Nadie puede afirmar cuando se inició esta leyenda, ni los más ancianos pueden recordar su origen porque crecieron con ella y debe haber existido ya desde hace muchos años remontándose a varias generaciones, porque personas de más de noventa años de edad recuerdan que sus abuelos les advertían de la presencia de un ser que vivía en el agua; en ese entonces muy abundante en esta población conocida como La Cañada.

Manantiales en donde brotaban grandes borbollones de agua, innumerables arroyos cristalinos; dos grandes ciénagas rodeadas de frondosos sabinos, un socavón por el que salía un “buey de agua” medida que por objetiva, dejaba muy claro que el tamaño del chorro tenía el diámetro del cuerpo de un toro.

Desde antaño se conocía, que en este lugar llamado La Cañada, habitaron los primeros pobladores de estas tierras, los que tenían origen Chichimeca y Otomites y que por la abundancia de sus aguas lo consideraban como un santuario de la raza y se tiene la certeza de que aquí surgieron costumbres y tradiciones que se perpetuán hasta nuestros días.

Una de las tradiciones más características de La Cañada, es la de creer en el “Chan del agua”, tradición que a través del tiempo, lo ha ido trasformando de acuerdo a la interpretación de cada uno de los que la relatan y que lo hacen aparecer de acuerdo a su muy particular interpretación. Pero, resulta incuestionable, que éste legendario ser de una manera u otra existió y que aún continua con su presencia a través del imaginario popular y veamos el porque.

Se cuenta que se asentaron aquí los primeros pobladores de estos rumbos, por lo que resultaría el factor determinante para que lo hicieran; esto fue por el agua, la que como elemento de vida supieron valorar y que gracias a ella, el pueblo floreció como uno de los lugares más ricos por su producción de frutales y hortalizas, que al venderlos les daban abundantes ganancias a los que a estas actividades se dedicaron y que en realidad era la gran mayoría de los que aquí Vivian.

Sabedores de que le debían todo al agua y que el agua tenia un dueño, llamado el Chan del agua y quisieron pactar con él, para poder hacer uso de ella en su beneficio, dándole a cambio lo que él les indicara por medio de una manifestación de su voluntad.

Así trascurría el tiempo; el pueblo crecía y llegaron “gentes” extrañas con otras costumbres diferentes, las que se conocían en otros lugares muy lejanos, en donde adoraban a otro Dios, lo que ocasionó que el dueño del agua se sintiera molesto, olvidando el pacto existente y comenzó a manifestarse llevándose a sus dominios a quienes los invadían y que eran las aguas del rio o los manantiales.

Nuevamente los pobladores acuden a la ciénaga del pinito para calmarlo, diciéndole que como él no había manifestado su voluntad indicándoles que era lo que quería a cambio de utilizar sus aguas, acudían nuevamente para llegar a un acuerdo con él.

Fue por esos días, cuando se le comenzó a llamar “Chan” y se sabía que se trataba del rey del agua, al que se tenía que mantener contento, porque de lo contrario se llevaría el agua y el pueblo moriría sediento y pobre, y al no poder continuar sembrando, no obtendrían el alimento para calmar el hambre.

Después de realizado el pacto, el chan comenzó a cobrar el tributo del pago del agua y lo que escogió, fue, el llevarse a sus dominios a inocentes; personas buenas sin malicia, que estuvieran puros, siendo el mayor número el de niños; pero también algunos adultos de los que se sabia que eran nobles y buenos.

Todos conocían el motivo de estas desapariciones, estaban ciertos de que el Chan, el rey de agua, se los había llevado y que a los demás les quedaba el consuelo, que era en beneficio del pueblo, por el bien de todos y resignados cumplían mostrando su tristeza y sus sentimientos llorándoles a los ahogados.

Alertados de la existencia de este ser, se trataba de verlo para saber como era, que aspecto tendría, ya que solamente hacia sentir las consecuencias de su presencia. Pero nadie sabía como era ni en donde se refugiaba, dado que existían muchos manantiales y ciénagas que se comunicaban entre si, y de seguro bajo el suelo existían grandes espacios desconocidos y llenos de agua, ahí estaría el Chan.

A varios habitantes les tocó observar; que en algunas ocasiones en los veneros, al brotar el agua, ésta adquiría colores como los del arcoíris y el agua se tornaba muy trasparente dejando ver una gran cantidad de piedrecillas de brillantes colores, como piedra preciosas, como diamantes, que al llamar tanto la atención, invitaban a que ansiosos se acercasen para contemplarlas y estando cerca; el Chan salía y los jalaba.

Algunos cuerpos de los infortunados volvieron a aparecer después de algunos minutos o como en algunos otros casos, al cabo de algunas horas, incluso días después. Esto era, porque el Chan tardaba en darse cuenta de que no eran puros y los regresaba. El solamente aceptaba a los buenos como pago del agua; los demás no contaban y los devolvía.

Así murieron muchos; de unos aparecieron sus cuerpos y otros nunca supieron mas de ellos y del Chan se conocieron varios lugares en donde se escondía. Uno de ellos, era un agujero que estaba muy cerca de la alberca del capulín; por donde brotaba al agua que salía con rumbo a Querétaro; por el acueducto. En este lugar lo vieron meterse, cuando salía de la alberca y se metía al cerro bajo la tierra, por ese agujero que había sido antes un rico venero y por donde corría apenas un hilillo de agua.

Los que por ahí lo vieron, decían que era una gran serpiente ¡Muy grande! Con escamas de muchos colores y sus ojos eran azules como el agua. A este animal lo vieron muchos pero a todos les dio miedo y no quisieron acercarse ¡Pues para que! Si lo hacían enojar se llevaría el agua y además corrían el peligro de que los notara y se los llevara a donde el vivía.

Ubicado el lugar en donde se conocía de la existencia del Chan, la gente del pueblo procuraba no pasar por ahí y si era necesario utilizar el agua, lo hacían en otros lugares alejados para lavar la ropa o bañarse, también para dar de beber a los animales; siempre a prudente distancia. Pero hasta esos lugares fue el Chan y se hizo notar su presencia con enojo.

Unos relataban que; cuando estaban disfrutando de un refrescante baño en el rio, habían visto una gran estrella, con muchos listones de colores muy bonitos por lo llamativo y que al tocar uno de estos listones se les enredaba y los sumergía hasta ahogarlos y de estos hubo muchos casos.

Otros afirmaban haber visto una gran cabeza de un toro, formada con las mismas aguas y les resultaba inexplicable que los ojos de la bestia fueran como fogones encendidos y esto ¡se veía dentro del agua! a lo que no podían dar crédito y presurosos salían casi volando para desde un lugar seguro contemplar esta aparición.

Incluso; ya fuera del agua; relataban, que lentamente la cabeza del toro se confundía con las aguas desapareciendo en ellas, incrédulos arrancaban largos carrizos para explorar todos los rincones, en donde a pesar de la claridad y limpieza del agua, sospechaban que pudiese estar oculto. Pero ¡Nada! El Chan era parte de la misma agua y se perdía de vista, porque sin ninguna duda se mantenía muy cerca y los seguía observando.

Los paseantes que Domingos y días festivos acudían a este arbolado lugar, que rodeaba a la conocida Presa del Diablo, la mayoría de ellos provenientes de la ciudad de Querétaro, estos paseantes, durante sus visitas a la Cañada, escuchaban de la boca de los lugareños, la historia del Chan del agua y así la leyenda se fue con ellos a través del acueducto de Los Arcos que serbia de comunicación entre ambas poblaciones.

No resultaba extraño, que a siete kilómetros de distancia se hablara del Chan del agua ahora ya en Querétaro y pudiendo cobrar forma la leyenda de este ser, a expensas del agua, no importaba que ésta escurriera por una delgada tubería. En una pileta, en el tanque de un escusado de aquellos antiguos, en que el deposito se encontraba a dos metros de altura del nivel del piso, para que bajara el agua por gravedad a través de un tubo de dos pulgadas, en cuanto se jalaba de una cadena. También el Chan podía estar ahí y saliendo intempestivamente del depósito; podía caerle al que estuviese sentado abajo.

¡Todavía más! Si el agua estaba ya contenida en un tambo, el Chan podía también estar oculto ahí, porque el Chan era el agua; era de agua y no requería estar unido a sus manantiales. También se presentaron casos extremos; manejados por personas exageradas, que en un día de campo prefirieron pasar los efectos de la sed, que arriesgarse a destapar la cantimplora por temor a que un pequeño Chan se les hubiese colado en ella ¡y quien sabe que les haría el Chan en los intestinos!

Pero regresemos de Querétaro a la Cañada, en donde las múltiples manifestaciones del Chan se continuaban presentando, ya se le había visto como una serpiente, también como una estrella multicolor y con largos listones; al igual que en forma de cabeza de toro formado por el agua, con ojos de fuego y en los últimos días corría la versión, de haberlo visto como una gran “ranota” de color verde oscuro con el cuerpo cubierto con lama, con un croar que adormecía a quienes pasaban cerca de la ciénaga del pinito.

Esta ranota, que se posaba en un montón de tierra cubierto por pasto; casi a la mitad de la ciénaga, la vieron un grupo de muchachos que con sus resorteras le aventaron piedras “que nomas le rebotaban” hasta que le pegaron un piedrazo en el ojo izquierdo y con un grito, la rana brincó al agua haciendo un gran escándalo. Después de que esto aconteció, el agua de este lugar comenzó a bajar lentamente.

La última vez que el Chan se hizo presente; antes que el agua se acabara; antes que los manantiales dejaran de brotar y ya solo humedecieran las piedras, el Chan se apareció y lo hizo en forma humana, esto tal vez desesperado o enojado, porque no se le había entendido lo que quería. Era lo último que soportaba, ya quedaba muy poca agua y nos la habíamos acabado irresponsablemente y dijo: ¡a ver si así me entienden! Y se apareció como humano.

Ya no podíamos nadar como antes lo hacíamos en el rio, nada más nos remojábamos en los charcos y las mujeres tenían que acarrear el agua hasta las piedras en donde lavaban; porque los lavaderos quedaban altos y si esto era triste, faltaba aun lo peor, porque después ni estos charcos quedaron, después solo podíamos tener el recuerdo del agua en las viejas fotografías que mostraban lo que este lugar era antes ¡se acabo todo!

Ese día que platico, como a unos treinta pasos de donde estábamos, escuche llorar a un niño y pensando que serian otras lavanderas, no le preste atención; pero como el llanto del niño continuaba y ya era con desesperación, caminé para el lugar en donde se escuchaba y para mi sorpresa vi un niñito de pocos meses de nacido, estaba “encueradito” y sentado en una piedra al lado de un charco hondo, que tenia el agua sucia por el ganado y el niño estaba en la orillita a punto de resbalar y caer.

Corrí para agarrar al niño; porque ya cerca me di cuenta de que estaba solo, sin nadie que lo cuidara, estaba solito en la piedra y a punto de caer al agua sucia y ahogarse. Casi para llegar al niño, este se paro y se aventó al agua mientras me miraba y yo le vi unos ojos muy extraños, como de gente grande, que me veían con enojo, lo que hizo que todos los pelos se me pusieran de punta.

Por más que metí las manos por todos lados en el agua, no encontré nada, desapareció porque por su tamaño de niño como de un año, lo hubiera podido encontrar fácilmente y el agua; a pesar de lo sucio, permitía ver un poco, porque no tenía lodo, solo estiércol. No lo encontré porque “se revolvió en el agua”. Era el Chan del agua.

Después de la que se puede considerarse su última parición, adoptando la forma de un niño, el Chan ya no se presentó en ningún lado y hasta la fecha no se tiene noticia de él, lo que resulta muy explicable, al ya no existir algún lugar con agua en donde pudiera manifestarse; probablemente sus correrías se den dentro de los amplios tubo por donde se conduce el agua ahora, pero ahí ya nadie lo puede ver como se le veía antes. El Chan del agua permanece ahora nada más en el recuerdo de muy pocos.

Y; como pocos recuerdan que la Cañada; “un pueblo de agua”, en donde se tenía muy claro el valor del vital líquido y conociendo que el Chan la gobernaba, siendo también su rey; procuraban mantenerlo contento para que no se las quitara. Así, cuando después del año 1737 el agua cruzaba por todo el pueblo en su camino a Querétaro, cada propietario del predio por donde pasaba, limpiaban una vez al año la atarjea del acueducto y cuando los que realizaban este trabajo se introducía al agua, acudía un señor que tocaba melodías con su flauta de carrizo y su tamborcillo; un pifanero.

Desde que se daba la primera palada para sacar el azolve de la obra del Marques, en donde después de la temporada de lluvias se depositaba mucho lodo, el dueño del lugar en donde pasaba el caño, tenía la obligación de alimentar a los trabajadores y de pagar al pifanero que no cesaba de tocar en toda la jornada; salvo los minutos que ocupaban en comer y se decía, que esta música le agradaba al Chan del agua y lo mantenía distraído y contento. Así no existía el peligro de que se llevase el agua.

Muy ligado a la leyenda del Chan, se dio otro acontecimiento que resultó en agravio a la religiosidad del pueblo y a sus creencias; se decía que en los ojos de la imagen del santo patrono San Pedro, en esta muy antigua escultura que lo representa, se encontraba depositada el agua de la Cañada y que estos ojos de tan valiosos que eran, no tenia precio, porque el agua no se podía vender. Un día se cometió un robo profano y los ojos del santo desaparecieron, esto aconteció en los tiempos en que estaba de párroco el padre Saavedra y aunque los ojos le fueron repuestos a la sagrada imagen, ya no fue lo mismo; el agua se acabo.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!