Nuestros historiadores dejaron escrito, que el primer reloj de repetición construido en América, se debe al queretano Ignacio Mariano de las Casas, (1719—1771) insigne arquitecto constructor, alarife y muy ingenioso fabricante de órganos tubulares para nuestros templos y de otras partes del país.
Este reloj fabricado en Querétaro, con maquinaria, –parte metálica y parte de piezas de madera–, se instaló en la torre del Templo de Santa Rosa de Viterbo. Tres eran sus caratulas al exterior y una más al interior, la que estaba en el coro del templo, cuyas manecillas sincronizadas, permitían ver la hora sin tener que salir.
Su complejo mecanismo, tenía la perfecta sincronía entre las cuatro carátulas y el sonido de las campanas, característico de los relojes de repetición, que daban “las horas y los cuartos” para que la población estuviese consiente del tiempo que vivía y de cuando se realizarían los oficios religiosos. Esta joya de la relojeria, durante la ocupación por el ejército despues del Sitio, utilizaron las partes que de madera tenía el mecanismo para calentar su comida.
Con pocos años de diferencia, ya estaba en servicio otra obra de ingenieria de Don Marian de las Casas, el reloj de los Colegios Jesuitas, en el templo de la parroquia de Santiago. Existe testimonio histórico, de que en su mecanismo metálico, esta inscrito “I Casas” y se conserban sus campanas, solamente que fuera de servicio.
Más reciente era el reloj de San Francisco, instalado en su torre por el relojero Manuel de la Carrera, en el año de 1773, en el cubo, bajo la torre, en el lugar que aún puede apreciarse como una ventana rectangular. Este reloj era muy sencillo y solamente marcaba las horas, y fue trasladado al templo de la santa Cruz, cuando en 1894 el General Rafael Olvera, gobernador de Querétaro, adquirió en Inglaterra el moderno reloj de repetición, que está aún en una construcción ex profeso, sobre del alto relieve del apóstol Santiago Matamoros, del mismo templo de San Francisco.
Este reloj de San Francisco, rigió la vida de los queretanos en momentos difíciles, como cuando arribó por estos lugares Don Venustiano Carranza, e impuso “el toque de queda” a las nueve de la noche, que después quedó como costumbre heredada por las siguientes generaciones por otros 50 años, hasta principio de los 70´s en que las nuevas generaciones, al ampliar el horario de regreso a sus hogares, acabó con ella.
Sonando la última campanada que indicaba las nueve de la noche, –antes de la década de los 70´s–, ya todos se encaminaban a sus casas –era la hora fatal– hora en que expiraban los permisos, ¡era la hora en que se decía que soltaban al león! y se tenía que estar a salvo de ese imaginario ser, que inspiraba un poco menos del temor, al que inspiraban las mamás que decían ¡Aquí no es hotel para que llegues a la hora que se te dé la gana!
Otra forma de medir el tiempo era por las campanas de los templos, que llamando a misa, media hora antes, a lo que se conocía como “la primera llamada”, repetía su sonoridad cuando faltaba un cuarto de hora con “la segunda llamada” y a la hora exacta, daban la tercera y última llamada para iniciar el oficio religioso. Las misas siempre eran a la hora, rara vez a la media, por lo que resultaba muy sencillo conocer la hora exacta según las campanadas, y el oído conocedor que podía con precisión afirmar que estaban “dejando” para la misa en tal o cual templo ¡y sólo con el sonido de sus campanas!
Solo una ocasión las campanas fueron silenciadas por órdenes gubernamentales, esto fue durante la tercera visita del presidente Benito Juárez a la ciudad, el día 4 de Julio de 1867, en que se recibió al presidente con salvas de cañón, pero ninguna campana sonó.
Distribuidos por toda la ciudad, los templos, al convocar a los fieles a través de sus campanas, suplían la necesidad de tener un reloj. La población desde muy temprano se regía por el tañer de las campanas, y lo que en el tiempo esto representaba. Otros, enterados por la experiencia, conocían de las sombras producidas por la declinación del astro rey, y el sol les indicaba si era medio día, si faltaba tiempo aún, o si ya pasaba de lo que en horas serían las doce. Eran tan conocedores, que aun estando nublado, fallaban por muy poco en sus apreciaciones sobre los minutos.
Los relojes de sol, (Egipto, 4000 años) traídos de Europa sus conocimientos para su construcción y orientación, en nuestra ciudad varios fueron fabricados siguiendo las normas estudiadas por los árabes, invasores de la Península Ibérica, y al ser instalados en pocos edificios, eran de utilidad para un reducido grupo de clérigos principalmente, o de funcionarios del ayuntamiento, como se puede dar testimonio hasta nuestros días, por los que se conservan en varios edificios muy conocidos.
Don Trinidad Rivera, prefecto que fue de la ciudad, donador de varias importantes construcciónes que legó a Querétaro; como El Asilo Rivera en la calle de la Fabrica -hoy Hidalgo- y la conocida Casa de los Leones, en la antigua calle del Rastro -hoy Juarez- mandó instalar un reloj de repeticion en esta última.
El caracteristico sonido del vapor al salir por un silvato, y cuando el ferrocarril era puntual con cierta tolerancia, y que la extencion territorial de la ciudad lo permitía, la llegada y la salida del tren con rumbo al norte, su regreso a la ciudad de México a las seis horas, o el silvato fijo de la fábrica de “San José de la Montaña” para el cambio del turno nocturno al de día, tambien regian el horario queretano. No podemos omitir el silvato de “La Bonetera” fábrica textil situada en la Calzada de Belen, -hoy Ezequiel Montes y ave. Del 57. Industria que duró mas tiempo en huelga que trabajando, -hoy es una funeraria-.
Campanas, relojes públicos, silvatos, la situación que guardaba el astro rey, o algunos pocos relojes de particulares, incluso que ahora son piezas de museo, como las clepsidras o relojes de agua (China año 1090) o los muy socorridos de arena utilizados para medir las horas, ya que los minutos y los segundos a nadie importaba, porque para todo había mucho tiempo y los relojes con segundero para apreciar la vida al máximo, llegaron muchos años después, sin embargo, existía otra muy antigua forma de abordar el tiempo, que en nuestra ciudad por sus características resultaba muy socorrido, por aquello de que Querétaro era “La Jerusalén de tierra adentro”.
Al medir el tiempo por medio de la oración, no se piense que nos referimos a rezar para que algún ser divino nos dé la hora. ¡No! Medir el tiempo por la oración, consistía, en que era el tiempo en el que se tarda alguien en rezar mentalmente un Padre Nuestro, el que equivale a tantos momentos, que al sumar varios se podía lograr que –caso muy frecuente– unos huevos estuviesen tibios, una vez que empezaba a hervir el agua. Con dos Padres Nuestros ya serían huevos duros. Teniendo un doble resultado para nuestros piadosos antepasados, unos huevos al gusto y practicar al mismo tiempo un acto de fe.
El rezo en la cocina se practicó durante centurias, y parte de las recetas consignaban, que un determinado procedimiento culinario, durase el tiempo que se llevara en rezar tantos Padres Nuestros y tantas Aves Marías, como lo requerían. Pero esto no quedaba solamente en la cocina y con respecto a los alimentos. Para medir las distancias, las oraciones eran de utilidad para poder apreciar la lejanía de un determinado lugar por el que se preguntaba ¿Qué tan lejos están los arcos? ¡Pues mira, de aquí hasta allá, son como seis credos y dos Padres Nuestros! Y era frecuente también, el rezo de la “magnífica” o del rosario. En una peregrinación al Santuario de la Virgen del Pueblito, la distancia era tan lejos, como cuatro rosarios ¡eso hasta la entrada al pueblo! Esta medida del tiempo a través de la oración, servía también para orientar a los difuntos a la otra vida, por medio del novenario y el rezo del rosario, o para sacar almas del purgatorio, y para propósitos tan mundanos, como recorrer distancias, lograr un huevo tibio o el cocimiento exacto de unos tamales, que requerían del tiempo de varios rosarios, mientras se les reponía el agua a la vaporera.
¡Qué tiempos aquellos en los que se medía el tiempo con la oración! Tiempos en que la fe era parte fundamental de la vida diaria, y que se invocaba en el diario acontecer a todos los santos, tiempos en los que nuestros abuelos no pensaban que la masificación de los aparatos para medir el tiempo, conocidos como relojes, lograría que de manera accesible estos aparatos mecánicos, resultasen más precisos para estos propósitos, que una oración creada con muy distintos fines, aunque por la misma religiosidad de nuestros mayores, se les utilizase para todo con el menor pretexto.
Caso aparte es la oración conocida como la “magnífica”, esta era de suma importancia para casos urgentes y desesperados, por la fuerza que rezarla suponía. La magnífica era una petición de auxilio, y si se utilizaba, era contra las fuerzas del más allá, como una protección ante lo diabólico. También, las almas del purgatorio tenían su encomienda, al ser invocadas mediante la oración, resultaban infalibles para la localización de objetos perdidos ¡Qué culpa tenían ellas de un descuido! Pero generalmente devolvían lo extraviado.
Rezar, era una sana práctica de nuestros abuelos, cuando la forma de vida eran la rectitud, la formalidad y las buenas costumbres, cuando la gente era muy diferente y llegaba a poner todo en manos de Dios, por su muy arraigada religiosidad, la que durante muchos años suplió a la medida mecánica del tiempo a través del reloj, con el rezo del Padre Nuestro, para tener a punto un par de huevos tibios.