Querétaro no surgió de la nada, como comúnmente se interpreta de la fundación de la original población, y esto resulta explicable al estar demostrado mediante las crónicas, que Conni acudía a estas tierras a comerciar con los pobladores que las habitaban antes de la llegada de los conquistadores.
De los muy escasos documentos existentes sobre nuestros orígenes, existen en los archivos, algunos que hacen suponer que, el nuevo asentamiento se encontraba con núcleos de población indígena, vecinos, los que en un principio fueron tomados en cuenta cuando Querétaro nace como pueblo de indios, y tiene como su primer gobernante cacique a don Fernando de Tapia, en la gentilidad conocido como Conni. A mediados del siglo XVI se inició la llegada de los primeros españoles que se asentaron, y aunque se respeta la organización que gobernaba a los indígenas, estos comenzaron a ser desplazados y despojados de sus tierras por otros de su misma clase, pero ya españolizados como el propio Tapia que ya sabía firmar, comía en mesa con mantel, vajilla de plata y tomaba buenos vinos.
Conocemos por la historia, que Juan Sánchez de Alanís realizó la traza del pueblo “como un tablero de ajedrez” y que Conni repartió terrenos para sementeras y viviendas en La Cañada. Pero mientras esto acontecía, también desplazaba a su conveniencia a sus hermanos para sacarlos de donde habitaban, sin que se pueda decir que fueron despojados de sus propiedades, porque ese concepto de posesión de las tierras no existía para ellos.
Uno de los lugares con muy buenas tierras y abundantes veneros y arroyos, eran los terrenos situados al norte de la población, terrenos que se disputaron mediante litigios ante el rey, don Fernando de Tapia y don Juan Sánchez de Alanís, terminando finalmente en poder de la familia Tapia, heredándolos don Diego el que también fue gobernador de indios, muy listo y astuto, porque supo enaltecer y hasta exagerar las acciones de su padre, para obtener canonjías por las supuestas acciones al servicio del rey. Así con habilidad, acrecentó su ya muy grande fortuna que consistía en grandes extensiones de terreno.
Al fundarse por cedula real el Real Convento de Santa Clara, Luisa Tapia se llamaría Luisa del Espirité Santo, y sería con los bienes de don Diego con los que se construiría este gran convento, que fue dotado de tierras y esclavos, pasando así a propiedad del convento el Molino Colorado, hoy Fábrica de Hércules, las tierras de la llamada Congregación Nueva, situada entre Hércules, y Álamos, y además una muy extensa propiedad con ganados y sembradíos que se extendía muchas leguas y que se conocía como Jurica el Grande.
Con el paso de los años, la gran finca fue adquiriendo inmensas dimensiones, siguiendo la costumbre de edificar a semejanza de las fortalezas Medievales, todas sus construcciones, por una razón defensiva. Se trataba de un territorio en proceso de conquista y la guerra chichimeca ya casi duraba cuarenta años, al tratar los antiguos pobladores recuperar sus habituales asentamientos y de expulsar a los extraños.
A principios del siglo XVII, y con la hacienda en poder del Convento de Monjas de Santa Clara, son despojadas de ella y continua después en manos de varios clérigos, hasta llegar a ser ocupada por la Compañía de Jesús, sacerdotes que ahí permanecieron hasta su expulsión por órdenes del Marqués de Lacroix y después de quedar en el abandono se fueron ocupando varias fracciones de su gran extensión, y de ella surgen otras haciendas como Juríquilla –conocida como Jurica Chica–, Mendiola, el Salitre, Santa Rosa, Buena Vista y Alvarado.
Dentro de las antiguas y tradicionales formas y medidas de las tierras, el equivalente del aproximado en hectáreas, sumarian alrededor de cinco mil, extensión considerable que con el paso del tiempo, se continuó subdividiendo, hasta la llegada de un español de nombre Francisco Urquiza Balbuena, que compró lo que era conocido como el gran obraje de Santa María de Guadalupe, asentado en terrenos de Jurica el Grande, y que en ese tiempo era de mayor importancia que los obrajes de Texcoco y de Puebla.
Para esos años –a finales del siglo XVIII– eran frecuentes los ataques de chichimecas nómadas, que aprovechaban el aislamiento de Jurica para robar ganado y cosechas. Cuando la hacienda estuvo ya en poder de Francisco Urquiza Figueroa, descendiente del comprador original, viene el reparto agrario y de las cinco mil hectáreas, y le dejaron cuatrocientas oficialmente, aunque en realidad conservaba una cantidad mayor, la disminución tan violenta de su patrimonio, le ocasionó una gran contrariedad que lo llevó hasta la muerte.
Don Francisco Urquiza Figueroa hereda a sus hijos Carmen Urquiza Álvarez, que decide otorgar un poder a Consuelo Urquiza Rubio para vender la Hacienda del Salitre, porque ella se había ido de monja. La Hacienda del Salitre era una de las que integraban Jurica el Grande y la otra era la Hacienda de Alvarado, que quedó en poder de Ángela Urquiza Rubio. La Hacienda de Mendiola desaparece y la gran Hacienda de Jurica queda en poder de don Carlos Urquiza Rubio, y durante este tiempo se crearon nuevas fracciones por la venta de varias de las tierras.
Don Carlos Urquiza Rubio trabajó la hacienda con gran pasión, haciendo producir las tierras de Jurica el Grande, y con el propósito de mantenerse cercano a su propiedad, vivió durante varios años en ella con su familia –esto a mediados del siglo pasado– cuando el trasladarse por aquellos rumbos, significaba recorrer un camino de terracería. Cuando la gran hacienda se encontraba muy distante de la ciudad de Querétaro y era lo único que existía por ahí. Cuando este recorrido generalmente lo tenía que hacer en su yegua “la retinta”, la que lo trasladaba hasta su domicilio en la céntrica calle de Ángela Peralta, y al descender del animal y desensillarlo, le daba una orden con un silbido para que regresara sola hasta su corral. Esto lo hizo hasta el último día que el animal vivió.
Pocos vestigios de su grandeza permanecen en la hacienda. Ahora trasformada en un lujoso hotel. La puerta principal estaba a un lado del lugar en donde se pagaba a los peones, lugar ahora trasformado en biblioteca. Por el gran patio pasaban por un lado los animales a sus establos. Del lado izquierdo, donde hoy es la suite del patio de los tules, estaba la casa habitación de la familia Urquiza. Al otro lado del patio el gran comedor familiar, y como testimonio del pasado perdura en la pared, la argolla de mezquite en la que don Carlos amarraba a su yegua “la retinta”.
Sus tierras de cultivo que hace siglos fueron una gran laguna, ahora son asiento de lujosas residencias, y aun lado del hotel –en la glorieta de la entrada– una alta construcción de ladrillo aparente, permanece al centro de la fuente, es la antigua chimenea de la fábrica de ladrillo, en los que se podía leer “Urquiza y Compañía”, ladrillos con los que se edificaron muchas de las constricciones de Querétaro.
Como un valioso rescate para la historia de esta Hacienda de Jurica el Grande, -y de Querétaro-, la Licenciada María de los Ángeles Urquiza Aguiar, conserva dos importantes documentos que han pasado de generación en generación. Uno es, la Merced Real, fechada en el año de 1707, con los sellos reales, contenida en un grueso legajo protegido en piel, el que de manera pormenorizada y con muchos detalles, se describen las extensiones, colindancias y límites de las tierras, así como sus características, mojoneras y otros puntos de referencia.
El otro documento esta resguardado en pastas de añoso pergamino, y son las más antiguas escrituras que se conocen de esta importante Hacienda de Jurica el Grande. Ambos documentos son invaluables por su contenido histórico y por su propia antigüedad, documentos a los que la Licenciada María de los Ángeles Urquiza, –hija de don Carlos Urquiza Rubio–, protege como un tesoro familiar, y a la que le agradecemos el permitirnos darlo a conocer en el libro que editamos de «Haciendas Queretanas», con la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal.