Pasaba ya de la hora fijada, para el regreso de la aeronave que esa mañana había partido con rumbo a Jalpan, trasportando a los funcionarios estatales que acudirían a una reunión programada con grupos de serranos, que les darían diferentes planteamientos referentes a la producción agrícola de la región, y en la que se concretarían algunos apoyos para programas especiales, relacionados con la fruticultura y acuacultura. Siendo este viaje diferente, a los que por lo regular se realizaban por la carretera, en éste, por gestiones de uno de ellos, se disponía de un pequeño avión bimotor, prestado por una dependencia federal.
Agustín Llaca Díaz, Augusto Guerrero Casto, Fernando Silva Rodríguez y Arturo Negrete, con el piloto, muy temprano salieron del aeropuerto “Fernando Espinoza” de esta ciudad, con rumbo a la sierra –a Jalpan–. Lugar en donde funcionaba un pequeño e improvisado aeropuerto, puesto en servicio durante el gobierno de don Rafael Camacho Guzmán, a quien paradójicamente, “no le agradaba volar en ese tipo de aeronaves pequeñas” y les tenía pavor a los helicópteros. Sin embargo, convencido de la necesidad de lograr una comunicación rápida con la parte norte del estado, construyó el pequeño aeropuerto de Jalpan.
El reloj marcó las 5:00 de la tarde de ese domingo, después pasaron los minutos haciéndose horas, y el avión no regresaba. Pensándose que la demora sería por algún retraso propiciado por el esmero característico de los serranos, para atender a sus visitantes, y que el despegue se había retrasado, suponiendo que de un momento a otro aparecería la aeronave para tocar la pista en Querétaro y terminar el viaje, ¡pero esto no sucedía! Empezando a ser motivo de preocupación, el encargado del aeropuerto, que en ese tiempo carecía de equipos que permitieran una comunicación para poder enterarse de la ubicación o de una posible falla mecánica que retrasara el regreso, solamente tenía la certeza, de que el combustible no sería necesario, porque partieron con los tanques llenos. Pensar en un cambio de planes que los obligara a quedarse en Jalpan, quedaba descartado, porque precisamente el avión fue solicitado para agilizar el recorrido y acudir a compromisos que se tenían programados al día siguiente –tanto por Agustín Llaca Díaz como por Augusto Guerrero Castro– porque sí así hubiere sido, de seguro avisarían telefónicamente utilizando la caseta de Jalpan, la única por el rumbo entonces.
Para los pilotos es muy conocido lo desfavorable que resulta volar cuando comienza a caer la tarde, debido a los cambios de temperatura que generan corrientes de aire, que dificultan un vuelo seguro. Ya pasaban de las 7 de la noche y no se habían reportado telefónicamente, lo que –si ese fuera el caso– ya hubieran podido hacerlo para no alarmar a sus familiares que los esperaban, así como para no hacer esperar al chofer que los recogería para trasladarlos a sus domicilios.
Mientras que en Querétaro nada se sabía del avión y sus pasajeros, los que habían acudido a las reuniones con los funcionarios en Jalpan, y que durante algunas horas les expusieron sus problemas, pidiendo su intervención para dar terminó con añejos conflictos, les habían reunido a grupos de productores agrícolas y ganaderos y se trataron asuntos de reforestación y cultivos de frutales, y antes de despedirlos, les habían ofrecido una comida, en la que departieron en el ambiente característico de la gente de la Sierra Gorda. Estuvieron en armonía y de manera festiva convivieron alegremente con los lugareños, y siendo momentos propicios para tratarles asuntos particulares, y también lo hicieron algunos formulándoles solicitudes personales, como fue el caso del Dr. Rubén Paramo Quero, que se acercó a su amigo Augusto Guerrero Castro para comentarle, “que, en las elecciones para secretario general del Sindicato del Seguro Social, le habían objetado su triunfo”, por lo que, para ayudarlo, Augusto Guerrero se ofreció para llevarlo con el Dr. Punzo Gaona, que había sido su compañero en la legislatura federal. Quedaron de verse dos días después –el lunes– para ir a México a solucionar su asunto. Muy lejos estaba el Dr. Paramo de pensar que pocas horas después le tocaría vivir todo un drama.
Quedando el grueso de la gente en el lugar del convivio, un grupo de los asistentes partieron en comitiva, para despedir a los funcionarios en el pequeño aeropuerto de Jalpan. La despedida se prolongó unos cuantos minutos, los que fueron aprovechados para realizarles las ultimas solicitudes, y también para entregarles algunos obsequios. Canastas de fruta, aguacates, café, algunas botellas de vinos artesanales de la región, lo que por el volumen obligaron a quedarse uno de los viajeros, al que, no quedándole otra opción, tendría que sufrir las tres horas que tardaría su regreso por carretera, pero esto le salvaría la vida.
Al salir el avión de la pista de Jalpan, a los lugareños que conocen muy bien “que Jalpan está en una olla” –y que, para salir, incluso los potentes helicópteros presidenciales que poseen gran potencia–, tienen que realizar una maniobra que consiste, en volar en circulo hasta tomar altura, para poder librar los altos cerros que rodean esta región. Y si los helicópteros se ven obligados a esto, las avionetas con mayor razón, porque a aterrizar no hay problema, se clavan y a la primera llegan, pero no así para salir, ya que tienen que volar hasta lograr la suficiente altura y no cometer el grave error de pensar que por una de las cañadas lograran salir –y menos con sobrepeso– en el que se sumaron pasajeros, regalos, y mucho combustible en los tanques.
La salida natural del aeropuerto de Jalpan, es enfilando con rumbo para Arroyo Seco, y todos vieron que el piloto se dirigía en sentido opuesto, con rumbo a Escanela. ¡Mortal error! Engañado el piloto, de que entre la cañada que existe formada por los cerros, con rumbo a Escanela, que es la dirección correcta para la ciudad de Querétaro, pero no la salida más segura. Esa mala decisión fue la causa de la tragedia. La aeronave, cuando ya le faltaba superar una altura de no más de cuatro metros, se estrelló en el cerro del “Chililar” explotando en llamas.
El estruendo se escuchó por algunos rumbos, y al oscurecer se pudo contemplar un gran fuego que ardía en la parte más alta del cerro. Ya muchos de los asistentes habían regresado a sus lugares de origen, y en la cabecera municipal de Pinal de Amoles, estaba el presidente Trinidad Rendón con el Dr. Rubén Paramo Quero, que con el mal presentimiento y ante la ausencia de otro motivo que explicara el incendio en el cerro, pensaron en lo peor, en un accidente del avión que regresaba a Querétaro, y no estaban equivocados.
Rápidamente partieron con la intención de rescatar a los heridos. Abordaron varios vehículos y hasta donde estos llegaron –que era un lugar alejado del accidente–, tuvieron que caminar ya de noche, guiados por las llamas que consumían la nave y la vegetación que la rodeaba. En medio de un espectáculo macabro, se podían adivinar entre las llamas, las siluetas de los ocupantes del avión accidentado.
Los campesinos que se sumaron al intento del rescate, se agregaron con los que acompañaban al presidente municipal y al Dr. Rubén Paramo, logrando que después de varias horas se pudiera controlar el fuego, para evitar que se extendiera a todo el cerro, tarea que les llevó hasta el amanecer del otro día.
No había sobrevivientes. Era imposible que alguien lograra estar con vida por el fuerte impacto contra la roca, y después por el fuego, que duró hasta que se consumió el combustible. Hasta ahí arribó el procurador Fráncico Guerra Malo, y se procedió al difícil y penoso rescate de los cadáveres, labor coordinada por el Dr. Paramo, que pudo conocer la hora exacta del impacto, al encontrar un reloj que la marcaba, en un brazo sin mano.
Uno de los cuerpos irreconocible en ese momento, tenía la cámara fotográfica incrustada en el vientre por el calor. Espectáculo muy difícil de asimilar, cuando se sabe, que son los cuerpos de los amigos, con quienes apenas unas horas antes se departía alegremente y se planeaban cosas para el futuro. Amigos, de quienes se conocían a sus familias desde siempre, se sabía de sus logros personales. Compañeros, que se les estimaba –a ellos y a sus padres–. Agustín era hijo de don Juan Llaca y de la Señora Díaz, Fernando era hijo del Dr. Pablo Silva Machorro y de la señora Rodríguez, y Augusto hijo de un distinguido ciudadano, médico y político, pero sobre todo un gran amigo, el Dr. Arturo Guerrero Ortiz.
La noticia trascendió aquella noche en la ciudad de Querétaro. Las familias de los fallecidos vivían el gran dolor de la pérdida no esperada, sin poder asimilar el trágico fin de sus seres queridos, a los que estaban acostumbrados a verlos partir por asuntos de su trabajo, y teniendo la fortuna de que siempre habían regresado sin problemas. Ahora en cambio, era muy diferente, y lo contundente de a noticia era, que no había sobrevivientes, con excepción de uno, que, habiendo emprendido el viaje con ellos a Jalpan, al regreso ya no tuvo cabida en el avión. Este pasajero era muy afortunado, y así se lo hicieron sentir antes de comunicarle la mala noticia de lo que había ocurrido con sus compañeros. Aquel que por falta de espacio se quedó en Jalpan, y sufrió la incomodidad del viaje por la serpenteante carretera para regresar, prácticamente había vuelto a nacer.
El pesar por la muerte de estos funcionarios, que, en la plenitud de su vida, avizoraban muchas expectativas dentro de sus carreras políticas, o como servidores públicos, porque así lo sentíamos sus paisanos, sus familiares y sus amigos, que al conocer los peritajes, confirmaron lo que los lugareños habían presenciado al ver partir la aeronave, y que decían “Iban muy cargados de cosas y apenas cabían en el avión”. Alguien comentaba que escuchó que el piloto pidió “que por lo difícil de la salida a esa hora, era necesario que se quedara uno de los que ya se acomodaban esperando el despegue” y ese fue el único que sobrevivió.
Unos meses después trascendía, que el Médico Veterinario y Licenciado en Derecho Augusto Guerrero Castro, cuando solicitó la aeronave al Ingeniero Pablo Silva Rodríguez, recibió de este funcionario la información, “de que las horas de vuelo del avión, habían sido rebasadas sin realizarse el mantenimiento correspondiente y que los pilotos habían reportado fallas en un vuelo a Celaya”. Aún más, le comentó al funcionario que lo solicitaba, “que el piloto titular no estaba disponible y que el copiloto, aunque tenía experiencia, esta era de menos horas de vuelo”. La insistencia de Augusto Guerrero y la amistad con el funcionario, cuyo hermano –Fernando Silva– también iría a Jalpan, hizo que les concediera el favor y con eso se selló su destino.
Han pasado ya muchos años de estos trágicos acontecimientos, las familias –sin olvidaros– han logrado consuelo para su dolor. Los amigos que en incontables ocasiones coincidimos con ellos como estudiantes, en el deporte, en la aventura o en las románticas serenatas, los seguimos recordando, al traer a la mente tantos momentos gratos e inolvidables. Y como un testimonio de amistad y al recodar esos momentos incomparables de la vida estudiantil, queremos dejar estas palabras, que pretenden preservar su recuerdo.
Fue el propio Dr. Arturo Guerrero Ortiz, el que con serenidad, ante la también trágica muerte de su segundo hijo, me comentó que, en la mañana en que Augusto viajaría a la sierra, fue a despedirse de él a su casa en la colonia Cimatario, y que como padre le dijo, “¿que por qué viajaría en avión siendo esto tan peligroso? que recordara lo de Alfredo Bonfil”, agregando a manera de pregunta “¿por qué no posponía el viaje?” y que Augusto le respondió “No te preocupes papá, es un viaje de ida y vuelta” esa fue la última frase que escuchó el Dr. Arturo Guerrero de su hijo Augusto.