Han trascurrido ya más de cien años, de que Querétaro una vez más fuese protagonista en la historia de México, al ser por segunda vez la capital del país y la sede de los trabajos del constituyente que nos daría la Carta Suprema – primera del siglo XX – a nivel mundial y primera también que contemplara los derechos sociales y las garantías individuales. Documento histórico que ha regido la vida del país por cien años, como la guía suprema de todos los mexicanos.
Hace ya cien años, que don Venustiano Carranza escogió a nuestro suelo, para reunir a los representantes de los estados en lo que sería una empresa nada fácil, por las condiciones que imperaban durante el convulso tiempo de la llamada revolución, que enfrentó en muy difíciles y sangrientos momentos, a quienes con las armas defendían sus ideales, o sus ambiciones personales en la política, pero que causaron mucho daño a los particulares, mientras se llegaba a una solución.
Querétaro sufrió muchas calamidades durante un poco más de dos años, porque siendo cruce de caminos y paso obligado del entonces moderno Ferrocarril, la ciudad era disputada por villistas y carrancistas. Unos aborrecidos por sus excesos y los otros esperados con ansias, viendo en su presencia la salvación, porque la llegada del general Francisco Villa, hacia repicar las campanas durante tres horas, al sentirse que con él estaban seguros, porque había sido el menos malo.
Pasaron ya cien años, de que en La Cañada se dieron las históricas reuniones sociales y políticas, en las que, con el pretexto de convivir, se lograba reunir a importantes personajes, militares distinguidos que eran hombres recios de muy difícil manejo por su carácter impredecible, esto, motivado por las circunstancias tan difíciles que se estaban viviendo. Era La Cañada el lugar ideal por su tranquilidad y belleza, así como por la calidez de sus habitantes. Lugar donde abundaba el agua y la vegetación era muy exuberante, marco ideal para que se lograran momentos inigualables en un remanso de paz en medio de los combates, que llegaron a propiciar escenas difíciles de creer, como el verlos bromeando mientras se subían al columpio del sabino del Balneario del Piojo.
Iniciándose con las visitas matinales de Carranza, en el año del 14, cuando el tren se detenía a un lado del Balneario del “Piojo” para que don Venustiano tomase su baño tempranero, y para después de un tiempo, sería la Cañada el lugar escogido para reuniones muy frecuentes en la “Huerta Grande”, el Piojo o en las amplias huertas de las casas de personajes de la localidad. Carranza, Obregón, Pablo González, el general Fierro, Constantino Llaca, José Siurob, Francisco Murguia y Federico Montes, que como gobernador celebró el banquete de su boda y festejó su cumpleaños en este lugar, los dos años que coincidió estando de gobernador. Lugar apacible de pláticas en privado, mientras caminaban por las veredas bordeadas por los múltiples arroyos. Pláticas entre Carranza y Obregón para definir estrategias y lograr acuerdos. Lugar donde se dieron interesantes discursos políticos, para orientar acciones y avenencias durante el constituyente. Todo esto se dio en las huertas de La Cañada.
En La Cañada se bañaba la tropa, lavaban su ropa. En La Cañada se dieron fusilamientos como el del ingenuo lugareño que viendo militares grito entusiasmado “Viva Villa” a los que eran carrancistas. La Cañada servía de refugio para no enfermar del cólera o del tifo, mientras los pobladores de Querétaro y las tropas los padecían. La Cañada fue un lugar que quedó en la memoria de manera muy grata, en todos los que la visitaron durante los trabajos del constituyente, y en La Cañada, al igual que en el Puerto de Mazatlán, El Salón Verde, El Águila de Oro, o la casa de la señora “Madame Enriqueta”, frente a la alameda, se lograron acuerdos que después se concretarían en las sesiones del constituyente, que se realizaban en la Academia o en el Teatro Iturbide, reuniones que de algo sirvieron para logar la nueva constitución.
Cien años pueden ser muchos, si los comparamos con la vida de las personas, ya que pocos los sobreviven. Cien años son pocos, si los medimos comparativamente con la historia. Cien años, dramáticamente son muy pocos, si tomamos como referencia lo que ha ocurrido en La Cañada durante ese tiempo. En esos cien años, se agotaron los manantiales, murieron de sed las grandes y productivas huertas. Se terminaron la producción de frutos -como sus famosos aguacates- y las flores dejaron de sembrarse. Se mandó demoler los baños Escandón. Aquella pintoresca alberca que acumuló tanta historia, en donde se bañada don Venustiano Carranza. desapareció. La última huerta que sobrevivía dando vida a sus árboles, el empeño de don Agustín González al regarlos con manguera, no fue suficiente y se murió.
Nos queda de todo aquello, el recuerdo solamente, a los que conocimos la agonía de lo que fue en sus tiempos el florido y bello paraje de La Cañada. Recuerdo plasmado en las viejas fotos de la época, que dan testimonio escaso de su grandeza, de su protagonismo en la historia. Que quede este pequeño trabajo como un testimonio para dejar memoria escrita, de la etapa en la que el pueblo de La Cañada, proporcionó sus bellos parajes arbolados y de abundantes aguas, para recibir a tan distinguidos protagonistas de nuestra historia, a cien años de distancia.