Al darse a conocer; previamente a la visita del Papa Juan Pablo II a nuestro país, que existía el interés por beatificar al indio Juan Diego el que fuera protagonista de las “apariciones” del Tepeyac. Ante esto surgieron voces de connotados intelectuales que al igual que lo habían hecho otros tantos a través de los años, –entre ellos el V. obispo Francisco Banegas–, cuando estaba al frente de la grey de Querétaro. Y que pusieron en duda la existencia de quien se decía era el propietario del ayate en el que se realizó el milagro.
Unos; recordaron el nombre del supuesto realizador de la pintura, –Marcos de Aquino–. Otros; esgrimieron las argucias de Obispo Zumárraga y se conocieron también las palabras pronunciadas en los sermones de Fray Servando Teresa de Mier, en donde se cuestionaba severamente el engaño que se le hacía al pueblo de México, juzgándolo como innecesario; “porque la fe en la Virgen Morena iba más allá de un supuesto milagro al estar ya tan sólidamente arraigada, y que al conocerse la verdad no le causaría mengua alguna”.
Pasaron los años y para el grueso de la población, la aceptación de la canonización de Juan Diego fue muy viva y gustosa, por venir del más alto representante de la Iglesia Católica, –el Papa–, quien anunciaba la canonización de Juan Diego, lo que resultaba un regalo espiritual para todos los creyentes. No obstante, la solidez aparente de los argumentos en que se fundaba el reconocer a un nuevo santo indígena y mexicano previamente beatificado, surgieron voces del mismo clero, que pedían prudencia, “para no cometer un grave error, al canonizar a alguien de quien se dudaba de su existencia”.
Lento fue el proceso; durando casi dos décadas y manejándose el impedimento en círculos de privilegio, obtenido este por la cercanía y los viajes al Vaticano, en donde se requerían con urgencia pruebas de la existencia real, no del resultado de una tradición romántica y muy bonita, alentada con mucho de ficción y datos artificiales que ponían en duda la existencia de Juan Diego.
Querétaro: en muchos momentos de la Historia, ha resultado protagonista; para bien; en la mayoría de las ocasiones; como La Independencia, en la caída del Imperio, o en la Revolución, momentos en que no escapamos de los claroscuros, pero, en otras ocasiones, –como en el tema que estamos tratando–, en que actuando algunas personas a través del engaño, sin importar más que el resultado, manipulando la historia e inventando documentos con el único propósito de lograr los elementos; que no existiendo, serian fabricados, acciones que son motivo de vergüenza; como a continuación lo relatamos.
Un día; el que muchos recordaran, los medios escritos de nuestra Ciudad, dieron la noticia de que “casualmente” entre los libros de una antigua biblioteca, de quien sin dar a conocer su nombre, “para no buscar notoriedad” pero que se le suponía una persona culta, preparada y muy católica, se había localizado un “códice” del tamaño de una hoja un poco mayor que la tamaño carta, en la que se encontraban plasmados, el nombre del indio Juan Diego y se representaban las apariciones de la Virgen de Guadalupe, dándole al indio todo el mérito de haber sido el interlocutor con la aparecida.
¡Milagro! Esto era lo que se esperaba para poder demostrar la existencia real del aspirante a Santo, y rápidamente el Arzobispado de México lo hizo llegar al Vaticano a la Comisión para la Causa de los Santos, -en Querétaro no se conoció el códice-. Con esto se lograba dar sustento, al propósito del Santo Padre para canonizar al más significativo representante de los indios, dentro de la religión. Con esto, Juan Diego era igualado a Cuauhtémoc al que pronto pusieron en desventaja; porque a él no se le apareció más que el Dios Huitzilopoxtli.
Querétaro; gracias a una familia anónima, la que no quiso figurar por modestia, porque “con los asuntos de la religión no se debe buscar notoriedad” y la que, al entregar el códice, lograba la satisfacción de haber aportado el elemento fundamental para hacer un Santo ¡y lo logró! ¿Pero, sería por modestia por lo que se mantuvieron en el anonimato? ¡No! No fue modestia; fue cautela y temor de ser descubiertos por la maniobra, que, aunque exitosa, de llegar a conocerse los pondría en el más feo ridículo.
¿Por qué decimos esto? porque conocimos todo el plan y también como se dieron las cosas, de lo que estamos ajenos es ¿de quién fue la idea? Porque nos enteramos quien pinto el “códice”, -en una hoja de un libro de la época-, el tipo de escritura y la preparación de la tinta, los dibujos y bocetos previos, que a manera de croquis conservan sus familiares. También supimos, cuanto se le pagó, quien asesoró para su elaboración y de donde se obtuvo el material para lograr una magnifica falsificación, que, al ser realizada por un gran artista, logró pasar como añoso documento.
Esto fue conocido, desde que se preparaba la elaboración del códice de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, y fue conocido también, el cómo se localizaron elementos en documentos antiguos para lograr trazos semejantes y convincentes. Esto lo saben muy bien, quienes pidieron la creación del documento y aunque de este asunto –ya logrado el propósito–, nada se habla después, confiados, en que una vez que cumplió su fin, la falsificación ha sido substraída de cualquier posibilidad de ponerla en evidencia. Quedará al tiempo y a la conciencia de los que mintieron, para lograr la satisfacción de ayudar a canonizar a un Santo.
Como una aportación a la verdad histórica, y sin menoscabo de la fe, hago público el mencionado documento para poner en evidencia esa maniobra, que en su momento se sumó a otros factores para lograr legitimar la existencia de Juan Diego.
La imagen está protegida por un sello de agua puesto por Alejandro Mariano Torres.