejo continente –¡Casa con elevador!–¡Qué gran comodidad!
Todo estaba muy bien, ese lujo solo se lo podían permitir gracias a sus posibilidades y holgada economía, esta familia que ya en plena época porfiriana, cuando gobernaba nuestro estado don Francisco González de Cosió, en el año 1900, cuando la Feria Mundial de Paris atrajo a muchos queretanos, ellos que también acudieron, eran ya propietarios de la casa “con elevador”; y habían logrado lo más importante para su funcionamiento, que era; un negro “muy bien comido” que le daba vueltas a la manivela para subirlos y bajarlos con comodidad, haciendo a la vez historia, con el que fue el primer elevador de Querétaro.
El paso del tiempo; aunque lento en nuestra ciudad, no dejó de hacer que esta cambiara, y con los cambios sufridos por muchas de las propiedades, esta amplia casa, corrió con la misma suerte que con la que corrieron muchas otras, ante la dificultad de darles mantenimiento, y dada su amplitud, era muy difícil que una sola familia las ocupase, transformándose entonces en una “vecindad”, que le dio techo a muchas familias de escasos recursos, y a una de ellas pertenecía un estimado compañero de tercero de primaria, alumno de la escuela Juan Antonio de Urrutia y Arana, de las calles de Pasteur y Reforma, muy cercana a mi domicilio y al de él, por lo que Pablo Silva y yo, hicimos una muy buena amistad y con él conocimos muy bien la casa y su historia, que se había conservado por tradición oral entre los que ahí habitaban, siendo motivo de credibilidad por los restos de las instalaciones del “elevador” que aún se conservaban empotradas en la pared y en el piso, las que fueron retiradas por el mal aspecto que daban y por representar un feo agregado ya inútil en los 50’s del pasado siglo.
Poco se conoce de hechos como este, pero que merecen ser consignados; como un antecedente histórico de un elevador que se adelantó muchas décadas a la llegada de los comercialmente ahora conocidos, y que ya suplen con un motor eléctrico, a, aquel esforzado negro anónimo, que, ante una orden, se ganaba la vida dándole vueltas a una manivela, para elevar del piso a sus pudientes amos.
Publicado originalmente en el diario Las Noticias de Querétaro, Sección Opinión