Los testimonios más antiguos que se obtienen de la memoria colectiva de los habitantes de estas tierras, pobladas por Conni y el que bautizado conocemos como Fernando de Tapia, es el que, con un grupo de indígenas Otomí Chichimecas se asentaron en tiempos remotos en este lugar, que vestían pieles de animales, que pasaban hambre y empezaron a cultivar la tierra, terminando con la costumbre nómada de los primeros pobladores.

Conocido es que dentro de sus creencias, la veneración a los elementos y a los astros, así como el respeto a los viejos en quienes encontraban la sabiduría y el consejo para desempeñarse de manera organizada, cazando y cultivando la tierra como las dos más importantes actividades de las que obtenían el sustento, y que por razón natural, con veneración y respeto solicitaban que siempre fuesen en abundancia, para no padecer hambre o frío. Los animales los alimentaban y los vestían con sus pieles, y las plantas de maíz y frijol les aseguraban la existencia.

Dioses y naturaleza eran el punto central de la religiosidad connatural del hombre primitivo, y para ellas tenían sus formas de pedirles o pagarles los favores recibidos y una de estas maneras era danzando.

Aventurado resultaría afirmar o descartar, de que los primeros pobladores bailaban, o si no lo hacían, ya que no se han encontrado en la región vestigios de los instrumentos que en otros pueblos se utilizaban para ello, pero la conservación de panderos de cuero o rudimentarios tambores elaborados con productos degradables por el tiempo, con los años transcurridos, por razón natural ya hubiesen desaparecido. Tampoco se han localizado caracoles preparados para ser usados como instrumento, ni ocarinas o silbatos lo que se explica por ser este pueblo de muy diferentes costumbres y su influencia y orígenes fue la tribu Chichimeca, los huachichiles.

Lo que en apariencia pudiese tratarse de una ausencia de elementos, que le dieran a este lugar las características de semejanza con otros lugares, resulta engañoso ante la contundencia de que aquí si se bailaba, pero de manera diferente y los rituales y el significado de la danza, en La Cañada, son únicos, tanto en la vestimenta para el cuerpo y el huarache para los pies, como por el tocado que se ponían en la cabeza. Lo que aquí se dio fue exclusivo de este lugar y se encuentran muy sólidos argumentos para pensar en el estrecho contacto de los habitantes, con los pobladores del semi-desierto queretano; la zona Otomí Chichimeca ya Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Al recurrir a los herederos de las ancestrales costumbres y tradiciones de este pueblo, y, a lo que sus padres y sus abuelos les transmitieron; el tesoro de sus conocimientos que durante siglos normaron su existencia, la propia vida de esta comunidad y de la que se conservan sus tradiciones como en pocas partes del país, en las que la mayoría de las ocasiones resulta solamente una y bien determinada festividad; aquí en La Cañada son múltiples los motivos para celebrar, que se manifiestan de muchas maneras, siendo la más antigua; la danza.

En 1892 el sacerdote Florencio Rosas, el mismo que fue el iniciador de la peregrinación a la basílica de Guadalupe, decidió, que los indígenas que durante siglos habían participado en los desfiles y festividades de la ciudad de Querétaro, luciendo su indumentaria habitual, la que escasamente cubría sus cuerpos y manteniéndose en una actitud de lucha, al hacerlo con sus arcos y flechas, emitiendo además sonoros gritos que aterrorizaban a los que asistían a las proseciones religiosas -como lo describe Don Carlos de Siguenza y Góngora en sus Glorias de Querétaro- y pensando en darles una imagen más digna y limpia, guardando el decoro, el padre Florencio Rosas, hombre culto, “copió” de los códices Mexicas los atuendos, las faldillas, los penachos y las grecas, y así, él inició este cambio, convirtiéndose en el creador y padre de los danzantes “modernos” tal como hoy los conocemos y que no dejan de ser “importados”.

Por las propias características y de la manera en que han evolucionado los grupos de danzantes en La Cañada, –además de sus particulares características, y de su simbolismo–, consideramos de suma trascendencia lo que a través del testimonio de quienes han continuado hasta nuestros días preservando este ritual, el que se expresa bailando, y que ha evolucionado para ir acorde con la modernización de los vistosos trajes y altos penachos, pero que condena al olvido el cómo se inició todo; lo simple de los atuendos cuando esto se originó y cuando al perderse en los siglos las primeras danzas que se vieron por estos rumbos, tan simples, tan naturales.

Algunos afirman, que desde siempre existieron dos grupos, otros dicen que fue uno de donde se iniciaron los demás hasta llegar a cinco en nuestros días. Muchos de los viejos danzantes ya murieron y pocos testimonios quedaron, los cuales tratamos de rescatar para dejarlos como documento gráfico de gran valor y que complementará lo que cada uno de nuestros entrevistados aporta y que consideramos es la parte fundamental, para dejar escrito lo que a futuro servirá como referencia, la que estará garantizada por el gran amor que siente cada uno de ellos para su religión expresada bailando. “Antes no existían grandes penachos, se usaban unos palitos, como los de los cuetes, del tamaño de un jeme, (longitud que existe entre los dedos indice y pulgar de la misma mano) a los que se les amaraban plumas de gallina o guajolote, y se ponían en la cabeza amarrados con una tela, después se utilizaron plumas de guajolote pintadas con colores, aquí solamente se encontraban estas plumas, y rara vez las de águila. En un tiempo se hacían los penachos con lámina de las latas de alcohol y las plumas se pintaban con anilina”.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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