La riqueza cultural de nuestro Querétaro, es muy grande, y se ha acrecentado a través de los siglos gracias a quienes nos antecedieron, que de una manera han legado historias a las que el tiempo ha convertido ya en parte muy importante de nuestro patrimonio intangible, traduciéndose en nuestra conciencia y representando un motivo de orgullo colectivo, al ser aportación de determinadas familias de la que se afirma fueron las protagonistas de los acontecimientos.

Parte fundamental de nuestro trabajo, es el rescate de personajes de la vida cotidiana, que no carentes de merecimientos, no sería posible que figuran en los libros de historia, razón por la que decidimos hacerles sus propios libros, en los que se relatan sus interesantes vidas, las aportaciones a través de su trabajo, así como sus historias que como parte patrimonial se las legaron a sus hijos.

Una de estas historias le pertenece a la familia de Don Pantaleón González, emprendedor hombre de trabajo de origen español, que como producto de su esfuerzo logró hacerse de regular fortuna; en aquel Querétaro del primer tercio del siglo pasado, escogiendo para vivir el populoso barrio del Tepetate; por la privada “Encanto” en donde tenía una amplia y muy añosa propiedad, que le servía también para mantener un importante establo de ganado lechero, con una leche de primera calidad y por lo mismo de muy buena aceptación, la que diariamente repartía a diferentes expendios, en su antiguo vehículo tipo pick up.

Como complemento de su negocio lechero, estableció también panaderías y con sus ingresos comenzó a comprar terrenos en diferentes partes de la ciudad, adquiriendo unas huertas con rumbo al oriente a orillas del Río Querétaro, con muy buenas tierras que producían mucha fruta y además sembraba granos, y sí como hemos dicho podían en ese tiempo establecerse establos en zonas habitacionales muy cercanas al centro de la ciudad, las huertas a las que nos referimos estaban distantes de la población, por lo que ahí pensaba poner otro establo; en lo que hoy es la colonia “San Javier”.

Los paseos que la familia González realizaba a su huerta, por lo distante, lo hacían a lomo de equinos, entre los que había algunos representantes de la clase mular, partiendo habitualmente un muy buen número de miembros de la numerosa familia, casi todos los fines de semana, con el objeto de pasar un buen día de campo, y en una ocasión, pocas horas habían transcurrido después de su llegada a las huertas, cuando de improviso la propiedad fue invadida por unos desconocidos, que amenazándolos con sus armas y machetes los despojaron de su dinero y les robaron los animales, desapareciendo velozmente con rumbo a la Cañada, no sin antes amenazarlos para que no los fueran a seguir.

Como pudieron, y con el susto todavía, regresaron hasta la casa paterna, en donde informaron a Don Pantaleón de lo ocurrido, lo que se comentó por varios días, ya que los robos de ese tipo ya no se daban en Querétaro; no así el abigeato que era muy penado por la ley, siendo ésta más severa con las penas contra el abigeato, que con los homicidas.

Casi quince días habían transcurrido del mal momento vivido por la familia González y cuando ya no se mencionaba lo del robo de los animales, a los que se daba por perdidos cuando con gran sorpresa de Don Pantaleón, que casi para amanecer se disponía a salir; como lo hacía diariamente, para iniciar sus entregas a las diferentes lecherías y visitar sus panaderías, en que incrédulo contempló; que dos de las mulas robadas, se encontraban junto a su puerta esperando, y en cuanto la puerta se abrió, se metieron dócilmente a pasos lentos hasta su corral.

Pero eso no era todo, las dos mulas venían ensilladas y con un par de grandes alforjas cada una, que al tratar de desensillar, su peso fue muy notorio, porque estaban “atiborradas” de monedas y que entre dos personas con dificultad las pudieron bajar. Era fácil imaginar, que las dos mulas se les habían escapado a los maleantes, y bien cargadas con lo que con toda seguridad era producto de otro importante robo de los maleantes, por alguna causa desconocida, que pudo ser hasta que los mataran, y las mulas por la “querencia” regresaron ¿Quién sabe desde dónde? Y regresaron hasta su corral, con lo que cargaban compensan en mucho el incidente ocurrido apenas quince días antes.

¡No todas las mulas son malas, solo algunas sufren de calumnias!


Como un recuerdo a mi Amigo Lalo González Jaime.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!