De los escasos datos que con certeza pueden afirmarse de los orígenes de Querétaro, y su sistema primitivo de gobierno, se conoce, que como pueblo de indios, tenía un Gobernador independiente al gobierno general establecido, y cuyos integrantes respetaban a los pobladores nativos, en los que siempre existió la posibilidad de una rebelión. El primer gobernador de la republica de indios lo fue don Fernando de Tapia, “Conni” en la gentilidad. Después le siguió su hijo Diego, que por su actuar con sus hermanos indios, cuando al igual que su padre se habían “españolizado”, fue desconocido y le fue dada la ciudad por cárcel por los malos tratos para con sus hermanos de raza. Don Diego al no tener posibilidades de heredar el cargo por su falta de descendencia de varones, éste cargo fue ocupado por diferentes personas, todos del mismo origen indígena. Una de las pruebas de que los naturales integraban los gobiernos, es el conflicto suscitado entre el español don Fadrique Cásares y el presidente del ayuntamiento que resultaba ser de la familia Tapia. Altercado que se dio durante la procesión del Corpus, al disputarle don Fadrique el lugar de honor que correspondía al alcalde Tapia, tratando de ir antes que él, y en el jaloneo, el español le arrancó el faldón de la levita, por lo que al considerarse falta muy grave, lo destierran de la ciudad que tenía por limite el rio. Por su gran arraigo, don Fadrique construyó una casa con un torreón muy elevado, que le servía de mirador para contemplar su ciudad a lo lejos. Lo que continuó haciendo hasta el día de su muerte. Lo anterior nos confirma la integración de los indígenas en el gobierno de Querétaro.
Mientras se daban las diferentes etapas de nuestra historia, mientras la población crecía y aumentaba su número de habitantes, se instalaban los obrajes y se lograra tener más de un millón de ovejas para ser Querétaro la tercera ciudad en importancia del reino de la nueva España, después de México y Puebla. Se agrega después a la industria local, la Real Fábrica de Tabacos y Cigarros de San Fernando, segunda en importancia después de la Real Fábrica de la ciudad de México, para que en el siglo XVIII tener como habitantes a muy distinguidos hacendados, comerciantes y mineros. Todo esto ocurría mientras que algo cambiaba muy poco en un lugar cercano. Esto era lo que se daba en un grupo de indígenas que seguían asentados en un lugar conocido como La Cañada los que seguían conservando sus costumbres.
Por los usos y costumbres, antes de 1941 en que la Cañada se trasformó en municipio, al pueblo lo gobernaba un consejo elegido “por el común” que eran los que se encargaban de guardar el orden, administrar el uso del agua y a resguardar los muy valiosos documentos, que durante siglos se habían concentrado en ellos, por ser un sitio seguro. No tan solo porque dichos papeles les legitimaban propiedades otorgadas por mercedes reales, sino también, eran los depositarios de todos los documentos que consideraban importantes, al desempeñarse en la ciudad de Querétaro como integrantes del ayuntamiento.
Recordemos también, que uno de los primeros asentamientos en los tiempos de la conquista de la Nueva España, fue el territorio de lo que hoy se conoce como “La Cañada” y que las crónicas consignan, que el primer sacerdote que logró presencia por esos rumbos, lo fue don Jacobo Rangel. Este último fue el que se encargó de bautizar a los indios que ahí habitaban y fue el padre Rangel también, el que construye la primera capilla que con el tiempo se trasformaría en la conocida “Iglesia Chiquita”, la que en su entrada tiene la fecha de 1529.
Dicho padre Rangel inició una rama que llevaría su apellido y que se conserva hasta nuestros días. Muchos de los Rangel desempeñaron cargos de importancia dentro del gobierno de la ciudad de Querétaro, manteniendo presencia documentada en 1810, en que don Francisco Rangel formaba parte del ayuntamiento presidido por el Corregidor Miguel Domínguez Trujillo. Cargo en el que tuvo destacada participación como regidor, dejando su firma estampada en todas las actas del cabildo.
De los pobladores de La Cañada, el corregidor don Esteban Gómez expresaba “Son los indios más ricos de la región, porque llevan sus hortalizas para su venta a los reales de minas de Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí, y son soberbios porque no venden un palmo de tierra a español alguno, y no le hacen caso a su cura párroco”. Además de lo anteriormente expresado por el Corregidor Esteban Gómez, en La Cañada, se tenían prácticas endogámicas, que perduraban a mediados del siglo pasado en que era costumbre oír que, “los de La Cañada se casan con los de La Cañada”. Por eso se puede concluir que, si tenían documentos que consideraban de importancia, los guardarían celosamente, dándoles trato especial a aquellos que les daban la posesión de tierras y del agua.
Una muestra de lo anterior quedó para la historia, cuando en tiempos del gobernador porfiriano don Francisco González de Cosío, fue dado a conocer un valioso documento, “copiado fielmente del que tenía en su poder don José Rangel, habitante de La Cañada”. Dicho documento era “La Real Cedula de la Fundación de la Ciudad de Querétaro”, de la que se conocía su existencia, pero se ignoraba en donde estaba. Siempre estuvo relacionada con indígenas, desde el año de 1537, siendo hasta 1761 en que Claudio Morales, gobernador de los naturales, le solicita a Atanasio Franco el documento, para realizar una copia, de lo que se ignora si esta se realizó.
Fue hasta el año de 1892, en que el señor José Rangel –de los Rangel de La Cañada– decide –y esto con seguridad fue por acuerdo de los representantes de dicho pueblo–, “facilitar el documento para elaborar una copia fiel, la que se da a conocer en el periódico oficial La Sombra de Arteaga, devolviéndole el original a quien lo resguardaba” –el señor José Rangel–. Posteriormente la copia pasó por diferentes lugares, como el Palacio de Gobierno, después una bodega, luego el Museo de Querétaro y finalmente se recuperó para el ayuntamiento, lugar en donde se conserva en la actualidad.
Durante las entrevistas a los habitantes distinguidos de la Cañada, para la elaboración del libro “Crónicas y Relatos del Marqués” se visitó al señor José Rangel Avendaño, de 80 años de edad, hijo de don Vicente Rangel y habitante de estas tierras durante toda su existencia, al igual que sus mayores, cuyos orígenes se extendían más allá de los cuatro siglos. El señor Rangel nos refirió, “que su padre don Vicente, había nacido con el siglo XX y que su abuelo fue José Rangel, del que heredó su nombre, y que al igual que su padre y muchos de sus antepasados, había sido representante del pueblo, que eran los encargados del bienestar de los habitantes, del orden y de resguardar los archivos.
Afirmaba don José Rangel Avendaño, “que el pueblo tenía mucha historia y que esta historia estaba en los archivos –en los papeles del pueblo– y los guardaban muy bien, porque uno de ellos los hacía dueños del agua, por una merced real otorgada por el virrey Antonio Bermúdez Calderón en 1615”. “Existía otro documento de mayor antigüedad que todos los demás, en donde el Rey le otorgaba permiso a don Fernando de Tapia para poblar La Cañada y le señalaba cuatro leguas al oriente y otras cuatro al poniente, y a los lados los muros de La Cañada”. Teniendo también otros papeles que sabían que eran de mucha importancia y que les interesaba conservar, ya que eran los que les daban la seguridad en la tierra y del el agua, otorgada como reconocimiento al servicio del Rey durante la población de este lugar.
Con el trascurrir de los años, los grandes solares se fueron subdividiendo por las mismas familias que los trasmitían de palabra y después ya por medio de escrituras, las que les dieron seguridad de la posesión de las tierras. Quedando la merced real del 2 de Agosto de 1615 que les otorgaba la propiedad del “Manantial del Pinito”, documento que al pretender cobrarles la introducción del agua a mediados del siglo pasado, fue mostrado a las autoridades, tratando de reclamar sus derechos y sintiendo que el agua era de su propiedad.
La reaparición de este documento tan antiguo, trascendió en algunos pobladores y el entonces cronista municipal, –persona con orígenes en el mismo pueblo–, se lo solicitó a don José Rangel Avendaño, –último encargado del resguardo de los documentos–, quien de buena fe y confiado, los prestó. Trascurriendo el tiempo y sin que los reintegraran, ya después de más de 10 años, el cronista municipal falleció, causando gran desanimo en quien los había prestado y que se sentía impotente ante los intentos que hizo por recuperarlos, mientras trascurrían otros años más.
Don José Rangel Avendaño había recibido de su padre, la encomienda sagrada de continuar resguardando los documentos históricos del pueblo de La Cañada, esto cuando ya estaban ciertos, de que no representaban ninguna protección para el común, –como se conocía al pueblo de indios–, y fue la última etapa en que su padre don Vicente junto con Juan Hernández y Santiago Pérez “el Chico”, los últimos que pretendieron hacer valida la merced real del manantial del Pinito, del que se surtía el pueblo, y al no poder demostrar con ellos la pertenencia del agua, las autoridades los desconocieron “porque ya no vivía el rey”.
Como documentos en sí, y por su histórico contenido, los papeles del pueblo de La Cañada, tenían un gran valor histórico al conservar entre ellos la real cedula de la fundación de Querétaro, de la que fue copiada la que se encuentra en el ayuntamiento de Querétaro, así como el documento en que el Virrey don Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcazar, firmó el 2 de Agosto de 1615 para otorgarles en propiedad el manantial del Pinito. De este último documento se obtuvieron unas fotocopias, que con la finalidad de preservarlo, fueron publicadas conjuntamente con el plano original, en el libro “Crónicas y Relatos del Marques”.
Agobiado por los años, y muy dolido por el incumplimiento de quien le había solicitado los documentos para elaborar una monografía, un día, –conjuntamente con Jaime Martínez Pérez, conocido habitante de La Cañada–, acudimos acompañando a don José Rangel hasta el domicilio del que fue cronista municipal, de nombre Guillermo Hernández Requenes, en donde fuimos informados “que desconocían el lugar en que pudieran estar los documentos”.