Desde tiempos remotos se conocía, que la tradición para con el apóstol Santiago se había iniciado hace más de seis generaciones y que fue una pareja, cuya descendencia se divide en dos ramas, una por parte del hombre, del que se ignora cómo se llamaba y del que descienden los Ramírez y por parte de la mujer de esa pareja, la otra rama también se les conocía como los Ramírez.
Por la tradición oral a través de los “herederos” se puede ubicar, que la primera capilla de “Santiago el Mayor” se encontraba sobre la calle Real, –hoy conocida como Emiliano Zapata de La Cañada–, en una propiedad cuya referencia era la que se conocía como “la tienda nueva”, que en ese tiempo era la única del rumbo, en una propiedad a un lado de la casa de Margarito Coronel y de esto ya pasaron muchos años “los que rebasan con mucho, el siglo con facilidad” por ser como ya se dijo cinco o seis generaciones las que han cubierto la devoción al santo.
Dice don Pedro Martínez, “que la imagen del santo que representaba a Santiago, era muy grande -del tamaño natural- y su caballo, también tenía una gran talla aproximándose a la de un animal de este tipo”. Todo era de madera tallada y estaba depositado en una casa como eran antes la mayoría, de las que había en La Cañada. El techo era de carrizo con palma y zacate, del que se daba a “montones” y que los habitantes podían cortar en el cerro y en los llanos, al igual que el carrizo, que en abundancia crecía a las orillas del rio. Probablemente, el incendio se inició por la caída de una vela con las que iluminaban al santo y siendo la casa de material que se prendía con rapidez, en pocos minutos estaba ardiendo todo con el santo en lo más fuerte del fuego.
Con gran esfuerzo y participando muchos, lograron apagarlo, viendo que del santo y su caballo, quedaba solo una parte, decidiendo, por el gran cariño que le tenían, hacer otra figura, que salió más pequeña y se le empezó a llamar “Santiaguito”, quedando la nueva representación que desde entonces se conserva y que ya fue recibida en la nueva capilla cuando se terminó de construir, capilla de la que se conservan sus muros en las cercanías del “Colegio de Bachilleres”.
En la nueva capilla de Santiaguito, los encargados era una pareja, que cedieron parte de su terreno para la construcción y durante años fueron los guardianes de la ya histórica imagen, y cada año le realizaban su festejo, consistente en una comida, en la que se congregaban los herederos pertenecientes a la familia Martínez. De la pareja que donó el terreno y que conservaron la tradición, ya siendo mayores, recogieron a un muchacho al que veían como a un hijo y así seguían pasando los años sin fallarle nunca al santito con su festejo aportando dinero y comida a la reunión.
Los dos depositarios de la imagen y de la tradición, murieron uno y después el otro y le dejaron la propiedad y la responsabilidad al que veían como hijo, lo que ocasionó la inconformidad de tres de los más ancianos de los herederos; nombre que se da a los que tienen el compromiso de cumplirle al santo a nombre de sus antepasados, y esos tres señores, reclamaron la imagen ya bendita, argumentándole a quien se la quitaban “que no la debería de tener, porque no estaba bien, ya que los difuntos que se la dejaron no estaban casados, y él tampoco la podía tener pues era adoptado y no era legítimo heredero, por lo que no podía continuar con el santo en su poder”.
Años pasaron y también muchos conflictos familiares se presentaron, al tener guardado al santo en diferentes domicilios, sacándolo exclusivamente para su novena y su velación con motivo de su festejo. Un tiempo, se mantuvo en la capilla nueva que vendría a ser ya la tercera, la que se encuentra en la avenida del Ferrocarril, capilla que fue olvidada por mucho tiempo, sufriendo la imagen deterioro y ante la amenaza de un robo, como les había ocurrido a otras imágenes por esos días, doña Pomposa Martínez, descendiente de a rama de los Martínez, que venía de la mujer de aquella original pareja, a la que se le atribuye ser los iniciadores del culto a “Santiaguito” a casi siglo y medio de su iniciación, teniendo ya acumulada mucha historia, y peregrinaje de capilla en capilla, esta pequeña escultura, hecha de la madera que el incendio respetó y que doña Pomposa le rescata para iniciar la etapa contemporánea de su veneración.
Como habrán notado; durante los años que los descendientes de los Martínez y Martínez han mostrado su fe al santo, lo han conocido con diferentes agregados a su nombre original y correcto, que es: “San Tiago” al que la fuerza de la costumbre ha hecho que se conozca en una sola palabra, tanto en México como en España, no obstante que en esta última es su santo patrono, por haberlos “liberado de los moros”, y se le conoce como “Santiago Matamoros” y fue traído a México por los españoles, extendiéndose su culto a toda la Nueva España, sirviendo también para legitimar lo conquistado, como es el caso del propio “Santiago de Querétaro”.
A través del relato de don Pedro Martínez, que, al trasmitirnos sus recuerdos, acumulados en sus 74 años de vida, podemos rescatar gran parte del componente histórico, de una de las más antiguas tradiciones en La Cañada, que indudablemente fue iniciada por los primeros sacerdotes que acompañaron a los conquistadores a estas tierras. Tradición centenaria con alto contenido de religiosidad, que nuestro entrevistado guarda como parte fundamental de su existir; porque la siente tan interiorizada, al saber que ha cumplido con el compromiso que se adquiere al ser nombrado heredero de una tradición; esencia de un pueblo mágico y singular como lo es La Cañada.