Al conmemorarse los 25 años de la inscripción en la UNESCO de nuestra ciudad como patrimonio de la humanidad, recordaremos algunas de sus casonas, rescatando parte de su historia y sus leyendas.
Durante largos años no se valoraba el patrimonio arquitectónico de la ciudad como se hace ahora. A mediados del siglo pasado, uno de los ejemplos más demostrativos resulta, el de la impresionante construcción conocida como “Casa de Ecala”, que perteneció a don Manuel López de Ecala, considerado como el mejor gobernante de Querétaro en esos tiempos. Propiedad que pasó a sus descendientes, hasta que la rama familiar se perdió en Querétaro. Es del dominio público, el conflicto entre el señor Manuel López de Ecala y su vecino de la casa del lado norte, al construirse el portal de manera posterior a las casas, lo que se puede ver aún en el interior, al quedar la fachada original en el gran salón de la planta alta, y es muy notorio que, el portal fue agregado posteriormente. Este litigio duró varios años, así como la lucha entre ambos vecinos por ganar espacio de la Plaza de Armas, conflicto que terminó cuando las autoridades le dieron la razón a don Manuel, que no en balde tenía buenas relaciones, por ser un conocido y rico político. Se dice, que, celebrando su triunfo sobre su obstinado vecino, don Manuel quiso representarlo invirtiendo gran caudal para la fabricación de su fachada, en la que no escatimó gastos. En el lugar que se aprecia una ventana bellamente terminada, –al lado izquierdo de la fachada–, se encontraba el escudo de armas de la familia, y el que sería retirado en 1826 con la ley que abolía los títulos nobiliarios, después del fallido imperio de Iturbide.
Años después –a principios del siglo XX- esta casa es adquirida por la “Compañía Hidroeléctrica las Rosas”, pionera en la generación de electricidad en el centro del país, y que le dio un uso, que en el momento actual resultaría impensable, e incluso sería calificado como acto criminal en contra del patrimonio de la humanidad, el darle la utilidad que durante algún tiempo se le dio. Pero esto es ahora; en aquel tiempo, –finales de los 50s– la Casa de Ecala prestaba un servicio utilitario como bodega, ya para entonces de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. ¡Sí!, bodega de pesados rollos de alambre en imponentes carretes de madera con varios cientos de kilos de cable de cobre o de acero, para el tendido de las líneas eléctricas: estorbosos rollos que se rodaban desde la calle al interior de la casona, sobre las losas de cantera colonial del portal de Dolores y las del mismo patio interior.
Toda la planta baja daba cabida a muy diferente material eléctrico: postes, transformadores y muchos, ¡muchos rollos de alambre! siendo lo único ligero que ahí se almacenaba, los focos, algunos muy similares a los usados en los hogares en la actualidad, y otros que, producto de la importación, significaban el último adelanto para alumbrar las calles queretanas.
En la parte superior vivía el Sr. Luis Vázquez, gerente de la empresa eléctrica, a quien le quedaba su centro de trabajo a dos cuadras y media de distancia, las que mediaban entre la Casa de Ecala y el “Edificio Eléctrico” de las calles de Juárez, situación que no era de extrañar, ya que en ese tiempo todo quedaba muy cerca en Querétaro, pues su extensión territorial era muy escasa, lo que permitía que en breves minutos Don Luis Vázquez se trasladara a su trabajo, al igual que su regreso a comer, repitiendo estos viajes matutinos por la tarde al cubrir el resto de la jornada.
Con el Sr. Vázquez vivían sus sobrinas, una de ellas de nombre María, técnica en Rayos X, quien trabajaba en el IMSS, al igual que Rosa Elena Chávez, su sobrina y sobrina nieta de don Luis, y resultando mucho espacio para las cuatro personas que ocupaban sólo parte de la muy extensa Casa de Ecala, la que fue construida pensando en los gustos y necesidades de un personaje de gran capital, para él y su servidumbre, contando con todos los servicios, incluso sus caballerizas en la parte posterior.
Al salir diariamente a sus respectivos lugares de trabajo, la casa quedaba a resguardo de la sirvienta, quien se encargaba del aseo de la parte superior, -la habitada-, ignorando lo que acontecía en la parte baja en las improvisadas bodegas de las habitaciones inferiores, así como del patio y corredores, los que rara vez se podían ver más o menos en orden, debido al gran movimiento de material para el tendido de líneas eléctricas y su mantenimiento, motivo por el que el encargado de efectuar estos trabajos traía llave de la casa, entrando y saliendo libremente cuando se necesitaba material.
Por no encontrarse persona alguna que a los trabajadores les inspirara respeto, con frecuencia dejaban caer los pesados carretes sobre las losas y los rodaban sin cuidado a la parte interior, a través del pasillo, hasta que topaban ruidosamente con la pared, sin importar el daño que a la cantera pudiesen causar. Esto se repetía cada vez que hacían movimientos de material, así fuese para guardarlo o extraerlo de la bodega.
Como resultado de estas irresponsables maniobras, la cantera del piso del portal se fue dañando, pero también en la parte interior, en el patio y en particular la escalera, a la que le rompieron los escalones inferiores, ocasionando que se dificultara el subir con seguridad, cuando los habitantes, –ya oscuro–, regresaban a sus habitaciones. Estando a punto de caer en varias ocasiones la srita. Vázquez, le insinúa a su padre, “que para lograr la reparación de los escalones rotos y reponer unas losas del patio, buscaría a un albañil”.
Dirigiéndose Mary Vázquez al jardín de Santa Clara, –junto a la fuente de Neptuno–, lugar en el que durante los años 60 todavía se podían encontrar trabajadores que le hacían a “todo lo que fuera” con tal de ganarse unos pesos: lo mismo cargaban en improvisados mecapales diferentes objetos en las mudanzas, que le hacían a la albañilería o pintaban casas, e incluso jardineros, todos se encontraban en ese lugar y otros un poco más alejados en “el puente de fierro” de Av. Universidad.
Pidiendo que la siguiera al que consideró por su apariencia como el más serio y formal, ambos se dirigieron caminando las pocas cuadras que los separaban de la Casa de Ecala, en donde se deberían efectuar los trabajos de albañilería y, ya dentro de ella, la srita. Mary le indicó “que quitara las losas rotas primero, por la facilidad de conseguirlas ya hechas, pero que, en el caso de la escalera, midiera bien los escalones para mandarlos hacer en La Cañada, con cantera del lugar, de la más fuerte para que durara más tiempo” y siguiendo las indicaciones el albañil se puso a trabajar.
En unos días las losas del patio ya habían sido cambiadas y emboquilladas, ya que sólo se trataba de reponer las dañadas, y al estar en proceso la elaboración de los escalones por un cantero de La Cañada, el que “formalmente” quedó de entregarlos. Incumpliendo la promesa el de los escalones, el albañil sugirió retirar la cantera dañada para ver cómo estaba colocada originalmente y decidir si se podrían colocar los escalones con un colado de cemento, para sólo sobreponer la cantera en el momento en que fuera entregada.
Pareciendo buena la propuesta, y sin otra salida para no dejar “sentado” al albañil, se continuó trabajando de la forma en que el alarife había sugerido, procediendo a levantar escalón por escalón, con mucho cuidado por estar parte de ellos empotrados en los muros. Y así lo dejaron trabajando dos días, lento, muy cuidadoso y poco a poco fue desprendiendo los escalones, incluso, uno de los que había desprendido lo volvió a acomodar tapando lo que había escarbado, y utilizando como pretexto, el que lo había puesto nuevamente «para que el bajar no se fueran a tropezar y caer entre el escombro». Esto, en personas de toda la buena fe, no causó ninguna extrañeza.
Al día siguiente el albañil no se presentó a la hora acostumbrada. Tal vez llegaría más tarde, y regresando la Srita. Vázquez a la planta alta, le indicó a la sirvienta “que estuviera al pendiente para abrirle al albañil”, pero éste no llegó, ni al día siguiente, ¡ni llegaría nunca!
Extrañada Mary de la ausencia del albañil, unos días después fue a buscarlo, al lugar en que lo había visto cuando se arreglaron para el trabajo, –apenas unos días antes en la fuente de Neptuno–, pero no lo encontró, y nadie le supo informar de él. Pero estando el trabajo pendiente, ya con los escalones de cantera listos, le pidió a otro albañil, aprovechando que ya estaba ahí, que continuara con el trabajo y, repitiendo el recorrido anterior, acudieron al lugar de la obra abandonada.
Entre comentarios de la informalidad del albañil, la srita. Vázquez le explicó al nuevo trabajador en qué consistía la reparación de la escalera y cómo quería que se colocaran los escalones, procediendo muy solícito el albañil de relevo, quien ya se encontraba enterado de todo lo acontecido, y procedió a retirar el escalón sobrepuesto, observando dentro un gran hueco, se agachó, escarbó la tierra al ver algo raro, sacó tierra, y un puñado de monedas de plata, las que al mostrarlas a Mary le dijo: “por esto se le fue el maestro”.
Restos de cántaros de barro muy grueso y resistente, empotrados con mezcla de cal y arena, habían sido rotos para extraer lo que dentro contenían. Con plena seguridad el albañil lo supo cuando menos un día antes, y los tapó nuevamente con el escalón para así poder sacarlo con toda calma y seguridad, cuando nadie estuviese en la casa. Pero no logró sacar todo. No tuvo el suficiente cuidado para poder retirar todas las monedas y quedaron cerca de 200 monedas de plata, revueltas entre la tierra y pedacería de cantera y barro. Además, en la parte baja de la escalera, se encontró una construcción abovedada con humedad muy aparente, la que al verla el Ing. Vázquez, afirmó que se trataba de un túnel o de una gran acequia.
Como testimonio de este hallazgo quedaron los trozos de los cántaros, revueltos con la tierra. Los escalones reparados en ese tiempo, fueron de diferente color, por lo cual en la época del gobernador Camacho Guzmán, dentro de las reparaciones que a esta casa se le hicieron, fueron cambiados. Durante esas reparaciones, en el descanso de la escalera, fue encontrada una puerta oculta, que daba entrada a una escalera que llegaba a un gran salón, el que los albañiles ocuparon durante el tiempo que duró la obra para guardar las herramientas y su ropa. Por indicaciones del arquitecto Alegría, la puerta fue clausurada, con seguridad por indicaciones del gobernador Camacho. Al termino de los trabajos, la imponente y bella casa, fue ocupándola como “Casa de la Cultura”, pero también quedaron las monedas de plata como testimonio del hallazgo, de las cuales se tiene una como recuerdo de quien relató el suceso y me entregó esa moneda, de las conocidas como “columnario” por tener la representación del viejo y el nuevo mundo y la efigie de Carlos IV.: la srita. Mary Vázquez