El muy ilustre personaje, que nuestra historia señala, como el más insigne benefactor de Querétaro conocido como Don Juan Caballero y Osio era miembro de una muy distinguida familia, que contaba con varios clérigos, que con su desempeño, lograron trascender, siendo Don Juan el más conocido, por su importante e invaluable empeño por apoyar a las diferentes congregaciones, para la construcción de templos y conventos, a grado tal, que se puede afirmar, que casi todo lo construido con carácter religioso en Querétaro, recibió importante contribución de este desprendido ser, que agotó su cuantiosa fortuna, para legárnosla como parte importante de nuestro rico patrimonio.
Cuatro personajes han sido considerados como los benefactores de
Querétaro y que son: Doña Josefa Vergara y Hernández, la que, al conocerse del manejo de sus bienes, se puede afirmar que se dedicada al agio. El otro es el Marques Don Juan Antonio de Urrutia y Arana el que, por el resultado final en la construcción del acueducto, pasó a ser sujeto de gratitud, por parte del pueblo, aunque su desempeño en el manejo de los indios y de los recursos monetarios, al final fueran cuestionables y poco claros, por el uso del agua para su provecho personal.
Otro benefactor lo fue Don Fausto Merino de quien no se puede sospechar dolo ni mala fe, por la forma de entregarse al servicio de sus paisanos, para despojarse de todos sus bienes y tener que pedir la caridad para subsistir. A nuestro juicio, como al de muchos otros, el principal benefactor de Querétaro que sin límite alguno agotó su caudal, lo fue Don Juan Caballero y Osio que, siendo un distinguido y rico caballero, decidió abrazar los principios religiosos del sacerdocio y se entregó por entero, a lo que el siempre con modestia juzgo como la forma de honrar a su Dios, dándole lugares dignos, para ser alabado.
Con la excepción del Convento de Santa Rosa de Viterbo, del que teniendo contemplada la construcción de lo faltante, vio truncado su intento por la muerte, logrando su terminación el capitán de la acordada Vázquez de Lorea. Todos los demás templos y conventos, e incluso lo que hoy es conocido como la Academia de Bellas Artes, todos recibieron por parte de Don Juan Caballero y Osio importantes contribuciones para su culminación.
La Capital del Virreinato también se vio favorecida por este bondadoso y desprendido clérigo, al contribuir con importante donativo para la construcción de bellos retablos y para la compra de utensilios religiosos, en la Catedral Metropolitana a la que dotó del bello altar de los reyes. Gran conocedor del arte religioso, entre otros muchos objetos, logró tener un bello cuadro de la Virgen de Guadalupe del que se aseguraba, que su autoría era del mismo Marcos de Aquino, al que se le atribuye ser el autor del que se venera de la Virgen de Guadalupe en su santuario, aunque otros suponían, que era una magnífica obra del pintor Cabrera.
Indudablemente que el cuadro más querido y apreciado por Don Juan Caballero y Osio, por lo que hemos mencionado; era el de la Virgen de Guadalupe, del que se decía, que no era copia, sino que se trataba de uno de los tres que el pintor Marcos de Aquino había realizado y a esta pintura, el padre Caballero y Osio siempre la conservó en la iglesia de nuestra Señora de Guadalupe conocida como La Congregación en la que expresamente; por la voluntad de su propietario, quedaría depositada por siempre, después de su muerte.
Al morir el Bachiller Don Juan Caballero y Osio, la valiosa pintura permaneció por varios años en la iglesia de La Congregación, no obstante, la solicitud del Arzobispado de la Ciudad de México para obtenerla, encontrando siempre la férrea resistencia por parte de los sacerdotes que la resguardaban.
Con el tiempo; lo que un principio se trató de una atenta solicitud, en que se trataba de emplear el convencimiento cuyo argumento era, el encontrarle a la pintura de la virgen de Guadalupe en la Capital, “un mejor lugar para su veneración” a lo que invariablemente se opuso una resistencia local. Con el tiempo, la solicitud comedida, se trasformó en una gran demanda bajo presión, utilizando todos los medios posibles para obtenerla. Así, vinieron enviados del Arzobispado quienes, con una nueva estrategia, lograron más que convencer, sorprender a quienes tan celosamente resguardaban el valioso cuadro.
La estrategia que culminó con el despojo de la pintura de la Virgen de Guadalupe, legada a los congregantes por Don Juan Caballero y Osio, fue un muy elaborado plan, que basado en la conocida gran fe que aquí se le tenía a la Guadalupana, ofrecieron algo insólito; pero muy difícil de rechazar. A cambio de la valiosa pintura de la Virgen de Guadalupe, “¡mutilarian el ayate de Juan Diego para dar un trozo como valiosa reliquia!”. La ingenuidad y la buena fe hicieron lo demás; nunca existió un testigo que confirmase la autenticidad del trozo del ayate, por haber presenciado cuando este era cortado.
Con gran fe, durante décadas, la reliquia montada en un especial relicario cual custodio, era exhibida para conmemorar las apariciones de la Virgen y el resto del año guardado celosamente para darle la importancia de un importante tesoro. Trascurriendo así los años hasta los tiempos del gobierno del General José María Arteaga, el liberal anticlerical, pero no así su señora madre, ferviente devota de la Santísima Virgen de Guadalupe.
¡Que mejor regalo le podía ofrecer el señor Gobernador Arteaga a su progenitora! que el supuesto trozo de la tan milagrosa tilma con la figura de la patrona de los mexicanos. No existía para la fe de su madre, reliquia más valiosa, y el General Arteaga sin saberse como, logró substraerla y la envió a la Ciudad de Aguascalientes para regalársela.
Pasaron más de cien años y la tan mencionada reliquia se conocía solamente a través de algunas crónicas de dolidos historiadores, como Valentín Frías, que lamentaban su perdida y sin saberse cómo y por quien; fue rescatada sin que se hiciese del conocimiento la fecha de su rescate y se dio a la luz pública que sería reiniciada la tradición; ausente por casi una centuria; que nuevamente se rendiría tributo a la a reliquia, de la que resultaría en los tiempos modernos, muy fácil de identificar su autenticidad, por el supuesto faltante de la tilma de Juan Diego para descartar la buena fe de nuestros antepasados, lo que descartamos de antemano y podemos asegurar, que la tilma no ha sufrido mutilación alguna. Dejamos al lector sacar sus conclusiones.