Cuenta la leyenda que, la abuela Efigenia había heredado de su madre, el oficio de hacer tortillas, en el tiempo en que se preparaba el nixtamal con la cal de piedra, hirviéndolo desde un día antes, para muy temprano molerlo en el metate, –cuartillo a cuartillo– y cuando la masa era suficiente, comenzar a “tortear” a mano, para poner en el comal calentado con leña, las tortillas que una vez que se inflaban, se volteaban del otro lado, y calientitas se acomodaban en un tazcal para llevarlas a su venta, o para venderlas en la casa, como era en este caso.

Esta pesada labor, llevaba a las mujeres antiguas, a agotar casi las veinticuatro horas del día en la elaboración de las tortillas, quedando muy pocas horas para el descanso –como era con doña Efigenia y su hija María Guadalupe López– que a sus escasos doce años, ya formaba parte de la producción de tortillas, para con su venta sostener a la familia.

Al morir doña Efigenia, su hija María Guadalupe continuó atendiendo las entregas que formaban parte ya de la costumbre de muchas familias en La Cañada, y sin faltar ningún día, todos ellos durante toda la semana, las tortillas estaban disponibles desde temprana hora, “porque los domingos y días festivos también se come”.

La estructura de este oficio, incluía al proveedor del maíz, que por años lo fue el viejito don José. Otra persona, que les entregaba las cargas de cal de piedra traídas de Bernal, que se llamaba “don Chon”, y la leña la traían unas señoras de la comunidad de Santa cruz, quienes cada ocho días acudían con sus burros cargados, para hacer las entregas que tenían apalabradas y nunca fallaban; siempre llegaban puntuales y ellas mismas bajaban las cargas de los burros para acomodarlas en la banqueta, a un lado de la puerta de la casa de doña María. El meter la leña ya les correspondía a los compradores, y como siempre estas mujeres llegaban a la misma hora –que casualmente era la hora de comer–; doña María no solo les ofrecía un taco, sino que las invitaba a comer y les daba su plato completo.

La pesada rutina de la entrega del maíz, el manejo de la cal en piedra, con sus riesgos de ocasionar quemaduras en los ojos, y el cargar la leña para acomodarla en su lugar, llegó a hacerse costumbre y la costumbre se convirtió en obligación. Tanto Don José que traía el maíz, como don Chon que vendía la cal, entendían que los tiempos estaban cambiando y que la apertura de las modernas tortillerías, hacía que las ventas ya no fueran tan buenas. Pero las señoras de la leña, no entendían esta situación, y siempre dejaban la misma cantidad, a pesar de que se les pedía menos. Esto lo hacían para poder cobrar lo mismo; como antes, cuando las tortillas se vendían muy bien.

Ante la acumulación de leña y el gasto que ello representaba, y que la tortillera en muchas ocasiones ya no podía pagar, doña María les dijo a las señoras “que tenía ya mucha leña y que esa semana no se las compraría” pero que de todos modos pasaran a comer, como siempre, ofreciéndoles un platillo de carne de puerco con chile pasilla y con tortillas de comal recién salidas.

Muy molestas, las mujeres de la leña, demostraron su enojo argumentando la falta de cumplimiento de un compromiso por parte de doña María y se retiraron sin cansarse de decir improperios y proferir amenazas de “que se iban a arrepentir”,–desde luego esto lo hicieron después de comer– y uno de los clientes que esperaba su pedido de tortillas, al presenciar lo ocurrido, le advirtió a Doña María “cuidado doña Mary, esas son brujas, yo las conozco porque tengo un hermano emparentado con una hija de ellas, ¡tenga mucho cuidado! no le vayan a ocasionar un mal”.

Aparentemente todo había quedado en las amenazas de las enojadas mujeres y ya no se le dio importancia al asunto durante el resto de ese día, incluso el siguiente también trascurrió dentro de la normalidad. Pero al otro día, todo comenzó mal; el maíz del nixtamal se había “agriado” y estaba espumando, “oliendo muy mal”. La leña, por más lucha que se le hacía no quería prender, y se rompió la botella del petróleo con la que humedecían los ocotes para prender el fogón. Tampoco aparecía la mano del metate que siempre estaba en su lugar, ¡y para colmo! la tinaja del agua se había rajado regando todo su contenido.

¡No podía ser posible tanta desgracia junta! algo estaba pasando, y que no había pasado antes, y la única explicación era; que lo dicho por el cliente que compraba ese día tortillas y que presenció el enojo de las mujeres; tal vez tenía razón cuando le dijo “tenga cuidado doña Mary, estas son brujas” ¡Tenía que ser eso, no existía otra explicación! Con toda seguridad ellas eran las causantes de todo lo que estaba ocurriendo.

Ese día, por primera vez en años, no hubo tortillas, ¡ni para la venta ni para consumo de la casa! hasta el día siguiente en que aparentemente todo volvió a la normalidad, porque fueron sustituidos la mano del metate y el cántaro rajado, y se compró más petróleo en otra botella. Pasó toda la semana y llegó el día en que acostumbraban acudir las de la leña y lo hicieron como si nada hubiese pasado, muy sonrientes y platicadoras; como si estuviesen seguras que les comprarían la leña, cosa que ocurrió así, porque doña Mary después de todo lo que había pasado, no quiso arriesgarse a sufrir más pérdidas por la mala voluntad, de las que ya estaba convencida de que en realidad eran brujas.

A partir de ese día, semana tras semana, –aunque las ventas fueran ya muy escasas– doña Mary compraba la leña, y el montón acomodado en su patio crecía y crecía, ¡miren el montón de leña, ya tengo mucha! Les decía doña María a sus amigos de confianza, quienes ya sabían lo de las brujas, y un día una de sus amigas le dijo “déjame ver con mi abuela, para que me diga cómo hacerle, para que no te hagan daño y les puedas dejar de comprar la leña” ¡ella también sabe de esto!

Dos días después, la amiga le dijo “ya sé cómo anular la fuerza de estas malas mujeres, tengo un secreto de mi abuela, la que dice que pongas muy cerca de donde se sienten, una cruz hecha con dos agujas mojadas en agua bendita, y que así la dominaras, porque no podrán irse hasta que tú quieras, y ella comprenderá que tienes la forma para dominarla”.

A la siguiente visita de las mujeres de la leña, se siguió el mismo ritual de siempre; bajaron la leña, la dejaron en la banqueta y pasaron confianzudamente a sentarse para que les dieran de comer, y al terminar de hacerlo, que les pagaran para regresar a Santa Cruz.

Ese día, además de las tres mujeres que siempre acudían, acompañaba a una de las ancianas una niña, y fue a esta a la que le había tocado la silla preparada con la cruz de agujas, pero como era donde siempre se sentaba su abuela, le pidió que se la dejara libre y que ella se sentara en el suelo. Cuando terminaron de comer, se despidieron, levantándose dos de las mujeres solamente, ya que la otra realizó el intento y al no lograr ponerse de pie les dijo, “adelántense, yo las alcanzo luego” notándosele una expresión extraña en su cara.

Como dos horas después de que sus compañeras brujas se habían retirado, la vieja mujer continuaba sentada a pesar de que su insistente nieta le apremiaba que ya se retiraran para llegar a su casa, “porque ya era muy tarde” y la mujer le contestaba “no puedo pararme hija, espérame otro rato”.

Doña María convencida de que tenía a la mujer dominada por la cruz de agujas mojadas en agua bendita, y pensando que no la dejaría en su casa para siempre; discretamente pretextando poner más leña a la lumbre, retiró las agujas, y sin levantar sospecha continuó platicando, pero en ese preciso instante la vieja bruja logró ponerse de pie y le dijo a su nieta, “Vámonos hija, ya me pude parar” y se retiraron ambas notándose un gran enojo en la mujer, que como bruja que era, se dio cuenta de lo que le habían hecho.

Después de lo ocurrido ese día, las mujeres de la leña ya no volvieron a presentarse; pero a cambio se iniciaron una serie de “cosas raras” las que no se tenía que pensar mucho para atribuirlas a una venganza a distancia de las brujas. Aunque esto duró unos pocos meses, bien puede afirmarse, que fue una verdadera confrontación entre las brujas de la leña y los conocimientos que de estas “ciencias” se tenían en La Cañada, no sin antes padecer algunas cosas extrañas.

Primero, los niños eran sacados de sus cunas y aparecían pálidos; pero nunca hubo niños difuntos, aunque algunos fueron encontrados tirados lejos de la casa y solamente “les chupaban poquita sangre”.
¡Hay que agarrar a esa bruja! Dijo la viejita Lucrecia, mujer enterada de la brujería “Fíjense que mujer no quiere comer, a la que le ofrezcan comida y no la acepte, tienen que vigilarla, porque esa no come por estar satisfecha con la sangre de los niños”.

Pronto localizaron a una recién casada que no comía y estaba “bien chapiada”. La siguieron muy de cerca y vieron como en las noches se sacaba los ojos y los escondía dentro de un jarrito, para convertirse después en un pájaro como zopilote y luego salía volando.

Su suegra que la vigiló, vio donde ponía los ojos y los sacó del escondite poniéndolos en medio del comal hasta que cambiaron de color con el calor, volviéndose blancos y después los guardó en un frasco junto con un rosario.

Cuando regresó la nuera, la estaban observando y vieron como no encontró sus ojos, comenzando a pedirlos a gritos, lo que hizo durante varios días, hasta que se los dieron y se los puso, pero ya no podía ver, estaban completamente blancos. Esa mujer desapareció del pueblo y se decía; que era una de las brujas que habían mandado las de Santa Cruz para chuparse a los niños de La Cañada.

La brujita buena de La Cañada, les aconsejó a todos; “Que como las brujas de la leña estaban muy enojadas y trataban de vengarse, que tomaran muchas precauciones para que no se acercaran a los niños. Tenían que poner una cruz de palma bendita muy cerca de donde ellos dormían, dejar también unas tijeras abiertas en cruz y que estuvieran muy al pendiente, porque los perros no las olían y por lo tanto no ladraban, que estuvieran al pendiente del “rebuznido del burro”, porque ellos si las notaban y a las brujas les molestaba la forma escandalosa de reaccionar de los burros al notar su presencia”.

¡Las vamos a seguir viendo por aquí! Porque difícilmente olvidan y son muy vengativas, pero con todas las providencias que estamos tomando, no podrán acercarse sin ser vistas. Cuando en los cerros vean luces como bolas que corren, recen una oración que se llama la magnífica, pero récenla al revés, esto no falla y salen despavoridas a sus cuevas y así ya nada pasara en el pueblo porque se cansaran de sus intentos.

Relato que me platicó Concha López.

Por Jaime Zuñiga Burgos

Queretano por nacimiento, Jaime Zúñiga Burgos cuenta con una muy amplia trayectoria en actividades políticas, sociales y culturales. Su formación de médico cirujano y licenciado en derecho, así como sus estudios de maestro en administración pública lo enfocan al humanismo. Lo mismo ha recuperado valiosas piezas arqueológicas que ha rescatado, importante documentos para la historia de México como el testamento original de Doña Josefa Vergara y Hernández, el decreto del presidente Benito Juárez para el cambio del sistema de medidas en la Republica, las mercedes de aguas del pueblo de Querétaro entre otros. Además de la ubicación de los restos del Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana en la iglesia de San Hipólito en la capital de la Republica. Preocupado por la pérdida de documentos de Querétaro junto con otros distinguidos académicos, fundó Preserva Patrimonio A.C. organismo creado para el rescate de nuestro patrimonio histórico. Actual Cronista del estado de Querétaro

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