¡Las palabras son viento, son aire, de ellas se sirve el poeta para trasmitir su pensamiento, su vida, su ser, porque el poeta vive y existe en la poesía misma, en su propia filosofía en lo efímero del ser y en el querer trascender! Esto decía Don Pablo Cabrera.
El poeta piensa como poeta, vive como poeta e incluso come y duerme como poeta, porque la poesía es una forma de vida que por entero se apodera como una enfermedad en el individuo, y lo obliga a pensar versificando, lo hace diferente de los demás ya que sin sentirlo maneja un lenguaje diferente. Duerme y piensa como poeta, y la poesía se apodera a tal grado de él, que se transforma en peligrosa al irlo sensibilizando hasta acorralarlo en crisis existenciales enmarcadas por la hipersensibilidad, y tornándose en un veneno que incluso puede acabar con el poeta. La poesía resulta la cicuta del poeta.
La vehemencia oratoria del poeta, al entregar su pensamiento a través del aire transformado en palabras, tratando de enaltecer la historia de nuestro México, la que con pasión explicaba al grupo de alumnos, que atentos lo escuchaban esa mañana del veinte de julio de 1977, en que acudían al Palacio de Gobierno por ser los mejores estudiantes de México, y que, sin saberlo, estaban presenciando los últimos instantes que le restaban de existencia a don Pablo Cabrera.