En los camposanto, pisos, jardines y paredes se sepultaba a gente del pueblo de Queretano

En nuestra ciudad y sus alrededores, es muy frecuente el encontrar huesos humanos e incluso esqueletos completos, esto se da, cuando por diferentes motivos se escarba la tierra, aunque ya con menor frecuencia, se continua presentando su hallazgo hasta nuestros días, para sorpresa de quienes los encuentran, por igual se trate de tierras de cultivo; de las que quedan muy pocas, o en las nuevas construcciones de vivienda de las que si se dan muchas.

El encontrar huesos humanos, siempre es motivo de extrañeza, para quienes los localizan y se han observado dos conductas a seguir, la primera es dar aviso a las autoridades con el temor de verse involucrados en problemas legales, la otra situación; es la de enterrar los restos nuevamente para evitar los consabidos problemas, conducta que resulta la más frecuente.

Múltiples casos se tienen guardados en la memoria de muchos queretanos que han sido enterados por familiares o conocidos, de que al estar realizando mejoras a un inmueble, se toparon con la sorpresa de encontrar uno o varios esqueletos acomodados bajo un piso; incluso, también se tienen reportes de amplios espacios localizados en muros de viejas casonas, o de fosas más o menos bien terminadas, construidas para depositar algunos cuerpos.

Al igual, ha causado expectación popular, cuando en céntricas calles, como la propia Avenida Corregidora entre las calles de Libertad y 5 de mayo, en donde fueron localizadas varias tumbas conteniendo despojos humanos. Pero todo esto tiene una explicación. y se debe a varios factores, sobre todo a uno; al olvido, a la perdida de la memoria que se desvanece con el paso del tiempo y aunque existen crónicas muy precisas de acontecimientos que diezmaron a la población causando la muerte masiva de nuestros antepasados y que ya desafortunadamente estos sucesos son conocidos por muy pocos de los habitantes de esta histórica ciudad de Querétaro, patrimonio de la humanidad.

El ritmo de defunciones era el normal para aquella época de los inicios de Querétaro, la gente moría a edades muy jóvenes, la mortalidad infantil era muy alta y el promedio de vida no rebasaba los cuarenta y cinco años.

Dentro de la traza de nuestra ciudad, un espacio muy importante lo tenían los templos y conventos, siendo el más grande el de San Francisco, con una gran extensión de solidas construcciones, múltiples capillas y su camposanto en el atrio del templo; camposanto que se extendía hasta la hoy calle de Libertad.

En el camposanto de San Francisco, se sepultaba a gente del pueblo, porque los lugares para los principales, los clérigos y la gente importante, estaban dentro del propio templo, bajo el pavimento o en los grandes osarios de tres niveles el que todavía se encuentra cumpliendo el propósito para el que fue construido en dicho templo.

En el convento de la Cruz existía también un amplio lugar para sepultar a los difuntos, situado frente al templo; tal como era la costumbre y se llamaba campo santo de la Cruz, porque se hablaba de un lugar bendito que significaba la protección de la santa madre iglesia. Este espacio se transformó en el jardín al clausurarse el camposanto de la Cruz, se construyó otro en la parte posterior de la huerta del convento y fue conocido como panteón de pobres; los sacerdotes y los ricos estaban dentro del tempo, como los primeros padres franciscanos y notables personalidades , siendo la benefactora de nuestra ciudad Doña Josefa Vergara y Hernández la que ocupa un lugar especial. Aquí también existe un impresionante osario que se encuentra bajo el presbiterio, en donde se guardan los huesos muchos ya hechos polvo al estar ahí desde hace más de cuatrocientos años.

Siendo Querétaro una ciudad de iglesias y conventos, los lugares para que nuestros ancestros encontraran el reposo eterno, estaban en la mayoría de los atrios de los templos o en lugares colindantes en el interior de los terrenos que ocupaban.

Así se puede pensar en lugares; como en el Carmen, Santa Ana, San Antonio, la iglesia del Espíritu Santo, San Sebastián, San Gregorio, San Francisquito, Santa Rosa de Viterbo, con excepción delos templos de San Agustín, Teresitas y la Merced, porque aunque en la Congregación si existió un lugar bajo el piso como osario, fue desaparecido en una remodelación, quedando perdidos los restos de Don Juan Caballero y Ocio, así como los de Don Fausto Merino y Ocio, dos de los benefactores de Querétaro.

Las antiguas crónicas consignan que el gobernador vitalicio de Querétaro, conocido como Don Fernando de Tapia, fue sepultado en el Templo de San Francisco (o tal vez en alguna de las cinco capillas que fueron destruidas en la época de la reforma), sí como se afirma, fue sepultado en el templo, la referencia se perdió con las renovaciones realizadas en el piso en diferentes etapas de nuestra historia. Si Fernando de Tapia se encontraba sepultado en una de sus capillas, las referencias de su tumba se perdieron para siempre al ser demolidas estas hasta sus cimientos.

Con el correr del tiempo los más connotados personajes de nuestra ciudad, o el pueblo mismo, han sido sepultados en los camposantos o dentro de las iglesias, e incluso esto se continuo dando después de la promulgación de las leyes de reforma y con los registros eclesiásticos de la época, o el posterior registro civil, nos re resulta relativamente fácil localizar los datos generales de los fallecidos, aunque hallan pasado varios siglos de su muerte. ¿Pero, y todos los demás? Todos aquellos que murieron por las epidemias, por las pestes que se padecieron y que se iniciaron cuando apenas nacía nuestra ciudad en el siglo XVI y se tienen consignadas cuatro grandes pestes que diezmaron a la ciudad,al igual que aconteció en otras regiones de la nueva España. La viruela negra, el cólera y el tifo o la influenza española sumaron miles de muertes.

¿Cuántos murieron por estas pestes durante nuestra historia? Y ¿cuántos más durante los múltiples conflictos ocasionados por los ataques de los rebeldes, las guerras y revoluciones? Fueron muchos los que murieron en batallas durante la insurgencia; como la que se dio en el lugar conocido como puerto de carrozas. ¿Cuántos murieron ahogados en la gran inundación cuando se rompió el cerro del Zamorano? Sería muy difícil precisarlo; pero indudable que fueron muchos.

Nuestra población moría en el siglo XVIII al enfermarse por la mala calidad del agua y fue ese uno de los factores que obligaron a emprender acciones por parte del ayuntamiento para traer agua limpia a la ciudad, pero ¿Cuántas vidas cobró la insalubridad? Esto no se conoce, pero indudablemente fueron muchas.

En el momento más sangriento de nuestra historia, que fue el sitio de Querétaro en el año de 1867 en el que diferentes autores que fueron testigos presenciales y protagonistas, refieren; que la cantidad de caídos en combate o ajusticiados al ser prisioneros, en algunos casos rebasaron los trescientos en un día; como el del combate de San Gregorio. O un rio rojo de sangre junto al puente grande, hoy conocido como puente del Marqués, en donde incontables cadáveres se encontraban amontonados, algunos flotando en sus rojas aguas.

En las memorias de Concepción Lombardo de Miramón, relata; la cantidad de cadáveres tirados y descarnados por las aves de rapiña, a las afueras de la ciudad y estos solamente eran a los que no habían podido darles sepultura en el rumbo de las faldas del cimatario. ¡Tantos muertos! Que eran compartidossus despojos, por los perros y los zopilotes. Motivo de repulsión relatada por Alberto Hans al consumir un supuesto chivo que les preparó un fondero Francés y que al saber; cuando ya lo habían consumido a medias; que se trataba de un perro carroñero, lo que los hizo vomitar.

Después vino la revolución y Querétaro no estuvo exento tampoco de muertes en esta época violenta, conociéndose en los diarios tanto en el de Don Valentín Frías como en el de Don Genaro Licastro de los fusilamientos y de los muertos entre carransistas y villistas o de simples paisanos a los que se les aplico la ley; amaneciendo en el peor de los días, ochenta cadáveres regados en el centro de la ciudad.

Durante muchos años, el panteón del Espíritu santo era el más importante, se encontraba en las afueras de la ciudad, muy lejano, hacia el poniente de la alameda Miguel Hidalgo por unos llanos con rumbo al cerro de las campanas, en terrenos que fueron de la hacienda de Casa Blanca; sirva de referencia la actual avenida Constituyentes, al sur la calle Vicente Guerrero, al oriente la calle Melchor Ocampo y extendiéndose hasta el camellón central de la avenida Ignacio Zaragoza, espacio ocupado en la actualidad por el colegio Salesiano.

Pero; no siempre se enterraron los muertos en camposantos, como fue en los casos de epidemias; la del cólera y la de la peste, en que de tantos difuntos no cabían en los camposantos y se enterraron en fosas comunes o dentro de sus propias casas y en la mayoría de las veces envueltos sólo en sabanas, cobijas o petates. Otros, ni eso alcanzaron y con el paso del tiempo la tierra los reclamó y sus huesos se degradaron, quedando solamente algunos restos informes, que fueron confundidos con huesos de animales.

Ante hechos dramáticos; como los que acontecieron durante el sitio a nuestra ciudad, en el que por las crónicas se puede hacer un estimado de fallecidos, sumados los republicanos e imperiales, más la población civil, que también sufrió muchas bajas, dándonos una suma no menor a las dos mil, muertes, de los que muy pocos fueron sepultados en el panteón de pobres de la Cruz, otros en los panteones de San Gregorio y San Sebastián o en el panteón de Espíritu Santo; porque todos los panteones juntos resultaban insuficientes.

Resulta muy obvio, que los caídos por el lado delos sitiadores, no pudieron ser sepultados dentro de la ciudad y lo fueron en las cercanías de la línea de circunvalación en donde se dieron los hechos; como los combates en el cimatario, casa blanca, San Juanico, San Antonio de la Punta, San Pablo, Pathé, Carretas, Cuesta china, lugares de los frecuentes hallazgos de osamentas, que en estas zonas confirman que lo que se dice en las crónicas, encuentra certeza con la realidad, así como también, que la mayoría de estos restos quedan nuevamente sepultados; salvo contadas excepciones en que han sido trasladados a los panteones a la fosa común.

En algunas casonas; como aconteció en la calle de 5 de Mayo, a unos metros de Palacio de Gobierno, o en la calle de Prospero C. Vega y 15 de Mayo, también en la ex prepa centro y en las calles de Madero o como ya se refirió, en la calle Corregidora, se han encontrado muchos huesos y se tienen referencias ciertas de su hallazgo también, en ex haciendas de la periferia, como en las de la Capilla, Carretas, Callejas, San Isidro y últimamente al escarbar para cimentar unas de las miles de nuevas casas construidas en donde antes fueron llanos y milpas.

Fraccionamientos muy conocidos como; el Pedregal de Querétaro, asentado en las inmediaciones de la cueva de Pathé, lugar estratégico y cuartel de general Mariano Escobedo, en este lugar; en los años cincuenta del pasado siglo, se encontraban aun las trincheras de los soldados republicanos; en parte estaban escarbadas para lograr un mayor nivel de los muros de piedra acomodada, pudiéndose localizar semienterradas, balas esféricas de cañón y en algunas partes; restos humanos que la erosión los había expuesto, haciéndolos muy notorios. Las piedras de las trincheras se utilizaron para cimientos de las nuevas construcciones, los huesos con el paso del tiempo, el sol acabó por pulverizarlos.

El más enigmático de los osarios, es el del convento de Santa Clara, que se encuentra localizado en la parte baja del coro y consta de dos niveles; en el primero se encuentran los nichos para los restos y existe un segundo nivel comunicado por un orificio cubierto por una lapida, que al retirarla, deja ver un gran espacio en forma de embudo, en donde el osario guarda restos que acumulan centurias, también están, algunos restos de cuerpos momificados; como el que rescatado de ahí que se encuentra en el museo Regional de Querétaro.

Osarios en desuso y abandonados por muchos años; como el del convento de las madres Capuchinas, en la parte sur del edificio, lugar de la primera estancia en que estuvo prisionero Maximiliano y que ahora esta cubierto por un piso de ladrillo agregado en los años setenta del siglo pasado. En este mismo convento; en un salón anexo al templo, fue cubierta la escalera de acceso a un nivel inferior, dejándose exclusivamente una ventana en el piso, por donde se aprecian algunos de los nichos que se conservan conteniendo restos de difuntos.

La iglesia más antigua que se encuentra tal como fue construida, es la parroquia de Santiago y su osario formado por una bóveda bajo el presbiterio, en donde se contenían los restos de los primeros Jesuitas así como de su constructor el arquitecto del Prado. Restos, que para dar cabida a nuevos solicitantes, fueron exhumados y enviados a lugar desconocido; probablemente como se estilaba; fueron a parar a la fosa común de algún panteón.

El amplio osario que se encuentra el convento de la Santa Cruz, escarbado en lo más alto y firme de la roca del cerro del Sangremal, es sin duda el más grande e imponente de la ciudad y se guardan ahí los despojos mortales de infinidad de misioneros franciscanos que después se una fructífera vida religiosa, pasaron a mejor vida. Entre ellos están los de los evangelizadores de lejanas tierras en el norte y en el sur del continente, y que ya ancianos regresaban a refugiarse al colegio de propaganda fide. También ahí se encuentran los mártires masacrados por los indígenas a los que querían evangelizar en los territorios de Yuma, Arizona.

Pero también los restos humanos surgen en lugares no esperados y de manera muy singular y enigmática, como lo reportado en la Casa de Ejercicios de las calles de Ignacio Allende, entre Francisco I. Madero y la de 16 de Septiembre, lugar en dónde existía como parte del convento de Santa Clara, una capilla de Regulares dimensiones, la que fue derribada para poder vender la propiedad como terreno, durante el obispado de Don Alfonso Toríz Covián.

La encomienda para demoler la capilla fue para el Señor Javier Villanueva, mientras el obispo Toríz realizaba un viaje a Roma y fue el Señor Villanueva el que demolió la Capilla y se hizo cargo de los albañiles para la recuperación de materiales que se pudiesen utilizar en otra construcción. Durante esta demolición, uno de los trabajadores al derribar un muro, encontró el acceso a un amplio salón, bajo el nivel del piso, en donde existían muchos restos humanos, los que por su apariencia hacían suponer que se encontraban en ese lugar desde mucho tiempo atrás.

Cuando los prados del jardín Zenea estaban al ras de tierra, halla por los años treinta del pasado siglo, los jardineros encontraban con frecuencia entre la tierra, vertebras o restos de huesos largos humanos, los que habían escapado al rescate de los restos exhumados del campo santo de San Francisco, cuando el prefecto Don Trinidad Rivera sembró los primeros árboles del jardín que llevaría el nombre de su iniciador; Don Benito Santos Zenea, gobernador de Querétaro. Esta obra como se ha dicho fue realizada en parte del campo santo de San Francisco.

Huesos también en paredes, en lugares en los que no se tenía la menor idea; como en la casona de las calles de Madero, entre Ocampo y Ezequiel Montes, casa dividida mediante una barda que partió en dos su amplio zaguán y su bello patio y en la que se encontraron restos de un niño con una cruz y un anillo de oro, en un nicho de la pared del cuarto posterior de esta construcción. ¿Sería esto una ofrenda?

En el siglo XVIII era muy frecuente al sepultar “angelitos”, niños puros, a los que se quería tener cerca, ocultándolos en la propiedad habitada por sus familiares. Como también existía la práctica de sepultarlos en las cortinas de las presas, “para que las cuidaran” evitando su ruptura durante alguna creciente, para no sufrir las consecuencias de una inundación y muerte.

En las más antiguas cortinas de las presas, se dejaban nichos para poner a los angelitos con el pleno convencimiento de que esto era para el bien de la comunidad, porque ellos evitarían desgracias cuidando a sus familiares y decían que al llegar la corriente en tiempo de intensas lluvias; los angelitos se decían entre sí “atráncate, atráncate,- tráncate bien José para que el agua no haga mal” imaginándolos con los bracitos entrelazados para resistir la fuerza de las aguas.

En la gran acequia madre, conocida también como el túnel de Querétaro, personas que aún viven, relatan la existencia de huesos humanos en donde también se localizaron algunas pertenencias; como armas, monedas y anteojos que fueron encontrados en algunos de los sitios en donde se desazolvó la acequia para integrarla a la propiedad.

En los sótanos de la casa del portal de Samaniego, en la plaza de armas, el fontanero Ortiz encontró el esqueleto de un soldado imperial, con restos de su uniforme y varias armas con su parque, informando a la muerte de la señora, doña Elena Martínez viuda de Ceballos, el resultado de sus exploraciones realizadas durante cuatro años en dicho lugar.

Huesos de leyenda en la casa de la Zacatecana, enterrados en el patio para ocultar un crimen de ambición y traición, huesos descubiertos casi cien años después del crimen; ¡huesos y más huesos! Vistos con temor y con respeto; unos emparedados en los que se sospecha de crímenes macabros, pero impunes; como el de la mujer encontrada en las céntricas calles de 5 de Mayo con una balatas de ferrocarril atadas con alambres a los tobillos, con el claro propósito de desaparecer su cuerpo en algún cuerpo de agua y que al no poderse realizar esta acción, decidieron dejarla tras un muro.

¿Quieren testimonios? Los pueden obtener de conocidos personajes queretanos; como son el Lic. José Luis Jaime Hernández o con el ilustre Doctor don Mariano Amaya Serrano, también con el connotado médico don Esteban Paulin Cosío, o con los arqueólogos encargados de rescatar y preservar nuestros monumentos, así también con muchos campesinos o albañiles que los han localizado circunstancialmente y que los han dejado con respeto en su lugar original, con la conciencia de que estos huesos son parte de Querétaro.

¡Pero por favor no les teman a los huesos! ni tampoco juzguen de prosaico o irrespetuoso este relato; tómenlo como algo muy natural y hagan conciencia; de que todos ustedes traen un esqueleto dentro y que también; para orgullo nuestro, ya forma parte de los huesos de Querétaro.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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