¡No fallaban! Y en la memoria colectiva muy contados tenían presente, que en determinado año estuvieron ausentes como unacotecimiento muy raro. Y los apagones tenían su temporada coincidiendo con la de lluvias, cuando estas eran más intensas en la segunda parte del año, en que después del estruendo y luminosidad de un rayo que iluminaba todo el firmamento, Querétaro se quedaba a obscuras, ¡y casi siempre por varias horas! hasta que los trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro reparaban el daño causado por el rayo, daño que podía tratarse de un simple fusible o de un costoso transformador.

No estaban lejanos los tiempos en que el progreso había traído a la ciudad, la modernidad de la luz eléctrica, esto de forma paulatina y gradual, para lograr cambiar la iluminación a base de manteca y aceite, por la de las primeras bombillas eléctricas, que debutaron luminosas, asombrando a la gente, en el año de 1882 con motivo de la Feria Internacional de Querétaro, cuando gobernaba el ingeniero Francisco González de Cosío.

La llegada del Ferrocarril Central y la iluminación eléctrica, llegaron a la par, aun que en aquel lejano 1882 las bombillas eléctricas, solamente estuvieron instaladas en el Palacio de Gobierno, -a un lado de la Catedral- y alimentadas por una planta eléctrica, que con ese propósito ahí se instaló y que al término de la feria dejó de funcionar.

A un grupo de queretanos emprendedores, les movió la inquietud de proporcionar electricidad a la población y formaron “La Compañía Hidroeléctrica de las Rosas”, nombre que tomaron de lugar en donde estarían las turbinas, que alimentadas de las aguas del río San Juan, a través de su optimización mediante la construcción de la presa El Centenario en Tequisquiapan, en terrenos de la ex Hacienda de San Nicolas, y de una caída de agua de 115 metros, cuya fuerza movería los generadores para obtener la electricidad.

Por la cercanía a Las Rosas, Tequisquiapan y San Juan del Río, pronto tenían ese servicio y se instalaron los primeros focos de alumbrado público en 1903. Después las líneas eléctricas llegarían a la Ciudad de Querétaro, Pedro Escobedo y La Cañada, y en Querétaro, –como primer servicio– se ponía en funcionamiento el alumbrado del Teatro Iturbide. Ante lo desconocido de lo que la electricidad podía ocasionar, el ayuntamiento, el día de la inauguración, mandó poner compuertas en los canales que corrían cercanos al teatro, para como medida de precaución, tener agua disponible para combatir un posible incendio.

La Compañía Hidroeléctrica las Rosas, prosperó rápidamente por la gran demanda que hubo del servicio y empresarios como los Rubio, de la fábrica textil de Hércules, contrataron el servicio para dicha empresa.

El ayuntamiento de la ciudad, hizo uso del servicio para el alumbrado público y algunos particulares adinerados, se dieron el lujo de ser de los primeros en introducirlo a sus casas. ¡Ya había electricidad en Querétaro! ¡El progreso y la modernidad habían llegado!

Para contratar el servicio de energía eléctrica se tenía que acudir a la calle de 5 de Mayo, -hoy Madero-, en donde a un lado del Casino, tenía su oficina la compañía Hidroeléctrica de las Rosas, y así Querétaro –además de conocer las bondades de la electricidad– conocería como consecuencias de la deficiencia del servicio, lo que se conoció como “los apagones”. Las fallas eran muy frecuentes, no obstante la simplicidad del sistema empleado, siempre existía pretexto para que en tiempo de lluvias principalmente, la ciudad perdiese su artificial luminosidad, resultando peor esto, porque la ausencia de lo que se tenía ya –la luz– era más notoria al desacostumbrarse la pupila humana a manejarse en la obscuridad, como lo había hecho por mucho tiempo antes de la llegada de la luz.

Pasaron los años, y aunque la Compañía Hidroeléctrica de las Rosas prosperaba e incrementaba el número de sus usuarios, por diferentes motivos, sus propietarios queretanos, -que ya eran dueños de la Casa de Ecala- decidieron venderla a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, que con mayor capacidad técnica y económica, logró rápidamente extender el servicio duplicando el número de usuarios en la ciudad y agregando también los servicios al campo para la agricultura.

Esta nueva compañía adquirió los bienes inmuebles de la Hidroeléctrica las Rosas como la casa de Ecala, en donde habitaba el gerente –en la planta alta–, y que a la vez servía de bodega de material eléctrico, así mismo se adquirió una propiedad en la calle de Juárez con salida en Corregidora, en dónde se edificó el modrno “Edificio Eléctrico” con entrada principal en la calle de Juárez.

Este edificio tiene una elegante construcción neo-clásica, elaborada en granito por la fábrica de mosaicos de los hermanos Álvarez, -que estaba frente a la Alameda Hidalgo, en Zaragoza-, edificio que lucía un letrero resaltado con la leyenda “Edificio Eléctrico”, el que fue retirado cuando la Compañía de Luz y Fuerza del Centro se integró a La Comisión Federal de Electricidad.

Tres compañías proporcionaron la electricidad a la ciudad en diferentes etapas, la primera la Compañía Hidroeléctrica las Rosas, enseguida la de Luz y Fuerza del Centro y después la Comisión Federal de Electricidad, y con las tres se sufrían los famosos apagones por igual, aunque es justo reconocer que fue durante la administración de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, cuando nos tocó padecerlos, ¡o más bien vivirlos! porque algo de bueno tenían. Daban tiempo de pensar, de recapacitar y de imaginar. Pensar en el viejo dicho de los abuelos “nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido”. Recapacitar de que se era muy afortunado en tener el servicio de la luz, mientras otros muchos no lo tenían, y también daba tiempo de imaginar, de crear nuestro mundo entre ficción y realidad.

La realidad se vivía al estar impotentes ante los tremendos rayos, que se escuchaban más fuertes, de mayor intensidad sobre un Querétaro muy pequeño, el que se iluminaba todo, ¡hasta el Cimatario! Sólo se esperaba, e incluso se llegó a apostar cuál sería el rayo que causaría el apagón, ya que habiendo apagado el aparato de radio por precaución, ante un hecho acontecido por esos años, en que un rayo causó la muerte a una señora de apellido Borbolla, al estar abriendo su refrigerador. El adivinar que rayo sería el que causaría la obscuridad, era el único motivo para matar el tiempo. Algunos ya sabían que primero se ve la luz y después se escucha el trueno, y que aquel que lo escucha ya salvó su vida, y predecía mañosamente que ese rayo pasaría sin hacer daño alguno. Pero la mayoría de las veces, ¡fallaban! por ser más rápido el efecto de la descarga que el destello o el estruendo, y la Compañía de Luz acusaba de inmediato los efectos con un apagón, cuando esta era tocada por algún rayo en sus instalaciones.

Como resultado de lo anterior, se presentaba el apagón y había que armarse de mucha paciencia, para que los empleados de la compañía pudiesen trabajar sin riesgo para reparar el daño, porque aunque se afirma “que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar”, en la realidad se daban casos, al servir de para rayos los múltiples postes de metal, al aprovecharse con ese propósito los rieles de las vías del desaparecido tranvía, y utilizarlos como postes para soportar las líneas eléctricas. Esa tardanza lógica hacía que el apagón se prolongara por varias horas, y que en ocasiones se tuviera el servicio hasta el otro día, propiciando la obscuridad el momento ideal para contar las historias de fantasmas y aparecidos, ¡que los abuelos dominaban a la perfección!

En estas historias, las brujas, el demonio y la llorona, resultaban los protagonistas principales, y no había relato que no causará miedo y sobresalto en la obscuridad de la noche, que hasta con la propia sombra producida por la luz de las velas o de la lámpara de petróleo, sufriera un tremendo sobresalto, al imaginar una visita de algún macabro personaje de leyenda.

Resultaba inexplicable, que aun sabiendo que los abuelos platicarían las ya conocidas historias, –que por lo general se escuchaban cada año en la temporada de tormentas– y a pesar de ello, seguían con ellas causando miedo y hasta resultaría inexplicable, el que se pidiese poder escucharlas nuevamente. Podía afirmarse que tales historias tenían muchos años de escucharse, y que se habían ideado para ser contadas en una noche de tormenta, con el marco del ruido de la lluvia y el viento, alumbrados por la luz de los relámpagos ¡SÍ! Nos gustaba espantarnos poquito, sintiendo la seguridad de los familiares, que en penumbras pasaban el rato con nosotros, y sirviendo sin proponérselo de memoria de un patrimonio intangible para platicar lo mismo a las futuras generaciones, nos las relataban.

Así vivimos los de nuestra generación, la generación de transición entre lo antiguo y la modernidad. Generación que con gran capacidad de adaptación, evolucionó de lo desconocido e inexplicable de las historias y de la magia del pasado, a lo moderno que nos trajo el progreso, pero sin restar mérito alguno a la sapiencia de los mayores, que con mucha imaginación nos hacían vivir momentos inolvidables mientras llovía, bajo los techos de las viejas casonas, techos que por antiguos dejaban filtrar algunas gotas de agua de lluvia, que al golpear en algún mueble o caer en algún recipiente que servía de improvisado receptáculo proveniente de la cocina, su acompasado tamborileo, servía de fondo y daba ritmo al relato.

Muchas de nuestras antiguas leyendas fueron relatadas en las noches de lluvia, y durante un apagón, que por ser un marco tan especial, las dejaron guardadas de manera permanente en nuestras mentes infantiles, que entre el temor y el azoro en una involuntaria pedagogía, los de la generación que medió el pasado siglo XX, así conocimos a Chucho el Roto, La Carambada, Macedonio el Cucho Montes, La Zacatecana, El crimen de la zona roja, La Novia Infiel, La Llorona en la versión queretana, El Charro Negro, El Nahual, don Bartolo y tantas otras que llenaban el tiempo de la paciente espera a que regresara la electricidad, hecho que pocas veces se contemplaba, al ser vencidos por el sueño. Cuando esto se dio, cuando la luz se hizo interrumpiendo la historia, las pupilas dilatadas por la obscuridad, percibían la aparente mayor intensidad de la luminosidad de los focos.

Tiempos idos, ¡hace ya más de medio siglo! Tiempos que formaron parte fundamental de nuestras vidas, de nuestra formación y alentaron nuestro arraigo con lo queretano y tiempos que ya no se presentarán nunca igual, porque los famosos apagones ya no son iguales, y aunque se siguen dando, ¡son muy aburridos! porque ahora todo depende de la electricidad que suplió a la imaginación y al ingenio.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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