En el año de 1978, muy poca importancia se le dio a nivel local, a las noticias que referían, “que en la antigua Persia, en un lejano país llamado Irán, del que casi nada se conocía, el pueblo se manifestaba en contra de su gobernante, que se llamaba Mohammad Reza Pahlevi, y que era Shah, título que correspondía a ser rey o emperador, y muy pocos, por no decir que ya nadie se acordaba, de que en otra información televisiva habían informado, que en el año de 1971, con motivo de los dos mil quinientos años de la monarquía, en ese mismo país, se habían gastado veintidós millones de dólares en los festejos”.
Lo que acontecía en 1978, era ya un problema latente de mucho tiempo en esta parte del mundo, al estar muy marcadas las diferencias entre la exagerada opulencia de la clase cercana al Shah, que era la aristocracia iraní, y por otro lado, el pueblo que sufría la represión al mostrar su inconformidad desde el año de 1967, cuando Reza Pahlevi se corono emperador y fortaleció a su ejército para reprimir cualquier inconformidad, y como medida de precaución, por la experiencia nada grata de haber sufrido un atentado en el lejano 1946, cuando fue herido de seis disparos, y también recordando, de que en 1953 fue derrocado por Mossadegh y que gracias a la intervención de la CIA que operó a su favor desapareciendo lideres y alentando revueltas, logró que el Shah retornara al poder, significando para él un compromiso con los aliados, que se vio claramente durante la segunda guerra mundial.
El tutelaje de los Estados Unidos para con el Shah, era muy aparente y abierto, y se dio muy manifiesto, cuando a finales del año 1978, el Presidente Carter les sugirió implementar reformas democratizadoras ante la inconformidad popular, pero ya eran otros tiempos, era imposible deshacerse de sus opositores como antes, por medio del asesinato político, y a partir de entonces ya nada le salió bien al Shah, sus reformas quedaron en intentos y todo fracasó, mientras el descontento popular se tornó de proporciones nunca previstas al ser alentadas por un líder religioso radical, teniendo que huir el Shah el 16 de Enero de 1979 a Marruecos, para seguir a Bahamas, luego a nuestro país en la ciudad de Cuernavaca y padeciendo ya serias alteraciones en su salud, ingreso a Estados Unidos, en donde se le diagnostica un cáncer muy avanzado y no logra el asilo político que ahí buscaba, teniendo que continuar su viaje desesperado a Panamá, para finalmente ser aceptado en Egipto, en donde fallece el 27 de Junio de 1980 a causa de un linfoma.
Pasaron más de cuatro años del triste final de un monarca, que acumuló grandes riquezas depositadas en bancos suizos, pero al igual tenía grandes sumas en los bancos de sus aliados y protectores, los americanos, y sus descendientes y el nuevo gobierno, pudieron retirar parte de esta riqueza, no así lo que se encontraba en Estados Unidos, en donde quedaron depósitos con otras grandes sumas, que eran conocidas solamente por el depuesto gobernante y por uno de sus más cercanos colaboradores, del que después de todo lo acontecido, ya nada se sabía, más que se llamaba Mohaamad Reza, hombre de confianza del Shah para algunos manejos confidenciales, porque este personaje era su pariente y su nombre –en apariencia– era el mismo; solo una “a” de diferencia.
Estando el Licenciado José Ortiz Arana, conocido político queretano, como jefe de la Dirección de Población de la Secretaría de Gobernación, un familiar me solicitó un favor para un conocido suyo, según me dijo, “se trataba de un árabe que había llegado a Querétaro”, en donde estuvo viviendo en un pequeño hotel del centro de la ciudad, logrando aprender algunas frases en español y dominando además de su lengua materna, el inglés a la perfección, por haber estudiado, –al igual que su tío el Shah– en Inglaterra. Era un joven de entre treinta y cinco y cuarenta años, que por asares del destino, conoció a una trabajadora del Seguro Social, que se desempeñaba como fisioterapeuta, coincidiendo en que los estudios de Mohaamad Reza eran sobre medicina, entablaron amistad, y pronto fueron pareja, y conociendo de mi amistad con Pepe Ortiz Arana, pedían que lo contactara con él, para lograr algún documento que le permitiese ingresar a los Estados Unidos, en donde pretendía continuar su especialidad en cardiología.
Soy sincero y diré, que ante esta solicitud y para salir del paso, en una tarjeta de presentación escribí en la parte del frente, el nombre de a quién iba dirigida y el de la Dirección de Población de la Secretaría de Gobernación, de la que era el encargado, y al reverso anoté, “Estimado Pepe, el portador Sr. Reza te comentara como lo puedes ayudar. Un saludo afectuoso”, y la firmé. Después de esto el tiempo trascurrió, pasando varios años, olvidando aquella tarjeta entregada al árabe para salir del compromiso, y pensando, que como en la mayoría de los casos cuando uno da una tarjeta, ¡no pasa nada! pero se cumplió al no negarse a prestar un favor, ¡pero, oh sorpresa!
Casi ocho años después del trámite de la tarjeta de presentación, del que ya no existía más que un remoto recuerdo en la memoria, el familiar que me había solicitado el favor, me tenía un recado de aquel árabe, que por su ausencia hasta sus facciones había olvidado, porque tuve contacto con él solo una vez, pero que mostrando su gratitud, se ingenió para contactarlo por medio de algunos emisarios, que en viaje especial a Querétaro, consultaron directorios telefónicos, preguntaron en oficinas gubernamentales, localizaron antiguas amistades, para llevarle los datos que solicitaba, y que al cabo de unos días, entablaría comunicación telefónica para manifestar su gratitud, y decir que ya había logrado ser un exitoso cardiólogo, con muy reconocido prestigio, dueño de un hospital de lujo en las cercanías de Houston Texas y otro en California en donde operaba con frecuencia, y que la vida le había sonreído, que tenía muchas propiedades –las que no podían justificarse por mucho éxito que como médico hubiese logrado– y a pesar de ser una persona muy importante y rica, “no olvidaba a quienes años antes, le habían ayudado a resolver su problema” ¡con una simple tarjeta de presentación! y fue hasta entonces, en que con sinceridad nos enteraba, “que su afán de pasar a los Estados Unidos, era para recuperar las cuentas que ahí tenía su tío el Shah de Irán”
¡Oh sorpresa! Aquel árabe vestido de manera humilde y mal peinado, tenía esperándolo en Estados Unidos una muy buena cantidad de dólares, y ahora nos ponía a disposición su casa para unas vacaciones en Texas, o en San Diego, para cuando lo dispusiéremos, ya fuese que por esos rumbos llegásemos por nuestros medios, o él mandaría a una persona a recogernos en Querétaro. Preferimos no hacerlo, para no correr el riesgo de volvernos musulmanes, y no hemos ido. ¡Pero, a lo mejor sí vamos!