En la década de los años 50 del pasado siglo, existía un programa, trasmitido por la XEW “La Catedral de la Radio en América” como se anunciaba la radiodifusora, este programa pretendía ser una clase de cultura general y a la vez de entretenimiento y era conducido por don Jorge Marrón Franyuti, conocido popularmente como el “Doctor IQ”, abreviatura del inglés, que se refiere al coeficiente intelectual y la que estaba muy de moda, para catalogar a las personas de acuerdo con algunas pruebas diseñadas, que señalaban el grado de inteligencia.
También en esa moda del IQ de los mortales, el mercantilismo se hizo presente y algunos laboratorios médicos sacaron a la venta productos a base de acido glutámico que al igual que los productos milagrosos de la actualidad, “mejoraban la nutrición cerebral” logrando supuestamente, que aquellos con dos dedos de frente, en pocos meses pudiesen competir con los cerebros más brillantes de la humanidad.
Don Jorge Marrón, mejor conocido como el Doctor IQ, si merecía el utilizar lo del IQ, porque era un hombre de amplia cultura general, y además, a las preguntas que formulaba al público, les agregaba mucho optimismo y una moderada dosis de picardía, lo que durante los largos años en que se presentaba su espectáculo, logró motivar a la población para ir a verlo, y esto era en todas las ciudades en que se presentaba, logrando siempre que los locales resultaran insuficientes, y así recorrió toda la Republica varias veces con su programa de preguntas y respuestas, realizando también temporadas en la capital del país, que como se estilaba por esos días, se realizaban “en vivo” en el estudio azul de la W.
La mecánica del programa de preguntas y respuestas era muy original, y si la vemos a la distancia podemos darnos cuenta que todo estaba muy bien planeado, y que el conductor de programa tenía gran dominio de las multitudes, de las que se había ganado el respeto, logrando a través de su presencia e improvisación, manteniendo la atención de los asistentes durante los sesenta minutos que duraba la trasmisión, aportando cual maestro, una divertida clase de la que se salía conociendo una o dos cosas más, pero que no se olvidarían nunca.
Uno de los principales motivadores para la asistencia al programa del Doctor IQ, era sin duda la esperanza de salir con algunos pesos en la bolsa, porque para todas las respuestas acertadas había una recompensa económica, y en ocasiones también en especie, esto por cortesía de los patrocinadores, los que fueron varios y muy conocidos durante los años que duró al aire el programa; como la crema dental “Colgate” y el brandy “Club 45” e incluso, cuando los “Milky way” eran aún importados, los que se distribuían entre el público, y muy pocos salían con las manos vacías.
¡Abajo a mi derecha! Decía el Doctor IQ, ¡Aquí tenemos a una dama Doctor! Respondía uno de sus asistentes, los que distribuidos estratégicamente cubrían los cuatro puntos cardinales con micrófono en mano, sin olvidar las alturas, en lo que se conocía como “la gayola”. ¡Por cincuenta pesos! Dígame, ¿el cerro de las campanas, se encuentra al oriente o al poniente de la ciudad de Querétaro? Y la dama respondió ¿Al poniente Doctor?, Lo siento mucho, esta al oriente de esta ciudad (esto fue realidad, se equivocó el Doctor IQ y fue en el Teatro Alameda).
A ver ¿a quién tenemos arriba a mi derecha? Aquí tenemos a un caballero Doctor… por setenta pesos, dígame ¿a quién se le conoce como la decima musa?… ¿a Sor Juana Doctor? ¡Perrrrrfectamente bien contestado! Se lleva a casa setenta pesos que le obsequia el patrocinador fulano. Y así al azar (aunque en ocasiones no tanto) el Doctor IQ, preguntaba, enseñaba y repartía dinero y regalos, siendo un personaje al que el pueblo le daba la misma categoría que a los artistas de moda en esos años.
Don Jorge Marrón, el famoso Doctor IQ, tenía una casa en Tequisquiapan, lugar que había escogido para vivir y del que hablaba maravillas, cuando apenas era un pintoresco pueblecillo, y durante varios años en él se refugió todos los fines de semana y en sus vacaciones para descansar, pues ya era un hombre mayor, (ni tanto andaba por los sesenta), y por entonces el peluquero más conocido en Querétaro, era el dueño de la “Peluquería Alameda, la más moderna de la ciudad”, con domicilio en La Calle Nueva o 16 de Septiembre, lugar al que acudió un día el Doctor IQ, haciendo amistad con el propietario, Javier Villanueva, quien en las subsecuentes ocasiones se trasladó a Tequisquiapan para atenderlo en su casa, tal como se lo merecía este personaje, y lujo que se daban en ese tiempo exclusivamente lo ricos y los políticos.
A los peluqueros de antaño, la misma profesión, a través de las muy variadas platicas con los clientes, los hacían ser hombres bien informados, conocedores de muchos aspectos prácticos de la vida y con una cultura que no los dejaba silentes ante personajes como el afamado Doctor IQ, al que con el trato frecuente se logró gran confianza, y un día, Javier le comentó, “que con la nueva peluquería había realizado algunos gastos no contemplados” y hasta ahí quedó la cosa. Terminando de cortar el cabello a su cliente, Javier se disponía a regresar a Querétaro, y don Jorge Marrón, al pagarle le dice ¡Gracias Javier! Estaré esta semana en Querétaro en el “Teatro Plaza” ¡Ve para darte una ayudadita! Te sientas en un lugar en que yo te vea para hacerte una pregunta muy fácil y así te llevarás un dinerito.
Don Javier Villanueva acudió el jueves siguiente al “Teatro Plaza” y siguió las indicaciones del Doctor IQ, se sentó en la segunda fila en donde daba la luz, para que su amigo y cliente lo viera fácilmente, y llegó el momento en que como era su costumbre, el Doctor IQ preguntó, ¿a quién tenemos abajo a mi izquierda? A lo que la ayudante solícita contestó, aquí tenemos a un caballero Doctor. ¡A ver¡ por ciento cincuenta pesos, dígame ¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón? Con nerviosismo, según nos relató Javier Villanueva, contestó ¿Negro Doctor?… ¿Cómo dijo señor?… ¿Dijo blanco verdad? ¡Perrrrrfectaaaamente bien contestado! Se ha ganado usted ¡ciento cincuenta pesos¡ (mucho para esa época) y además una botella de Club 45, no pudiendo ser más descarada la ayuda para su peluquero y amigo.
De las anécdotas chuscas que se presentaron durante la realización de los programas del doctor IQ, la mayoría fueron propiciadas por la ingenuidad del concursante y algunas otras con toda la mala fe, y se llegaron a sumar tantas, que se publicó un libro con muchas de ellas, libro que resultó para reírse, porque, lo que preguntaba el doctor IQ en la mayoría de las ocasiones era del dominio público y muy sencillo, pero las respuestas inesperadas por su espontaneidad lo pusieron en serios aprietos, y como ejemplo, dos de ellas y de manera que no ofendan…. Señora… ¿Cómo se le conoce comúnmente al cloruro de sodio?… No se Doctor, ¡A ver! ¿Qué le pone en las mañanas a los huevos de su marido?… ¿Talco Doctor?… Otra… ¿Cómo se llamaba el compañero de Eva?… ¿Adán Doctor?… Sí, pero hasta acá se escuchó la respuesta, ¿Quien se la soplo? A Eva doctor, Adán y a mí, mi primo Juan. Estas y muchas otras respuestas fueron conocidas por la mayoría de los mexicanos de aquellos años.
Pero además de todo esto que llenó toda una época en el país, es de gran justicia el rescatar, que Don Jorge Marrón, el Doctor IQ, fue el primer impulsor del turismo para nuestro estado, porque en la mayor parte del tiempo que su programa se escuchó a nivel nacional, e incluso más allá de nuestras fronteras, siempre remataba diciendo, “Jorge… Servidor, Marrón…. de ustedes, y recuerden a Tequisquiapan Querétaro, ¡visítenlo¡ y por allá nos vemos”.