En el templo de San Francisco –de la Puebla de los Ángeles–, reposan los restos mortales de quien en vida fue conocido como Sebastián de Aparicio del Prado, cuando en 1536 llegó procedente de España al nuevo mundo y en búsqueda de fortuna, como tantos otros que lo hacían, cuando se hablaban maravillas de lo que se suponían que eran las indias, y no se exageraba, ya que las riquezas abundaban despertando ambiciones de los intrépidos aventureros, que en pocos años lograban acumular grandes fortunas.
Sebastián de Aparicio contaba con 34 años al llegar a las costas de Veracruz, cuando apenas habían trascurrido un poco más de veinte años de la caída de la gran Tenochtitlán, cuando aún todo era virgen y el traslado de Veracruz a México, se realizaba por veredas utilizadas por los “indios”, y al tener que padecer en carne propia lo pesado del viaje, Sebastián pensó en hacer que este se facilitara, mejorando el camino e inició esto en el tramo de México a Puebla, en donde se instala por poco tiempo, el que fue lo suficiente para ver como los nativos eran explotados por los encomenderos, que los trataban “como recuas de naturales”, que en sus lomos cargaran mercancías y que eran flagelados por el látigo de quienes se sentían sus dueños.
Ese espectáculo de ver a hombres sufriendo en largas jornadas, mientras se discutía en el Vaticano si deberían de ser bautizados o no, al ponerse en dudad el que tuviesen alma para merecer el sacramento. Sebastián de Aparicio ante lo que consideró una injusticia, se conduele de los indígenas, enseñándoles los sistemas agrícolas españoles para que aprendieran a sembrar y mejoraran sus condiciones de vida, ganándose con esto su confianza, y también se ganó su respeto, cuando lo veían amansar a bravos toros hasta lograr someterlos y que lo obedecieran, cuando les amarraba el arado y lo jalaban. Esto acontecía cuando se iniciaba apenas la llegada del ganado bobino, del que el joven Sebastián conocía todo para su manejo y sabía cómo utilizar su fuerza.
Para ese tiempo – a finales de la década de 1540 – existían solamente tres carretas en la Nueva España, las que Hernán Cortez había traído introduciendo estos vehiculos para la construcción de sus palacios, y estos transportes dieron a conocer la rueda en estas tierras, como elemento del transporte. Sebastián de Aparicio, pensando en aligerar el sufrimiento de los naturales, comenzó a construir carretas en la ciudad de Jalapa, las que tan pronto eran terminadas, se ponían en servicio para el transporte en ambas direcciones –de México a Veracruz–, siendo su dueño el primero en tener un negocio de transporte en este lado del atlántico.
Se dice que en cuatro años, el agricultor y transportista Sebastián de Aparicio, ya era dueño de una gran fortuna que le permitió abrir nuevas rutas, llegando a San Juan del Rio primero, –en 1547– y muy poco tiempo después, abrió camino hasta Querétaro, cuando aún era pueblo de indios y, lentamente era habitado por muy escasos españoles, con los que Sebastián de Aparicio pocos tratos tenía, al seguir muy cercano a los indios que se encargaban de acercarlo a otros grupos de los bravos chichimecos; como lo eran los que vivían cerca de una laguna. Lugar escogido por Sebastián para la remuda de bestias y mesón de “Carretas” por la cercanía con el agua, terreno muy próximo a lo que en 1531 fueron las tierras repartidas por Fernando de Tapia, Juan Sánchez de Alanís, San Luis Montañés y Fernando Pérez de Bocanegra.
Y cuando se conoció que en donde estaban los “Zacatecos” se había descubierto por el español Cristóbal de Olid, una montaña de oro y plata, y se había fundado un real de minas conocido como de Zacatecas, donde después se presentó un conflicto por el maltrato a los trabajadores indígenas, y al ser expulsados los españoles, la gran cantidad de mineral extraído quedó ahí abandonada.
Sebastián de Aparicio conoció de ese problema, y el camino que se tenía que recorrer al lugar del mineral acumulado, –que sumaba ya miles de arrobas–, y la única forma de extraerlo era por Querétaro, que era la vía más corta, pero el camino solamente existía de Querétaro a Veracruz y para Zacatecas existían solo veredas, las que Sebastián con sus carretas de bueyes y ayudado por sus amigos los indios, se encargó de abrir como camino.
La ambición de los mineros de Zacatecas, hace que los indígenas sean muy mal tratados y al no soportarlo se revelan, sacando a los españoles de esos lugares, permitiéndole el paso únicamente a nuestro mencionado trasportista, sin ninguna escolta, como fue la condición, para poder sacar la plata, lo que Sebastián fue realizando hasta 1552, en que pasando por ésta región, salió por última vez del Mesón de Carretas que ya se había trasformado en un lugar de paro obligado, y en donde los viajeros que se transportaban ya sobre las carretas, podían descansar con seguridad para reponerse de la pesada jornada.
Una gran parte de lo que después se conocería como: “Camino Real de Tierra Adentro” fue abierto por Sebastián de Aparicio, y no se pone en duda, que fue él quien comunico a Querétaro con un camino a la ciudad de México, y que gracias a su esfuerzo, –por estos caminos que de aquí partían–, se transportaron mercancías, se movilizaron soldados, llegaron viajeros a poblarla, se desplazaron frailes para la evangelización de gran parte del territorio y se logró también – gracias a estas rutas – la civilización y conquista de los territorios del norte. Y de aquel incansable viajero que hizo estancia obligatoria en nuestro suelo, quedó testimonio de su presencia, al conservarse hasta nuestros días, el nombre de “Carretas”, al sitio en el que remudaba a sus bestias y reparaba sus carromatos. Lugar por el que –según sus biógrafos–, tenía muy especial predilección, y lo hizo parada obligatoria para los viajeros. Cuando don Sebastián de Aparicio del Prado, después de que por sus manos pasaron grandes riquezas, y no le quedaba ya nada –porque todo lo daba para ayudar al prójimo–, decide –a los setenta y dos años de edad– unirse a los frailes franciscanos como lego sin profesar, continuando con su entrega y gran amor a los pobres, a los indios, a quienes siempre protegió, y los que tanto lo quisieron. Y el día 25 de Febrero del año de 1600, falleció a los 98 años, en la ciudad de Puebla, quedando su cuerpo al resguardo de sus hermanos franciscanos como una muy preciada reliquia del ya Beato Fray Sebastián de Aparicio, desde entonces en espera –por más de trescientos años– con 1784 milagros reconocidos por la iglesia, situación que solo se reconoce a los santos, y de manera inexplicable solamente falta el acto protocolario para su canonización.
Sería un acto de justicia en nuestra historia, el reconocerle al hombre emprendedor que con su solidaridad para con sus semejantes, a los que les aligeró la carga de su pesado trabajo esclavízate, introduciendo las carretas tiradas por bueyes. Hombre que abrió caminos para comunicar a gran parte de lo que hoy es nuestro México, que, entre estos caminos, abrió el de Querétaro, comunicándonos con la capital del virreinato. Hombre de espíritu singular, que contrario lo que sus paisanos trataban de hacer para lograr riqueza, él, obteniéndola, la empleaba para obras de caridad, para lograr que con su correcto y noble actuar, se le nombrara Beato.
Nada mal quedaría en la avenida de Los Arcos, una escultura de un joven vestido a la usanza de aquella época, junto a una tosca carreta tirada por bueyes, que representara el reconocimiento de Querétaro a la memoria de ese hombre ejemplar, que escogió un lugar que hasta nuestros días, conserva el nombre dado a donde paraban las primera e innovadoras plataformas con ruedas de gruesos rayos de madera, y toscos aros de metal, tiradas por bueyes mansos “Carretas”. Un monumento de reconocimiento que si estaría plenamente justificado dentro de la ornamentación urbana y que al rescatar la imagen histórica del personaje, sería un atractivo más para Querétaro.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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