El reencuentro con nuestro pasado a través de la búsqueda en los antiguos documentos poco conocidos, nos permite enterarnos, el porqué de algunas costumbres que se mantienen hasta nuestros días, y que por verlas con naturalidad las aceptamos como tales, conociendo casi nada de su pasado y de cómo fueron sus orígenes, y resulta peor el atribuirles circunstancias que nunca existieron, ignorando la gran carga histórica que han arrastrado a través de centurias.
La gran mayoría —para no afirmar que todos— hemos presenciado en nuestras fiestas populares, las danzas en que participan los “indios y los soldados”, unos con su tradicional vestimenta y sus vistosos penachos, los otros con pantalón y saco azul marino con sus hombreras doradas, sus gorras tipo quepí y su banda tricolor en el pecho, y se dice, que representan a conquistados y conquistadores, indios y “españoles”, y así se conoce desde hace más de cien años, pero esto no se originó de tal manera, y con el trascurso del tiempo el hecho que les dio inicio, se ha olvidado, como tantas otras cosas que hemos perdido a pesar de lo que significaron para nuestros antepasados en su momento, y así, convencidos de que vale la pena que se conozcan, y para deleite de los que tienen a bien enterarse de cosas nuevas, les relataremos lo siguiente.
En un antiguo documento, escrito por un Fraile Franciscano del
Convento de la Santa Cruz, y titulado por su autor como “Acuerdos Curiosos” y del que se desconoce el nombre de quién lo escribió, pero que, para fortuna de los estudiosos, este documento fue rescatado durante el gobierno del Lic. Mariano Palacios Alcocer,
documento que guarda momentos de gran importancia para nuestra historia y en el que se encuentra inscrito: «que el día trece
de Octubre de 1808, en que por la madrugada llegó a esta ciudad un extraordinario con expreso de la capital, que contenía noticias de que los españoles se habían sublevado contra las tropas francesas de Napoleón, que invadiendo España les había impuesto un gobernante, José Bonaparte, conocido como Pepe Botella además de mantener cautivo al Rey Fernando VII, acontecimientos que cuando se supo de la sublevación, ya habían pasado más de treinta días en que se estaba conociendo la noticia en Querétaro, justificado esto por la lejanía de la madre patria».
Ese 13 de Octubre —en pocas horas— la noticia de la derrota de los franceses en España, se conocía ya en toda la ciudad y por tratarse de don Joaquín Vega Quintana, que era el administrador de correos quien la daba, nadie la puso en duda, preparándose de
inmediato, tanto las autoridades como los clérigos, para organizar un gran festejo, el que se iniciaría a las diez de la mañana, siendo
tal el entusiasmo, qua a las ocho ya existía una gran movilización a la que se habían sumado los comerciantes, clérigos y gente del
pueblo, subiendo muchos de ellos a la torre de la iglesia de San Francisco, para tocar todas las campanas al vuelo, siendo tan prolongado y enérgico el repique, que la gran campana mayor ya muy antigua y que pesaba cien quintales, se rompió.
En el año de 1958, el señor Jesús Lara López reparó la gran campana mayor de San Francisco a solicitud de los sacerdotes
y del obispo Toríz Cobián, como lo publicamos en el libro de “Personajes del Centenario” obteniendo de los documentos del anónimo Fraile que escribió “Acuerdos Curiosos”, que la campana mayor de San Francisco no fue reparada y se mantuvo rajada, debido a su gran tamaño y peso, y años después escapando
a la fundición que de ellas se dio durante el Sitio a la ciudad, en tiempos de Maximiliano, y que dicha campana, fue reparada
hasta ¡ciento cincuenta años después! Pero volviendo al gran
festejo que la derrota de los franceses en España propició y volcó el júbilo en nuestra ciudad, en “Acuerdos Curiosos” se relata, “que ese día desde muy temprano, el pueblo comenzó a participar con
mucho entusiasmo, quemando gran cantidad de cohetes, cámaras y bombas de mano, ¡quemando tantas, que para media mañana ya no se conseguía ni una sola! al haberse echado mano de las reservadas para los próximos festejos de diciembre”.
“El comerció estaba ya invadido de entusiasmo y alegría, que más parecía locura, y es imposible expresarlo” continua el relato, y describe la gran cantidad de individuos que en la calle del Hospital (hoy Madero), tomaron una gran bandera con el retrato del augusto y querido monarca, representado en busto y rodeado por una corona de Laurel y un León de pechos sobre dos esferas; los dos mundos.
Los vivas a la religión, al rey, a la patria, a los españoles, se escuchaban por toda la ciudad y al pasar por el Convento de San
Francisco, se agregaban muchos religiosos, y en la plaza mayor, se juntaron los del ayuntamiento, “a tal grado, que esta multitud
nunca había sido vista en la ciudad, incluso las monjas de Santa Clara pasearon la bandera entusiastamente por el interior del
convento”.
La obligada precesión con el santísimo, al tratarse de un acontecimiento tan especial, resultó de lo más solemne, recorriendo las calles bajo palio y con cruz y ciriales acompañados de curas con ornamentos solemnes, y las misas y tedeums se continuaron por todo el día. El alférez real don Pedro Septién Montero y Austri, subió a un monumento elaborado en un tablado y arrojó monedas al pueblo, continuando los festejos hasta altas horas de la noche, resistiéndose los vecinos a retirarse a sus casas, “prendiendo mecheros, cebos y ocotes en puertas y ventanas”.
Con las primeras luces del día 14, el festejo continuó con mayor pasión, diciéndose “que era tal el gusto, que muy pocos durmieron o comieron” y aportando el ingenio popular algunos versos que ya circulaban, referentes al cautiverio del rey, y algunos otros no muy decentes, como el que fue colocado al pie de una mojiganga de
Napoleón, el que el culto fraile franciscano trascribe “Por traidor, fiero y astuto, te quemamos como a un pu..”. De estas mojigangas
que representaban a Napoleón, se hicieron dos, la otra se paseó en un burro y la apedrearon y le arrojaban estiércol cuando el
burro corría para escapar de la gente.
Pero me concentraré en un hecho, el que da origen a la costumbre que perdura hasta nuestros días y que se inició el día 14 de octubre de 1808, en que se dio una escenificación, que trataba
de emular lo que los españoles habían hecho de los franceses, y dos grupos que representaban a ambos bandos, enfrentados en un simulacro en que los españoles hacían correr y se mofaban de los supuestos franceses, ataviados con uniforme azul, los que eran
vejados, insultados y perseguidos hasta hacerlos huir, ocultándose en un melonar cercano al cuartel de la Alameda, y ante las burlas y el regocijo del pueblo, los supuestos franceses en fuga, se ocultaban entre las plantas de melón, y algunos ya muy posesionados de su papel, decidieron bajarse los pantalones y
ponerse en cuclillas, que de manera obvia representaba los efectos del miedo de los cobardes soldados de Napoleón.
Como ustedes verán, la danza que conocemos entre “indios y soldados”, surge gracias a un hecho trascendente, que significó la liberación de los españoles de la invasión francesa a la madre patria, y que con su huida, causó gran júbilo a nuestros antepasados y siendo la representación original entre españoles y
“franceses”, con el intento de expulsión de los españoles, poco después de la independencia, estos fueron sustituidos por los
indígenas, conservándose el supuesto uniforme de los
soldados franceses, y la bandera de su país se sustituyó por el listón tricolor, y olvidándose —por decencia— la parte en que estos, con mucho miedo, se escondían en el melonar, “para echar fuera el susto”.
Así, este espectáculo ha llegado hasta nuestros días.