En la década de los años cuarenta del pasado siglo, los hermanos maristas con la ayuda de un grupo de padres de familia, emprendieron una gran aventura al realizar un cambio, que por aquel entonces se consideraba desproporcionado, al dejar la vieja casa del centro de la ciudad en la que funcionaba el colegio francés, para trasladarse a una propiedad de más de ocho hectáreas en el antiguo molino de san Antonio, lugar que sería la sede del Instituto Queretano.
La antigua propiedad cuyos últimos dueños fueron la familia Posada, y que les resultaba sobrada en amplitud para el escaso alumnado, que por aquel entonces asistían a lo que era el mejor colegio para varones, dada la calidad de su profesorado y la disciplina que imperaba como rigurosa norma de conducta y que era respetada a cabalidad, tanto por maestros como por los alumnos.
Los amplios corredores y las múltiples bodegas del viejo molino, iniciaron su remodelación para adecuarse a la nueva etapa, pero ahora como escuela, de lo que antes y por tanto tiempo el que se traducía en siglos, y que se remontaban a los mismos inicios del Querétaro, en el que como molino de trigo procesó por medio de inmensas piedras, las que eran movidas por el agua que en abundancia corría por el río y que con su producto contribuyeron para la alimentación de la población.
La difícil tarea de adecuación de las instalaciones no resultó nada fácil, pero los alumnos trabajaban para limpiar los terrenos de la maleza, así como juntar basura o acomodar piedras mientras que los albañiles se ocupaban de construir nuevas aulas, que en cuanto se terminaban eran ocupadas por los nuevos grupos, y así, trabajando todos, maestros, padres de familia y alumnos, fue tomando forma la nueva escuela y pronto llegaron a sumarse los “novicios” que internos, cursaban sus estudios como hermanos Maristas.
Una capilla junto a la chimenea, la que como vigía y emblema del viejo molino, siempre significó un reto para los alumnos a quienes invitaba a subir por sus grapas adosadas a su interior. También una alberca y campos de futbol divididos para su uso por los internos y del alumnado externo. Amplios comedores y dormitorios y en la parte de los torreones que dan para el río, el comedor y del otro lado el amplio salón de canto. Quedando en medio, amplios corredores, y bajo uno de ellos el misterio de un nivel interior en donde se encontraban las viejas turbinas para mover las ruedas.
Todo el entorno se encontraba como lo había estado por muchos años, primitivo y rústico, grandes huertas de frutales, muchas milpas las que solo dejaban una vereda para cruzar el puente sobre el río y en la ribera de éste, solo angostos caminos de herradura bajo la sombra de añosos árboles, los que servían para escudarse del sol a las muchas mujeres que acudían a lavar la ropa y bañarse semidesnudas, en un espectáculo para ellas natural, pero para los maestros juzgado como no apto para los alumnos, lo que motivó buscar la concesión del río por cien años para uso exclusivo del colegio y evitar que gente extraña acudiera a sus cercanías.
Por la gran extensión del terreno del Instituto Queretano, se delimitó el área permitida para los alumnos y la reservada para los maestros e internos y salvo muy contadas ocasiones se toleraba la invasión del espacio restringido, a grado que muchos de los alumnos aún después de cursar tanto sus estudios primarios y secundarios, egresaban sin tan siquiera imaginar todas las sorpresas que encerraba su escuela.
En la parte Oriente de la amplia propiedad, se encontraba un espacio destinado para la granja en la que se criaban aves de corral y se contaba con ganado mayor para la producción de leche, de la que se surtían los hermanos Maristas, también había algunas bestias de carga, patos y gansos, así como algunos perros.
Por un lado la granja, estaba delimitada por un canal el que en algún tiempo conducía las aguas para mover el molino. Por el otro lado las vías del ferrocarril y una desolada loma con algunos nopales y garambullos, y era por este lugar por donde salían los alumnos para los paseos con rumbo al cerro del Pathé, y lo hacían caminando por ambos lados del canal, en fila india y muy atentos para no caer al agua, en donde aún se veían pequeños cardúmenes de peces, tortugas, ranas y hasta unas “peligrosas culebras”.
Paso obligado al recorrer este camino a manera de atajo, resultaba el pasar muy cerca de una construcción de dos plantas, toda de tabique aparente, sin poder decir que se trataba de una obra negra, porque los ladrillos daban la impresión que por su alineación casi perfecta, se pretendía que así resultase terminada. Una fecha en el marco de la puerta tenía el año de 1882, por lo que se suponía se tratase de parte de la infraestructura del Ferrocarril Central inaugurado ese mismo año.
Después de contemplar de primera intención a esta construcción, quedaba en la mente el desconcierto, ya que no se trataba de una casa común, no tenía ventanas solo los huecos, lo que había dentro se podía ver y resultaba muy sombrío, faltaban techos y a su alrededor la hierba y los arbustos le formaban un cerco vegetal impenetrable y que las bardas de ladrillo y las cercas de piedra, la transformaban en seguro refugio de animales ponzoñosos y tal vez venenosas serpientes.
A este lugar se le conocía como «la casa de las brujas», según comentario de un maestro al pasar cerca de ella, y sus palabras quedaron grabadas en las mentes juveniles de sus alumnos. La casa de las brujas, desde entonces representó temor para muchos escolares que al pasar por ella referían sentir un extraño frío que les ponía “chinita la piel,” otros no se atrevían a voltear a verla y se daban valor al caminar en grupo, preguntándose si a pleno día imponía, que sería al atardecer y de noche ni pensarlo.
El ciclo escolar se terminaba y año con año se realizaba la entrega de premios, aprovechamiento, asiduidad, deportes, moral, la excelencia y educación, algunos salían con el pecho adornado cual general condecorado y en un anuario fotográfico, quedaba para el recuerdo la fotografía individual de los alumnos con su nombre y el número de premios obtenidos, además de otra fotografía con el grupo completo, la que al ser tomada en el mismo lugar año con año, los escalones de la dirección, servía para comparar como de un año para otro, las pequeñas cabecitas de los escolares rebasaban los barrotes de las ventanas y como las caras adquirían la expresión que dan los conocimientos por elementales que estos sean.
El tiempo transcurría en la escuela entre el estudio, el deporte y los paseos y por tratarse de una escuela de religiosos, también la oración y las clases de moral de tal forma que al guardarse un equilibrio entre lo corporal y lo intelectual, se podía afirmar con certeza que la mayoría del alumnado se componía de seres normales, con comportamiento aceptable ¿entonces por qué algunos alumnos empezaron a ver cosas extrañas?
La pregunta la formulaban tanto maestros como los mismos alumnos, al presentarse una experiencia vivida por un grupo de jóvenes que sin ser pocos tampoco rebasaban a los diez y que al encontrarse en el río arrojando piedras para “hacer patitos,” pudieron observar a una mujer muy anciana de largos cabellos blancos, vestida con lo que ellos referían como un viejo reboso a jirones y que al ver al grupo de estudiantes, emitiendo un raro sonido gutural, se retiró entre las ramas de los árboles con rumbo a la construcción de ladrillo de dos pisos y ahí se perdió.
Como pudieron, entre resbalones y caídas, los muchachos corrieron abriéndose paso por entre las ramas y no pararon hasta las instalaciones del colegio, en donde al sentirse ya acompañados pudieron poco a poco recobrar el aliento después de varios minutos en que casi a gritos se preguntaban unos a otros ¿te fijaste que corrió sobre el agua? de lo que todos habían sido testigos, ¿cómo le hizo si ni los pies movía? dijo otro ¡no, no tenía pies! le replicó el que por poco se le salían los ojos.
Pero nadie les daba crédito, sus compañeros lo tomaban como una broma ¡no pueden estar diciendo la verdad!, estamos ya en una edad en que ya no creemos ni en los Santos Reyes Magos, menos en las brujas y a su vez los interrogaban ¿tenía una escoba entre las piernas para volar?, pregunta que con resignación quienes presenciaron la aparición de la mujer, se concretaban a responder con un tímido ¡no!
Esta fue la primera vez en la que se apareció una bruja, pero para fortuna de los señalados ya como mentirosos, a los pocos días fue vista otra mujer con las mismas características de la anterior, pero a decir de quienes la vieron, ésta no resultaba solo fea, sino horrible, espantosa de la cara y entre el estropajo que formaba su pelo, se le apreciaban plumas como de guajolote y sus uñas, tanto las de las manos como las de los pies, parecían garras, mal oliente y producía un sonido como de águila.
Ya había aumentado así el número de testigos y el rumor se hizo general, trascendiendo incluso los muros de la escuela y llegando a los hogares en donde se producían diferentes reacciones, ¿quién estaría ocasionando todo esto? se preguntaban los padres de familia preocupados por los efectos distractores en sus hijos, los que bajarían en su aprovechamiento al ocuparse de tan ridículas versiones que giraban en torno de las brujas, no obstante que algunos reconocían de su existencia pero solo como poseedoras de las artes en el manejo de hierbas y venenos, pero no en actitud de volar.
Pero esto no paró ahí, los avistamientos de estos macabros seres se hicieron más frecuentes y fueron vistas también por varios adultos, algunos que por la proximidad con la construcción de ladrillo, la ya conocida como casa de las brujas, las veían cuando salían al caer la tarde y regresar durante toda la noche, para cesar sus vuelos solo al amanecer. Incluso decían que deteniéndose lentamente se posaban en el techo del establo y caminando al gallinero se robaban las gallinas.
Pronto existía una discusión, algunos proponían acabarlas con certeros disparos, pero otros afirmaban que solo con agua bendita y jaculatorias se les podía neutralizar y alejarlas del sitio que habían escogido para vivir, pero no se ponían de acuerdo, e incluso en algunos se apreciaba un gran temor pues afirmaban que se corría el riesgo de solo hacerlas enojar y no se sabía hasta donde serían las consecuencias ya que hasta ese momento tan solo habían robado animales y espantado a la gente, pero no se conocía que se hubiesen “chupado un niño” para extraerle la sangre y poder conservarse vivas.
En los barrios cercanos, como el Cerrito, La Cruz, San Gregorio, San Isidro, al conocer de la existencia de las brujas, tomaron precauciones para con los hijos menores a quienes no perdían ni por un momento de vista y no pocos teniendo un ataque a sus personas, se excedieron en precauciones para sellar ventanas y atrancar perfectamente las puertas por las noches, despertando ante el menor ruido para estar siempre alerta.
Por la casa de las brujas nadie se atrevía a pasar, no obstante que por ahí cruzaban algunas veredas las que acortaban el camino a los pocos que tenían que acercarse con rumbo a sus trabajos y fueron muchos años, en que las temidas brujas estuvieron a sus anchas sin que nadie las molestara, tranquilas salían a sus misteriosos vuelos y regresaban a dormir durante el día y al parecer, su número aumentó pues varios testigos aseguraban que durante el día al pasar cerca sus ronquidos se escuchaban muy intensos, pero mejor ni hacer ruido para no despertarlas.
El tiempo pasó y los terrenos que rodeaban a las casas de las brujas, los que durante muchos años incluso se dejaron ociosos ante el temor de encontrarlas, poco a poco se fueron vendiendo, se construyeron casas y llegó la gente, la que fue en aumento y la que con sus voces y el ruido de sus vehículos terminaron con lo apacible del lugar haciendo imposible que las brujas continuaran aquí, también aumentó la iluminación nocturna y sin más, éstas dejaron el lugar cambiándose a un sitio desconocido hasta la fecha, pero de seguro muy cercano. Solo quedó la vieja construcción como recuerdo, así como el nombre del fraccionamiento de las brujas en memoria de estas raras aves nocturnas y misteriosas.