En los tiempos en que el uso de la razón se adquiría a los siete años, ni un día más, ni un día menos, y como una norma escrita en los catecismos, que trataban con el mismo rasero a todo ser humano para efectos de la primera comunión, y tal vez irracionalmente recuerdo, que a dos o tres años de cumplir los siete, la abuela Rosita, impedida ya por un padecimiento reumático en sus piernas, le pedía a mi padre, que le bajara de los cuartos de la azotea, las armazones de las farolas, “porque ya se aproximaba la fiesta de la Virgen de Guadalupe y la Noche Buena”.

Dos o tres días permanecían en el segundo patío de la casa, junto al portal, en donde estaba el taller de torno y fundición del abuelo Trinidad, las armazones de madera en forma de estrella, que conservaban el “polvoriento” papel de china, roto en algunas partes en donde por el calor se había endurecido, quemado en algunas otras y teniendo en el centro, en una pequeña base, un frasco de vidrio de los que se compraban con grasa para los zapatos de la marca “Oso Negro”.

Pacientemente, la abuela retiraba el deteriorado papel, humedeciéndolo con un trapito mojado, para que el engrudo se reblandeciera y poder dejar la madera de la armazón en condiciones de forrarla, con nuevos pliegos de colorido papel de china. Con sus cansadas manos, que a pesar del tiempo, conservaban la destreza para tejer pequeñas canastitas milimétricas, usando hebras de estropajo, ¡y de pura memoria táctil!, porque su vista cansada apenas le permitía caminar sin tropezar, con esas huesudas manos, recortaba los papeles y los pegaba con el engrudo recién preparado y en cantidad suficiente, “para que no se desperdiciara”, hasta lograr que las dos estrellas, estuviesen en condición de ser colgadas en la ventana de la calle, para así continuar con una tradición centenaria, la de sumarse a todos los vecinos de la calle, y a la vez, demostrar con orgullo, que las farolas eran dignas de admirarse.

Esta vieja costumbre, resultaba tan arraigada, que ya en las muy antiguas rejas de las ventanas, los herreros agregaban en la parte superior, dos pequeñas barras de fierro terminadas en un gancho, para de ahí colgar las farolas, que en ocasiones especiales iluminaban las calles con motivo de algún festejo, o de la visita de un personaje importante; aunque también era costumbre en algunas calles, que determinado propietario por su cuenta, iluminara un trecho, para que los pocos que salían en las noches sin luna, pudiesen ver y no tropezarse al caminar. Esto se dio, hasta que poco a poco la iluminación instalada en el centro de la ciudad, se fue extendiendo a otras calles, usando primero cebo y aceite, como combustible, después petróleo y con la electricidad, la iluminación por “arco eléctrico con carbones”, evolucionó hasta la bombilla o foco, que por su baja intensidad y la altura de los postes, de poco servía.

Las farolas y las lámparas de petróleo, colgadas en esos ganchos de las ventanas, cubrieron mas de dos centurias, iluminando las calles de nuestra ciudad, y muy raro era, la casa que no colgara al menos una, o que ante la ausencia de los ganchos en la ventana, la colgara amarrada a los barrotes, o la pusiera entre la reja y la ventana, y todo esto se daba como algo establecido, que no requería de mayor convocatoria, porque era costumbre trasmitida de padres a hijos por varias generaciones.

Calles como las antiguas de “Guadalupe”, “Zamora”, “Biombo”, “La Verónica”, “El Descanso” y todo el Barrio de La Cruz, se veían pletóricas de luces y esto se extendía a los barrios sin excepción, año con año, el 12 de Diciembre y en la “Noche Buena”, fechas en que otras farolas de mayor tamaño y de diferentes formas, según el ingenio y dedicación de su fabricante, participaban en las procesiones y funciones solemnes, realizadas en estos señalados días, y en el desfile de los “Carros Bíblicos”, además de los cuatro mecheros de lámina, que en largas astas de madera y en número de cuatro, que soportados por voluntarios, caminaban en las cuatro esquinas del carro para iluminarlo, al igual que al grupo de “mojigangas” que encabezaban o serraban el desfile.

La abuela les llamaba “aparatos” de petróleo, a sus frascos de vidrio de grasa de zapatos, a los que los soldadores de cubetas y bacinicas, que con su hornilla con carbones encendidos, en donde llevaba clavados sus cautines, y que conocedores de que en estas fechas, la elaboración de aparatos para las farolas aumentaba, ya llevaban pequeños tubitos de lámina para soldarlos en la tapa del frasco y ponerles una mecha, que se humedecía en el petróleo, el que era muy fácil de conseguir en las “petrolerías” que abundaban en la ciudad.

Los años trascurrieron y poco a poco las costumbres se fueron adecuando a la modernidad, y se pusieron a la venta, unos faroles de papel en forma de fuelle, que se podían extender y estaban elaborados con papel y aros de alambre, viniendo a cambiar la costumbre de la elaboración casera de las farolas, a las que fueron desplazando los faroles de tipo oriental, que al masificarse se hicieron muy populares y se iluminaban por medio de focos eléctricos, dejando en el olvido a las velas de cera y a los aparatos de petróleo, así como al interés de las personas para conservar una tradición centenaria, la que en la actualidad se ve remplazada por las luces, que en los años 50 del siglo pasado, llegaron a Querétaro y se les conocía como “Focos de Navidad” por sus múltiples colores y que al “fundirse”, se tenían que ir revisando uno por uno, con mucho cuidado para no despintarlos.

La abuela Rosita se quedó en las farolas, y ya no conoció las modernas series de navidad de cien, de quinientas o de más luces, que se prenden y se apagan y tocan música navideña, y fue mejor así, porque, ¡que coraje le ocasionaría! ¡Que en una caja de cartón y por pocos pesos! Le trataran de evitar de gozar el procedimiento ritual, de fabricar sus farolas, para que los vecinos al verlas dijeran ¡Mira, que bonitas las farolas de doña Rosita!


Feliz “Noche Buena” abuela Rosita. Ya nada de eso existe, tu tampoco estás, y tus farolas menos.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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