El ritmo de vida de nuestra ciudad, conservaba el modo de vivir del siglo XIX. La tranquilidad habitual rara vez se veía perturbada, por algún acontecimiento realizado fuera del programa de festejos cívicos y religiosos, o los sociales, que tenían fechas bien definidas, como eran las fiestas de Covadonga, con su misa en Santo Domingo, en la que dos guapas damitas portaban las banderas de México y España, la primera la llevaba una señorita vestida a la usanza de la madre patria y la bandera de España, una niña que orgullosa portaba el traje de china poblana. Después del evento religioso seguía el baile en el Casino, en donde año con año se apostaba, que el enorme traga luz que estaba en el piso para iluminar la planta baja, se rompería con el peso de los que bailaban sobre él.
Después en las fiestas patrias, se conmemoraba el día del charro, el de los protagonistas de la Fiesta Nacional y al igual que en el festejo de Covadonga, se acudía a una misa, pero esta era en la Congregación y contaba con mayor número de asistentes, que vistiendo los trajes de charro, tanto los hombres como las mujeres, se lucían con sus costosos atuendos con abotonadura de plata, sombreros bordados, chaquetín y pantalón finamente bordados, cinturones piteados, al igual que las fundas de sus pistolas, las que por esos días sí tenían balas, al no existir las limitaciones actuales. Las damas lucían el traje de china poblana o de charra, que, entre varios, habían escogido para ese día tan especial. Y mientras escuchaban la misa, las monturas aguardaban a sus dueños amarradas a la reja del atrio, por la parte de la banqueta, para evitar lo que, por razón biológica, tenía que salir irremediablemente de los cuadrúpedos.
En los meses de octubre se llevaba a cabo el tradicional baile de la Universidad de Querétaro, herencia del Colegio Civil que en sus tiempos comenzó a realizarse. Este baile era la culminación, de la última etapa anual, para convocar a los que habían asistido al de Covadonga, que en gran mayoría se habían sumado a los festejos del día del charro, cambiando la boina vasca por el sombrero ancho, y en este baile de Ingeniería, se sumaban todos los de los bailes anteriores, con los que exclusivamente acudían al baile de la Universidad, porque a él iban todos “los de la sociedad queretana”.
Este baile era amenizado por orquestas de moda; como Juan García Esquivel, Pérez Prado, la Orquesta de Ingeniería, Carlos Campos, Ismael Díaz, que, en el patio principal de la universidad, profusamente iluminado, y cubierto casi en su totalidad por elegantes mesas, la sociedad queretana congregada, disfrutaba durante varias horas con la música de las orquestas, estando de moda un ritmo innovador con ejercicios aeróbicos conocido como “el mambo”.
Durante algunos años, se realizaban otros eventos, que acordes con la época de año y la religiosidad de nuestro pueblo, también servían como esparcimiento, se trataba de “las posadas”, las que por más de cien años se enmarcaban en el aspecto religioso, rezando la letanía, cargando los peregrinos y pidiendo la posada, en los patios de las casas o en algunas calles y atrios de los templos, con las tradicionales velitas de color rojo, con las que tantas travesuras se hicieron; como prenderle el pelo a la que antecedía en la procesión. Después de cargar los peregrinos, se rompía la piñata en medio de tremenda gritería y librando los garrotazos, de quien, vendado de los ojos con un paliacate, desconcertado por haber sufrido el mareo al darle vueltas, aventaba garrotazos tratando de romper la piñata, que mañosamente la movían, levantándola lo más que se podía o engañándolo al ponerla en el piso. Y de atinarle un garrotazo a alguno de los asistentes podría alegar, que no era responsable, “porque estaba borracho”.
Y hablando de borrachera, en las posadas se preparaban los famosos ponches; hirviendo caña, tejocotes, guayaba, canela, ciruelas pasa, y hasta pingüicas le ponían, para después servirlos en un jarrito bien calientes y agregarles el “piquete” de alcohol del 96, comprado en las “Bodegas Queretanas” o en las boticas, que lo surtían libremente y sin restricción alguna, para los borrachitos económicos, o para la preparación de las “carmelitanas” o los vinos de membrillo y ciruela, que las abuelas preparaban con las mismas fórmulas que trajeron los conquistadores.
En el Museo Regional de Querétaro, en el bello patio del Convento Franciscano. Un grupo de ciudadanos con mucho arraigo y de mucha “prosapia” organizaban un evento, que generalmente era benéfico y que tenía otras características. Se llamaba “Baile del Recuerdo” y después se conoció como “Serenata del Recuerdo” y como de recordar se trataba, el propósito era rescatar los bailes a la usanza de sus abuelos, rememorando la indumentaria tradicional, de la que muchas familias muy conocidas, como los descendientes de don Bernabé Loyola, mantenían bien cuidados los guardarropas completos de la época porfiriana y que se conservaban intactos por su buena calidad, que el paso de los años no lograba deteriorarlos. Al igual que en este festejo del recuerdo, en el mes de diciembre y con el fin de realizar una posada, la misma ropa de época, se aprovechaba para que la vistiesen algunas bellas damitas de sociedad en un evento conocido como “La Cabalgata” que durante muchos años organizara doña Esperanza Loyola, hija de don Bernabé.
Con la llegada a Querétaro de dos nuevas agrupaciones internacionales el Club de Leones y los Rotarios, se iniciaron sus correspondientes eventos sociales, que una vez al año, congregaban a los agremiados y se sumaban a ellos muchos invitados especiales. El primer Club de Leones, con local propio, se instaló por el rumbo de los Arcos, a uno metros del Mausoleo de doña Josefa, para después cambiarse a un gran salón en el cerro de las Campanas, mismo lugar en que se instaló el Club Rotario en tiempo del Gobernador Juventino Castro Sánchez.
Don José María Hernández, conocido empresario, dueño de la agencia Ford, construyó un amplio y moderno local en el centro de la ciudad, con entradas por la calle de Juárez, a unos pasos del Teatro de la República, y la otra por la avenida Corregidora, frente al jardín del mismo nombre, local que por su espaciosidad y por estar tachado, significaba una gran ventaja sobre los sitios que se utilizaban, generalmente en patios como los de la universidad y el del museo, porque no era raro, que a medio baile, callera un gran aguacero, que obligara a los asistentes a refugiarse en los corredores, para no salir empapados. En la Ford no se corría ningún riesgo, era muy amplio, cuando se retiraban todos los vehículos, quedaba un gran espacio que garantizaba la diversión sin sobresaltos, y tenía otra ventaja más, si faltaban algunos de los integrantes de la orquesta “ni se notaba, porque con pocos, el techo de lámina retumbaba, haciendo lucir enormidades a la orquesta”.
ENTREVISTA EN LA CASA DE LA MARQUESA, CON LUPITA DE LA VEGA, SOBRE CÓMO ERAN LOS EVENTOS SOCIALES EN LA CIUDAD EN EL SIGLO PASADO.