El día 22 de Julio de 1809, el notario Luis Fernando Domínguez, le informó al señor Corregidor Don Miguel Domínguez, de la muerte de la señora Josefa Vergara y Hernández, y ese mismo día por la tarde, el corregidor encabezó a los miembros del cabildo, para realizar una visita “a la casa mortuoria” en donde se velaba a la difunta, y su confesor que ahí se encontraba, “hace entrega del testamento con las disposiciones, para que el ayuntamiento se hiciese cargo de las funciones de albacea” de uno de los legados más importantes por su cuantía, y también por el contenido social de las disposiciones muy precisas, para su manejo en beneficio del pueblo de Querétaro.
Propietaria de una inmensa fortuna, que incluía; su casa, la conocida como “Casa de los Perros” en la calle del Desdén (hoy calle de Allende sur) casa que en un tiempo perteneció a Don Ignacio Mariano de las Casas. Cinco coches, fino mobiliario, platería, muchas joyas, además de las importantes haciendas de la Esperanza, el Blanco, Galeras, el Coyote, la Caja, Urecho, Viborillas, San Vicente, los ranchos de las Cenizas y la Peñuela. Todo esto, iniciado con tan solo “ochenta pesos” que eran todo lo que tenían; ella y su marido Don José Luis Frías. Matrimonio que no tuvo hijos, pero, resultando carente de veracidad, el decir que no tenía herederos, porque, en su testamento, Doña Josefa hace importantes legados a sus sobrinos, hermanas y hermanos políticos.
Por lo contenido; tanto en sus disposiciones testamentarias, como por lo encontrado en su casa, y la forma de ser consignado por los encargados de ello, además de el cuidado exagerado que se dio a lo encontrado, se pueden deducir varias situaciones que clarifican el origen del gran capital de doña Josefa Vergara y Hernández, ya que en su buró “se encontraron doce mil quinientos cuarenta pesos” dejando perfectamente especificado, que esta cantidad fue todo lo que en monedas se encontró, quedando bien señalado en el libro del notario, en donde se anotó todo lo referente a los movimientos y disposiciones de los bienes, desde 1809 a 1819.
Un hecho de suma trascendencia fue, el de poner el mismo día de su muerte, una guardia con soldados conocidos en ese tiempo como “dragones” que fueron siete, a cargo de un capitán, para proteger “los tres arcones que ahí se encontraron” y de los que no se da a conocer su contenido, lo que sí hace la testadora, al mencionar las joyas como parte de un legado, “para que al alcanzar un valor de cien mil pesos, se instale con ello un Montepío, como el de la ciudad de México”.
En otra parte del testamento, Doña Josefa Vergara, puntualiza dos cosas; “que este legado no se revuelva por ningún motivo con otros bienes, y que a los que empeñen joyas, se investigue el destino que darán al dinero, para no fomentar el vicio” con lo que quedó en claro, que el sistema del Montepío, ya venía funcionando en la casa de la difunta, justificando a la vez, el origen de la gran fortuna, que no fue como refiere Don Valentín Frías, “como el producto de las buenas cosechas de la hacienda de la Esperanza” porque antes de la compra de ésta hacienda, ya se había tratado de comprar la de Balvanera.
Otro dato más con el que se confirma el contenido valioso de los arcones, es; que al ser trasladados estos a las “Casas Consistoriales” residencia del Corregidor Don Miguel Domínguez, se tomaron providencias para su resguardo; fabricaron una sólida puerta con tres llaves, para que además de Corregidor, también el Alférez Real, Pedro Antonio Septién Montero y Austri, tuviese otra en su poder, y el lugar escogido; por su seguridad, fue una sala frente a la habitación del Corregidor.
En una de las anotaciones que el cabildo dejó consignada el día treinta de diciembre de mil ochocientos trece, se menciona el depósito de unos collares de perlas de quince hilos cada uno con chapitas de oro con diamantes y unos anillos “de brillantes” un ahogador de diamantes, más dos mil trescientos sesenta y nueve pesos medio real, esto de manera muy vaga, y no se vuelve a mencionar nunca más lo de las joyas, producto de la pignoración en el Montepío de Doña Josefa, la que no tenía la conciencia muy tranquila, al disponer “que al momento de su muerte, se amortajaba su cuerpo con el hábito de San Francisco y se mandaran celebrar ese mismo día, trescientas misas, las que se repetirán en sus aniversarios y en la fiesta del señor San José, en la misma cantidad y a la pitanza de un peso por cada una”.
Cuando años después, el Presidente Antonio López de Santa Anna; en 1843, ordenó al gobernador Julián Juvera, la venta de la hacienda de la Esperanza, que formaba parte del legado, al español Cayetano Rubio, los dueños anteriores a Doña Josefa Vergara, iniciaron un juicio, para recuperar la propiedad, alegando el haber sido despojados, por incumplimiento de un pago, ¿a caso se trató de la garantía de un préstamo?
Con la recuperación del importante documento, en donde está el protocolo del notario José Fernando Domínguez, con los movimientos de los bienes y con las firmas de conocidos personajes de nuestra historia, como el corregidor Don Miguel Domínguez, el párroco Félix Osores, el alférez Real Pedro Antonio Septién y muchos otros; documento perdido durante 120 años y rescatado en 1987, por quien esto escribe, y quedando de manifiesto, el primer robo al legado de Doña Josefa al pueblo de Querétaro; las joyas, y después de éste, seguirán muchos otros.
Dedicado a la “conciencia” de quienes a través de la historia, “le han dado pellizcos” al legado de Doña Josefa Vergara y Hernández, y también, al que robó su testamento.