Siendo San Luis Potosí la sede del gobierno Republicano, esa ciudad se convirtió en la capital del país y como punto neurálgico, en ella se tomaron muchas determinaciones de suma trascendencia y fundamentales para México. Ahí se ordenó el fusilamiento de Maximiliano y sus Generales, de ahí se inició el retorno triunfal del presidente Juárez a la sede de los poderes de la nación; la ciudad de México, pero también en esa ciudad se iniciaron los preparativos, para lo que ocurriría dos días después al ser fusilado Maximiliano y su posterior tratamiento y preparación de su cadáver.

Conocido es por los queretanos, que el Dr. Vicente Licea, radicado en nuestra ciudad, es quien práctica la autopsia del cadáver del Emperador, pero resulta poco conocido, que fue el San Luis Potosí en donde se consiguieron los elementos necesarios para el tratamiento de embalsamamiento del cuerpo, y también en esa ciudad, un médico del ejército franco-belga a las órdenes del General Bazaine, profesionista que se quedó a radicar en nuestro país es el encargado de practicarle la necropsia a Maximiliano, a solicitud del representante del gobierno de Prusia en nuestro país, su nombre; el Dr. Szenderede.

El 18 de junio de 1876; nueve años después del fusilamiento en Querétaro, en el periódico “Hungría y el Mundo”, es publicado un artículo titulado, “La Muerte del Emperador Maximiliano” por el Dr. Szenderede, escrito, en el que hace un relato, que por el hecho de ser testigo presencial y copartícipe en la autopsia del Emperador, aporta datos de interés, que merecen ser rescatados para complementar los ya conocidos.

Con traducción de Roberto Wallentine encontramos este relato, que no por sintético, deja de ser valioso, por lo que en el se aporta. Se inicia con una descripción de cómo ese médico ejercía su profesión en San Luis Potosí y como fue contactado por el Barón de Magnus para realizar el trabajo, así como los preparativos para obtener lo necesario para la preparación del cadáver. Después; aborda lo referente al viaje a Querétaro, lo que dice “que fue un domingo viniendo acompañado del Barón de Magnus, el Cónsul Banne, Carlos Estefan y que abordaron la diligencia bien armados previendo asaltos en el camino”.
Su llegada a Querétaro, fue el día 18 de junio en la mañana, un día antes del fusilamiento y en la comida el Barón de Magnus le comunica; que el Emperador deseaba hablar con él. Este fue el primer golpe emocional por lo difícil de encontrarse en vida, con aquel de quien venía a preparar su cadáver.

La entrevista entre el Dr. Szenderede y Maximiliano, se da en la prisión de Capuchinas donde numerosa tropa custodiaba a los prisioneros. ¡Era un día antes de la ejecución! Y al encontrarse con el emperador, este le dice; “Quiero que nos considere usted como personas ya muertas” “Es que, desde antes de ayer, nos informaron, que nos iban a ejecutar ese mismo día, a las tres de la tarde, y que estemos preparados para nuestra última caminata” “Nosotros ya nos habíamos despedido de la vida, cuando nos informaron el aplazamiento por cuarenta y ocho horas, esto no nos gustó, porque como se dice en español, al mal paso darle prisa”.

Con palabras de aliento, el Dr. Szenderede le dice a Maximiliano “Que podía existir alguna esperanza, porque el aplazamiento; sin aparente razón, podía ser una señal de reconsideración de la ejecución”. Ante esto le contesta Maximiliano, “a nosotros ya no nos interesa la vida, lo único que deseo, es que mi muerte sirva para la nación y que de una vez gane la paz y el entendimiento entre los mexicanos”. Al decir esto, le extiende la mano para agradecerle la visita, notándolo muy delgado; como resultado de las muchas enfermedades que había padecido durante su estadía en México, las que se habían agudizado en los dos meses del Sitio de Querétaro.

Dirigiéndose el médico a su hospedaje en el hotel de la Señora Rubio, le solicitó a esta; “que le proporcione una sábana y paliacates”, dirigiéndose después a conseguir clorhidrato de zinc, mientras el Dr. Reyes, médico y amigo de Miramón, se abocaba a conseguir el féretro, y mientras en Querétaro, por ser una ciudad muy católica la mayoría de su gente; sobre todo las mujeres, estaban reunidas en las iglesias pidiendo que el todo poderoso recibiera el alma del emperador.

La mañana del 19 de junio de 1867; cuando apenas amanecía, el Dr. Szenderede ya estaba en el Cerro de las Campanas, en espera del desenlace y le tocó observar, como se encontraba formado el cuadro de fusilamiento; dejando un lado libre, por donde descendió del primer coche el Emperador Maximiliano, acompañado de dos sacerdotes. Del segundo coche bajó Miramón y del tercero Mejía.

El Emperador Maximiliano vestía con saco negro, chaleco y pantalón del mismo color y con la cabeza en alto, saludó a la gente a su alrededor, para después dirigiéndose a los Generales que lo acompañaban les dijo; “Vámonos señores”, acercándose a sus compañeros de prisión dio un abrazo a ambos, así como a los dos sacerdotes, después se dirigió a los soldados escogidos para su ejecución y les entregó una moneda de oro de veinte a cada uno, dirigiéndose a todos con voz firme les dijo; “Voy a morir por una causa justa; la de la independencia y libertad de México, deseo que mi sangre sea la última que se derrame en este desgraciado país, Muero inocente y perdono a todos”.

Después de hablar Maximiliano, lo hizo Miramón, Con sonora voz dijo; “Espero que la historia reconozca, que no soy un traidor de la patria y me quiten ese baldón, para que mis hijos no carguen con él”.

Acto seguido; fueron llevados al paredón los tres prisioneros y Maximiliano pidió al General Miramón que ocupara el lugar del centro, por juzgarlo merecedor del lugar de honor y Mejía a la derecha, situándose él a la izquierda. Luego; separó su barba, descubrió el pecho y dijo; “Aquí” señalando con su índice derecho el corazón.

En ese momento, el encargado de dirigir la ejecución bajó su espada y el Emperador Maximiliano calló al suelo diciendo “Hombre, hombre”. Al mismo tiempo en que Miramón y Mejía caían también. El Emperador Maximiliano no murió inmediatamente y fue necesario intentarlo con tres tiros de gracia en el pecho.

El Dr. Szenderede, se acercó al lugar donde yacía muerto Maximiliano y junto con sus ayudantes, cubrió el cuerpo con una sábana y lo depositaron en el féretro, recibiendo la ayuda de los soldados, que se acercaron para mojar sus pañuelos en la sangre que aún estaba tibia; mientras varias mujeres lloraban y gritaban protestando y corriendo de un lugar para otro, hasta que los soldados las expulsaron del lugar.

Acercándose el coronel Miguel Palacios; les informó, que el cuerpo del Emperador quedaría custodiado por el ejército, para ser trasladado al convento de Capuchinas en donde; por órdenes del presidente Benito Juárez, le sería practicada la autopsia, para después ser embalsamarlo, por los Doctores Licea y Rivadeneyra, y que no se tenía ningún inconveniente en que se sumara en esto el Dr. Szenderede.

En el convento de Capuchinas, se encontraban; además de los médicos militares Rivadeneyra y Licea, el Medico particular del Emperador, el Dr. Basch quien por continuar enfermo se retiró, así como también, el Dr. Rivadeneyra, que no quiso intervenir en la autopsia, dejándole el trabajo al Dr. Licea, al Dr. Szenderede y como ayudante, J. María Rivera.

Al cadáver de Maximiliano, se le encontraron seis heridas por arma de fuego; dos en la región cardiaca, probablemente por el tiro de gracia; otra a la izquierda del esternón; dos más en la región hepática; y otra bajo la región umbilical. Los disparos que se le dieron en el corazón y a tan corta distancia, ocasionaron que sus ropas se prendieran en llamas, teniendo que apagarlas con un balde de agua su criado Tudos.

En la espalda, el cadáver presentaba solamente cinco heridas de bala, por lo que supusieron, que una bala había quedado dentro del cuerpo, la que efectivamente encontraron alojada en la columna vertebral.
“yo quería extraer y conservar la bala como recuerdo, pero los colegas mexicanos no lo permitieron, seguramente ellos querían quedarse con el recuerdo” Relata el Dr. Szenderede.

“Mientras nosotros trabajábamos, un oficial y su ayudante, llegaron con órdenes del General Escobedo, de recoger la ropa que llevaba en la mañana el Emperador. De nada sirvieron mis suplicas para que me dejaran mis propiedades (la sabana y los pañuelos). Se llevaron todo, y así yo me quede sin recuerdos físicos del fusilamiento.” Estas prendas de Maximiliano, fueron fotografiadas por Francois Aubert siete días después y con estas fotografías se produjeron naipes y tarjetas de visita.

Al día siguiente, al presentarme a terminar nuestro trabajo, el Dr. Rivadeneyra me informó “que recibieron instrucciones telegráficas del ministro Lerdo de Tejada que; a pesar de no estar prohibida la presencia de personas de nacionalidad extranjera en el embalsamamiento, tanto, la terminación, como el traslado y envió del cadáver, debería ser hecho por mexicanos y por cuenta del gobierno de México”. “En vista de lo anterior; como el Dr. Basch seguía enfermo, solamente me concrete a supervisar y una vez que Basch se presentó, me despedí y me regrese a mi casa en San Luis Potosí”.

Como comentario el Dr. Szenderede apunta:

“Durante mi labor en el embalsamamiento y después de esto, también hubo mucha gente, que me pidió, si podía conseguir los objetos personales del difunto. Que yo sepa, Maximiliano, durante su cautiverio en Querétaro, todo lo que tenía personal, lo mandó por interpósita persona, a diferentes miembros de su familia. Lo único que quedó en su habitación, era la cama de fierro donde dormía. El Dr. Rivadeneyra le aseguró al Dr. Basch, “que el Emperador se lo había regalado” y por eso, este Dr. Autorizó la donación de buena fe.

Por otro lado, el Dr. Licea (y esto inclusive lo comentó la prensa mexicana), hizo un verdadero negocio, con objetos, que, según él, eran de Maximiliano. Yo me quede con algunos mechones del cabello de Maximiliano y gran parte de ellos se los regalé a mis amigos en San Luis Potosí”.


Después de vivir en México durante diez años, el Dr. Szenderede regresó a Europa y se perdió en el anonimato; hasta que fue publicado lo que aquí hemos reseñado y que complementa históricamente, lo dicho por algunos autores, precisando detalles que desmienten a otros.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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