Que importante resulta, el que una generación se responsabilice en preservar su herencia patrimonial y cuando esto se hace correctamente, soportado con los adelantos técnicos, pero sobre todo, con sentido común, se tiene que reconocer, como una acción gubernamental acertada y de suma trascendencia; me refiero a Los Arcos; la parte majestuosa y representativa del ingenio y esfuerzo de nuestros antepasados; pero señalo, lo de “parte”, porque Los Arcos no son todo el acueducto, este es más, y tiene un recorrido de “legua y media”, según las crónicas y que lamentablemente se perdió el original caño construido por el Marqués, quedando al día de hoy solamente algunos pequeños tramos como muestra de lo que fue y al igual que del conocido como “caño porfiriano” del que sí se conserva una gran parte, pero no en las condiciones deseadas.
El caño original era de cal y canto, a cielo abierto, y cruzaba por medio del pueblo de La Cañada y que al quedar fuera de servicio se fue destruyendo; o lo fueron destruyendo, cuando no quedó sepultado bajo los movimientos de la tierra de labranza o por las construcciones que se hicieron en su trayecto, quedando tan sólo un tramo de unos sesenta metros, que se niega a desaparecer, soportando los cimientos de algunas casas: esto se puede apreciar; en la curva que está antes de llegar al nuevo tramo de adoquín en la calle de Emiliano Zapata, a la orilla del cerro, entre hierba y raíces, perdido por los deslaves del cerro, y lo peor y más triste, olvidando los importantes servicios que prestó a la ciudad de Querétaro.
La trascendencia de esa monumental obra, difícilmente se logra comprender en los tiempos actuales, cuando con abrir la llave del agua, la podemos obtener y hasta en algunos casos en exceso. Pero antes no fue así, el pueblo se servía del líquido vital, tomándolo de un arroyo conocido como “la acequia madre”, que cruzaba la población con múltiples ramificaciones. Desgraciadamente por el mal manejo se contaminaron sus aguas, dando origen a muchas epidemias, que causaron tal cantidad de muertos, “que ya no había lugar para enterrarlos en los panteones”.
Una de las peores epidemias de que se guarde memoria, fue, cuando se presentó el cólera, a principios del siglo XVIII y el Hospital Real y los panteones, resultaron insuficientes, acumulándose los muertos en las esquinas, “porque en todas las casas existían enfermos, y muchas familias fueron arrasadas muriendo todos sus miembros”.
Como una acción de suma urgencia; las autoridades se sumaron a la población y un personaje con experiencia, por ser el encargado del acueducto de la ciudad de México y Regidor del Ayuntamiento; el Sr. Marqués, Don Juan Antonio de Urrutia y Arana ofreció sus conocimientos, dirigió y administró la construcción del acueducto; desde su caja de agua conocida como “la alberca del capulín”, en una obra que significó un gran sacrificio humano de parte de los indígenas de La Cañada; la fuerza principal de trabajo, al grado de estar semi esclavizados; esto le costó al Marqués un reclamo del Virrey.
El costo ambiental de la construcción de Los Arcos, fue muy alto, al talarse muchos árboles del bosque del Cimatario, para la fabricación de los andamios. Pero todo estaba justificado, por el bien que el agua representaba a la Ciudad.
Todo; lo que de historia y de servicio representa cada piedra del Acueducto, las que fueron puestas “una a una” por nuestros antepasados, merece la gratitud y el respeto de los hijos de estas tierras, ya que gracias a esta monumental obra, se les permitió sobrevivir a nuestros mayores y debemos de estar orgullosos de tenerlo como PATRIMONIO de la HUMANIDAD, pero no olvidemos a el último vestigio del acueducto original que nos queda en La CAÑADA; de perderse este; ya no quedaría ninguna referencia de cómo era.