Por la exuberancia del lugar y la abundancia de sus aguas, el Marqués se hizo de terrenos en un sitio cercano al manantial del Capulín, y ahí construyó una cómoda casa con amplias habitaciones y un soleado patio central, finca que ocupó por largas temporadas, desde su terminación -alrededor del año de 1728- hasta que por su edad se retiró a la Ciudad de México, heredando sus propiedades a su sobrino Juan Antonio de Jáuregui y Urrutia. Poco tiempo después -el 29 de agosto de 1743- moría en la capital del virreinato siendo sepultado en el Templo de San Hipólito, según la investigación realizada conjuntamente por el que esto escribe y Don Pedro “Mago” Septién, sustentada por los documentos familiares que Don Pedro tenía en su poder.
Juan Antonio de Jáuregui y Urrutia heredaba el marquesado y los bienes de su tío el ilustre Marqués. Por otra parte, quedaba la gran fortuna de la señora Marquesa, que nunca ocupó la bella casa que hoy conocemos como “Casa de la Marquesa”, ya que esta se terminó hasta el año de 1756, y como albacea del señor Marqués, el señor Alday la terminaría, pasando en propiedad a los bienes de su viuda con la que había contraído matrimonio en 1699, el 19 de febrero. Y serían sus descendientes que con el título de Marquesa y apellidos Fernández de Jáuregui, la habitarían.
De la primera visita a Querétaro, en la que el Marqués -por solicitud de su esposa la Marquesa- acudió acompañando al grupo de monjas capuchinas en 1721, sumado el tiempo de construcción del acueducto, que fue de 1726 a 1735, más unos años después en los que don Juan Antonio de Urrutia y Arana alternó su residencia en Querétaro y en la capital del virreinato, transcurrieron alrededor de 20 años, pasando largas temporadas en su casa de La Cañada, la que conserva inscrita una fecha en su hacienda de cuando él recibió el marquesado.
A la muerte del Marqués, su sobrino Juan Antonio de Jáuregui y Urrutia, heredó a hacienda en La Cañada, y a la vez el título de Marqués, correspondiéndole ser el cuarto Marqués, ya que el tercero fue Sebastián Jáuregui y Urrutia. El quinto Marqués fue el coronel Don Juan José Fernández de Jáuregui, y el sexto un conocido personaje, que ocupó la gubernatura interinamente en dos ocasiones ante las ausencias del gobernador Rafael Olvera, de nombre Timoteo Fernández de Jáuregui. A partir de Don Timoteo Fernández de Jáuregui, su hijo Don José Fernández de Jáuregui y Septién, sería el séptimo Marqués. Cabe aclarar, que ya por la ley de mayo de 1826, -después del fallido imperio de Agustín de Iturbide- quedó prohibido ostentar los títulos y escudos mobiliarios en México. No obstante, a varias damas de apellido Fernández de Jáuregui y González de Jáuregui, se las reconoció como las Marquesas de la Villa del Villar.
Las múltiples propiedades de la Marquesa Doña Paula y de su marido el Marqués, con el paso del tiempo se dividieron entre los descendientes de ambas familias, como fue el caso de la hacienda del Marqués de la Villa del Villar del Águila con su mobiliario propio, y otro que era de la familia, que al igual que los valiosos documentos, se fueron agregando, y que representan un rico testimonio de nuestra historia, máxime que se trata sobre lo relacionado con uno de nuestros más notables benefactores.
Con el tiempo, esta bella construcción fue adaptándose para hacerla más cómoda y segura para sus moradores, y lo que por el paso de los siglos se fue afectando, se reparó o se repuso, pensando en conservarla lo más originalmente posible, y su estado actual es muy aceptable, incluso sus misteriosos túneles que parten de una gran lumbrera, a la que se accede por una angosta escalera, cavada en un túnel, y también que sus muros se reforzaron para evitar derrumbes. Su magia y su historia producen admiración en quien la visita.
Esa gran lumbrera y sus túneles, no hace muchos años tenían manantiales con agua cristalina, de la que los que habitaban en la hacienda podían disponer para su consumo. Agua, que siendo del mismo manto acuífero del socavón, llegaba a través del río a Querétaro, cuando los pobladores se bañaban o paseaban en sus huertas. Agua que regó e hizo producir los sembradíos de flores y de hortalizas de los primeros habitantes, y que el Marqués, construyendo un largo acueducto desde el Capulín y su gran alberca, salía, siguiendo la pendiente natural -unas veces bajo tierra y otras de manera externa- para, llegando al valle de Carretas, consagrar su magnífica obra utilizando su experiencia como encargado del sistema de agua de la Ciudad de México, para lograr su magnífica herencia -nuestros arcos- ¡y además aportando su capital para construir nuestro emblemático y bello acueducto, ¡para dotar de agua limpia por más de doscientos años a nuestra ciudad!
Por tanta historia acumulada, por todo el servicio que el Marqués brindó a Querétaro, la finca conocida como “Hacienda de la Villa del Villar del Águila” en La Cañada, en la que el Marqués ejercía la filantropía, ya que no producía como las que eran de su propiedad en otros lugares, por las propias características del terreno, y que debe ser reconocida de su existencia y de su historia, como un importante atractivo histórico y turístico, y no queda duda por todo lo que resguarda, agregándose al misterio de sus túneles, el espectáculo de la naturaleza a la salida -por las tardes al ocultarse el sol- ¡de miles de murciélagos! que cumplen su función de control de plagas.
A unos cuantos pasos de la puerta de la casa del Marqués, -en un amplio patio-, existe una angosta escalera, que por un túnel desciende en pendiente hasta el amplio espacio, -a 20 metros bajo el nivel del piso- lugar con muy antiguas construcciones de cantera rosa de la región y pesados tabiques, en donde la excavación forma una bóveda natural bajo la que está un amplio salón adaptado a manera de capilla, o lugar de reunión para un buen número de personas. Aquí se han realizado grabaciones de una de las tradiciones más arraigadas de La Cañada; la representación de Los Tribunales de Jesús.
Al encontrarse este lugar en la rocosa ladera de un cerro, impresiona el trabajo que sobre la dura piedra se realizó para cavar cinco amplios y largos túneles con los medios de que se disponía, y que a través de dos siglos se fueron ampliando para formar una amplia red, que junto con los que se conocen como “Los Socavones”, propiedad de otro miembro de la familia, -el Licenciado Francisco González Jauregui Pérez, suman de lo explorado, más de mil quinientos metros, ya que están comunicados.
La última ampliación, fue realizada por Don Cayetano Rubio, para llevar más agua a la fábrica de Hércules, a mediados del Siglo XIX, y de la que las crónicas refieren que “salía un buey de agua”, por el tamaño del caudal que se vertía al rio, y que, por un segundo acueducto, -el de Hércules- movía la
turbina de la fábrica.
Un túnel en cada punto cardinal; el del sur con rumbo al rio, para desalojar las demasías a través de una compuerta, de la que se conservan restos. El túnel con rumbo al poniente se dirige a Querétaro, los otros dos, -el del norte y oriente- conectaban con el gran manto de donde brotaban los manantiales. La amplitud de estas excavaciones, permite recorrerlas, ya que sus trayectos en la mayor parte se pueden transitar erguidos.
Con documentos localizados recientemente en España por otro miembro de la familia que por esas tierras reside, Fernando González Jauregui y Zubizarreta, en días pasados se localizó un quinto túnel en el centro de este gran espacio, el que está siendo explorado, y que, para enriquecer la magia y misterio de este lugar, permitió localizar un antiguo cofre con documentos, los que se están analizando para ver por qué estaban ahí. ¡Desafortunadamente no había monedas!
Localizan cofre enterrado en un túnel de el Marques a Querétaro