En el muy extenso conglomerado humano, existen algunos individuos, que se distinguen de los demás por diferentes motivos, y aunque pudiendo considerarlos parecidos a otros, no lo son, por no existir dos seres iguales en el mundo, al diferenciarse tanto en lo físico como en su elaboración mental, así como sus costumbres y las circunstancias que rodean su vida.
De estas personas, queremos ocuparnos al dejar una muestra escrita, de manera muy respetuosa, y considerando que, por una serie de circunstancias, resultaría omiso, que pudiendo hacerlo, no se consignara a quienes se pudieran considerar como un ejemplo familiar. Tomado de un grupo que, por su historia y su muy particular evolución social, ejemplifican a una de tantas familias que se han visto forzadas a evolucionar, dejando parte de sus costumbres, pero conservando sus tradiciones y adaptándose forzadamente a los tiempos modernos, para vivir, o sobrevivir, con el producto de su esfuerzo, que en muchas ocasiones les provee solamente lo indispensable para “irla pasando”, vida a la que afrontan sin frustración o desencanto alguno.
Provenientes los López de una rama muy antigua de los primeros pobladores del pueblo de La Cañada, la mayoría de ellos, han conservado los rasgos físicos característicos de los originales indígenas que poblaron esta región, aunque por razón natural, al mezclarse con la sangre de nuevos avecindados, que rompiendo la centenaria endogamia que se practicaba en este lugar, en donde se decía “que los de La Cañada se casaban con las de La Cañada”. Situación que se fue rompiendo hasta mediados del siglo pasado, en que en muchas de las familias se fueron transformando las características de sus descendientes. La familia López, cuyo origen se remonta a los primeros fundadores de este pueblo, conservan las tradiciones y la religiosidad de sus antepasados, tal como les fueron enseñadas por los primeros catequizadores, y siendo una familia muy numerosa y muy unida, tal como fueron creciendo y formando después sus propias familias, continuaron viviendo en la misma casa paterna de don Cirilo López y María Martínez, matrimonio que procreó diez y seis hijos ; Domingo, Elena, Regina, Bonifacio, Reyes, Catalina, Juan, Cirilo, Anselmo, Delfino, Armando, Martin, Félix, Carmela, Blasa y Filiberta, casa a la que con el tiempo y siendo muy amplia, fueron subdividiendo, para ir construyendo cada uno su propia habitación. Lugar en el que de lado derecho –hacia el oriente–, entrando por la antigua calle Real –hoy Emiliano Zapata- se encuentran las habitaciones de manera alineada e individual. En el lado izquierdo, un largo corredor las comunica a todas, y en el fondo, al subir en una constante pendiente, se topa con la última habitación.
Son los propios habitantes de este lugar, los que ya se suman en varias decenas, que rebasan los cien, quienes bautizaron a su propiedad, utilizando de manera irónica el nombre de reconocido grupo musical, y para ellos, viven “en La Maldita Vecindad”.
Al que primero que conocimos, fue a Félix, popular entre su familia por el apodo que le dio su padre, al externar que por su color moreno intenso “parecía un comal” y así se le quedó “El Comal”, sobrenombre que no le causaba complejo alguno o resentimiento para con su progenitor, por lo contrario, de una manera convencida lo aceptaba, al haber elementos de sobra para merecerlo, y así se le conocía en todo el pueblo.
Félix, –el comal–, cursó su primaria de manera itinerante, en la secundaria Niños Héroes, la que funcionaba en casas particulares y que el mismo Félix refería, “que, al cansarse los dueños de la casa, de las travesuras de tanto muchacho, daban por terminada la concesión de albergar la escuela y nuevamente tenían que peregrinar, hasta encontrar quién se compadeciera de ellos y los alojara en su propiedad” “los Niños Héroes éramos nosotros” decía “El Comal” porque de todos lados nos corrían.
Como Félix no era muy afecto a la escuela y se dedicaba a recorrer las huertas, las conoció a todas, al igual que al río. Conocía todos los rincones del pueblo, disfrutando de lo que él decía, “que era un verdadero paraíso por sus frutos” y creció gozando de las aguas del río, cuando este era muy limpio “se veía la arenita en el fondo y los peces y nadábamos en el lugar que se conocía como Las Ollas que era la parte onda”. Recordaba Félix la belleza de este lugar, en dónde la fruta abundaba en los huertos y las podían comer sin que nadie les dijese nada, la fruta era de todo el pueblo, se comía la que estaba tirada, la que los árboles ya no querían, y pocos osaban cortarla de los árboles porque había mucho respeto.
Una broma pesada recordaba a Félix “El Comal”, la que le salió de manera espontánea. Contaba, que un día comenzó a correr el rumor de que “La Llorona” andaba suelta por el panteón del pueblo y con sus compañeros del grupo, se escaparon de clases, dándose valor para ver a la legendaria y misteriosa mujer. Estando sentados en lugar estratégico, –cercano a la puerta para poder correr–, Félix se retiró unos pasos para hacer una necesidad entre las tumbas, y al regresar –platicaba– que vio a todos sus compañeros sentaditos dándole la espalda, y que espontáneamente le nació llegar por detrás, sin hacer ruido, para hacerles “¡Buuuuuuuuu!” pero que por la inesperada reacción de sus amigos, el espantado resulto ser él, ya que los gritos y las carreras por el panteón no se hicieron esperar, corriendo todos a refugiarse hasta sus casas.
Pasaron de aquel día, muchos años, y Félix lo recordaba y volvía a reírse de los resultados de su broma, decía, “que a varios de los muchachos los tuvieron que curar de espanto, porque se pusieron muy malos”. Los años pasaron, Félix creció y trabajó un nuevo oficio, que al igual que otros de sus coterráneos, aprendió herreria en las nuevas industrias que se avecindaron en Querétaro. Las complicaciones de la diabetes, pusieron fin a su vida, dejando a sus hijos el oficio de herrero, al que se fueron asimilando también los sobrinos y otros familiares, como el muy conocido “Cangas” Carlos, el que ha demostrado mucho interés por escribir sus memorias y la vida de los habitantes de este pueblo.
El mayor de los hermanos López, tenía por nombre Domingo, y se le conocía como “Mingo”. Personaje único de apariencia frágil por su delgadez extrema. Había desempeñado muchos oficios para subsistir, así como emprendiendo pequeños negocios, inclinándose más por el de vigilante, porque como él decía, “tenía mucha facilidad para la observación de todo lo que acontecía a su alrededor”. Su apariencia era muy llamativa, porque siempre andaba muy arreglado y en muchas ocasiones usaba saco de vestir, con el cuello de la camisa abierta y sobre su pecho tenía una cadena de oro con una cruz del mismo metal, adornada con rubíes. En otra cadena más delgada se veían unos pequeños objetos de oro y plata que eran sus amuletos, y en sus manos se notaban dos anillos, siendo uno de ellos con una piedra alejandrina.
“Mingo” era elegante y platicador, podía considerarse como el galán de la familia. Se decía que tenía su pegue con las damas, pero por igual corría el rumor, que cuando se enfermó, fue supuestamente por tomar una pastilla de viagra, de las Farmacias Similares, “porque tratando de que se le pusiera duro, se había puesto todo el rígido por un derrame cerebral” ¡Bueno! Eso se decía. Mucho tiempo se le vio a “Mingo” caminar con dificultad, haciendo pausas para descansar, hasta que sus males le terminaron sus días. Murió “Mingo” dejando el recuerdo a su familia y a sus amigos, como hombre de bien.
Anselmo es otro de los hermanos López, sus amigos lo conocen por “El Chivo”. Él se ha dedicado a ejercer el periodismo, publicando un semanario llamado “El Jicote”, nombre que no pretendió copiarle a la columna Edmundo González Llaca publicada mucho tiempo en el periódico Noticias, porque Anselmo pensó, que ésta se llama “El Quijote” y como Edmundo no protestó, el nombre quedó así.
Doña Catalina, conocida como Doña Cata, es una de las mujeres de la familia. Muy popular por su carácter amable y jovial y su gran simpatía, producto de su ingenio y de su manera tan especial de ver la vida, siempre con alegría y optimismo. Doña Cata, mujer de gran fe, ha sido al igual que su hermano Félix “El Comal” una de los promotores de la tradición de la Virgen de los Dolores, la que le da nombre al barrio donde viven, al estar a un lado de su casa, la capilla que un grupo de los habitantes, con sus propias manos, construyeron hace ya algunos años, y que gracias a su trabajo realizando varios eventos, como la instalación de la lotería y la venta de alimentos como gorditas, guajolotes y enchiladas durante varios meses del año, logran reunir los fondos suficientes para realizarle su festejo a su patrona.
Uno de los integrantes de la familia López de nombre Camilo, era todo un personaje en el pueblo ya que su vida fue de cuatrero. Robaba ganado donde veía la oportunidad cuando se aburrió de la tranquilidad de estar al cuidado de la alberca del Capulín, donde trabajó mucho tiempo.
El tío Camilo vestía como revolucionario, camisa se manta, “patío” (calzón de manta) una tira de tela doblada la usaba de cinturón, de donde colgaba un machete. Su sombrero era ancho “y estaba tuerto de un ojo” lo que disimulaba dejándose el cabello muy largo del lado del ojo malo. Un día estaba acostado y llego el capitán Lerma que era el jefe de la Judicial y lazándolo se lo llevo a la cárcel a Querétaro en donde duró más tiempo que en la de San Juan del Rio, hasta que el Licenciado Francisco González Jáuregui lo sacó de la cárcel y se lo llevó a trabajar con él, recibiendo adoquín y cuidando las canteras.
¡Barrio de los Dolores! Familia López Martínez de la “Maldita Vecindad”, con toda su muy humana y especial historia, son todos ustedes un ejemplo, al ser una de las numerosas familias mexicanas, que atesoran parte de la historia de un pueblo, siendo un referente del esfuerzo de superación y de unión familiar, por eso merecen todo nuestro respeto.