El tercer domingo de enero de 1973 aguardaban en el antiguo “aeropuerto” de Querétaro un grupo de personas, la mayoría jóvenes, quienes alrededor de las once de la mañana, en el lado poniente, y junto al alambrado, mantenían estacionados sus vehículos, y entre bromas pasaban el tiempo. Arturo Proal de la Isla, Fernando Ortiz Arana, José Luis González Garibay y otros más, ya muy conocidos desde esa época como inquietos y entusiastas participantes en las lides oratorias, teniendo ante sí un amplio proyecto de vida en la política, y quienes eran ubicados como muy cercanos al Arquitecto Antonio Calzada y a Alfredo V. Bonfil, de quien aguardaban su arribo procedente de Veracruz.

Por sus comentarios, con toda seguridad ya tenían el tiempo suficiente para que alguno pusiera en duda la visita de Bonfil a Querétaro, de quien se esperaba su participación en la Asamblea del Sector Campesino, en la cual este Sector del PRI se pronunciaría a favor de la candidatura del Arquitecto Antonio Calzada Urquiza, que acudiría a la Convención coincidiendo con uno de sus más fuertes contrincantes a la gubernatura del estado, el líder agrario Bonfil, a quien en reñido final logró superar, y así convertirse en candidato oficial, faltando sólo las formalidades partidistas; lo importante ya estaba consolidado. ¡Era el candidato!

Ajenos estaban los jóvenes integrantes del grupo, que esperarían inútilmente el arribo del pequeño bimotor que trasladaría a Bonfil a estas tierras. La exclamación de uno de ellos al decir: “yo creo que ya no vino”, resultaba cabalísticamente profética, dado que nunca llegaría la aeronave pues se había perdido en el mar, y con ella, el joven y aguerrido líder nacional de los campesinos: había muerto Alfredo V. Bonfil.

Con su muerte prematura, el campesinado mexicano sufría una pérdida irreparable. Alfredo V. Bonfil, distinguido queretano, que desde muy joven incursionó en la política, y muy pronto se destacó por ser un hombre que con tesón y valor fue sorteando múltiples escollos hasta distinguirse como un gran líder, a quien incluso la Primera Dama María Esther Zuno de Echeverría distinguiera de los demás, al llamarlo “el único líder honrado”, además de abiertamente manifestar su simpatía hacia él, lo que le pudo significar su propia desgracia, al entrar en conflicto de intereses con sectores radicales en contra del agrarismo mexicano, y hasta con industriales agrícolas y pequeños propietarios, con los que protagonizó desagradables roces debido a su forma radical de actuar en beneficio de sus agremiados. Unos meses antes, había tenido un serio conflicto con los cañeros, lo que le trajo conflictos co el presidente.

Las noticias llegaron ya tarde a Querétaro. Bonfil estaba siendo buscado en las aguas de la costa veracruzana; sólo se encontraron algunos restos de la aeronave, muy fragmentados y esparcidos en una amplia zona, pero los cuerpos no aparecían, ¡ni aparecerían nunca!

Así pasaron los días y los resultados fueron desalentadores, a pesar de la intensa búsqueda nunca aparecieron los restos y el esfuerzo infructuoso terminó. Bonfil y acompañantes quedarían sepultados en el mar, oficialmente desaparecidos, pero existían “cosas raras”. La manera en que se dieron los hechos hacía pensar en algunas posibilidades muy bien fundadas de que no se tratase de algo casual, de un accidente por problemas mecánicos. En su despedida en la pista se encontraban presentes un buen número de líderes y campesinos que permanecieron en el lugar observando cómo despegaba el avión y fueron testigos de cómo explotaba envuelto en llamas en el horizonte. Lo vieron muchos, y así lo describían. “Había explotado en al aire”.

La noticia recorrió toda la república. Ante la azorada opinión pública que se preguntaba ¿otra vez así? ¿acaso estamos regresando al pasado?, o comparando, ¡igual que Carlos Madrazo! Así, en medio de especulaciones, sus compañeros legisladores “integraron una Comisión para investigar los hechos”. Se dijo que se investigaría hasta el más mínimo detalle, de lo que para muchos había sido una conspiración con el objeto de eliminarlo, de hacerlo a un lado con el método más violento, consistente en poner una bomba en su aparato para no fallar.

No faltaban razones para tal afirmación. Existían los testimonios de muchos de los presentes que afirmaban que minutos o segundos antes de despegar la aeronave, con sus pasajeros ya a bordo, y para salir con destino a Querétaro, un pequeño grupo integrado por supuestos y desconocidos “campesinos”, se acercó para, con premura, entregarle un obsequio consistente en un “huacal” colmado de frutas, el que fue puesto dentro del avión, despegando inmediatamente después. Lo demás fue el probable resultado, dejando a todos los ocupantes sin ninguna posibilidad desde el preciso instante en que fue aceptado el regalo.

Este argumento, y otros más, hacían sumamente sospechosos a grupos de personas afectadas por expropiaciones o por el mismo carácter agresivo del líder ahora muerto, lo que dio pie para que en la Comisión cameral que investigaría su muerte se integraran también senadores de la República, y entre ellos se encontraba el Dr. Arturo Guerrero Ortiz, senador por Querétaro, y muy cercano amigo de la familia Bonfil; compañero de luchas del Profesor Bonfil, padre de Alfredo, y una de las pocas personas a quien el líder agrario escuchaba, por el cariño y respeto que le guardaba.

Durante casi un año la Comisión investigó, acumuló pruebas y testimonios, recopiló datos forenses, peritajes, manuales de aviación, características técnicas de la aeronave, formando gruesos legajos. Se registraron debates acalorados por las posiciones radicales de algunos miembros de la Comisión y el principal argumento del accidente “provocado” a través de la colocación de un explosivo estaba en el sentir de muchos; pocos se habían convencido de una causa fortuita, pero no había forma de probarlo, no existía manera de hacerlo, no se podían encontrar los cuerpos ni siquiera partes del avión, y lo poco que fue recuperado estaba “lavado” con agua salada y frotado con arena.

Se tenía que concluir algo. La Comisión, presionada, mantenía expectante a un muy amplio sector de la República: los campesinos, quienes se sentían agraviados, preguntándose ¿quién había mandado matar a su líder?, el que muerto se había revalorado ante su Sector. ¡Serio problema! Sin argumentos que esgrimir no se podía, por ningún motivo, dar carpetazo al asunto. Imposible olvidarlo.

Conscientes de lo complejo del trance en que los miembros de la Comisión de encontraban, optaron por manejar el aspecto mecánico, -la falla humana- como única salida. Lo demás quedaría sólo como una posibilidad no comprobada. Y así, el dictamen concluyó que el accidente había sido ocasionado por fallas en la aeronave, probablemente una chispa en algún circuito eléctrico que en contacto con el combustible que acababa de cargar el avión, pudo originar la explosión que muchos presenciaron. Conclusión: falla mecánica, impredecible, como cualquier accidente de aviación; accidente “que circunstancialmente” terminó con la vida del líder Bonfil.

El Dr. Arturo Guerrero Ortiz, quien apreció como hijo propio a Alfredo, comentaba, como su propia conclusión, basada en los únicos argumentos a su alcance: “Alfredo se transportaba en un viejo carro Borgward, muy maltratado; poco le importaban los lujos o las condiciones mecánicas de su vehículo; le interesaba solamente que lo transportara”. Su forma de vida así era, vivía en un modesto departamento ya que odiaba lo superfluo; tal vez su formación, que incluye el propio nombre de Alfredo Vladimir, diga algo, pero así era su estilo, y con toda seguridad, al pedir el avión no reparó en las malas condiciones de éste. Su mente se encontraba en otras cosas más importantes para él, y así el Dr. Arturo Guerrero Ortiz cuestionaba: “patrón, si tienes dos carros o dos aviones, uno bueno y uno no tan bueno, ¡o malo! y te piden prestado uno de ellos, ¿cuál prestas?” Esa fue la conclusión personal del Dr. Guerrero, pero la duda del complot continuará presente en la mente de quienes nunca olvidan. Todo es posible.

Pláticas con el Doctor Arturo Guerrero Ortíz, de mi libro «Historia Oculta»

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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