Sin poder precisar su lugar de nacimiento, por los tiempos que se vivían, Macedonio Montes probablemente nació en Tolimanejo hoy Colón o en el poblado de Ajuchitlán el Grande, señalándole la naturaleza con un defecto físico en el labio superior, conocido como labio leporino y que para el grueso de la gente “había nacido cucho” mar- cado por esta característica, su voz resultaba diferente a la de los demás.

Dos aspectos definieron su carácter agresivo; uno fue su defecto físico; el otro, los tiempos que se vivían como inercia de la guerra de independencia, en que por lo convulso de México, resultaba propicio para formar gavillas de rebeldes, que imponían su propia ley, transformando esto en una forma de vida, como los robos para lograr sobrevivir, sin importar a quien se robara; tanto que hasta los caudillos llegaron a tener acuerdos pacificadores para sumar a estos bandoleros a sus ejércitos y como resultado, el asalto era visto como una única solución a sus carencias.

Muchos de estos rebeldes, participaron en la lucha armada con numerosos grupos de hombres y quedaron acostumbrados a vivir en el peligro; por lo que extendieron por años sus fechorías, financiando a sus gavillas con el producto de los asaltos, sin importar a quien hicieran víctima de ellos, solamente les importaba obtener ganancias.

Macedonio Montes tenía una muy temida gavilla, a la que se le atribuyen asaltos en las haciendas y lugares cercanos a la ciudad de Querétaro y San Juan del Río; en esta última, fue muy comentado el robo a la Hacienda de Cazadero, en el año de 1838 también a unos carros que transportaban gran cantidad de mercancía con rumbo a la ciudad y sin ningún recato atacó la propiedad de un General de apellido Parrés sin importarle que en ésta pudiesen encontrarse sol- dados para protegerla. Sus robos no cesaban y no podía escaparse de ser identificado plenamente por su peculiar forma de hablar.

Algunos decían que se hacía acompañar de 50 o más hombres; otros afirmaban que se trataba de tan solo 15, pero que todos se caracterizaban por ser muy temerarios y fieros. Otros decían que mataba inmisericordemente siendo desmentidos por quienes juraban que nunca mató a nadie y que además ayudaba al pueblo y referían múltiples ejemplos de esto; viudas desamparadas, ancianos desvalidos, huérfanos hambrientos a todo el que necesitase algo él se lo daba, y el cucho Montes en cuanto se enteraba de que alguien tenía un apuro, de inmediato sin pedírselo les brindaba ayuda. Por eso lo querían tanto. ¿Cuántos años fue este su desempeño? No se puede precisar; su mismo modo de actuar borraba las fechas, quedando en documentos oficiales registrado su último robo que fue el de la iglesia de Huimilpan en donde sustrae la corona de oro del Cristo y las pertenencias del párroco, sin esperar que esto pusiera fin a su carrera de ladrón.

Mediante los documentos del juicio que se le siguió, se conoce que el día 20 de julio de 1838 por la noche, a muy escasas horas del robo que había realizado en Huimilpan Macedonio el “cucho Montes” gozaba de un baile que se realizaba en el pueblo de la Cañada y al ser identificado, un delator lo comunicó al Teniente Francisco Ramírez encargado de la guarnición, quien haciéndose acompañar de un regular número de soldados, lograron la captura del temido cucho Montes, quien permanecía despreocupado en el festejo.

Casi dos años permaneció en prisión Macedonio, mientras su juicio continuaba teniendo como prueba contundente que lo condenaba, el que al momento de ser capturado tenía en su poder la corona de oro del Cristo de Huimilpan y las pertenencias del párroco robadas un día antes. Esto resultaba del dominio público y lo conocía un gran número de pobladores de nuestra ciudad. Por eso a nadie extrañó que en el mes de diciembre de ese año de 1840, apareciera un bando público, en donde se hacía saber; que el cucho Montes estaba condenado a muerte. Los lienzos de papel en donde se anunciaba el bando condenatorio con la pena de muerte del acu- sado, con el tiempo, los pocos que quedaban han desaparecido. Es su testamento, que elaboró el día 16 de diciembre del mismo año de 1840, que resulta el único documento oficial que prueba de su real existencia y en este singular expediente, el bandido da la respuesta identificando el lugar de su nacimiento; Ajuchitlán el Grande y el nombre de sus padres; José Antonio Montes y María Luisa Resendiz.

Tres yuntas de bueyes y una deuda de 3,400.00 pesos que le debía un extranjero radicado en Salvatierra, deuda de la que se debería deducir el precio de dos caballos que el cucho había recibido a cuenta; lo demás, refiere que se perdió con motivo de su encierro en prisión.

Este testamento lo elaboró Macedonio Montes cuando ya era asistido por los sacerdotes, un día antes de su ejecución que sería el día 17 de Diciembre de 1840; siendo esta situación parte de un procedimiento; podría decirse que parte de un rito, en que las autoridades y el clero se complementaban; uno imponía la pena y el otro salvaba el alma y veamos el por qué.

Cuando un fallo condenatorio resultaba definitivo por habérsele negado el perdón por parte de la autoridad, el condenado era “encapillado” para prepararlo en tan difícil trance. Para esto existían sacerdotes que se especializaban en estos menesteres; se les conocía como “los trinitarios” y en presencia de ellos, el Ministro ejecutor pasaba a la cárcel para leer en voz alta la sentencia, esto en nombre del Rey. Quedando desde ese momento bajo la responsabilidad salvadora de su alma, ya que su cuerpo había sido condenado a morir y los sacerdotes administrándole el sacramento de la confesión procuraban lograr su arrepentimiento.

Llegada la hora de partir con rumbo al lugar de la ejecución, se iniciaba la procesión llevando al frente un crucifijo conocido como el de las misericordias y con excepción de un clérigo que acompañaba al condenado; todos los demás marchaban al frente rezando. Después de la tropa que evitaba su fuga, caminaba “el pregonero” el que en cada esquina y a viva voz; leía el bando para que todos se enteraran del motivo de la ejecución.

El cadalso se encontraba a tres cuadras de la cárcel y de tan frecuentes recorridos a igual número de ajusticiados, a la calle se le llamó la calle del Descanso hoy Pasteur para que aquellos que pronto morirían, tuviesen la forma “de descansar” o tomar agua. Una vez ya en la tarima instalada a unos pasos de la fuente conocida como del ahorcado; frente a la Alameda, el condenado a muerte; sentado, le ponían la mascada al cuello, que era un aro metálico atornillado a una rueda giratoria. Mientras, los sacerdotes cantaban el miserere y rezaban el credo, acompañados por los “piadosos” espectadores y cuanto el cántico decía “y subió a los cielos” el condenado pasaba a mejor vida, al darle vuelta a la rueda el verdugo.

Por todo este ritual pasó Don Macedonio Montes y la noticia corrió rápido a todos los lugares en que la gente agradecida recordaba sus favores y también condenaban la injusticia “por haber matado a gente tan buena” dándose un fenómeno de manera espontánea y natural en el que los pobladores de la Cañada; lugar en el que lo sentían muy cercano, iniciaron una costumbre como acto de gratitud; le rezaban y le continuaban pidiendo favores; ya no favores materiales ahora se trataban de los espirituales y para 1887 Don Macedonio Montes ya tenía una figura de medio cuerpo que lo representaba y a su vez lo hacía sentir cercano del pueblo, el que se encontraba convencido de que su protector no se había condenado; “de seguro estaría en el purgatorio” y tenían que corresponderle rezando por él para sacarlo de ahí.

La tradición oral muy complicada y hermética para lograr obtener algunos escasos antecedentes, apenas filtraba; que fue precisamente en ese año de 1887 en que la creciente fe en el cucho Montes creció a tal grado, que el cura de ese entonces de apellido Jaime; rompió la imagen estrellándola contra el piso, acusándolos de idolatría. El sacerdote murió misteriosamente 21 días después de ese acontecimiento.

Hasta nuestros días; se puede apreciar un nicho en el templo de la Cañada conocida como iglesia de San Pedro, en la que a su lado izquierdo, existe una antigua pintura y un busto de un hombre entre las llamas; con cadenas en ambas muñecas; es el cucho Montes que al igual que en la representación de la pintura, está esperando la oración de sus seguidores para poder salir del purgatorio; “esto en el caso de que no haya salido ya”

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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