El concepto de policía, nace con la “polis” o ciudad en Grecia, extendiéndose en el viejo mundo y es traído para América por los españoles, que establecen los presidios o fortines para ir extendiendo los dominios de la corona española.
Por ser la Nueva España una empresa de conquista, las construcciones eran tipo fortaleza, incluidos los primeros establecimientos religiosos que fueron con frecuencia atacados por los naturales, obligando a adoptar la costumbre de marchar a la par clérigos y soldados para resguardarlos, costumbre que perduró por varios siglos hasta que se logró la pacificación de los grupos rebeldes. Uno de los pacificadores de esta región lo fue Don José de Escandón y Helguera conde de Sierra Gorda a mediados del siglo XVIII.
Don Valentín Frías en su obra sobre Fernando de Tapia, relata que, “en año de 1521, Conín, ya bautizado, casado, con dos hijas y acompañado por su pariente Nicolás de San Luis Montañez, llegó a un lugar al que le impusieron por nombre San Juan, por llegar el 23 de junio día en que se celebra al santo y le apellidaron del Río por el que pasa cerca”. Continúa dicho autor diciendo, “que en este lugar se entrevistó con el cacique Mexisi al que bautizaron, así como a su mujer, sin ninguna resistencia de su parte, y que permanece en dicho lugar por un mes, ocupándose del repartimiento de tierras y la organización de la policía”.
Lo relatado anteriormente, deja claro, que parte de la conquista era la organización y entre esta estaba el guardar el orden dentro del concepto de formar la policía, aunque este encargo estuviese realizado por soldados de la corona española, en un tiempo conocidos como dragones del rey. El concepto de policía como individuo fue muy posterior.
Los fuertes, fortines y presidios, cumplieron con la función de resguardo y vigilancia tal como se manejaba en Grecia, pero organizándose ya en este tiempo solo en parte, ya que la función original de la conocida como ‘ciencia de policía’ abarcaba también la salud y educación, además de la justicia y la vigilancia. En América llega ya solamente la parte de vigilancia y resguardo, sobre todo de la Real Hacienda para fiscalización y cobro del quinto real o 20% del impuesto a todas las mercancías y productos, que era lo que le correspondía al Rey, especial cuidado se tenía en el cobro para los minerales, el tabaco y productos de los obrajes.
Los años transcurrieron y durante más de dos siglos, las ciudades y las poblaciones importantes, estaban bajo el cuidado de las milicias comandadas por militares de carrera, primero venidos de España y posteriormente egresados de las primeras academias, anteriores al Colegio Militar y que se les conocía como comandantes de la plaza, entre otros –en el caso de Querétaro- el General José María Arteaga, y a la caída del Imperio el Coronel Julio María Cervantes, quien además del cargo militar, fungió como gobernador del estado.
Muy contrario a lo que se cree, la Plaza de Querétaro sufrió muy frecuentes incursiones por parte de los rebeldes y bandoleros, y después por los insurgentes, y fueron célebres también las dos incursiones del General Tomás Mejía al frente de sus quinientos lanceros, indígenas de la Sierra Gorda, célebres por liberar a los presos que quemaron los archivos para evitar ser reaprendidos, perdiéndose además de sus expedientes, otros documentos importantes de la historia de Querétaro.
En otras ocasiones ante la ausencia de tropa, se habilitaron a los peones de las haciendas dotándolos de uniformes y fusiles, como quedó consignado en el testamento de la benefactora Josefa Vergara, que de parte de su legado fue pagada la compra de uniformes y material bélico.
En esa misma memoria testamentaria quedó la solicitud de tropa para resguardo de los sacerdotes de Tolimanejo y Juchitlán, ante la amenaza de ser muertos por los rebeldes, que se resistían a la pacificación, esto ya en el año de 1812.
Las milicias siguieron durante varios siglos (y siguen) resguardando las poblaciones, con esta costumbre del destacamento y de las partidas militares, para resguardar la paz pública, y mientras esto sucedió, siguieron las policías que se empezaron a contemplar ya en las Constituciones como garantía de la seguridad.
Nos volvemos a referir al historiador Valentín Frías para conocer lo que él vivió y que describe en su obra titulada “Escritos sobre Querétaro” de dónde tomamos lo referente a justicia y que citamos a continuación. “Existen en esta cabecera el Tribunal Superior y dos juzgados, uno de lo civil y otro penal. Estos son de primera instancia. Hay también juzgados menores de ambos ramos. En la cabecera de cada municipalidad hay también juez de letras de primera instancia. En todo el estado hay repartidos 28 jueces menores. Policía, La policía depende directamente de los municipios y el personal en la capital es un inspector, un comandante, 6 oficiales, 2 gendarmes de primera, dos gendarmes de número, 6 de la policía reservada. En los municipios esta policía es muy deficiente por la pobreza del salario. Además de la policía hay guarnición federal en esta capital. Hay además 2 guarda cuarteles con sus ayudantes repartidos en la ciudad.”
Un personaje que se hizo notar por su desempeño eficiente y serio, al entregarse de cuerpo y alma al encargo de jefe policial, se llamó Don Rómulo Alonso y era singular, “ya que vestía con elegancia y se transportaba a caballo”. Por su presencia no solo era respetado –¡era temido! – y tenía el respaldo del gobernador, el general Don Rafael Olvera, quien con mano firme y sin aspavientos, –sin decirlo– lo demostraba, manteniendo a Querétaro tranquilo.
La carrera como jefe de la policía duró más de 20 años, al demostrar Don Rómulo Alonso su eficacia, y aunque durante ese tiempo sus éxitos policiales fueron muchos, dos de ellos lo consagraron, dejando su actuar para la historia.
El primero de ellos, fue el poner fin a la carrera delictiva de una temida mujer conocida como ‘La Carambada’ la que tenía en permanentes zozobra a la población, al atacar a los viajeros en las cercanías de Querétaro, –principalmente en los caminos reales a México y a Celaya–, en dónde con mucho ingenio había ideado el encender en una singular estratagema, olotes, los que colocaba en la oscuridad de la noche a los lados del camino, para que el viento, al avivar el fuego, le diera la oportunidad a ella para decirle a los asaltados “que no opusieran resistencia, porque estaban rodeados por sus hombres” esto, al sugerir sin decirlo, que estaban fumando. Esta mujer se hizo famosa, porque después del robo, hacía escarnio de sus víctimas, diciéndoles ¡que vieran quien los había asaltado! a la vez que se subía las enaguas o se abría la blusa para enseñar los pechos.
Don Rómulo decidido a capturarla, le puso una celada en la que cae ‘La Carambada’ y tratando de que la ley se respetara a toda costa, una vez cumplida la aprensión le aplica la perversa “Ley Fuga” en la que solían decirle al capturado “Vete, te dejamos ir, pero ya no sigas robando” y al darles la espalda eran acribillados, justificándose en que habían tratado de huir.
El otro éxito de Don Rómulo fue la captura de un escurridizo ladrón, del que se decía “que les robaba a los ricos para darle a los pobres, y que, por su gran habilidad para el disfraz, no lo habían podido capturar en la Ciudad de México, así como en estados vecinos, y que escapando se había trasladado a nuestra ciudad, en dónde cometió audaces robos en los que dejó demostrado su empeño para el delito. Uno de sus robos fue en la casa de los Condes de Alvarado, y el otro en la tienda “El Ave del Paraíso” propiedad del Sr. Alday, así como otros de menos trascendencia.
El primero de los robos mencionados –el de la casa de los Condes de Alvarado– (hoy casa destruida y fraccionada en las calles de Escobedo) en dónde vivía una viuda, de la que se decía que tenía joyas y dinero escondidos, y que desconfiada no habría la puerta de su casa ¡a nadie! siendo su único contacto a través de una niña, que diariamente acudía a determinada hora, para que la viuda, bajando una canasta con un mecate, le pasara una lista de lo que necesitaba y el dinero para comprarlo. Al regreso, por la misma operación de la canasta, la niña depositaba en ella lo comprado. Nunca se supo cómo Chucho el Roto y sus secuaces lograron penetrar a la casa a robar, siendo muy dramáticos los resultados, ya que, al negarse la viuda a revelar el escondite para su dinero y joyas, la atormentaron hasta causarle la muerte, dejándola colgada con un mecate en la escalera.
El otro robo fue a la tienda del Sr. Alday “El Ave del Paraíso” del que se dice, que disfrazado de limosnero Jesús Arriaga, alias Chucho el Roto, logró aflojar las piedras del marco de la puerta, en una paciente labor que duró varios días, y una noche por ahí entró, robando todo lo de valor que ahí se encontraba. Este sin duda fue el robo más cuantioso que realizó en Querétaro.
Ante el escándalo ocasionado por los robos de Chucho el Roto y por conocerse que un fuereño estaba vendiendo joyas a un comerciante, le pusieron una trampa coordinada por el astuto Don Rómulo Alonso, en la que salió más hábil que el escurridizo ladrón, trampa en la que Chucho el Roto cayó y fue aprehendido, iniciándole proceso del que existía testimonio en el archivo judicial.
Al correrse rápidamente la voz de la captura de Jesús Arriaga, el comandante y jefe de la policía secreta de la Ciudad de México, el que tantas veces había sido burlado en la capital por Jesús Arriaga, se trasladó a Querétaro y haciendo hasta lo imposible, al mover influencias y ejecutando mucha presión ante el gobernador, logró llevarse al capturado a la capital, en dónde lo presentó a la prensa y a la sociedad, diciendo con arrogancia ¡que él lo había capturado! lo que causó gran molestia en Don Rómulo Alonso, que trató de desmentirlo sin lograrlo, quedando como antecedente firme, el proceso que se inició en Querétaro y dónde se detallaba sus latrocinios y la forma y lugar de su captura, y que ponía al jefe de la policía de México en el más espantoso de los ridículos.
Don Rómulo Alonso, duró varios años más ejerciendo con autoridad su cargo de jefe de la policía en Querétaro y supo ganarse el cariño y reconocimiento del pueblo.
Los tiempos cambian y los requerimientos para mantener la paz y seguridad están ya muy distantes de aquellos años, en que Don Rómulo Alonso, cuyo nombre quedó ligado a dos de nuestras leyendas, -La Carambada y Chucho el Roto- ya que a la primera aplicándole la “Ley Fuga” y trasladando su cuerpo a lomo de burro al Hospital Civil, sin proponérselo y cumpliendo con su función, Don Rómulo dio pie para que los hermanos Cabrera -Pablo y Salvador- se inspiraran en su novela de ‘La Carambada’. Y en lo referente a Chucho el Roto, para dejar documentado su gran capacidad policial, aunque la historia no se lo haya reconocido, el merece ser tomado en cuenta por los queretanos como el personaje que sirvió a Querétaro y que mantuvo la paz y la tranquilidad, aunque con el estilo de la época.