Desde los tiempos del virreinato, Querétaro se distinguió por el trabajo de sus artesanos, y quedó para la posteridad el testimonio innegable de ellos, lo mismo en el arte sobre piedra representado en las magníficas construcciones y majestuosos edificios, así como en la filigrana lograda por los herreros que trabajaron el hierro al rojo vivo, para darle vida a las rejas y barandales irrepetibles, o en las románticas ventanas de nuestras viejas calles. Así mismo, en el arte religioso expresado en sus dos más valiosas manifestaciones; la escultura y la pintura. Obras muy elaboradas e ingeniosas que enriquecieron nuestros templos al darles el instrumento para la música barroca en los órganos aquí construidos.


Mucho de este testimonio de la expresión artística, con el tiempo se perdió irremediable, o irresponsablemente, pero aún con lo que nos queda, podemos sentirnos muy orgullosos, pero no hay que olvidar que además de lo material; tenemos lo intangible, lo inmaterial que lo acompaña a través de la tradición no escrita, y que en ocasiones tiene la gran importancia de complementar lo que nuestros ojos pueden ver. Resulta de sobra conocido, lo que a través de la historia representan los “secretos y tradiciones” que encierran los gremios de artesanos, que de padres a hijos iban transmitiendo los conocimientos adquiridos al paso del tiempo, y en ocasiones, ese tiempo se traducía en centurias.
Uno de los gremios que heredaron las antiguas prácticas, las que se remontaban a tiempos de los romanos, los que ya las habían conocido de civilizaciones pasadas, era el de los “fundidores” que de la madre patria trajeron los secretos para la fundición de campanas, las que, por la combinación de los metales de la manera adecuada, lograban las “aleaciones” para darles diferentes voces o sonidos acordes con su tamaño, haciendo un molde previo de barro o de madera, el que aprisionado en tierra húmeda preparada para fundición, cuando retiraban el molde, quedaba un espacio vacío con la forma que se llenaría con el fierro derretido.


De los viejo fundidores del Querétaro antiguo, lo fue don Trinidad Burgos Alonso, -mi abuelo-, el que después de emprender muchos oficios desde su juventud, y viviendo los años posteriores al Sitio de la ciudad y la caída del Imperio de Maximiliano, en aquel Querétaro injustamente marginado, que dejado a su surte, sobrevivió por la entereza de sus habitantes y don Trinidad Burgos era uno de ellos. A él le tocó reponer las campanas que fueron arrancadas de sus torres para la fabricación de balas para fusil, campanas que el coronel Manuel Ramírez Arellano jefe de artillería del Emperador, las despedazó para dispararles a los republicanos proyectiles de estaño, bronce, cobre, níquel, plata y oro, que era la aleación utilizada para fundirlas. Y cuando el trabajo de la reposición de las campanas se terminó; ya a principios del Siglo XX, en el taller de don Trinidad en las calles de Pasteur 69 sur, se fundieron los números de cobre que se ponía en el “mecapal” y que el ayuntamiento exigió a los cargadores reconocidos, para que pudiesen trabajar. Ya tiempo atrás; en 1843, un conocido industrial, que aprovechando la infraestructura de su fábrica, había iniciado la más importante elaboración de piezas fundidas hasta entonces en Querétaro, era don Cayetano Rubio que estaba reproduciendo en la fábrica de Hércules, barandales y escaleras italianas y francesas, cuando las circunstancias que ocasionaron el enojo del pueblo por la venta de la hacienda de la Esperanza; legada por doña Josefa Vergara y Hernández para utilidad pública, propiedad que fue comprada por don Cayetano, y viéndose obligado a congraciarse con los queretanos, ideó donar una estatua de cobre del Marqués, la que fue fundida en su empresa.


Para la elaboración de lo que sería el más grande de los trabajos de fundición de la figura humana en Querétaro, se requirió como paso obligado, la elaboración de un “molde” del tamaño requerido y con todas las características propias del Marqués, las que fueron tomadas de una pintura del benefactor, para lograr la escultura que fue elaborada por un verdadero artista de imágenes religiosas, que supo darle las debidas proporciones, poniendo esmero en los más mínimos detalles. Durante el cañoneo a la ciudad, en el año de 1867, una bala derribó la estatua y su material se utilizó para elaborar proyectiles y metralla perdiéndose todo rastro de la misma.


Ese molde, que, a pesar del tiempo trascurrido, no podía negar para lo que había servido, por estar recubierto de una capa de cera, que se conservó a pesar de estar guardado en una bodega de la fábrica de Hércules. En el año de 1894, para reponer la estatua, se decidió realizarla en cantera y retirar la columna de ocho metros que se utilizaría en el monumento a Colón. Se acordaron del molde, cuando Diego Almaraz, el escultor, recurrió a él para reproducirlo y reponer la escultura original de cobre, para la que había servido de molde, como lo afirmaba don Trinidad Burgos, que consciente de la dificultad que representaba el fundir una estatua de esas proporciones, y que por su cercanía con la familia Rubio, conoció toda la historia.

El abuelo decía; “que resultaría un trabajo inútil la elaboración previa de un modelo de madera del Marqués, para que un escultor lo tomase de modelo; como era el caso de Diego Almaraz y que los que esto afirmaban, desconocían el procedimiento de fundición, no teniendo la menor idea del trabajo de un escultor, y que sin demérito del trabajo del artesano, que de manera tan perfecta, logró una obra de arte en madera, de tan buena fabricación, por todo lo que implicaba, desde la selección y tratamiento del material, la unión perfecta de todas las partes ensambladas y fundamentalmente, la aplicación de la capa de cera, para que cumpliera con su función de molde, y que no se le pegase la tierra especial de fundición, la que era preparada de manera “secreta” con rebaba de metal, para después ser humedecida, «poniéndola a punto», sin que se hiciera lodo, o que quedase reseca, en un verdadero proceso de arte”.


La escultura de madera, que por una elemental deducción, no sería fabricada pensando en ser utilizarla para estar a la intemperie, porque es similar en su elaboración, a las figuras de los santos, que están dentro de los templos; bajo techo y de la que se puede pensar; que le fue encargada a uno de los distinguidos escultores del arte sacro de esa época; de alrededor del año de 1843, cuyo nombre se desconoce, pero que el rico y exigente don Cayetano Rubio, le pagó muy bien, para la elaboración de este “molde” el que nos tocó conocer en su nicho de la alberca del Marqués en La Cañada, en donde se inicia el acueducto, y cuando conservaba aún su capa de cera, y no tenía el cristal que se le agregó para protegerla; esto después de ser estucada de color dorado.


En la actualidad, lastimosamente vemos, que esta pieza histórica, de la que en este trabajo damos a conocer su origen, está a punto de perderse por falta de conocimiento de lo que la une a Querétaro y lo que representa para nuestro patrimonio cultural ya que no fue pensada para estar a la intemperie.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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