Asiento de todas las órdenes religiosas que en ese tiempo existían, y que contribuyeron a la construcción de imponentes conventos y templos, en donde el aspecto económico nunca significó ningún obstáculo para contar con lo suficiente, y llegar a lo lujoso en la ornamentación y equipamiento de sus templos, gracias a muy ilustres benefactores, entre ellos, el más notable sin lugar a ninguna duda, lo fue Don Juan Caballero y Ocio, que prácticamente aportó de su peculio grandes cantidades para la construcción o mejoras en la mayoría de los templos de Querétaro, incluso después de su muerte, legó para la terminación del Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo.
Le correspondió a un distinguido ser, provisto de una gran inteligencia, que a los dieciséis años diseñó el Convento y la Torre de San Agustín y que durante su fructífera vida, nos legó importantes e inigualables obras de arquitectura e ingeniería, que se adelantaron a su época. Don Ignacio Mariano de las Casas, entre otras grandes obras, es el que vino a transformar la antigua forma de medir el tiempo con la sombra del sol, proyectada por una varilla sobre una piedra, lo que cambió al construir los relojes fabricados en Querétaro, siendo el primero, el de la Parroquia de Santiago, en el que se aprovecharon algunas piezas y las campanas de otros pre existentes quedaron grabadas las palabras “Ignacio Casas”. Superando en mucho a este su primer reloj, resultó el que fue instalado en la torre de la Iglesia de Santa Rosa de Viterbo, en el año de 1771 y que funcionó casi cien años, hasta que durante el sitio de Querétaro fue destruido por los soldados, que después del Sitio robaron sus piezas ¡para calentar sus tortas!
Fue “el primer reloj de repetición construido en América” hasta el año de 1909, en que se instaló uno nuevo; del que queda poco actualmente por las sustituciones que se han dado a través de los años.
Pero; antes de esta etapa muy conocida de los relojes de Querétaro, existió otro reloj, que con el paso de los años fue olvidado, tal vez por su gran dramatismo y la forma en que se dieron las cosas, al estar involucrado el relojero Manuel de la Carrera, de quien se tiene noticia, que fue el que instaló el primer reloj público de Querétaro, precisamente en la torre de San Francisco, reloj que estaba en una pequeña ventana, que aunque clausurada ya, aún se distingue bajo la parte media de la torre –cerca de los balcones del campanario–. Este señor Manuel de la Carrera, le daba mantenimiento al reloj y dos años después de su instalación, se presentó un serio conflicto relacionado con el reloj; probablemente por alguna deuda del provincial que no le pagaba y que era el padre Fray Andrés Picazo.
Los conflictos entre el relojero de la Carrera y el padre Picazo, se complicaron a tal grado, que el día 11 de Febrero de 1769, el relojero acudió al convento de San Francisco en busca del provincial, al que encontró arrodillado orando. Armado de un puñal y ¡tres pistolas! y decidido a matarlo, de la Carrera le disparó con la primer pistola, no logrando que la pólvora encendiera, sacó la segunda hiriéndose con una de las postas en un hombro y en el pecho, y disparando la tercera pistola, la pólvora le quemó la cara al sacerdote. No conforme y después de golpearlo con la pistola, arremete contra él con el puñal, siendo sometido por otros clérigos, que al oír los disparos y las suplicas de clemencia del provincial, acudieron al lugar. Ante lo que se consideró como “un grave sacrilegio” por tratarse de un sacerdote provincial, las más altas autoridades eclesiásticas, solicitaron de la autoridad civil, que se impusiera un castigo ejemplar, “para que hechos de tal magnitud, no se repitieran jamás”, y el relojero de la Carrera fue condenado a muerte, indicando al verdugo, que le cortase la mano, con la que había cometido tan reprochable acción, y en el mes de agosto del mismo año, de la Carrera fue ajusticiado.
Para escarmiento del pueblo, la mano del infortunado relojero, –la que le había servido para la instalación y mantenimiento del primer reloj público de la ciudad, pero que también se había transformado en sacrílega, al intentar privar de la vida al padre Picazo; esa mano fue clavada en un garfio, en el muro poniente de la Capilla de San Benito, –frente al portal de los Carmelitas– el que fue demolido en 1916 (Esquina de Juárez y Madero, casa que habitó el Gobernador Francisco González de Cosío), lugar en donde permaneció colgada, hasta que en 1862, se demolieron las cinco capillas del “Convento Grande de San Francisco” aplicando las Leyes de Reforma.
En 1884 el gobernador Rafael Olvera, adquirió un nuevo reloj ingles y lo instaló en el templo de San Francisco, fabricándose un espacio al frente del templo, sobre de la entrada en donde se encuentra Santiago Mata Moros, patrono de la ciudad, y el antiguo reloj instalado por el difunto De la Carrera, lo cambió al templo de la Santa Cruz, en donde se hizo una instalación similar a la construida en San Francisco; construcción que por su peso, causó daños en la estructura y fue retirada. El mismo General Rafael Olvera, mandó instalar el reloj de la misión de Jalpan, dañando seriamente parte del frontis.
El reloj público más reciente de los de su tipo, lo instaló Don Trinidad Rivera, quien se desempeñó como prefecto de la Ciudad en dos ocasiones, dejando obras públicas como el Jardín Zenea y donando a la ciudad de otras, –como el Asilo de Pobres Rivera (antes Cruz Roja después biblioteca municipal y al parecer nuevamente será local de la Benemérita Institución, en las calles de Hidalgo). Legatario además de “La Casa de los Leones” construcción que junto con cuatro propiedades más, fueron donadas para sostener una Escuela de Señoritas, construcción en cuya fachada se instaló en 1903 un reloj de repetición, que funcionó hasta los años 60’s del pasado siglo en que un inquieto y muy travieso joven, vecino de la calle de Arteaga, se llevó de recuerdo parte de su maquinaria.
La familia de don Cayetano Rubio, instaló un reloj importado en el frente de su fábrica de hilados y tejidos del Hércules, al que complementaban con un silbato del vapor producido en la caldera. Caso similar era en la otra fábrica que en el barrio de San Francisquito marcaba la hora de entrada y la de salida, con otro silbato.
Los antecedentes familiares de algunos personajes son parte de la misma historia, por lo interesante que resulta el entender cómo se fueron formando y las circunstancias que influyeron de manera determinante en su propia vida, forjando su carácter a base del esfuerzo. Un ejemplo de esto es el señor Roberto Escoto Serrano, así como la historia de su familia ligada por muchos años a Querétaro y de manera tal que propiciaron el progreso en diferentes disciplinas, que en ese tiempo apenas se encontraban en ciernes en la entidad. Don Roberto Escoto nace en Guadalajara Jalisco por mero accidente, ya que su padre Don Rafael Escoto Rosas, quien era hijo de un sacerdote y que fue niño expósito, criado en el hospicio Cabañas de esa ciudad junto a sus hermanas Paula y Teresa, quienes ya grandes se avecinaron en Querétaro y aquí se casaron con descendientes de ricas familias dueñas de haciendas. Teresa con un señor de apellido De Vicente, dueño de las Haciendas de Santa Teresa en Huimilpan, Santa Cecilia en San Juan del Río y Alfajayucan en el Marqués y también la “D” y los Cues. Su abuelo Rafael ya vivía en Querétaro en el año de 1867, cuando el sitio de la ciudad por el ejército republicano y su casa se localizaba en la calle de Próspero C. Vega en el número cuatro, lugar en donde tenía una fábrica de jabón y en el que se conserva hasta la fecha una gran chimenea de ladrillo construida por personas venidas de Europa ex profeso, ya que en México no existían obreros calificados para tal fin; chimenea que a pesar de que le han caído rayos se mantiene en pie solo con algunas grietas. En esta fábrica de jabón construida en parte de la huerta y el panteón de la parroquia de Santiago, se instaló la maquinaria comprada en Inglaterra y sin improvisaciones, produciendo además de jabones, aceite de higuerilla para la elaboración de aceite de ricino, además de harinas en menor cantidad y Don Rafael Escoto donó el aceite para el alumbrado público de la ciudad durante muchos años, en el tiempo en que se alumbraban con lámparas de petróleo y aceite las calles del centro de la ciudad. En esos años el gobierno porfirista encabezado por Don Francisco González de Cossío, convoca a los industriales de Querétaro afines al Porfiriato para acudir a la exposición en París, en la cual el evento central era la inauguración de la Torre Eiffel y entre el grupo de connotados hombres de negocios, acude Don Rafael Escoto, durando varios meses en el viejo continente y a su regreso lo hizo cargado, entre otras cosas, de libros en varios baúles. Los negocios del abuelo continuaron creciendo e instala una fábrica de aceites y jabón en Cholula, Puebla, otra en Zamora Michoacán y compra el lugar conocido como El Salto de Juanacatlán en donde instala en la cascada una turbina para mover su maquinaria. Su capital y el de sus hermanas ya eran muy cuantiosos y continuaba reinvirtiendo en propiedades, se afirmaba que cuando decidió cambiarse de casa, lo hacía trasladando sus pertenencias en carros del ferrocarril y no en menos de tres de ellos.
En el árbol genealógico de distinguidos queretanos emparentados con Don Juan Antonio de Urrutia y Arana, marqués de la Villa del Villar del Águila, así como del Alférez Real, Don Pedro Antonio Septién Montero y Austri, se encuentran integrados apellidos como el de Doña Paula Escoto de De Vicente. Teresa Escoto De Vicente abuela de los González de Cossío, quien también emparentó entre familiares; eran los tiempos en que para preservar la propiedad de las haciendas se practicaba una especie de endogamia al casarse solo entre descendientes de los propietarios de las mismas, por eso los Escoto están emparentados con muy conocidas familias queretanas.
Ingenioso y emprendedor Don Roberto Escoto, conviviendo con dos de sus hijos.
La señora Teresa Escoto De Vicente, era una piadosa mujer que no se cansaba de ayudar a los pobres, dándose a querer por su bondad con los peones de su hacienda, así cuando ella murió en su recuerdo, denominaron a esta propiedad hacienda de Santa Teresa en Huimilpan, también a un gran bordo le dieron la misma denominación. Don Rafael ya entrado en años, se encontraba “haciendo cuentas” en su oficina de la fábrica de jabón de la calle de Próspero C. Vega, cuando le avisaron que un obrero acababa de sufrir un accidente, al cortarle ambos brazos una máquina y sobresaltado salió intempestivamente para el lugar y auxiliar al herido. Se decía que como “estaba caliente de la vista” al sufrir el cambio brusco con el frío y después de estar muy cerca de una lámpara, había quedado ciego de lo cual nunca se recuperó. Del patriarca de esta familia nace Don Ramón Escoto, sacerdote de quien se sabe que visita y conoce la fábrica de jabones y aceites de Querétaro en 1873 y que por su oficio religioso se perdió en el tiempo y ya poco se supo de él.
La descendencia de este tronco familiar también emparentó con los Martínez siendo una de ellas la hermana Martínez, conocida religiosa que atendió al canónigo Salvador Septién en su casa de las calles de Hidalgo en el centro de la ciudad. La periodista Paz Escoto radicada en la ciudad de Puebla y ampliamente conocida en esa localidad por su oficio, muere por un disparo que ella misma se da en el vientre. Víctor Escoto, ingeniero agrónomo que estudió en Francia, fue conocido como “el chacharitas” por su afición a coleccionar objetos raros; entre ellos las medallas otorgadas a su abuelo en la exposición de París. Ricardo Escoto, el mayor de los hermanos “desafía” a su padre y en castigo lo dan de alta en el ejército, enviándolo a Sonora en tiempo de la Revolución y en un combate le dan un tiro en la cabeza, quedando tirado a un lado del camino al ser dado por muerto y varias horas después los propietarios de esas tierras lo levantan al ver que aún vivía y lo trasladan a los Estados Unidos en donde lo operan poniéndole una placa de platino en el cráneo, pero ya nunca quedó bien de sus facultades mentales convirtiéndose en una persona excéntrica hasta su muerte. Guadalupe Escoto se casó con don Miguel Vera y después de vivir mucho tiempo en Francia regresan a Monterrey y fundan el Sanatorio Labastida. Jesús Escoto fue el bohemio de los hermanos, amante de la música, pianista profesional y su hermano Eduardo Escoto de quien se dijo que se dedicaba al comercio en el libro de Historia Oculta y que fue asesinado arteramente a puñaladas a las puertas de su domicilio en Pasteur Sur, en el tiempo que gobernaba Don Saturnino Osornio; de Eduardo faltó decir que se desempeñaba como maestro del Colegio Civil y del Centro Educativo escuela que se encontraba en la calle de Allende frente al Palacio Federal, en la amplia propiedad que aún conserva un torreón sobre la calle de Allende. Pero nuestro hombre, Don Roberto Escoto, surgido de esta familia cuando la situación económica había cambiado, cuando México se transformó después de la Revolución y que las haciendas, los capitales, el patrimonio se diluyó, siendo ya otra la realidad, Don Roberto estudia en un internado durante diez años, pero lo hace con mucha seriedad y muy joven da clases de inglés. En el Colegio Civil tiene como sus compañeros a muy conocidos personajes como son Rafael Camacho Guzmán, Octavio S. Mondragón, Eduardo Luque Loyola, esto en el año de 1925 y dejando su trabajo de telegrafista, que también desempeñaba en la estación de Hércules Querétaro, comienza a trabajar como prefecto y bibliotecario del propio Colegio Civil. De forma autodidacta y apoyado en los libros de su abuelo, decide construir el equipo para una estación de radio de onda larga y corta; la estación XIHF, afición compartida con Don Fernando Loyola y con el General Ramón Rodríguez Familiar en la época en que al equipo utilizado se le conocía como “roperos” por lo voluminoso que resultaban, y ya una vez construido, lo puso en funcionamiento en su domicilio de Próspero C. Vega, teniendo problemas con el vecindario ya que al usar el telégrafo por las noches, los focos de la calle “parpadeaban” quedando esta casi a oscuras.
El Sr. Escoto rodeado de sus hijos por los que trabajó siempre en forma muy intensa y con mucho ingenio. Por medio de su radio de onda corta cubrió el mundo, apoyado por el telégrafo el que dominaba magistralmente en sus dos modalidades de aparatos; el que se pulsa a los lados, puntos de uno y rayas del otro, el otro, el más difícil conocido como “prensa” por ser sus movimientos solo hacia abajo, equipos que hoy son tan escasos que solo se conocen en algunos museos. Desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial en el año de 1939, hasta su término en 1945, Don Roberto resultaba ser una persona perfectamente bien informada directamente del frente de batalla, conoció minuto a minuto lo que estaba aconteciendo y como persona responsable en cuanto se solicitó a la reserva en México, él, a primera hora del día de la convocatoria, ya estaba parado frente al cuartel para enlistarse en la tropa. Ese mismo día apremió a sus hijos para que los que tenían edad se inscribieron de conscriptos y les compró uniformes; había que estar preparados. Muchos de sus contactos en la Europa en guerra, fueron contestados con las tarjetas que los radioaficionados llaman Q.S.P. o también conocidas como tarjetas de confirmación de las que guardaba buen número procedentes de apartados lugares en conflicto bélico.
En este tiempo Don Roberto tenía una óptica, que si no fue la primera en la ciudad si resultó la más conocida la “óptica Escoto” en Juárez número siete, la que inició con su hermano Gonzalo y que se anunciaba con unos grandes anteojos de más de dos metros de largo por setenta centímetros de alto, pero su hermano murió en 1958. Los lentes para la óptica los compraban en México, en la óptica económica de Madero número veinte en el D.F., óptica la que rebasa el siglo de antigüedad, y ya en esta ciudad, los lentes los tenían que adaptar y se tenían también que perforar para poner el soporte de la nariz y las “patas” laterales, utilizando improvisada perforadora lubricada en la punta con petróleo, resultando un trabajo sumamente difícil y siempre con el riesgo de romper el lente. Y si la perforación de los lentes resultaba complicada en un inicio, no solo se superó esto, sino que la tecnología a la “queretana” aportó procedimientos para dar la curvatura a los cristales de los lentes; en una caja de zapatos se ponía barro revuelto con asbesto, el barro lo conseguían en las ladrilleras, después se le introducía al barro, y antes de que secara, dos resistencias de plancha y se conectaba hasta calentarlo para que la caja de zapatos se quemara y ¡ya! Se tenía un horno para calentar los vidrios sostenidos por trozos de cincho, para por gravedad darle la curvatura hasta que el vidrio estaba a punto de derretirse. Para el corte de los lentes se tenía un “mollejón” y el pulido que resultaba un trabajo muy arduo, se realizaba con piedra pómez hecha polvo, agregándole agua y un trozo de piel para frotarla y después de mucha paciencia frotando el lente hasta que la piedra pómez quedaba más pequeña que el polvo del talco, hasta lograr la transparencia y ya una vez terminado se vendía a tres pesos cada uno, más el costo del armazón de los lentes de las que había desde cinco pesos. Nuestro personaje contrajo matrimonio con la señora Luz Patiño González y tuvieron doce hijos, teniendo tiempo además para aficionarse a la astronomía, atender un taller de máquinas de escribir, pasar parte de la noche “pegado” a su equipo de radio aficionado escuchando noticias del mundo. También fue joyero, fotógrafo haciendo de su esposa la primera mujer fotógrafa de Querétaro, reprodujo peces tropicales de ornato para su venta, adiestró perros para obediencia, tuvo un criadero de conejos, fue apicultor y manejó injertos en árboles frutales. Con su esfuerzo, él solo y durante muchas semanas excavó un pozo en la calle de Allende 81 Norte, para con su agua regar su hortaliza y crear puercos; también construyó un telar rústico y tuvo un salón de belleza, fabricaba harina de plátano para las panaderías, hacía cerámica en un torno de los rústicos conocidos como “torno de pie” de los mismos con que el Padre Hidalgo enseñó a elaborar cerámica a los indígenas. También fue pintor al óleo y dibujante a lápiz, dejando trabajos muy bien logrados, tan profesionales que podía decirse que tienen un gran valor y con gran facilidad e ingenio fabricaban sus instrumentos para la óptica, hacía sus telescopios y un día al conocer a un suizo que vendiendo relojes radicó temporalmente en la ciudad, aprendió relojería y fue relojero el resto de su vida. La óptica dejó de funcionar gradualmente y en su local de la calle de Juárez montó su taller de relojero, muy pronto la fama de la perfección con la que realizaba sus trabajos corrió por todo el centro del país y no solo atendía a los clientes locales, también venían de poblaciones vecinas y podía afirmarse que tenía clientes cautivos que eran los ferrocarrileros, los que en ese tiempo eran muy rígidos y celosos de la puntualidad, y no permitían a ningún otro “tocar” sus finos relojes marca “Whatman”, los que solo en muy pocas relojerías de la ciudad de México arreglaban.
¡Pero aquí en Querétaro! Don Roberto Escoto no solo los arreglaba ¡también les fabricaba piezas de repuesto! las más frecuentes como el eje o pivote, el que tenía el grosor de un cabello y resultaba junto con el volante y la espiral “el motor” del reloj, montado sobre dos piedras de rubí que lo sujetaban y si algo no estaba bien el reloj no era exacto y solo su familia conocía como además de su ingenio; utilizaba como materia prima las varillas de los antiguos paraguas hechos de acero y fabricados en Europa, de aquí de estas varillas sacaba pequeños trozos y los “torneaba” con instrumentos casi microscópicos para fabricar los ejes y los pivotes. Los propietarios de los relojes descompuestos acudían a él y se expresaban de una manera especial, ya que el trato entre relojero y cliente podía compararse con el de un médico con un paciente; ¿qué tiene mi reloj señor?, ¿es grave?, ¡pues mire señor! Contestaba Don Roberto ¡la cosa es seria, se le rompió el pivote, está des pivotado! Oiga decía el dueño ¿pero no es tan grave verdad? Y contestaba el relojero; ¡haremos todo lo posible por salvarlo, tendrá que quedarse aquí por algunos días! ¡Haga todo lo que sea necesario señor, pero que quede bien lo necesito mucho! ¡Bien! Decía el relojero ¡tenga fe en Dios, haremos todo lo posible porque quede bien!. Uno de los problemas más frecuentes resultaba la ruptura del cristal del reloj, de los que solo existían repuestos estándar y si era diferente el tamaño se tenía que reponer haciendo uno nuevo, pero con la experiencia adquirida en la óptica, esto no representaba ninguna dificultad, en máximo ocho días su dueño tenía nuevamente su joya con vidrio nuevo, reluciente y además con la maquinaria limpia para su mejor funcionamiento, cortesía del relojero. Don Roberto Escoto “clavado” en su mesa de trabajo con sus pequeñas herramientas y su lente en el ojo derecho, frunciendo el ceño para sujetarlo.
Campanas del Reloj de San Francisco que marcaban el ritmo de vida en Querétaro.
Pasó día tras día trabajando y acumuló cuarenta años sin sentirlos, solo viéndolos y disfrutando de lo que le gustaba hacer, y fue testigo por su cercanía, de todo lo que acontece en el mismo corazón de la ciudad, donde como punto de reunión se daba lo más trascendente. A unos cuantos pasos, pasarían también los años para un grupo de empresarios, la mayoría de origen español o descendientes de ellos, quienes recargados en la pared platicaban o hacían negocios todos los días y a la misma hora. También un día Don Rafael, atravesó la calle para en medio de un numeroso grupo de gente, observar a un “faquir” el que había sido enterrado vivo en un prado y se decía que pretendía estar así durante ocho días, hasta diez días según fuera la respuesta del público en sus aportaciones, pero este fakir por las noches salía para comer tortas en “Las Tortugas” y Don Roberto que se retiraba de su taller ya tarde, lo veía realizando esta maniobra. Otro día, un gran revuelo en que la gente corría y pronto se enteró en su taller, que en el restaurante de al lado “La Flor de Querétaro” habían matado a Miguel el “árabe” conocido comerciante. También durante tres días y sus noches escuchó la música y las interpretaciones del cantante Luis Roa y un enmascarado conocido como la “máscara que canta”, quienes actuaban en un maratón para recaudar fondos para la Cruz Roja en el año de 1959. Un día en la tarde, observó como un pequeño hombrecillo vendado de los ojos, escalaba la fachada del Templo de San Francisco, ante el asombro y los malos pronósticos de la concurrencia; era el “hombre mosca”. Siendo “el tiempo” de las personas tan importante, él ironizaba diciendo,” tengo el tiempo de mis clientes en las manos” o en “latín” pronunciaba “tempo est futile” pero si algo le molestaba, era que le quisieran tomar el pelo; como Compleja maquinaria de fabricación inglesa, que le da vida al reloj el cual reparó durante mucho tiempo el Sr. Escoto. pretendió hacerlo un conocido y acaudalado personaje, el que le reclamó que al “tocarle el claxon” frente a su taller, el señor Escoto no volteara a verlo “mi trabajo es muy delicado no puedo distraerme” le respondió Don Roberto, pero al pagarle dicha persona la compostura que tenía un costo de diez pesos, lo hizo con un billete de mil pesos, adivinando las pretensiones del sujeto, Don Roberto le dijo “espérame voy por cambio” y salió a la cafetería de “La Mariposa”, en la otra esquina, donde con un amigo se tomaron un refresco con toda calma, saliendo después con toda calma, fueron al banco de Londres y México, en donde pidió le cambiaran el billete por “puras monedas”, las que entregó al muy molesto cliente, por la demora y el que solo “peló los ojos” y ya no contó sus 990 pesos de cambio. Muchos años fue el relojero oficial de los templos de San Francisco en frente de su taller, pero también del reloj de Santa Rosa de Viterbo, el que se conoce como el primer reloj de repetición fabricado en América.
Él personalmente acudía para darles cuerda, subiendo con una manivela los contrapesos y en este último lugar nunca se le presentó ningún contratiempo a pesar de lo peligroso de las escaleras, solo un incidente la noche en que acudió ya tarde a la iglesia de Santa Rosa y a su regreso de la torre, encontró una figura humana con una sábana blanca, después del susto, el que no pudo evitar, escucho las voces de las monjas que cuidaban a los enfermos del hospital que se encontraba en el anexo del templo y las que buscaban a un enfermo trastornado por la fiebre, el que deambulaba impensadamente por todos lados, llegando hasta la torre del templo. El reloj de San Francisco siempre le mereció un trato especial, sabía que su tiempo regía la vida de los queretanos y que por los husos horarios, existía una diferencia de cinco minutos con respecto al horario de la ciudad de México, esto siempre se respetó mientras el señor Escoto fue el encargado del funcionamiento del reloj, del que cuidaba con esmero su exactitud y suponía piezas gastadas, las que por su procedencia inglesa y ya antiguas no se conseguían tan fácilmente. También procuraba la iluminación de la carátula para que se viera de noche a distancia y desde diferentes puntos, ya que el día terminaba en Querétaro a las nueve de la noche, todos a su casa a dormir, “se soltaba al león”. Libre pensador y autodidacta, hombre sumamente emprendedor, ávido lector con muy amplia cultura, cumplidor; cuando todo se hacía empeñando la palabra, Don Roberto Escoto Serrano, perteneció a la generación de esforzados ciudadanos, que en el siglo pasado, contribuyeron para el desarrollo y progreso de Querétaro, del que siempre se sintió orgulloso y dispuesto a darle todo sin pedir nada, Don Roberto fue un hombre íntegro.
El relojero
Por más de 50 años, el mismo señor Rafael Escoto, fue el encargado del funcionamiento y también del nada fácil mantenimiento, de los antiguos relojes de San Francisco, el que fue comprado en Inglaterra por el gobernador Rafael Olvera en el año de 1883, además del histórico reloj construido por Don Ignacio Mariano de las Casas en la torre del templo de Santa Rosa de Viterbo y que tiene el mérito de ser “el primer reloj de repetición construido en América”, no obstante su complejidad en cuanto a la sustitución de sus piezas, Don Roberto Escoto las fabricaba para hacerlos funcionar y cumplir la importante función, de marcar el tiempo que le daba ritmo a la ciudad, con una diferencia de cinco minutos menos que en la capital del país; según los husos horarios.
En memoria de Don Roberto Escoto Serrano, relojero que durante décadas se encargó de los relojes de Santa Rosa y San Francisco.