¡Sí! Le platico, pero con la condición de que no se mencione mi nombre, y es que no me gustaría que la gente conociera mi historia y la relacionara conmigo, ya que me daría vergüenza que supieran como paso por mis manos tanto dinero, y hoy no tengo casi nada, todo se fue, solo mi casita y las angustias para irla pasando me quedan, ¡perdí todo! hasta mi familia, la que se fue cuando me quedé sin dinero y hoy vivo solo, recordando aquellos tiempos de abundancia, ¡de lujos y derroche! y palabra que nunca pensé que se me iba acabar, ¡como siendo tan grande el mundo al que solo le rascábamos y salía el mercurio! Doscientos pesos el kilo y sacábamos hasta tres toneladas en un mes.
Todo esto empezó cuando me ganaba la vida como campesino y tenía mi parcela, la que heredé de mi padre. Cada año la sembraba procurando abarcar los dos siclos, –primavera e invierno–, algunos años me iba bien, otros no, pero la iba pasando, viviendo solo al día y haciendo otros negocitos para ayudarme, como la engorda de ganado, que también variaba por la oferta del mercado, unos años la carne subía para poder ganar unos pesos, pero otros tenía que vender solo para lograr recuperar los gastos ¡difícil era la vida pero ni modo!
Un día mi compadre me dijo, que en Pinal de Amoles y cerca de San Joaquín, tenía unos terrenos en donde había unas viejas minas de su propiedad de las que se conocía sacaban cinabrio los indígenas pobladores de la región, para con él preparar pinturas y que a la llegada de los españoles buscando plata las ampliaron, dejando acumulados muchos “jales” de mina que se veían amontonados y hasta enyerbados por el paso de los años, encontrando que muchas de las piedras de estos “jales” tenía los famoso “gallos de mercurio” y que durante un tiempo los vendieron los lugareños por su brillo plateado y que los utilizaban como adorno, que quedaban muchas piedras que se podían procesar mediante calor al hornearlas y que de ellas escurría el mercurio con el que hacían los termómetros, metal muy pesado pero que lo pagaban a muy buen precio en la ciudad de México, y unas personas que lo exportaban a los estados Unidos estaban viniendo ya a Querétaro con frecuencia.
¡Compadre! Éntrele conmigo en mis terrenos hay muchas piedras de esas, y los hornos son muy fáciles de hacer, solo se necesitan unos tubos de metal de cuatro pulgadas en donde se meten las piedras y se les pone fuego con leña abajo y el mercurio escurre solito por pura gravedad. ¡Éntrele y lo que salga vamos a medias! Le aseguro que podemos sacar muchos pesos, no se necesita gastarle y verá como nos va bien.
Fue por puro compromiso con mi compadre por lo que le entré al negocio, entre los dos nos fuimos primero a limpiar el camino, a escoger piedras plateadas y nos llevamos un albañil para empotrar los tubos y hacer la base para el quemador, y después de tres meses intentamos quemar las piedras, pero fracasamos “nomas las calentábamos pero no escurría nada de mercurio”. Pensando que para aprender teníamos que ir a trabajar en una mina en donde ya estuvieran produciendo el mercurio y así lo hicimos, nos fuimos a una mina que se llama La Guadalupe en la que mucho tiempo buscó un señor la veta pero no la encontró, este señor según sabíamos había sido gobernador de Querétaro y se llamaba Constantino Llaca y que solo hasta después de que el murió, sus hijos lograron producir el mercurio. En esta mina de La Guadalupe, trabajamos casi un año, y los sábados y domingos seguíamos con nuestra ilusión de hacer producir la mina de mi compadre, ¡y nada! pasaba el tiempo y todo lo del jale afuera de la mina no producía nada, solo unos cuantos chorritos de mercurio que se embarraban en los tubos pero nada más.
Más grande fue el coraje cuando supimos que el vecino de mi compadre estaba vendiendo mercurio a un comprador, el que pasaba cada 30 días a recogerlo y en menos de ocho meses había cambiado los burros por una camionetota muy bonita, y nosotros ¡nada! “compadre le dije aquí afuera nomas no vamos a encontrar nada, hay que entrarle al hoyo de la mina a excavar”. De acuerdo, me dijo mi compadre, pero necesitamos dinero para invertirle, tenemos que endrogarnos.
Yo vendí mis animalitos y pedí dinero a mis familiares, los que me decían ¡estás loco! Le vas a echar dinero bueno al malo ¡y lo vas a perder! pero yo ya estaba encaprichado, ya había olido el aire de la mina y algo tiene ese aire que embruja y ya no suelta, y no paramos casi hasta los calzones vendimos para excavar, y un buen día al dar unos golpes, ¡la mina nos pagó todo lo que le habíamos metido! dimos con una gran veta de mercurio nativo ¡que nomas escurrió! Y lo juntamos todo, pero a sus lados estaba la veta de mineral de lo más rico que por toda la región se había encontrado.
No fue fácil porque había acaparadores que lo compraban pero fijaban el precio a como se les daba la gana, y siempre nos quisieron fregar ¡y nos fregaron! al tener que vendérselos obligados por la falta de dinero ¿pero qué cree? Con eso compramos herramientas y dimos el enganche de un camioncito para acarrear el material.
Un día nos extrañó, que los déspotas compradores del mercurio llegaran muy mansitos hasta la mina, para decirnos que nos querían comprar todo el mercurio que sacáramos, y que nos lo pagarían mejor y por adelantado, entonces nos esforzamos por trabajar muy duro para entregarles cada semana más frascos, y cada ocho días teníamos ya un dineral ¡no lo podíamos creer! cada uno salíamos con varios miles de pesos, los que nos sirvieron para el pago del camión y saldar todas nuestras deudas.
Yo, hasta de mis animales me olvidé, nunca había sacado ese dinero ni juntando la venta del ganado de toda mi vida y ahora en una semana lo sacaba y hasta mis lujos me daba. Así pasaron casi ocho meses estábamos bien contentos, hasta que llegaron otros compradores que nos ofrecieron más dinero por el mercurio, y se le salió decirnos que este metal estaba muy caro debido a la guerra de Vietnam, porque lo usaban para fabricar los detonadores de las balas, el fulminato de mercurio y que ellos nos podían pagar más porque lo estaban enviando directamente a las fábricas de armas de los Estados Unidos.
Eran entonces los años 60 del siglo pasado, y de la guerra no sabíamos nada, no nos interesaba, estaba muy lejos pero sus resultados nos acercaban a ella al convertirnos en proveedores de la industria bélica de los Estados Unidos, y por lo que nos dijeron los que nos lo compraban, nos necesitaban mucho. Entonces pensamos, si nos necesitan y les damos más mercurio el producto se abaratará, mejor hay que administrarlo. Pero otros compañeros pensaban diferente; mejor hay que vender mucho antes de que se acabe la guerra, lo que nosotros no creíamos por los años que había durado ya.
Con el dinero abundante que por estas tierras corría, Pinal de Amoles y San Joaquín se convirtieron en un hervidero de negociantes y de nuevos mineros, ¡todos querían ser mineros! Los que tenían minas abandonadas trataron de actualizarlas con nuevos “denuncios”, también existieron muchos conflictos por las tierras “se agarraron de la greña familias completas” muchos se armaron en grupos para defender las minas. Le diré que en una mina trajeron gente de la Costa Chica de Guerrero para cuidar que nadie entrara y los armaron con metralletas traídas de los Estados Unidos.
Familias unidas se dividieron, pero era mucho el dinero el que lucía al cambiar un cheque de $200,000.00 pesos ¡imagínese! Nos lo daban en billetes de a cinco, diez, veinte y cien pesos ¡hacían mucho bulto! Se llenaban costales. Las carteras no cerraban por lo grueso del montón de billetes ¡éramos ricos, muy ricos! Y esto no tenía para cuando acabarse, el mercurio abundaba y éramos los únicos proveedores de los Estados Unidos porque alguien nos dijo que España que era el principal proveedor, tenía sus minas inundadas y no podían extraer la cantidad que las fábricas de balas demandaban.
¡Dinero, mucho dinero! Semana tras semana podíamos comprar de contado y en efectivo varios vehículos, unos para el trabajo otros para movernos nosotros y nuestras familias, estaban de moda unas camionetotas de pasajeros de la Ford, “chaparronas”, no como las de ahora que son muy altas, y hubo quien compró varias de diferentes colores para tener de todas. En mi caso, mis hijos se echaron varias aprendiendo a manejar, y nomás las dejaban tiradas en donde chocaban.
No es mentira lo que se dice, en el expendio de jugos que se instalaba en el jardín Obregón, en la esquina de las calles de Madero y Juárez, varios conocidos míos se jugaron en un bolado las camionetas, y simplemente decían ¡perdí ahí están las llaves! Me quedaré por aquí un rato hasta que abran la agencia para comprar otra.
¡Armas! De las mejores, en la sierra la mayoría andábamos bien armados y la pistola que “rifaba” en esos años, era la 38 súper de la marca Colt porque estaban de moda y por todos lados había armas, lo mismo en las lujosas camionetas que en el morral del campesino que con sus burros trasladaba material. Una pistola de estas costaba desde $800.00 hasta $1,200.00 que traducido en mercurio era el valor de dos o tres kilos los que se podían juntar hasta en los desperdicios del horno.
Vinos, ¡los mejores! alguien puso de moda el cognac, ya que el tequila, el ron y los brandis eran para los “jodidos” por acá en la sierra se estiló durante mucho tiempo, tomar uno que venía en una botellita muy bonita de cristal cortado adentro de una caja muy lujosa, creo que se llamaba Martell edición especial, y que nos gustaba para no tomarlo solo, revolverlo con la coca cola y así sabía bien, esto lo tomamos por cajas y de diario, mucho tiempo y un día casi veinte años después me dijeron que en la capital del país le decían “París de noche” y que era muy caro, debe de haber sido así, pero ni nos pesaba pagarlo, ¡ah! y las botellitas tan bonitas, las formábamos para romperlas a balazos con la pistola, porque “tronaban bien bonito, se hacían puros pedacitos”.
Yo tuve mucho dinero, igual que Anatolio y Concho de la Vega, ellos compraron muchas propiedades pero se las acabaron en puros pleitos, pero también se dieron buena vida, hicieron lo que se les dio la gana y gastaron su dinero y hasta lo regalaron. Yo vi cuando Anatolio me invitó a la lucha libre en la arena Querétaro, vi como se apasionaba y se paraba gritando cuando le iban ganando al luchador que le había apostado, y luego para consolarlo le regalaba un fajo de billetes que de seguro era más dinero que lo que le pagaba la empresa por luchar.
Dos o tres veces lo acompañé a las luchas y por lo que me pude dar cuenta los luchadores ya le habían tomado la medida a Anatolio, porque cuando con solo verlo se daban cuenta de a quién le iba y éste hasta se dejaba ganar, para que lo consolara con su montón de billetes, hasta escuché un día que dijeron refiriéndose a mi compadre Anatolio “este viejito todavía cree en los Santos Reyes”.
Si, supe todo lo que le pasó cuando lo metieron a la cárcel acusado por usurpación de funciones; Anatolio siempre quiso tener un grado militar, cuando estuvo activo en el ejército se la dieron de cabo, y ya con la “lana” le tomaron el pelo, fue un amigo militar que le dijo que le conseguiría un grado de General del Ejército Mexicano por un millón de pesos, pensando en que lo quería para colgarlo en la sala de su casa. Pero nunca se imaginó que lo tomaría tan a pecho, que hasta uniformes de gala se mandó hacer, y cuando al conocerse el mal uso que hacía de las insignias militares, lo siguieron miembros del ejército, quienes le gritaron ¡mi General Anatolio de la Vega! Y él girándose sobre sus talones llevó la mano a la frente adoptando el saludo militar y dijo ¡presente! Con lo que bastó para que se lo cargaran al bote. Después bromeando decía, “que el grado de General le había costado tan solo un millón de pesos, pero que el darse de baja del ejército le salió en el doble, ¡en dos millones! para poder salir del problema.
Anatolio, Concho, Herregín, Nieto Torres, Enrique Llaca, Los Herrera y tantos que le entraron a la minería, hasta los que eran unos simples arrieros, amasaron grandes fortunas, ¡mucho dinero que solo vimos pasar por nuestras manos! Muchos vivales nos robaron, o con el pretexto de formar uniones, organizaciones, cooperativas, nos sorprendieron y se quedaron con nuestro dinero. También nos robaron los intermediarios o nos fregaron nuestros propios compañeros, ¡a otros les fue peor! los amolaron sus propios familiares. Fue una década, o un poco más en que Querétaro, más bien dicho Pinal de Amoles y San Joaquín, fuimos los primeros productores y exportadores de mercurio ¡del mundo!
Recuerdo bien un caso especial, pero tampoco le diré el nombre pues vive y es bien conocido y fue el que ya casi para el fin del auge del mercurio, cuando los compradores dejaron de venir y nos quedaron a deber a muchos. Este amigo aseguró un importante cargamento de mercurio, el cual nadie lo vio subir al avión, y después el avión se precipitó al mar perdiéndose con su supuesta carga valuada en varios millones de pesos, al parecer algo le salió mal ¡y no miento! no sé si logró cobrar el seguro pero fue un acto de desesperación al faltarle el dinero al cual ya estaba acostumbrado. Ha pasado ya mucho tiempo, pocas veces visitó San Joaquín, el que durante muchos años parecía pueblo fantasma cuando acabó lo del mercurio. Siento muy feo al recordar todo lo que por esos lugares vivimos, todo lo que dejamos escapar por nuestros malos manejos, por nuestra ignorancia ¿quién había de pensar que se acabaría todo eso? Se fue el tiempo del mercurio y se acabo el dinero, lo vivimos, eso ya nadie me lo quita, pero solo queda el recuerdo y la vergüenza; o más bien el coraje de haber sido “tan pendejos”.
Yo me quedé con mi casita, con mis muebles comprados en “Frey”, que era la mejor mueblería de Querétaro y la más cara, y aunque ahora se me hacen anticuados, yo sé lo que me costaron la sala, el comedor y mi recámara, casi doscientos mil pesos, ¡pero de los buenos! y los tenía que comprar dobles, porque mi otra mujer en cuanto se enteraba de la compra, iba y pedía otros más caros para no quedarse atrás. ¡Cómo gocé! Casi 50 años hace ya de esto, y los muebles será lo único que les deje a mis nietos, la casa y los muebles que tienen su historia y también les dejaré el recuerdo de que un día su abuelo fue un hombre muy rico, pero que terminó la guerra de Vietnam y se empezó hacer pobre, porque España sacó sus reservas de mercurio y nos volvió a dar en la madre, ¡nos cargó el carajo! ¡Así es la vida!