El transcurrir del tiempo ha borrado muchos lugares que en su momento gozaron de muy merecida fama, porque sus creadores se esforzaron en darles su mejor esfuerzo –a que pesar de lo muy conocido que resultaron para varias generaciones–y que resultaban en su momento de mucha actualidad–, con el tiempo se olvidaron. Fuentes públicas de las que ya solamente se conserva el recuerdo a través de antiguas crónicas, muy a pesar de que durante años brindaron agua a los vecinos. Teatros, otrora tan famosos, transcienden en nuestros días al ser retomados sus nombres en un acto de justicia, para identificar a los nuevos teatros, como el de La Media Luna. Construcciones provisionales que se utilizaron para las corridas de toros, desaparecieron, y no se salvaron las construidas con sólidos materiales de cal y canto, como la de la Real Fábrica de Tabaco, y más recientemente La Plaza de Toros Colón, demolida en los años 60 del siglo pasado.

Los cambios en la ciudad de Querétaro, se han presentado desde su misma fundación. Mucho de lo construido ha desaparecido o se transformó con el tiempo. Las leyes de reforma y su aplicación, dieron motivo para la destrucción de construcciones religiosas –como las cinco Capillas de San Francisco– o la apertura de calles como las de 16 de Septiembre y Corregidora. También la demolición de las casas frente al Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, para dar espacio a la plazuela Mariano de las Casas. Estos resultan ser solo algunos de los más significativos en cuanto a cambios de la fisonomía urbana.

Con los cambios tan notables, y con las silenciosas e imperceptibles transformaciones, se nos han ido espacios que por sus características bien pudiesen considerarse como únicos y ya imposibles de reponer, porque las condiciones físicas y de la propia naturaleza que las facilitaba, también han cambiado.

La abundante agua, y sobre todo, la calidad de la misma, que alentaban para el establecimiento de baños públicos tan visitados, como los de La Cañada, El Pathé, Los Baños Veraza y otros tantos en el interior de la ciudad, al igual que las fuentes públicas, también los baños y sus bellos parajes, desaparecieron para solamente ser recordados en forma romántica, en las obras de nuestros historiadores –Valentín Frías, Celestino Díaz en su “Guía del Viajero en Querétaro”, editada en 1882 con motivo de la llegada del Ferrocarril Central y la celebración de la Feria Internacional.

Quienes escribieron sobre la ciudad, resaltando su innegable belleza y sus incomparables bondades, con la excepción de Don Valentín Frías ¡Ninguno hace referencia a un lugar que nuestros mayores comparaban con un pedacito del paraíso! ¡Lugar del que se decían tantas cosas, que resultaba algo mágico! Un lugar único por su belleza, comparable a una pequeña maravilla del mundo, la que emulaba –guardadas las proporciones– a los jardines de la bíblica Babilonia, porque la inigualable belleza lograda ahí, tenía por fuerza que ser algo divino.

El Jardín de los Encantos, en un paraje en donde por su cercanía con el Río Querétaro, abundaba el agua, la que en forma espectacular, corría por múltiples arroyos, dando movimiento a ruedas que al girar, producían el incomparable sonido del agua al caer, con sus adormecedores efectos tranquilizantes. Pequeños molinos a escala, se movían con el impulso del agua, cascadas artificiales que caían entre bien distribuidas rocas y juegos de agua, diseñados con magnífico ingenio, se contemplaban en el bien planeado trayecto, junto a los cuidados senderos.

La jardinería, y la gran variedad de plantas, eran muy notorias. Manos conocedoras y hábiles, se hicieron cargo desde que se inició el cuidado de este lugar, cuando la calle Nueva, antes llamada calle De Lepe o Nueva del Salvador, hoy Próspero C. Vega, topaba con pared en la de 15 de Mayo, tal como en su breve comentario, Don Valentín Frías hace sobre este lugar en su obra Las Calles de Querétaro, que dice “En el último tercio del siglo pasado (XIX) existió en la calle De Lepe y frente por frente a la desembocadura de esta calle, una hermosa Quinta llamada “Jardín de los Encantos” el cual era primorosa por sus múltiples flores y plantas, sus cascadas y juegos hidráulicos, sus emparrado (enredadera como techo), calzadas y estanques, así como caprichosas figuras que veíanse en todas partes en las paredes, forradas de conchas y fragmentos de platos de China de múltiples colores. Allí iban las familias a veranear y a hacer días de campo, merendar tamales, pasando el día muy alegres, volviendo a los hogares cargados de variadas plantas y primorosas flores”.

Por la cercanía con el Colegio Civil, y conociendo que este plantel tenía un jardín botánico, y existiendo en la actualidad una propiedad en la calle de Altamirano, ocupada por las hermanas de la caridad, a la que la tradición oral, identifica como “El Jardín de los Encantos”. Bien pudo ser parte de ese lugar conocido como el original Jardín de los Encantos, en que la variedad de plantas y flores estaría acorde con un jardín botánico y que este sería dependiente del mencionado Colegio Civil, del que sería su director el Lic. Don Próspero C. Vega, nombrado por el emperador Maximiliano.

Para el emperador Maximiliano, el Jardín de los Encantos no le sería desconocido, ya que con frecuencia realizaba paseos por el río, al igual que por la Alameda, debido a su pasión por las plantas y los insectos raros, de los que clasificó algunos escarabajos que localizó precisamente en el río. No se puede precisar el lugar exacto que el emperador frecuentaba, pero resulta lo más probable que este fuese el Jardín de los Encantos, por lo que ahí se encontraba, tal como lo refiere el escritor Valentín Frías.

Existen varios datos que se abonan en favor del origen del Jardín de los Encantos, uno es, que un muy conocido prefecto, de apellido Samaniego, aficionado a la naturaleza, fue el promotor de lo que sería un paseo en el lado opuesto a la Alameda aprovechando la abundancia de agua. Posterior a sus años de funcionamiento, existe la versión de que el jardín fue entregado a una congregación de monjas, que durante muchos años lo ocuparon, permitiendo las visitas, aunque ya no de la manera de antes, y que gradualmente el acceso se fue restringiendo, hasta ya no ser permitido.

Al abrirse a la circulación lo que se conocía como la Orilla del Río, se trazó la calle del Río, después llamada Av. Universidad, y unos años después, para comunicar esta con la calle de Próspero C. Vega, se abrió su prolongación hasta Av. Universidad, derribando dos propiedades, una a un lado del portón del Jardín de los Encantos, y la otra, la casa y taller de lapidación de la familia del Sr. Eugenio Ontiveros. En un principio quedó en ambos lados de esta calle, un amplio baldío, que siendo parte del mencionado jardín, había terminado utilizado como milpa.

Aunque por la descripción de nuestros mayores, cuando se referían al Jardín de los Encantos, daban la impresión ¡de algo mágico! ¡algo irreal! solamente producto de la imaginación, no obstante, este lugar ¡si existió! y dejó huellas, tanto en la literatura, aunque sean muy breves y reducidas a unas cuantas líneas, las que vienen a legitimar el relato de los abuelos, que recordando los gratos momentos que ahí vivieron disfrutando de su belleza y tranquilidad, le ponían mucho sabor a la descripción. Muchos escuchamos el relato ya de segunda voz, –la de nuestros padres–, que conocían su ubicación, a pesar de que hacía mucho tiempo de haber desaparecido el Jardín de los Encantos, y su lugar estar ocupado por nuevas construcciones, así como calles y privadas, que se fueron superponiendo a los antiguos arroyos y senderos.

Las dos fracciones ahora distantes de lo que fue el Jardín de los Encantos, continúan bajo el cuidado de las religiosas. La de 15 de Mayo, se limitó a una amplia casa y un pequeño jardín, y la de la calle de Altamirano, hoy conocida como se llamaba el paseo original, sorprende por su extensión, su túnel transformado en un nicho para una imagen de la virgen, y para no desentonar de su fama, sus bien cuidados jardines, siendo ahora alojamiento de las hermanas de la caridad.

Tan presente estaba este lugar en las mentes de los queretanos, que a la primer privada, que como algo innovador se inauguraba en la ciudad, en la conocida Otra Banda o Tepetate, muy cercana a la estación del ferrocarril, se le llamó “Privada Encanto”, lugar con un nuevo concepto para la vida en vecindad, ¡pero en casas! ya no en cuartos de la misma casa y con varias familias juntas.

Esto, que iniciaba una nueva forma de vivir en Querétaro, se daba en los años 40´s del siglo pasado, “vivir en una privada” a la que queriéndola significar como algo especial, se pretendía resaltar su belleza, al compararla con el antiguo Jardín de los Encantos. El concepto de privadas, durante más de 40 años se fue replicando lentamente en la ciudad, y en la actualidad resulta algo sumamente frecuente, y los nombres con que se les conoce a estas, agregan tal cantidad como los caprichos de los constructores y que su mente les indique. Pero al parecer, –que tengamos noticia– no existe en la actualidad otro que se llame El Jardín de los Encantos.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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