Lo conocí desde que yo era un niño, y con motivo de las vacaciones en que acompañaba a mis tíos al viejo balneario de “El Jacal”. Mi tío Nicolás Zúñiga Hernández estaba casado con Victoria, una de las hijas del General y Licenciado Constantino Llaca, quien repartía sus días entre la capital del país y Querétaro.
– Dr. Jaime Zúñiga Burgos –
Vivía en Independencia No 102, amplia casona con múltiples habitaciones y, al fondo, después del comedor, un corral con innumerables pichones y gallinas, las cuales la abuela Guadalupe Victoria preparaba en riquísimo mole, con inmejorables platillos que sabían a gloria, sobre todo cuando acudimos a comer a las cinco “y pico” de la tarde, después de todo un día en “ El Jacal” tomando el sol y nadando junto con Edmundo González Llaca y Constantino Llaca Victoria, su tío.
La figura de don Constantino era impresionante para un niño, que en los años cincuenta se enteró de que el papá de su tía, –mi tía Victoria Llaca–, había sido revolucionario y Gobernador del Estado, esto después de una larga carrera en el Ejército Mexicano, y que durante la Revolución se desempeñó en importantes hechos de armas, cuando murió mucha gente para cambiar a la nación. Se notaba el respeto de toda la familia hacia el “patriarca”; bien merecido lo tenía, se lo había ganado y atesoraba innumerables e interesantes vivencias que a través de sus pláticas nos mantenía boquiabiertos, en sus siempre fugaces ocasiones, muy escasas, en que nos dirigía la palabra cuando, comiendo, coincidimos con los mayores en la mesa.
Todo era magia en su persona y en su entorno. Alto, pelirrojo y de enérgico carácter, que hablaba sin alzar la voz, pero con mucha autoridad A la entrada, en el corredor de su casa, existía un viejo automóvil convertible, con rines de rayos, y en medio del polvo se podía apreciar un gran tapón cromado en el radiador, como un reloj, que posteriormente supimos, servía para indicar la temperatura del motor. Sus fotografías, vestido de militar revolucionario, denotaban cuán joven se alistó en el Ejército; sus armas, de las que tenía muchas, y que en ocasiones Constantino, su hijo, dispuso para ir a la “Huerta Grande” a “tirar al blanco”, a monedas o latas pequeñas. Muy gratos momentos pasamos en esa extensión arbolada por frutales y sembrada con alfalfa, con conejos enjaulados y muchas aves de corral, en donde “el robo de fruta” era cosa obligada, así como en las huertas vecinas de don Pantaleón González y de los Rivera, por parte de los alumnos del Instituto Queretano.
No puedo quejarme. Mi vida nunca ha sido aburrida. Siempre se me ha dado la oportunidad de conocer personalidades singulares, algunas de las cuales ocuparon espacios en la historia de México y de Querétaro, y que trato de compartir estas vivencias para rescatar para la memoria, a hombres como don Constantino Llaca Nieto, quien, en los años que me tocó compartir, en esas inolvidables vacaciones, nos permite valorarlo como persona y como Gobernador del Estado, a lo cual llegó por una “circunstancia fortuita”, al parar el ferrocarril en el sitio que no le correspondía, según lo refería.
Comentaba don Constantino, que al trasladarse de la capital a Querétaro, en el medio más usual y cómodo que era el ferrocarril, coincidió en la estación de “Buenavista” con quien había sido enviado con el propósito de preparar el terreno y poner “todo a modo”, para ser Gobernador de Querétaro, “habiendo ya ganado las elecciones”. Don Constantino lo conocía muy bien; también era militar, era el Dr. José Siurob y sabía que a pesar de haber ganado las elecciones, no era bien visto por la población, por haber atentado contra sus creencias, al participar en la quema de confesionarios y persecución a sacerdotes. Este militar tendría que llegar a Querétaro demostrando seguridad y movilizarse bajo su entera responsabilidad, para que en caso de que todo se diera bien, -dada la época que se vivía-, y de no haber resistencia de la ciudadanía, lo legitimaría desde el Centro a través del respaldo presidencial haciendo oficial su triunfo.
El casi futuro Gobernador de Querétaro, abordó el tren en los vagones de Primera Clase, así lo ameriten las circunstancias, y el Lic. y General Llaca, subió con su familia en los modestos vagones de Segunda Clase, a sufrir en sus consabidas bancas de madera, para en seis o siete horas de traqueteo, y tratando durante todo el camino de idear la forma para poder ser Gobernador. Transcurrió el recorrido, y llegando a la “afrancesada” estación de nuestra ciudad; el ferrocarril disminuyó la velocidad y, poco a poco, entre vaporosos resoplidos y rechinidos de las metálicas ruedas, comenzó a parar, pero resulta que el cálculo del maquinista no fue muy preciso, pasándose del andén principal los vagones de Primera, los cuales quedaron casi en la Estación de Carga.
Pero para la buena fortuna de Don Constantino Llaca, los vagones de Segunda quedaron frente a la Estación, exactamente en donde un grupo de gente representativa, “las fuerzas vivas” esperaba al posible Gobernador y, al bajar el General Constantino Llaca. Se dirigieron a él, y sin más le preguntaron: “General, ¿es usted el candidato al Gobierno?”, pausadamente don Constantino con seguridad y señalando con el dedo índice en el pecho respondió: “¡Claro, que soy yo! Pero en Primera Clase viene otra persona que les dirá que es él; ¡no le crean!”.
Acto seguido, se retiró de la Estación, seguido del nutrido grupo de quienes se sentían, en estas conocidisimas circunstancias-, “amarrados con el bueno”, para un cargo público. Los rumores de ese momento, y como por igual suele suceder siempre, fueron más rápidos, que los escasos periódicos semanales, que daban la noticia de que el Gobernador de Querétaro sería el Lic. Constantino Llaca, como lo fue posteriormente, al demostrar a la Secretaría de Gobernación, al Secretario de la Defensa Nacional y al propio Presidente de la República, “la muy buena aceptación de su candidatura”.
Caminando de la estación y seguido por su séquito, acompañado de su familia, Don Constantino se trasladó a palacio de gobierno, en Madero y Ocampo y tomó posesión de la que sería su residencia por varios meses. Como el palacio de gobierno servía de casa particular, era frecuente que en los barandales del segundo patio se encontrara ropa de la familia tendida, ¡además ya tenía sus dos perros! Por lo que un familiar le prestó la casa de Independencia 102, casa que después de 20 años, su familiar le dijo “que ya la había tenido tanto tiempo, que se la iba a escriturar” a lo que Don Constantino reaccionó diciendo “¡estás loco! ¿que acaso quieres que yo pague el predial?
Pasó el tiempo, y muchos años después lo encontré. Coincidimos en el aparador de la “Ferretería Yale”, en la calle de Juárez, frente al Jardín Obregón, noche ya y en espera de que salieran mis padres del “Cine Plaza”; para matar el tedio de la espera, me dirigí para admirar las armas de fuego que se exhiben en dicho establecimiento, las pistolas Colt y las “Trejo”, fabricadas en Zacatlán Puebla, que tenían grabada una manzana muy parecida a las de las computadoras actuales, con la leyenda a un lado de “Hecho en Zacatlán, Puebla, México”, y que tenían una particularidad: eran de “ráfaga”. Esto es, que, al jalar el gatillo, se disparaban todos los tiros de una sola vez, y esto se lograba “cuando la pistola quería”. Al verlas, el General irónicamente comentó “estas chingaderas solo sirven como pisapapeles”.
Para mi pariente y amigo Edmundo González Llaca, con afecto.