Calles como: “de la Cerbatana” “Callejón ciego” la del “Biombo” la de “Sal si puedes” que con su solo nombre se explican solas. Otras; como las de “Las Malfajadas” “del Desdén” o la “del Descanso” de las que todos sabían su origen, por la historia que les acompañaba y sus leyendas muy conocidas.
Con esta costumbre pasaron muchos años, y fue hasta el surgimiento de nuestros héroes, cuando sus nombres, poco a poco, fueron desplazando la añeja costumbre de la original nomenclatura, la mayoría de las ocasiones claramente ligada con aspectos religiosos; como la “Calle del Serafín” el Portal de “Dolores” las Calles de “San Antonio” las de “Santa Clara” “Santo Domingo” “Santa Rosa” para convertirlas paulatinamente en los apellidos de nuestros grandes hombres.
A pesar de la corriente innovadora, el pueblo continuaba con sus propias referencias, siendo esta costumbre más aparente en la periferia de la ciudad; como en este caso en particular, en que durante los trabajos para el tendido de la vía del Ferrocarril Nacional en la década de 1880 y en el tramo norte del Molino de San Antonio (antiguo Instituto Queretano), al barrenar la dura roca del lugar conocido como el “Barrio del Cerrito” los pobladores rescataron unas grandes piedras para elaborar lavaderos, los que fueron colocados en el canal que surtía de agua a la Huerta Grande y que cruzaba la “Calle de Marte” casi esquina con Primavera.
En dicho canal, se reunían diariamente las mujeres que acudían a lavar, porque el agua era abundante y muy limpia, al provenir desde su nacimiento en los socavones, en La Cañada, y pasar después de este lugar y de haber sido utilizada en las Fábrica de Hércules, La Purísima y San Antonio, continuar para el riego de la “Huerta Grande” la que en un tiempo fue propiedad del Gobernador Constantino Llaca. Además; el lugar de los lavaderos, era un punto de reunión muy concurrido, y también el paso obligado para la otra banda, de los habitantes del Cerrito.
Entre las grandes rocas rescatadas, una, la que por sus especiales dimensiones de más de 1.60 de largo por 60 de ancho, fue escogida para convertirla en una banca, para descanso de los acompañantes de las que lavaban, y en ese tiempo, a los bancos que se encontraban en los pasillos de las casas, pegados a la pared, o en ambos lados del interior de las ventanas se les llamaban “pollos” o “pollitos”, y siguiendo la costumbre española, también a esta banca se le conoció como “poyo” y “roco” por ser una roca. Era “El Poyo Roco”
Varias décadas permaneció “El Poyo Roco” junto a los lavaderos de la Calle de Marte; en el arroyo que corría paralelo al río Querétaro y estuvo pegada a la pared, en la entrada de lo que en un tiempo fue “La Cartonera González” frente a la puerta del Instituto Queretano, banca que servía de referencia ¡Nos vemos en el Poyo Roco! porque significaba un cómodo lugar para la espera, por estar bajo un frondoso fresno que le daba mucha sombra.
El paso del tiempo y el desconocimiento del real nombre, y del origen del “Roco Poyo” fue degenerando y confundido, ubicándolo erróneamente en otro callejón, frente a la finca de ladrillo de dos plantas de un extranjero: Don Juan Balmes, conocida como la “Casa de las Brujas” (recientemente rescatada del abandono) y en donde existía un vivero de cactáceas, que el propietario exportaba a Europa, quedando en ese lugar una placa de cantera, que marcaba el año de 1882 como la fecha de su construcción, a la que por desconocimiento se le decía ya Calle del “Ronco Pollo”, (hoy Calle Agustín Rivera) nombre a todas luces erróneo “porque los pollos pían con mucha claridad, y no están roncos” además de no existir ningún dato lógico que pudiese justificar el cómico y descabellado nombre del “Ronco Pollo” (ver poyo con “y”).
Este trabajo, que fue el resultado de una investigación con los habitantes del barrio de Cerrito, fue publicado en mi libro “HISTORIAS Y RECUERDOS DEL QUERÉTARO ANTIGUO” en el año de 2013, para que, como es el propósito de “Preservar Patrimonio AC.” Qué me honro en presidir, Qué nuestra historia no sea alterada con interpretaciones erróneas.
Con afecto para Don Federico Ortiz Martínez.