En el México prehispánico, en el territorio en que posteriormente se erigiría el estado de Querétaro, se practicaba lo que era el primitivo comercio y que se conocía como “trueque” o intercambio de productos. Era el cinabrio producto de las primitivas minas de mercurio de la Sierra Gorda, lo que nuestro territorio proporcionaba para dos usos principalmente, la decoración de edificaciones por medio de su color rojo y la preparación ritual de los muertos.
De los rústicos “chocolones”, túneles estrechos cual madrigueras de animales, se extrajo mucho cinabrio, que fue llevado lo mismo que a la gran Tenochtitlan, a Teotihuacan, que a la lejana Guatemala, en donde se intercambió por piedras de jade. Fue un muy conocido personaje –Conni– que intercambiaba con los habitantes de La Cañada, piezas de obsidiana y pieles de animales, por sal y chile, cuando él se dedicaba al comercio.
Conni en la gentilidad, y después ya conocido como Hernando de Tapia, es el primer comerciante del que su nombre se conoce, y no queda duda de su actividad comercial, tanto que su mismo nombre por el que era conocido, significa pregón o «ruido», era un pochtecalt. De esta manera con Conni se tienen memorias del primer comerciante en Querétaro.
Se dice, que fue hasta mediados del siglo XVI, en que llegaron los primeros españoles a establecerse en la ciudad, y que con ellos, llegaron diferentes productos traídos de España, con los que comerciaron, lográndose que en forma gradual, se adoptasen los procedimientos europeos del comercio del viejo mundo, La compra venta fue con una gradual sustitución del intercambio de mercancías, hasta llegar al pago con moneda, superando la etapa en que se usaba los cañones de plumas con polvo de oro, o los granos de cacao y café con los que se compraba anteriormente, o el simple intercambio de productos.
A partir de la acuñación de la moneda, las piezas, -principalmente de plata- se integraron al comercio en la Nueva España, sin desplazar al trueque, que como costumbre muy arraigada perduró durante los siglos posteriores, y que sigue sin desaparecer en nuestros tiempos, ya que se continúa dando aún en el campo con el intercambio o pago con productos agrícolas.
Largo fue el tiempo, en que el comercio tradicional de los antiguos pobladores de estas latitudes, se continuó dando, tal como se hacía en los pueblos primitivos, a ras del suelo, con la mercancía sobre un sayal o un petate, con el comerciante encuclillado tras de su mercancía. En algunos casos pregonando sus productos, para atraer a los interesados en adquirirlos, conservando ese característico tono de voz, resultado de la falta de dominio de la nueva lengua, y tuteando al comprador en correspondencia al trato que a ellos se les daba. Así nacían los “marchantes y las marchantas” nombre genérico al cual respondían al ignorarse su nombre real.
Con el paso del tiempo, se dio un fenómeno natural, los hombres se dedicaron a la producción de los productos, en las congregaciones de indios de la periferia de la ciudad, y las mujeres se encargaron de las ventas, siendo un mayor número de marchantas las que acudían a los tianguis, que antecedieron a los mercados formales, los que las autoridades comenzaron a alentar para poner orden.
En Querétaro se tiene conocimiento, sin descontar que en el largo periodo de transición del tianguis a los mercados, se hayan dado las actividades comerciales en muchos otros lugares, como las plazas públicas y atrios de los templos, y es por los escritos de nuestros historiadores, que se conoce, que fue muy popular el tianguis del templo del Carmen, que siendo otros los tiempos y ante la ausencia de vehículos, se instalaba ocupando parte del atrio y las calles conocidas hoy como Juárez y Morelos. Como la población de Querétaro ocupaba entonces apenas unas cuantas manzanas, este sitio resultaba muy accesible para obtener fácilmente los productos del consumo diario.
Las características sombrillas de madera y manta, comenzaron a hacerse presentes y fueron parte fundamental de los tianguis, desde que esta idea se trajo de la capital para sustituir los manteados, toldos de manta. Algunos artesanos copiando el rústico mecanismo que las hacía fáciles de transportar, al hacerlas plegables las perfeccionaron, agregándoles goznes de metal, aumentando su duración. Estas sombrillas las fabricaban los mismos que hacían los barriles, o los clásicos huacales de vara, para transportar las mercancías. Ya después hubo especialistas en cada uno de ellos.
En el tianguis del Carmen se encontraba todo lo que hacía falta en la casa, tanto para el consumo diario, como eran las verduras y legumbres, fruta de huertas y del campo, como las tunas, garambullos y pitahayas, o aves de corral, que se vendían vivas, gallinas para un caldo o guajolotes para el clásico mole. Jarcería, estropajos, mecates o productos de limpieza y aseo personal. Xhité para lavar los pisos o piedra Pomex para tallarse los talones. Plantas y aves de ornato y canoras. Un lugar especial era el de las marchantas tortilleras, que por temporadas vendían gorditas de maíz quebrado o de trigo.
Como lugar indispensable para la vida de una población, los tianguis fueron gradualmente tomados en cuenta por las autoridades, y en nuestra ciudad, el gobernador Francisco de Paula Mesa, en el año de 1847, –de su propio peculio– compró la huerta del Convento de San Antonio, y demoliendo la tapia, construyó dos tejavanes, que hacían esquina en la calle del Molino –hoy 16 de septiembre– y Josefa Vergara –hoy Corregidora– a este lugar se le conoció como el mercado de San Antonio.
En el mercado de San Antonio, se ubicaron a los comerciantes del mercado del Carmen, y por su amplitud, se agregaron otros más, quedando formalizado el primer mercado de la ciudad. Este mercado funcionó por 60 años, hasta que, en el largo gobierno de Don Porfirio Díaz, el gobernador de Querétaro Don Francisco González de Cosío, decidió retirarlo en 1909, para la construcción de un monumento en honor de la heroína Josefa Ortiz de Domínguez. Junto con el mercado, fue retirada también la fuente del Dios Neptuno, que, en el año 1847, de manera emergente, se había tenido que construir, ante la inconformidad del pueblo, por el retiro de la fuente de la Plaza del Recreo –hoy Jardín Zenea parte norte– con motivo de una corrida de toros, organizada por Don Melchor Noriega. A Neptuno se le trasladó al sitio donde hoy se encuentra, en Madero y Allende.
Los comerciantes del mercado de San Antonio, fueron trasladados al barrio de La Cruz, frente al templo, en el antiguo Campo Santo, y se le conoció desde 1909 hasta 1985, como el Mercado de La Cruz. En 1985, durante el gobierno de Mariano Palacios, se construyó el mercado Josefa Ortiz de Domínguez, al que muchos continuaron llamándole mercado de La Cruz.
Años antes de la aparición de la primera tienda de auto servicio en Querétaro, El Centro Comercial Conde, –hoy telas Parisina Zaragoza—en este mismo rumbo, en los 50s, existió una tienda mixta –autoservicio y dependientes—que por estar en las terminales de los autobuses de “segunda y tercera clase”, practicaban el intercambio de productos del campo por víveres, recibiendo huevo, quesos y aves de corral a cambio de mercancía. El Súper de Querétaro, de las calles de Corregidora norte, fue de los años 70s.
Una mención aparte, merece el histórico mercado Dr. Pedro Escobedo, llamado así en memoria de un ilustre queretano, al que se considera el padre de la medicina moderna en México, al innovar los programas de estudio, uniendo las ramas de la clínica y la cirugía, que se estudiaban por separado. El Dr. Escobedo, realizó grandes aportaciones a las ciencias médicas, y como reconocimiento, se impuso su nombre a un municipio y al nuevo mercado, iniciado por el gobernador Francisco González de Cosío. Mercado que dio vida a la ciudad y que durante varios años fue un punto de encuentro entre sus habitantes. Lugar de comercio y de socialización, reservorio de tradiciones, leyendas e historias, que unía lo tradicional con la modernidad innovadora en el comercio, pero conservando lo rico de nuestras raíces, como las marchantas y los marchantes. Lugar de ventas de todo lo imaginable, comestibles, verduras, frutas, ropa, y las tradicionales carnitas, así como los camotes “achicalados”, tan queretanos. ¡Todo, Todo! Todo se conseguía en el mercado Pedro Escobedo, a pesar de que unos años antes de su desaparición, algún iluminado le cambió el nombre por Mariano Escobedo, como resultado de su ignorancia.
Mercado con su clásica fuentecilla central del niño, abrazado del cuello de un cisne, fuente que servía de referencia cuando se buscaba un puesto determinado para alguna compra, “¡por donde señala la cabeza del cisne!”, –se decía- “por ahí está Don fulano el de las verduras”. Fuente trasladada a otro mercado – el del tepetate- de donde después desaparecería misteriosamente, cuando en 1964 el nieto de su iniciador lo demolió. Manuel González Cosío, después de un sospechoso incendio que arrasó con el mercado, decidió cambiarlo a las orillas de la ciudad. Sitio en donde con su nuevo nombre de Mariano Escobedo, se conserva como el mercado más importante de la ciudad. La Central de Abastos tiene otras características que la hacen ser diferente, ya que carece de la calidez de los mercados, por ser ventas de gran volumen.
Con el crecimiento de nuestra ciudad, surgieron nuevos polos de desarrollo, y junto con ellos aparecieron sus indispensables mercados, evolucionando desde improvisados puestos callejeros hasta lograr instalaciones decorosas, como el mercado del Tepetate, el de Casablanca, el de la Reforma Agraria y los de Bolaños y Peñuelas, Satélite y Santa Mónica, y siendo la costumbre centenaria tan nuestra y arraigada, los tianguis itinerantes y fijos, continúan conservando su característica fundamental que los hace tan nuestros, ¡el contacto humano sincero entre el vendedor y el comprador! con todo lo que implica un acto de comercio, para que ambos queden conformes y satisfechos ¡Esos son nuestros orígenes comerciales! Y la modernidad ya tan omnipresente a través de las grandes cadenas comerciales, no han logrado borrarlos, y en muchas ocasiones tratan de imitar su sistema de cercanía con la población con los…. ¡¡Miércoles de Tianguis!!.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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