General Miguel Miramón

El muy difícil momento que pasó México durante la Guerra de Reforma, dividiendo en dos bandos la nación; liberales y conservadores, como protagonistas de luchas fratricidas, contempladas y sufridas por un gran número de indiferentes, que en la lucha diaria por sobrevivir centraban su principal preocupación.

De esta guerra, surgen personajes que, por sus hechos de armas tan señalados, continuaron vigentes por varias décadas; en cambio otros, van cayendo como resultado de la lucha o son señalados por sus convicciones tan radicales o de su ambición personal; de estos últimos; afortunadamente fueron pocos, porque el comportamiento militar se regía, en la mayoría de ellos, en base al honor.

Nuestra historia relata, que la mayoría de los protagonistas de hechos castrenses, cayeron prisioneros y que después fueron liberados y se les perdonó la vida o lograron escapar, utilizando diferentes métodos, o gracias a su astucia, o por la ayuda de otros, o el pago de sobornos que les facilitaron la huida.

Porfirio Díaz, Zaragoza, Mariano Escobedo, el mismo Benito Juárez que se escapara de Miramón en Zacatecas. Tomas Mejía; que libera a Escobedo en dos ocasiones, perdonándole la vida. Miguel Miramón, que, estando preso en la cárcel de la Acordada, escapó utilizando un uniforme del ejército Republicano Juarista, el que su propia madre se lo llevó escondido a la prisión.

Leyendas basadas en hechos reales; como cuando Porfirio Díaz es escondido en un horno de pan, hecho; según lo relatado por familiares de Don Bernabé Loyola y que se dio en una visita a Querétaro; de las muchas que el entonces Coronel Díaz realizó a nuestra entidad, y si en la realidad se dieron muchos fusilamientos; la mayoría fueron de militares que no formaban parte de la élite, entre los que existía un pacto de honor no escrito, que era el de protegerse, garantizándose la vida, porque la mayoría de ellos se conocía por sus orígenes.

Durante el tiempo de la intervención francesa, la situación cambió al promulgar Don Benito Juárez una ley en enero de 1862, en la que se ordenaba, “fuese fusilado el que ayudase al invasor o al que tomase las armas en contra del gobierno establecido” y bajo esta ley, y la que el Emperador Maximiliano promulgó con similares características de dureza, muchos militares fueron pasados por las armas sin que mediase juicio. Así; de esta forma, el General Ramón Méndez fusiló en Uruapan.Michoacán a varios militares de alto rango del Ejercito Republicano, entre ellos el ex gobernador de Querétaro Don José María Arteaga.

Si se hace un recuento, de las veces en que los enemigos de ambos bandos fueron liberados y se les perdonó la vida, resultan más las ocasiones, en las que los conservadores se mostraron indulgentes con los republicanos, no así los liberales que con rigor aplicaban la pena de muerte. Así de esta manera Tomas Mejía pone en libertad a varios destacados militares y en dos ocasiones libera al General Mariano Escobedo, también a otros que la historia consigna y que sus nombres son poco conocidos, pero no menos importantes.

Miguel Miramón se mostró indulgente en muchas ocasiones; una de ellas, con el General Leonardo Márquez a quien personalmente aprehende en Guadalajara por estar acusado de robo a los comerciantes y personalmente lo conduce a prisión a la ciudad de México, en donde permanece preso varios meses, liberándolo posteriormente. Entre todos los que con clemencia perdonó Don Miguel Miramón, se encontraba un militar, que cuando ya estaba él prisionero en Capuchinas, olvidó; que herido y a punto de ser fusilado; por órdenes de Miramón, fue rescatado y puesto bajo guardia, para que nada le aconteciera, y pasando el tiempo, el que había recibido este beneficio, tenía bajo su cuidado a su benefactor al que su esposa, Concepción Lombardo de Miramón, le pedía clemencia y reciprocidad para facilitarle la fuga.

Corría la primera quincena del mes de Julio, y una mujer desesperada, con gran angustia, sentía aproximarse el fin de su amado esposo y no pararía en su esfuerzo, para lograr su liberación y de paso; la de los otros dos prisioneros; el Emperador Maximiliano y el General Tomas Mejía. Ya había Concepción Lombardo acudido a San Luis Potosí a suplicarle al presidente Juárez la liberación de su marido, y ante el fracaso; alguien de su absoluta confianza le dijo; “Concha ya no queda ninguna esperanza más que la fuga”, y se lo estaba diciendo un militar.

Los días trascurrían con angustia; porque las horas se pasaban volando, cuando Concha de Miramón se enteró, de que otra decidida mujer; la princesa de Salm Salm, estaba en pláticas con dos coroneles del ejercito Republicano; Ricardo Villanueva y Palacios, para lograr su ayuda y facilitar una fuga de los prisioneros. Se decía que la Princesa, tenía ya “comprometido” el apoyo del rico empresario Don Carlos Rubio, quien facilitaría los caballos para tal fin, los se conocía, que estaban listos a unos cuantos pasos de la prisión. Además, de que este acaudalado personaje, hijo de Don Cayetano Rubio, había firmado dos libranzas por cien mil pesos cada una, para gratificar a ambos coroneles.

Este desesperado plan, fue comentado con el propio Emperador en su habitación de la prisión de Capuchinas, cuando le realizaron una visita, Miguel Miramón y su esposa Concha, y ante la pusilánime respuesta del archiduque, no paso de ser solamente una plática que denotaba la incapacidad de ponerla en práctica, por la falta de dinero. ¡Nadie se comprometería con un simple papel firmado como pago! Con monedas de oro; contantes y sonantes, sería muy diferente.

En las pláticas de la familia del General Miramón, con frecuencia se mencionaba, de cómo estando prisionero en la cárcel de la Acordada, su madre, le llevó oculto un uniforme juarista, y al vestirse con el, el General Miramón, había salido de la prisión con toda calma, sin levantar la menor sospecha. Esa escapatoria de la cárcel de la Acordada, le inspiró a Concha un plan de fuga, que tenía muchas posibilidades de éxito, porque su mente lúcida, había asimilado la sensibilidad de la estrategia militar de su marido, y ahora, en este difícil trance la estaba poniendo en práctica.

Al exponerle el plan a su marido, no le enteró, de que ya en compañía de su amiga la Sra. Cobos, viuda de un médico que vivía en la hoy conocida como “Casa de la Zacatecana”, así como, que con su cuñada de nombre Naborita, habían conseguido permiso, de la dueña de la casa que se encuentra en la parte posterior del convento de capuchinas, con el objeto de subir a la azotea y con disimulo, ver las posibilidades de perforar un orificio en el techo, para que por ahí escapase el General Miramón. Pero; con decepción, se dieron cuenta de la inviabilidad del intento, porque existían muchos guardias en el lugar.

Únicamente quedaba una acción desesperada que intentar, y para ésta, ya se tenían adelantos para su realización, Concha había acudido al empresario Don Carlos Rubio y le había solicitado uno de sus trajes, que como la misma Concha de Miramón relata en sus memorias “Se lo pondría bajo sus ropajes y sobre de él, su blusa, la crinolina y la falda, y ya estando junto con su marido, a la hora que solían dejarlos solos, que generalmente era casi al terminar la visita, lo que ocurría entre las siete y nueve de la noche, ella se despojaría de sus prendas, quedando vestida de hombre y su esposo se vestiría con las de mujer”.

El paso siguiente sería; el de salir sin despertar sospechas, porque cuando ella entraba al cuartel, lo hacía cubriéndose la cabeza con un amplio velo y para evitar los malos olores del lugar, cubría su nariz y boca con un pañuelo, lo que haría igual Miramón, para lograr salir. Pasado un tiempo razonable, que les diese la garantía, de que el general ya estaría lejos, ella saldría vestida de hombre y si por algo era descubierta; como ella lo afirmaba, “a mí no me fusilaran y hasta podría suspenderse la ejecución, porque faltaba uno de los condenados y esto dará tiempo, para que los que están empeñados en lograr el perdón, logren hacerlo”.

El valiente General Miramón, vio con ternura, lo que juzgó como ingenuidad de su esposa; él bien sabía que iba a morir y le respondió; “que hiciera de cuenta que se encontraba enfermo de una enfermedad grave y que moriría finalmente, que procurara que su hijo Miguel no alentara odios ni rencores en su corazón y que le daba permiso para casarse nuevamente si encontraba un buen hombre”.

Cuando el día 16 de Junio de 1867, estando ya preparados para ser fusilados, los tres condenados a muerte, y que, a las tres de la tarde, se recibe la orden de aplazamiento de la ejecución, el General Miramón en una acción que deja muy en claro, que como estratega no tuvo rival, le pide a su esposa Concha que acuda nuevamente a San Luis Potosí para hacer un último intento, que le permitiera salvar la vida. Ella, acatando la voluntad de su marido, realiza un nuevo viaje a San Luis, el que como promedio se realizaba en cuatro días, y sin lograr nada, de lo cual su marido estaba convencido y pensaba solo en alejarla para evitarle el trauma de presenciar su muerte.

Enterada Concha Lombardo del fusilamiento de su marido, cuando aún se encontraba en San Luis Potosí, le pidió a uno de sus hermanos y a su tío de apellido Corral, que se hicieran cargo del cadáver de su amado esposo y pide que le sea extraído el corazón, para llevarlo con ella a Europa a recibir el cobijo solicitado por el difunto emperador a la casa de Austria, a través de su madre Sofía.

Mediaba ya el mes de Julio de 1867, cuando Concha Lombardo, viuda de Miramón, regresó a Querétaro, porque se veía obligada a ello, al no existir otro camino con rumbo a la capital y para rescatar los objetos y prendas de su marido, además, lo más preciado para ella, el corazón que varias veces Miguel le dijo; “que era suyo”. Corazón que siguiendo sus indicaciones, le había sido extraído al cadáver, poniéndolo en un frasco con formol.

Al recibir Concha las ropas ensangrentadas de su marido, así como su cartera y su reloj, tal como ella misma consigna en sus memorias, en donde manifiesta el gran sufrimiento que esto le ocasionó; quedándose varias horas abrazando las prendas y llorando sobre la última carta del General; incluso, le fueron guardados, por indicación de su marido, los restos de pan de su última comida antes de partir al cerro de las campanas.

Como esposa amorosa, Concha, extrañaba un artículo que tenía gran valor por su significado, se trataba del anillo de matrimonio de Miguel su marido, el cual no se encontraba entre lo que le habían entregado, suponiendo acertadamente, que este había sido robado, de esto no se equivocaba y solo porque así estaba predestinado, el que lo había sustraído, acudió a venderlo a la casa de la señora Cobos, recibiendo a cambio una onza de oro.

Recuerdos tristes quedaban en poder de la viuda, que hasta el último momento luchó denodadamente por liberar a su marido, a pesar de estar recién parida y con las complicaciones agregadas por la tensión y el ajetreo de los viajes con tanta premura, que rompieron todo lo establecido, haciendo el recorrido en dos días; la mitad del tiempo necesario para ir a San Luis Potosí, para entrevistarse con el Presidente Juárez y después de permanecer tan solo dos horas en esa ciudad, regresar apresuradamente a Querétaro para seguir luchando en su propósito.

Agregado a todo lo anterior, el estar planeando una fuga desesperada como último recurso, para salvar a su amado esposo. Plan que consistía; en que quedando ella vestida de hombre al darle sus ropas femeninas a su marido y convirtiéndose en pieza de cambio si era sorprendida, darle tiempo a él para alejarse lo más posible de Querétaro, plan que no logró ser aceptado y del que quedaba el recuerdo como la única posibilidad salvadora.

Tiempo después; cuando Querétaro retomaba su impuesta tranquilidad, resultado del proceso de olvido obligado, el que en apariencia hubiese ayudado para el pretendido primer intento de fuga de Miramón, la había traicionado el acaudalado Carlos Rubio, que no obstante facilitar el traje para que lo vistiera Concha Lombardo y de firmar dos libranzas por cien mil pesos cada una, ese mismo día alertó de lo que se pretendía realizar, a alguien del Ejercito Republicano, dando como resultado, que estando doblemente ataviada Concepción, teniendo ya bajo su falda el traje de hombre, el plan no pudo realizarse porque Don Carlos Rubio con su delación alertó a quienes custodiaban a los prisioneros y ya no los dejaron solos ni un momento.

Don Valentín F. Frías en sus escritos relata; que su hermano mayor realizó un viaje a México con Don Carlos Rubio y que durante el mismo, éste le relató, que él había dado todo para la fuga de los tres prisioneros, proporcionando los caballos, los que sí estuvieron listos en el lugar acordado, pero algo no salió bien y que una mujer pasó por su casa, la hoy conocida como Casa de los Cinco Patios y a través de una ventana, la que ya no existe por ser la puerta de un local comercial, le susurró, que “de seguro algo malo había pasado” fracasando el plan. Esto lo decía, tal vez en forma justificadora; al que Concepción Lombardo señala una sola vez por su nombre; Carlos Rubio, porque las otras ocasiones solo pone sus iníciales C.R.

Ahora todo había pasado ya, se encontraba en la casa de la señora Cobos, sentada con un crucifijo y un frasco; el que contenía lo que quedaba de un corazón partido, al ser separado en dos, por el mortal disparo, ocasionado por uno de los soldados del mejor pelotón de fusilamiento; el que sería el encargado de ejecutar al Emperador, solo que al cederle Maximiliano el lugar de honor a Miramón al centro, le cedió también a los más certeros y escogidos tiradores, por eso la muerte de Miramón fue instantánea; el no sufrió el tiro de gracia, no era necesario.

Al llegar aquella tarde el canónigo Ladrón de Guevara y contemplar esa lastimera y desconcertante escena, de la triste mujer llorando frente al Cristo y el frasco con el corazón, le recriminó diciéndole “este corazón ya no te pertenece, ya fue juzgado y debes enterrarlo” y sin decir más, el canónigo tomó el frasco y se lo entregó a su cuñada Naborita para que su esposo el hermano de Concha, le diese sepultura en su propiedad de San Luis Potosí en donde este corazón quedó en la capilla del rancho Cerro Gordo.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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