Hace “un poquito”, más de medio siglo, Querétaro era “muy chiquito” éramos pocos los que aquí vivíamos y quiero robarles un “ratito” para platicarles, como pasaban el tiempo un pequeño grupo de estudiantes, del Bachillerato de nuestra Universidad “los diminutivos son con la intención de señalar, lo que los “fuereños” notaban de inmediato en nuestra forma de hablar”.
Era tan tranquila y quieta la existencia de los queretanos, y pocas las oportunidades para romper la monotonía, de la que conocimos su significado algunos años después, con el “advenimiento” de la televisión, y que antes de esto, hasta “lo más mínimo” que acontecía, hacía que la población se volcara para presenciarlo; para ser testigos de la historia, sin importar que se tratase de un evento cívico o religioso, a los cuales acudía el 97.5 % de los habitantes.
Es de recordarse, el día en que pasó por estas tierras, la gran cabeza metálica del Cristo del cubilete, lo que conmociono a los que atestiguaron su recorrido “por las cuatro calles del centro de la ciudad” en su camino hasta el templo de Santa Clara, en donde fue exhibida en el mismo vehículo que la trasportaba, y muchos rosarios la “tocaron” e infinidad de labios la besaron.
Otro acontecimiento que reunió a los habitantes de la Ciudad y de la periferia (Carrillo, El Pueblito, La Cañada, etc.) fue, el paso del campeón José “Joe” Becerra con rumbo a Guadalajara, en ese día, los asistentes cerraron “pacíficamente” la carretera “Panamericana” y bajaron del vehículo al boxeador, para llevarlo en hombros hasta el Jardín Obregón, hoy Jardín Zenea.
¿Qué nos quedaba entonces a los estudiantes para divertirnos? ¡El cine! Y de ellos existían solamente dos, el “Alameda” y el “Cine Plaza”; en el primero se presentaba muy de vez en cuando espectáculos artísticos y en el cine Plaza, las películas para los que sabían leer los subtítulos de los filmes que resultaban ser el contacto con el mundo exterior (exterior a nuestro Querétaro).
Las grandes producciones de la época de oro, fueron presenciadas en “Cinemascope” con gran asombro por su fastuosidad y se comentaron por mucho tiempo por su contenido religioso. El Manto Sagrado, Ben Hur, etc. Pero comenzaron a llegar películas europeas “en blanco y negro” que mostraban de forma atrevida, parte de la espalda de Brigite Bardot (¡En blanco y negro!), así como otras de contenido francamente pecaminoso, como “Lolita” la que conmocionó a los de alma pura y los obligó a velar por la moral de los queretanos de una manera radical.
Para evitar el pecado, se dio a conocer un teléfono, al cual se tenía que llamar para preguntar ¿en qué clasificación estaba la película en cartelera del Cine Plaza? Porque las del Cine Alameda eran de charros cantores ¡muy machos! Y ninguno se encueraba o era maricon ¡No!, el problema era únicamente en el cine teatro Plaza.
Como el dichoso teléfono para consultar el; “que si se podía ver o no la película” en algunos jóvenes de difícil manejo, remisos a dicha imposición, a quienes les valía “lo que se le unta al queso” obligó a que un grupo de conocidos personajes, decidieran ”hacer una labor en pro de la decencia” y se constituyeron, oficiosamente, en “guardianes de las buenas costumbres y de la pureza espiritual de los queretanos” y cual línea defensiva de los 49 de San Francisco (no importaba que fueran tan malos como estos, porque tenían nombre de santo) se paraban hombro con hombro a la entrada del cine y se daban el lujo se hacer una pregunta idiota.. ¿a dónde van?.. A pesar de vernos el boleto en la mano.
¡No pueden entrar!… La película no es apta para ser vista por ustedes. Y ¿cómo lo saben señores? ¡Ya la vieron ustedes verdad!… Ninguno contestaba, pero mantenían su aire autoritario y ante ellos no cabían argumentos como: ¡Señores!… Dicen que nos podemos quedar ciegos si la vemos; qué tal si la vemos nada más con un solo ojo, ¡Nada!… La respuesta era para reclamar ¿Por qué no llamaron antes al teléfono; para preguntar si la podían ver o no? ¡Si hubieran llamado! les hubieran dicho, si la podían ver o no; cuando supieran su edad.
De ese grupo de señores, a uno lo hicimos blanco de nuestro justificado enojo, y lo bautizamos con el sobrenombre de “la tasa” porque solo tenía una oreja; y era el más intransigente: y, ¡que coraje me está dando en este preciso instante! Con solo recordar su arbitraria actitud, al obligarnos a tirar nuestro boleto de “ochenta centavos” o, guardarlo “de recuerdo” porque al decirles que lo revenderíamos, nos advertían ¡que al comprador tampoco lo dejarían entrar; para conservar la moral y las buenas costumbres!
¿Existirá gente igual en la actualidad, en pleno Siglo XXI?