Un amigo mío, dice Pablo, tenía un viejo y maltrato libro, muy manchado de sus ya ennegrecidas hojas, a fuerza de tanto haberlas pasado leyéndolo, o viendo sus dibujos, los que por su apariencia, se adivinaba; que habían sido pintados por una persona con conocimientos de brujería, ya que no se explicaba de otra manera lo detallado de sus figuras; algunas mitad humanas y animal, casi todas; por no decir que la mayoría eran de machos cabríos o una mezcla de ambos, al ponerle cuernos a un hombre barbado parado en unas patas con pesuñas y con una larga cola.
Este libro, según decía mi amigo, lo tenían en su familia desde su abuelo, al que se lo regaló un pariente que practicaba la brujería y no se conocía más de su origen. Un tío mío cuando lo vio, nos dijo; que se trataba de un libro de magia negra y nos prevenía para que no lo leyéramos ¡Es más! Aseguraba, que con solo abrirlo, podía correrse grave peligro por su influencia satánica y sentenciaba; que seria mejor guardarlo; incluso quemarlo para destruir la maldad que en el se encontraba.
Este libro de magia y brujería estuvo solamente en dos ocasiones en manos de Pablo, cuando movidos por la curiosidad, el par de amigos lo sustrajeron de un viejo ropero en donde se encontraba guardado, dentro de un saco de tela muy descolorida por los años, además de su mala calidad. Así; a escondidas, fueron pasando hoja tras hoja, viendo los grabados que al no tener ninguna explicación, dejaban a la imaginación la interpretación de lo que se representaba.
En uno de los dibujos se podía apreciar a un hombre chaparro y regordete, deforme, de facciones parecidas a un coyote, con abundantes pelos en el cuerpo y más acentuados en la cara y las orejas, las que al igual que las uñas en las manos y pies, eran puntiagudas. Se encontraba este ser, en una actitud misteriosa, que no se sabía si se iba irguiendo o si por el contrario estaba a punto de posarse en sus cuatro extremidades.
Su cabeza se encontraba ladeada dirigiendo la mirada al lector y en sus ojos se apreciaba una mirada retadora y perversa podría asegurarse que diabólica. ¡Es una nahual! Dijo Pablo soltando el libro a su amigo. ¡Mira su cara es de lobo o tal vez de coyote! ¡Está a punto de pasar de hombre a perro! ¡Es un nahual! Y ésta imagen se les quedó grabada en la mente, convencidos de que los nahuales no eran tan solo una leyenda, porque el autor desconocido de ese viejo libro lo describía en las siguientes paginas y explicaba el porque de su existencia.
Con esa imagen en su cabeza, el par de amigos comenzaron a observar a todos los habitantes de la Cañada, para, por medio de sus características físicas, descubrir a los nahuales del pueblo y en pocos días tenían identificados a no menos de nueve, de los cuales, de tres tenían la firme sospecha de que eran nahuales disfrazados o muy discretos, a los que se les adivinada el esfuerzo que tenían que hacer para no ser descubiertos y a estos tres los observaron muy de cerca, para que al menor descuido de su parte, ponerlos en evidencia ante todo el pueblo.
Uno de los más sospechosos era un hombre chaparro y regordete, con abundante bello en su humanidad y que tenia por oficio el ayudarle a su padre en las diferentes actividades que este desempeñaba en el templo de San Pedro, siendo una de ellas el tocar las campanas y ayudar en las misas. Esta familia vivía en una capilla adosada al muro sur del templo, la que fue demolida cuando se arregló el atrio, quedando descubierta la escalera que conduce al campanario.
La vigilancia impuesta para este sujeto; el hijo del campanero, se empezó a realizar de manera muy estrecha y no obstante el hermetismo con el que se hacía, una indiscreción del par de amigos, hizo que gente ajena al plan se enterara de lo que estaban haciendo, filtrándose algunos detalles, dentro de los que el motivo principal era la sospecha de que era un nahual, el hombrecito que por esos días se iniciaba vendiendo nieve en las afueras del templo, y pronto, muchos ya lo conocían como “el nahual”, sobrenombre que le duró hasta su muerte años después.
Fueron varios años después, los que el calificado como el nahual por el par de amigos y que tal vez eran los únicos convencidos de que en realidad se trataba de ese extraño y legendario ser, que se trasformaba indistintamente de hombre a bestia para hacer el mal, ya que la mayoría de la población se conformaba con llamarlo por lo que consideraban un acertado apodo para el bonachón de Pancho, del que nunca se supo que le hiciera daño a nadie y sí en cambio, había logrado el arte de elaborar muy sabrosa nieves de frutas, siendo la de lima y la de limón, las más deliciosas, por conservar inalterado el sabor de ambas frutas.
¡Ah! Pero para los suspicaces investigadores, el hecho de que el presunto nahual se dedicase a la elaboración de nieves, no lo eximia de sus sospechas; para ellos este personaje utilizaba su profesión de nevero como fachada para cubrir sus crímenes, uno de los cuales, resultaba el robar la fruta de las huertas, siendo las limas y limones su principal objetivo. Para lograr sustraerlas sin ser sorprendido, utilizaba métodos fuera de lo común y que les llevó buen tiempo a sus seguidores agarrarlo con las manos en la masa.
Nadie, ni los que cuidaban las huertas, ni los vecinos que las visitaban, lo habían visto cargar un costal repleto de limas y limones nunca. Tampoco compraba los cítricos en otro lado, ni había alguien que se los surtiera, pero la realidad es que nunca le faltaban y sus nieves llenaban los botes de sus neveras, de los cuales sacaba con su cucharon la nieve para llenar vasos y barquillos, y jamás negó a nadie su producto; siempre alcanzaba para todos.
Pero una tarde; ya casi anocheciendo, la perseverancia rindió sus frutos ¡Y por fin se desentraño el misterio! Escondidos los dos amigos sin producir el menor ruido, cuidando hasta la respiración, incluso hasta el pestañeo para no producir un leve sonido que los delatase, vieron como Pancho “el nahual” se ponía agachado en el suelo frente aun tubo de un drenaje de no más de cuatro pulgadas de diámetro, y haciéndose largo, en cuatro patas, se deslizaba hasta el interior de la huerta, esto en cuestión de segundos y después de pasados varios minutos, lo vieron reaparecer nuevamente por el mismo tubo. Ahora salía de frente, de manera que apreciaron como pasaba primero su cabeza, la que al salir se volvía “a hacer grande” al igual que el resto de su cuerpo.
No podían dar crédito a lo que sus ojos estaban mirando. No encontraban ninguna explicación a, como lograba alagar su cuerpo para pasar a través de un tubo de drenaje y peor aun ¡salir con un costal lleno de limas y limones! Con los que iba a elaborar su nieve. No había otra explicación ¡era un autentico nahual! Ya no existía la menor duda, lo habían descubierto. Solamente que tenían un problema; a demás de ellos dos, nadie lo había visto y por lo mismo no les creerían.
¡De que les había servido todo el trabajo, además del tiempo empleado para lograr sorprenderlo! Ya los dos amigos estaban ciertos de que Pancho era un nahual, pero sólo para sí, ya que nunca nadie lo vio pasar a través del tubo y lo que más coraje les daba, era, el que con el tiempo estuvieran convencidos, de que la ultima mirada que Pancho les dirigió al salir, con su costal de frutas, era una mirada de burla, al estar plenamente consiente de que nadie les creería y que por eso se dejó ver por ellos, sabedor de que lo estaban espiando.
El tiempo fue trascurriendo y muchos años después, se encontraba un buen número de personas en una capilla del lugar, realizando una velación al santo de su devoción; serian como las dos de la madrugada, entre rezos y cánticos para festejar a San José, cuando se empezaron a escuchar muchos ruidos extraños en el techo de la capilla, como “rasquidos” de un animal, que por su intensidad daba la apariencia de querer hacer un agujero para entrar.
Con gran sobresalto, varios de los hombres que ahí se encontraban, salieron para tratar de ver la causa del gran escándalo, y con desconcierto y sorpresa vieron a un gran gato pinto y cabezón, que se les quedaba mirando fijamente con actitud amenazante. Armándose de valor y manteniéndose muy juntos, le pidieron al sacerdote que en ese momento los acompañaba en la velación, que saliera para que se diera cuenta del comportamiento tan extraño del animal.
Cuando el sacerdote se encontraba ya con ellos frente a la capilla, el gato se paró en sus patas traseras, notándose que era más grande de lo que aparentaba. Pero algo tenia de diabólico que al padre lo obligó a rezar casi gritándole al animal, para que si se trataba de la representación del demonio o si este se había apoderado del animal, se retirara al lugar que le pertenecía; al infierno.
A los rezos del sacerdote, se sumaron todos los que lo acompañaban y la actitud amenazante del felino se trasformó en algo desconcertante. Bajó de un salto hasta la media calle y poniéndose en dos patas, inicio una representación a todas luces irónica y no explicable en ningún animal de su clase.
Según los relatos de los presentes, el gato comenzó a bailar, haciendo gestos y movimientos muy raros con las manos y sacándoles la lengua; “haciendo payasadas” según cuentan los que lo vieron y cuando el sacerdote sacó su frasco de agua bendita y lo roció; el gato se quedó tieso; pero vivo.
Con la ayuda de los más valientes; que fueron los que más le habían entrado a “las canelas y al café con piquete”, el padre les pidió que metieran el gato en un costal, al que le echaron varios nudos en su boca, para que en caso de que se le pasara el efecto del agua bendita, no se les pudiera escapar. Retirándose el padre cargando el costal, la calma regresó al lugar, las oraciones continuaron y se realizó el festejo al día siguiente con una misa, oficiada por el mismo sacerdote, quien durante su homilía, no mencionó absolutamente nada, fue hasta la hora de la comida en honor del santo, cuando les informó que ya había contactado con el obispo de la capital y que por lo extraño del hecho le habían pedido llevar el gato a México para estudiarlo.
Se supo que; como se los comento el padre, así sucedió; el gato fue llevado a México y aun continuaba tieso; pero vivo y ya no se supo más de el; como tampoco se supo de Pancho el nahual que también desapareció del pueblo.
Existen cosas de las que se habla mucho, pero se conoce poco de ellas. De los nahuales se sabe, de su existencia desde tiempos remotos; anteriores a la llegada a estas tierras de los europeos y sus apariciones se dan de vez en vez y por diferentes partes del territorio nacional, pudiendo afirmarse, de que cada región, cada ciudad o cada pueblo, por pequeño que sea; todos tienen su propio nahual, los que son y serán parte de nuestras tradiciones, de nuestras leyendas.