En los días fríos de los meses de Octubre y Noviembre, en los años finales de la década de los 50s, se realizaban los exámenes finales en la Universidad Autónoma de Querétaro, siendo la regla general, que estos fuesen de forma oral y frente al maestro que impartía la materia, pudiendo hacer uso del pizarrón en el caso de los idiomas ingles y francés, para conjugar un verbo o escribir una oración.
Maestros como el propio Rector Don Fernando Díaz Ramírez, o el Dr. Pablo Silva Machorro, el Dr. Carlos Vázquez Mellado, o el Ing. Salvador Vázquez “el Vate”, se distinguían por ser muy exigentes y las materias más difíciles eran algebra y trigonometría,(todavía no existían las calculadoras de bolsillo). De uno por uno, tenían que presentar los exámenes los alumnos, aumentando la presión y la angustia, que daban como resultado el ir al reencuentro de la religiosidad heredada de nuestros mayores. “¡Hay Virgencita, ilumíname, y de ser posible baja del cielo, para que presentes mi examen! Te prometo rezarte los cuarenta y seis rosarios; ¡uno diario! y si me das una señal los rezo dobles, pero que pase todos los exámenes”.
La mayoría de las veces, la Virgencita, -aunque era vecina de la universidad, y estaba a unos cuantos pasos en el templo de la Congregación- ponía oídos sordos, y pasaban solamente los que estudiaban, y esos no requerían de milagros; ¡ni chiste tenía, el milagro era que pasáramos los que no estudiábamos!; pero nunca se nos concedió, me imagino que porque al rezar, no lo hacíamos con la misma dedicación con la que nos comíamos los buñuelos remojados en jarabe de piloncillo y guayaba, acompañado de un jarro de atole de maíz y tequesquite. Y pensando ahora a la distancia; “el milagro era, el no morir por el uso del famoso trapo húmedo”, trapo, que la que vendía los buñuelo facilitaba a los clientes, para quitarse lo pegajoso de los dedos y discretamente limpiarse la boca en un acto inconsciente, al ignorar, el que otros llegaban incluso a sonarse la nariz con el. ¡Ese si fue un milagro! El de no morir con el trapo de la muerte.
El recordar estas vivencias estudiantiles, de los años 50s, trae a la mente, una muy añeja tradición heredada de nuestros abuelos, que fieles, aguardaban que el calendario marcara el dia 28 de octubre, para entrada la tarde, cuando el sol declinaba y comenzaba a ocultarse por las calles alineadas al poniente, cuando un ambiente fresco hacía recordar que en pocos días sería celebrada la fecha mas señalada para los católicos creyentes, cuando en medio del tedioso acontecer se encontraban los motivos de renovación interior, porque lo exterior no cambiaba mucho aunque pasaran los años, pero llegaba el día 28 de octubre y era la fecha del primer rosario en el templo de la Congregación, del que se sabía era el único dedicado a la patrona de México fuera de la capital, en donde “la Villa” resultaba el templo mayor.
Cuarenta y seis rosarios se venían rezando desde que un clérigo, -contando las estrellas del manto de la virgen-, sugirió rezar un rosario por cada una de ellas, y que los fieles piadosos vieron como un acto de fe religiosa en nuestro muy católico pueblo queretano. Se iniciaba el primer rosario el día 28, día ahora de San Judas Tadeo, el que entonces no se celebraba, porque el escuchar «Judas» era sinónimo de traición, nadie había acudido al rescate del mas cercano de los apóstoles de Jesús, Judas el bueno.
Los primero días la asistencia a los rosarios era muy escasa, pero las que no faltaban desde el primer día, eran ya las señoras que vendían los buñuelos. Muy temprano ya estaban instaladas a la orilla de la banqueta en la calle de Pasteur (se pronuncia Paster por favor) puestos en los que no faltaba una banca muy rustica y simple, sin respaldo, porque era una tabla con patas, en las que no se sentaba uno, se ponía en cuclillas. Una hornilla con carbón encendido era pieza fundamental, fuente de calor para mantener la temperatura ideal de la miel para remojar los buñuelos. Pero vamos despacio y de uno por uno, primero, los buñuelos. herencia de los árabes moros que invadieron la península ibérica, de donde nos llego todo, lo bueno y lo malo, y también los buñuelos. ¿pero que son los buñuelos y como se hacen? Fácil, un kilo de harina, una cucharada de royal, un huevo, el jugo de una naranja, azúcar -una tasa- y agua para hacer la masa. Antes se les conocía como «buñuelos de rodilla» porque así se estiraban, ahora para mas higiene, se extienden sobre una hoya,
No hay buñuelos queretanos sin miel, y Concha, -la abuela de Pedrin-, me da su secreto. En La Cañada, Nelly así los hacia. Piloncillo, tres del suave, (porque hay duro), tres litros de agua, guayabas, canela y que este bien caliente. Y, como la agarramos de buenas, nos da el como hacer el «ponche», Todo buen ponche lleva tamarindo, tejocote, aromática guayaba, caña, manzana, piña, canela y el secreto del sabor es la Jamaica, azúcar y su alcohol de 96 grados, comprado en las Bodegas Queretanas de Zaragoza, aunque ya ignoran si tendrá la misma pureza del de antes, (¿Qué dicen los Hernández?).
Ya los que acudían a rezar los 46 rosarios han desaparecido, esa tradición esta por desaparecer, y queda en la memoria de los miembros de las antiguas familias formadas en las costumbres y tradiciones queretanas, el recuerdo de cuando ellos acudían a rezar piadosamente, aunque fuese un rosario «abreviado» para salir pronto a ganar un lugar en las bancas de los puestos y disfrutar de un delicioso buñuelo de «rodilla», sin conocer sobre cual rodilla se había extendido el buñuelo que tocaba en suerte.
¡¡¡HA¡¡¡ Pero no podemos olvidar un adminiculo indispensable en todos los puestos de buñuelos, el famoso trapo húmedo para limpiar los pegajosos dedos con los que se habían comido los buñuelos. ¡Señora, me pasa su trapo por favor! ¡Si joven, nomas que lo desocupe el señor! Ese trapo, que solucionaba lo pegajoso de los dedos elegantemente, y que con su humedad evitaba el meter la mano a una cubeta -un balde dirían los puristas del lenguaje para adornarse- pero los había que desconsideradamente, hasta se limpiaban la nariz socarronamente. Nosotros ya enfocados a las ciencias médicas, le pusimos «el trapo de la muerte».
Buenos recuerdos tenemos, los que sobrevivimos a esos años de cuando estudiábamos nuestro bachillerato, era rector de la Universidad Autónoma de Querétaro el distinguido abogado don Fernando Díaz Ramírez, cuando llegaba el fin del año escolar, con ello llegaban los exámenes y eran exámenes orales, ya no como en la primaria, porque en la universidad había secundaria y los maestros se enfrentaban al aluno, cuerpo a cuerpo, frente a frente, para cuestionarle lo aprendido durante el ciclo escolar. Esta experiencia resultaba un verdadero trauma para el alumno, ¡Y más, porque el rector entraba a todos los exámenes de improviso! Llegaban los exámenes y coincidían con los rosarios en el muy cercano templo de la Congregación, la universidad estaba en el edificio de 16 de septiembre y el rector era muy contundente y realista cuando sabiendo el aprovechamiento de algunos les decía;
«tu, ni rezándole a la virgencita de la esquina en la casa de los Urquiza, (la que está en la ventana) ni rezando el doble de los rosarios en la congregación pasaras de año».
No puedo negar, que muchos recurríamos a la última instancia salvadora de un año escolar, el último recurso para pasar de año ¡un milagro! y si rezábamos los cuarenta y seis rosarios, aunque no comiéramos buñuelos por falta de dinero -eran dos buñuelos por ochenta centavos y el cine costaba cincuenta, un tostón-. No digo nombres de los que gracias a la virgencita aprobaron su bachillerato, algunos ya partieron y otros para esos rumbos nos encaminamos, no todos lo hacíamos con fe, pero ya con diferente mentalidad, rezábamos por si las dudas. El resultado fue, que al presentar exámenes de admisión en instituciones nacionales, ya muy lejanas a la Congregación, fuimos aceptados, de algo nos sirvió rezar los cuarenta y seis rosarios, esa tradición que está a punto de perderse y de la que solamente los buñuelos sobreviven, porque ahora se reza poco.