Don Tomás era un hombre muy cumplido y trabajador, con una gran religiosidad que le inspiraba siempre para actuar de una manera muy correcta; como se lo había pedido su difunto padre, el que los abandonó al sufrir una caída de un burro, padeciendo una conmoción cerebral que lo llevo a la muerte, dejando solos a los cinco hermanos, y muy pequeños.
Por ser Tomás el mayor, y cuando apenas cumplía dieciséis años y siguiendo sus propios sentimientos que le indicaron hacerse cargo de la familia, trató de hacer lo mismo que su padre hacia; ponerse su mismo sombrero, salir a la milpa muy temprano a deshierbar y a espantar a los pájaros que se la podían comer, también para cuidar el frijol y los elotes, para que no se los robaran y al termino del ciclo, tener el alimento para sus hermanos.
Los años pasaron y “ya nada más quedábamos tres de los hermanos en la casa” los dos hombres y una hermana, porque dos de las hermanas se fueron casando y formando sus propias familias, no así la tercera de la familia, que desde pequeña era muy “calamitosa”, Juana se llamaba, y muchos dolores de cabeza le había ocasionado a su madre y a su padre sustituto el mencionado Tomás.
¡Mira María, ya pórtate bien, tú estabas muy chica, por eso ya no te acuerdas de lo que nos decía mi papá; de que fuéramos buenos con las personas, y tú cuando tomas te pones muy agresiva y no mides las consecuencias! Acuérdate que un día le querías pegar a mi mamá, eso fue el colmo, porque ya te habías peleado con otras “gentes”, pero a mi mamá llegaste y la empujaste y eso le dolió mucho, a mi me dijo “Tomas ya pon un hasta aquí”, pero tú no entiendes nunca.
Pero María no escuchaba razones, para ella poco importaban los demás, incluso su propia familia y a Tomás varias veces “le restregó en la cara” de que él no era nadie para corregirla, que, al que le correspondía hacerlo ya estaba muerto y que él la dejara tranquila, ya que lo que ella hacia “era muy su vida”.
Una tarde cuando Tomás se disponía a descansar; llegaron a tocar a su puerta, para avisarle que María estaba muy tomada y que causaba problemas en la calle; muy cerca del balneario conocido como “El Piojito” y conociendo Tomás de cómo se tornaba de agresiva su hermana, se encaminó mal humorado a dicho lugar en donde le habían dicho que se encontraba su consanguínea.
¡María compórtate! Se prudente, mira como estas, vámonos para la casa ¡No me voy! Replico María, mejor lárgate tú y déjame tranquila. Tomas mirando apenado hacia los lados, en donde ya algunos vecinos curiosos, al escuchar los gritos de María, habían salido de sus casas para ver quien hacia tanto escándalo ¡Vámonos María! ¿Qué no te da pena que te vean así?
Después de batallar un buen rato, María más a fuerza que por propia voluntad, comenzó a caminar trastabillante con rumbo a la casa y en ese momento, Tomás realizo como un acto reflejo, algo que hacia cuando sus animales ya no querían caminar y de esto se arrepentiría por mucho tiempo; se agachó y tomó una pequeña piedrecilla y la arrojó a los pies de su hermana; como en una actitud más que agresiva; chusca, para que fuese contemplada por los mirones.
¡Grave error de Tomás! La piedrecilla al pegar en el piso, rebotó con un efecto inesperado golpeando en una pierna a María, que al recibir el leve golpe lo magnificó como si le hubiesen atravesado la extremidad con un balazo de grueso calibre. Se dejó caer gritando y revisando la supuesta herida, con la clara intención de hacerla sangrar con las uñas, ¡para que brotara la sangre y dejar un charco en el piso! Y que todos vieran lo sanguinario y cruel de su hermano Tomás, que la había a agredido a mansalva, a traición
¡no se podía esperar menos de ti, desgraciado Tomas! Gritaba María.
Harto del ridículo, Tomás sin decir nada se en- caminó a su casa y no se habló con María durante varios meses, enterándose de trasmano, de que a María no se le había pasado el enojo y decía a todos lo que le había hecho Tomás, pero agregaba que eso no se iba a quedar así ¡Esta loca! Respondía Tomas y no aparentaba darle ninguna importancia a lo que su hermana regaba por todo el pueblo.
Un día de fiesta, en que Tomás estaba en el pueblo, acudió a la tienda para comprar algunas cosas y “echarse un mezcalito” y en ese lugar se encontró con algunos conocidos y los mezcalitos compartidos con el dueño de la tienda hicieron que este último soltara la lengua y le pregunto ¡Oye Tomás! ¿Para qué andaba tú hermana María comprando velas negras? Vino hace unos días ¿Qué acaso ya le hace a la brujería? Dile que ya se las tengo, me costaron trabajo pero ya las tengo listas.
¡Ni loco que estuviera se lo diaria! Dijo Tomás al dueño del a tienda, ¡ya sé para que las quiere! Por su coraje son para mí, para hacerme algún mal,
¡mejor manda a alguien para que la llame! Y yo me escondo para seguirla “para ver que se trae”.
A prudente distancia; en la casa de un conocido, Tomás no esperó más de media hora para ver como
María salía de la tienda escondiendo algo en el re- boso, lo que él sabía que eran las velas negras. Así caminó tras ella hasta donde hoy hay un pequeño jardín en donde antes había unas casitas de carrizo y pie- dra y María se metió en la que vivía un viejo de nombre Benito, conocido por todos como “Tata Nito”.
Aún no salía María de ese lugar, cuando Tomás ya estaba en su casa para armarse con una guaparra y poder defenderse de algo malo. Y con guaparra en mano regresó a la choza de Tata Nito; María ya se había ido y tirando de una patada la improvisada puerta se encontró al anciano acomodando las velas en un petate, con un frasco de grasa para zapatos de color negro y una gallina también negra, amarrada de una pata.
¿Qué me querías hacer Tata Nito? ¡Yo no te he causado daño! Ante este inesperado reclamo, el tembloroso anciano respondió sin quitar los ojos de la guaparra. ¡No no, Tata Tomás! Ya no te hare nada malo, tu hermana me pedía hacerte daño con mi cien- cia; ya me trajo las velas, la gallina negra que le pedí ya me la había traído desde la semana pasada. ¡Pero si quieres! el mal se lo hacemos a ella, aunque no me pagues nada. Yo a ella le pedí la gallina para después
de usar su sangre, hacerme un caldo con su carnita; pero la gallina la podemos usar contra tu hermana.
¡Tata Tómas! Por favor, hoy mismo te termino el trabajo, pinto las otras velas de negro y me acom- pañas al cerro de las peñas altas a las doce de la noche, para que veas como hablo con mi protector; a la media noche sale y me pregunta ¿Qué quieres Tata Nito? Y yo le digo el nombre de la persona y le doy el regalito que le llevo y en quince días exactos des- aparece el hombre o la mujer que le pedí. ¡Pero por amor de Dios no me hagas daño!
Descubierto el intento para dañarlo, el que con mucho odio había planeado su hermana María, Tomás decidió terminar con su problema y regre- sando a su casa le pidió a María que se retirara ese mismo día, para que hiciera de su vida lo que se le diera la gana, pero que él ya no estaba dispuesto para que a pesar de ayudarla, lo traicionara de tan vil ma- nera. Los años que vivió María los pasó muy mal, daba tristeza verla, mugrosa, despeinada, hablando sola con la mirada perdida; ignorada por todos y vista con desconfianza y se afirmaba; que su traición; la que pretendió ser contra su hermano Tomas, se le re- virtió; Tal vez, por su maldad y sin la intervención de Tata Nito, pues María muchas veces decía ¡No abo-
gado, no! Probablemente refiriéndose al protector del brujo Benito.