Hubo un tiempo en el que muchos de los pobladores de la Cañada, decidieron trabajar en la fábrica de Hércules que para ese entonces tenía ya más de nueve décadas de funcionar como industria textil, iniciada por don Cayetano Rubio y Álvarez de Condarco. Esta fuente de empleo pagaba bien y tenía la gran ventaja de ser permanente, motivo por el que muchos que se dedicaban a la horticultura, y que por las repercusiones de la guerra mundial que afectó la economía, la venta de flores y hortalizas se deprimió bajando sensiblemente y repercutiendo seriamente en los hogares mexicanos.
Querétaro no resultó exento de esta baja en los ingresos de las familias, siendo las más humildes las que más lo resintieron y una de las pocas industrias que no se afectó, fue la textil por la necesidad que se tenía de telas para uniformes en los Estados Unidos o para la confección de simples sabanas de manta, y la fábrica de Hércules, junto con las de Puebla y Guanajuato, elaboraban muchas piezas de dicho material
Sumaban dos decenas de habitantes de la Cañada, los que trabajaban en la fábrica de Hércules y en su mayoría lo hacían por las noches teniendo, que salir a las tres de la mañana caminando por una brecha de terracería, la que atravesando toda la villa de Hércules, los conducía hasta la fábrica para iniciar sus labores a las seis en punto de la mañana. Otros pocos salían casi al medio día para trabajar en el turno vespertino.
De todos los trabajadores que de la Cañada se dirigían a Hércules, los que sufrían seriamente eran los que caminaban de noche, la mayoría de las veces en completa oscuridad cuando no había luna; otras veces lloviendo y en invierno pasando intensos fríos y tratando de llegar lo más pronto posible para calentarse con un atole, un café o un ponche con piquete, el que no era otra cosa más que alcohol de caña del 96 y ya con algo de calor, iniciar las diferentes labores del día, en los diferentes departamentos de la empresa.
Las horas se sumaban dividiéndose solo en traslados y trabajo y poco tiempo quedaba para el descanso; las jornadas laborales se extendían en ocasiones hasta las doce de la noche y los sábados se trabajaba al igual que los otros días no alcanzando el tiempo para reponer las fuerzas y un día, Don Pablo se quedó dormido “lo engaño la luna” la que le servía para calcular el tiempo y se despertó casi una hora después de lo acostumbrado; ya casi serían las cuatro de la mañana y tenía que apresurarse para hacer en dos hora el recorrido, que habitualmente hacía en tres. Saliendo rápidamente apresuró el paso; llegaría directo a su puesto de trabajo sin pasar por el expendio de atole y de café.
Apresurado caminaba Pablo tratando de no tropezar con alguna piedra, llevaba clavada la mirada en el suelo y zigzagueando evitaba pequeños obstáculos, como desniveles y pequeñas rocas, montículos de hormigueros o alguna víbora que, aunque no resultara frecuente, si las llegaban a encontrar. Ya para esto pasaba por el “pirindongo” lo que se conoce como Pan de Dulce o monigote, cerca de la cuesta colorada, cuando algo extraño empezó a sentir, pero que no se podía explicar de qué se trataba.
Sin darle mucha importancia; pero ya consiente de que algo extraño estaba ocurriendo, apresuró el paso aún más, con la ventaja de que la luna lo iluminaba a sus espaldas y podía ver más allá de su sombra, la que no se extendía más de unos tres pasos delante de él, permitiéndole ver con claridad el camino y como su sombra le era propia, la conocía muy bien, ésta reflejaba su muy conocida silueta, la que tanta noches lo había acompañado ¡Pero de pronto y de forma gradual, comenzó a notar otra sombra! Esta otra sombra se movía sin corresponder a sus movimientos, claramente se veía que no era el resultado de su caminar y no correspondía en nada al lugar de donde venia la luz de la luna.
Instintivamente, Pablo, venciéndole el miedo, casi cae al estar convencido de que lo que se estaba presentando no correspondía de ninguna manera con lo normal, volteó rápidamente y para su sorpresa; no había nada que pudiese justificar la presencia de aquella sombra que ya era más oscura que la suya. Los pelos se le erizaron y el corazón se le salía del pecho, recordando que, bajando por el pan de dulce, por un lado, del acueducto que llevaba el agua a las turbinas de la fábrica de Hércules, había una vereda. Por esta vereda corrió Pablo, para, por el lado derecho de los arcos llegar con rapidez hasta encontrar la compañía de otros obreros.
Guardando su tremenda experiencia vivida momentos antes y con el temor de que se burlasen de él, acabó por convencerse de lo que vio, no resultase ser más que producto de su imaginación y así continuaron sus caminatas nocturnas por varios días, según refiere; por cerca de un mes, lo que él no relacionó con el ciclo lunar, para pensar que esa noche de luna, esta se encontraba en esos momentos en el mismo sitio que aquella noche de su experiencia anterior. Y caminaba por media calle, pensando en extremar precauciones, cuando llegaron a la calle de Hércules en la que estaban introduciendo los servicios de drenaje y agua potable, abriendo muchas zanjas peligrosas.
En eso ocupaba sus pensamientos, cuando sin notarlo por la fuerza de la costumbre; pasaba por el mismo sitio en donde tuvo la inexplicable presencia de una sombra extraña, de la que lo único que tenía por seguro, era de que no se había tratado de su sombra. Nuevamente la misma sensación se le comenzó a presentar; primero sintió algo extraño, como silo fuesen siguiendo y al igual que la ocasión anterior lo primero que hizo fue identificar a su conocida sombra frente a él, pero a un lado; a su lado derecho, se comenzó a formar, primero tenue y después tan oscura como si estuviese pintada, como con pintura negra en el piso, era otra sombra grande y muy larga.
Al rápidamente voltear a sus espaldas se quedó desconcertado, primero vio a una figura humana; pensó que no existía motivo de espanto, pero al observar con detalle, vio la inconfundible silueta de una mujer, con un gran manto negro que cubría todo su cuerpo; desde la cabeza hasta el piso, dejando solo ver su gran nariz y entre los pliegues del manto, sus ojos de muerto. ¡Esto no era normal, no podía ser de este mundo por su fea presencia!
En la fracción del segundo, que medió entre lo que pudo apreciar de esta figura y el momento en que azorado corría desesperado, logró apreciar; que esta aparición se encontraba varios sentimientos por encima del piso, porque la luz de la luna no le iluminó los pies; por el contrario; por ese lugar había claridad, esta flotado sin posarse en la tierra.
Corrió y corrió por el camino salvador en donde había corrido la vez anterior, recorriendo en pocos minutos la nada despreciable distancia que mediaba entre esta parte en donde se encontraba el monumento del Pan de Dulce hasta la entrada posterior de la fábrica de Hércules. El miedo le dotó de agiles piernas, tan rápidas que ni la misteriosa sombra le pudo dar alcance.
Terminado su turno, cuando regresaba ya por la tarde, hizo lo posible por agregarse en el grupo que se dirigía a la Cañada y aunque no iban juntos si caminaban muy cercanos, iba pensando en renunciar a su trabajo comentándole a uno de sus acompañantes el motivo por el que ya desde esa noche no regresaría nuevamente a la fábrica. Para su sorpresa su interlocutor le dijo ¿a poco ya te espantaron también? Abriendo tremendos ojos ante la pregunta, Pablo le dijo con temor ¡se me apareció una mujer de negro! Sí, a mí también, pero ¿Qué no te espantaste? Pregunto Pablo y el acompañante siguió diciéndole a Pablo: ¡Mira Pablo! Yo ya hasta me acostumbré de tantas veces que se me ha aparecido y recuerdo bien la primera vez que se me apareció. Caminaba yo bien crudo al trabajo y me salió la sombra vestida de negro, cobijada toda, asomándosele madamas su nariz y sus ojos y me pegó un grito que me quede sin poderme mover, un grito que me dejó retumbando la cabeza y caminando a mi alrededor sin dejar de verme, casi en mi cara grito nuevamente y antes de caerme desmallado oí a lo lejos otro grito. Ese día no llegué al trabajo, me despertaron los rayos del sol cuando ya era casi medio día, me quedé tirado y nadie me ayudo; yo creo que por el olor a alcohol. Pero, como aguanté la prueba, dije, ¡Ya no me voy a espantar después de esto! Y aunque se me apareció muchas veces no me espante y yo creo que se aburrió y me dejo de asustar.
Ya más tranquilo Pablo, después de lo que le platicó Juan Ramírez y sabiendo que el espanto lo había dejado tranquilo, ideó un plan para su seguridad; “esa noche me fui a la casa de Juan y lo esperé hasta que salió para ir a trabajar y sin decirle nada; traté de que se viera como un encuentro casual, aunque él vivía para el otro lado del pueblo, y me le pegue platicando de muchas cosas; ya ni me acuerdo de que hablamos, pero la boca no me paraba en todo el camino y más aún cuando íbamos pasando por el Pan de Dulce; y afortunadamente, desde ese día ya no pasó nada extraño; de seguro al espanto le gustaba agarrarnos solos para asustarnos”.
“Aunque de aquello pasaron ya más de cuarenta años, cada vez que camino por el viejo monumento, del que nos dicen que fue construido por los tiempos de la guerra de la independencia; aunque otros dicen que lo construyó el Marques de la Villa del Villar del Águila y algunos de nuestros antepasados, juraban que su existencia era la señal del punto de reunión de los indígenas, pero, para mi este lugar, en el que se encuentra el Pan de Dulce, es el sitio en donde se me apareció la muerta, aquella madrugada, cuando me dirigía mi trabajo y esto no lo he podido olvidar por más que me lo propongo”.