En el majestuoso y amplio patio de una casona de las calles de Venustiano Carranza, desde que Querétaro era otro, en ese sitio que se respira aroma del pasado, se presienten nexos muy sólidos y fuertes con la Madre Patria y, como ecos, por sus rincones se escucha el susurro de las palabras que Cervantes logró inmortalizar en los labios de sus personajes, para, por siglos, deleitarnos, llenándonos de gozo o, en ocasiones, hacernos pensar en la naturaleza humana.
Hablar del “Corral de Comedias” es recordar a quien, transformándose en lo interior y caracterizándose en lo exterior, logra dar vida a muy diferentes personajes, transportándonos al mundo incomparable del teatro. Tan antiguo como la propia humanidad, y profesión nada fácil cuando se opta por entregar cuerpo y alma, además de bienes materiales, para ser actor.
Entregando todo, todo lo que se tiene, incluso lo más preciado que es la familia, para darse por entero y consolidarse con múltiples experiencias a través de miles de vidas de la suma de los personajes caracterizados, logrando transformarse en todo un profesional de la actuación. Cuando esto sucede, se logra pasar a formar parte de lo inmaterial, que, siendo parte de lo etéreo, es el camino invisible de continuidad de las bellas artes, de la inmortalidad de los personajes. El “personare” de los griegos, la máscara utilizada para caracterizar al personaje y a la vez hacer sonar la voz amplificándola y que todos la escuchen.
Pocos como Paco Rabell Fernández han logrado escalar tan alto en la actuación, como él con su grupo” La Familia”; su trayectoria difícilmente será igualada siquiera: España, en especial Almagro; Centro y Sudamérica, un sin fin de lugares en que han apreciado su arte, poniendo en el mapa, y muy en alto, el nombre de Querétaro, México.
Describir la trayectoria del Sr. Lic. Francisco Rabell Fernández, “Paco”, sería interminable. Sus logros son grandes y muy meritorios, de los que los queretanos nos sentimos muy orgullosos. Pero quiero regresar el tiempo, más allá de sus inicios con los “Cómicos de la Legua”, de la UAQ; regresar al ámbito deportivo, cuando un corpulento joven estudiante universitario, aficionado a la natación, y practicante muy activo de esta disciplina, se hacía cargo, como entrenador, del “glorioso equipo de natación” de la Universidad de Querétaro.
Recordar a Paco Rabell, a la orilla de la alberca del balneario de “La Colonia”, en la calle de Madero, casi llegando a Tecnológico, caminando con su gran estatura, con un gran ímpetu para que todo fuera perfecto, corrigiendo la brazada para que la mano penetrara el agua sin levantar tan siquiera algunas gotas, que entrara con perfección para lograr la máxima tracción, que junto con una perfecta patada, daría como resultado lograr deslizarse suave y velozmente sobre el agua, sin siquiera alterar su natural evaporación.
Su sonora voz se escuchaba hasta cuando estábamos bajo el agua para dar una vuelta “olímpica”, o de campana, y retornar sobre el carril en una competencia. Al error más leve– y esto era parejo para todos, incluyendo a su hermano Enrique–, recibía uno la indicación precisa para hacerlo bien. Enrique Rabell llegó a ser uno de sus más destacados alumnos, fue “olímpico”, pero con todos se esforzaba, y su grito “a ver Chueca Oviedo, no seas flojo; Juanito Sánchez, estás mal; Gasparín Guerrero, no te hagas guey”; y cuando después de una hora de patada, y una hora de brazada, ¡sin trampas! se iniciaba el nado informal, a pesar de la juventud terminaba uno “para el arrastre” ´; pero valía la pena.
Tan valía el esfuerzo, que este “glorioso” equipo acuático logró ser uno de los más reconocidos a nivel nacional, recordando los “agarrones” con el Deportivo Chapultepec, la UNAM. la máxima institución en lo que a deportes acuáticos se refería, o la “barredora” que imponía la UAQ en la Feria de San Marcos, de Aguascalientes, y a nivel del mar, ni se diga, los “delfines” queretanos arrasaban en Veracruz, Acapulco y en cualquier lugar que tuviera más de 80 cm. de profundidad para poder nadar. Los resultados: Jesús Aguilar Muñoz, Adolfo Terán, Agustín Llaca, la famosa Chueca Jorge Oviedo, la Dorra, las Salchichas Juárez, Jesús y Francisco; Augusto Guerrero Castro, Manuel Barrón, Roberto Llaca, Eduardo Moreno Salazar, La Tripa; Gastón Mendoza Alcocer, Juan Sánchez, las Hermanas Mejorada, tantos y tantos más, que dieron a Querétaro gloria nacional con campeonatos imbatibles durante mucho tiempo.
Ni hablar de Enrique Rabell, olímpico mexicano en la especialidad de nado de “dorso”, quien representó destacadamente a nuestro país en las Olimpiadas de Roma. Integrante de este grupo, Jorge Oviedo, La Chueca, “eternamente joven”, acudió más de tres veces a las competencias juveniles para atletas no mayores de 18 años, habiéndolos cumplido, pero gracias a un acta de nacimiento que tenía la magia de actualizarse cada 365 días, manteniéndolo como el Dorian Gray de la natación. Independientemente de este “pequeño detalle”, su calidad como nadador, sumamente veloz, fue indiscutible; barrió en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, ganaba todas las competencias en las que participaba, y se aburrió de que nadie le hiciera sombra. Fue muy bueno de verdad.
Todos temíamos que Paco se disgustara, y podía ser por cualquier motivo; principalmente por omitir sus indicaciones, o que nos detectara flojera. Le disgustaba la inasistencia a los entrenamientos, o el bajo rendimiento, porque entonces, como resultado, nos formaba a todos a la orilla de la alberca, y a lo ancho de la misma iniciábamos los famosos sprints, que consistían en salir a toda velocidad, uno tras otro, cruzar la alberca, y regresar al toque, salía el otro, y así, durante varios minutos, ya que “Paco”, cual cura, imponía penitencia, pero no de “Padres Nuestros” y “Aves Marías”, sino de 30 a 40 sprints por persona, y a las 12 o una de la tarde, en pleno sol, y en las heladas aguas de la alberca de “La Colonia”, producto de la extracción de “pozo profundo”, en esa época, a 50 ó 100 metros de la superficie.
Cuando por motivos de higiene, ya que la alberca era pública, y la nata verdosa iniciaba su presencia, se tenía que efectuar el recambio del líquido, lo cual demoraba casi dos días, haciendo imposible nadar a lo largo de la “olímpica”, por los desniveles clásicos de “bajito”, “medio” y “hondo”, que se estilaban entonces, no quedando más opción que lo “hondo”, pero con una distancia de más de un metro por la falta del agua, nuestro querido entrenador nos ponía primero a practicar “ejercicios de calentamiento” en la periferia de la alberca: calistenia, “chapulines”, “sentadillas”, “lagartijas”, abdominales, concentración mental, y, ¡claro!, después los odiados sprints. Odiados por los tremendos “panzazos” dado el escaso contenido de la alberca, rojos de los hombros por el sol, y morados del abdomen por el impacto el cuerpo contra el agua, pero, eso sí, a las 3 de la tarde, a clases. Corrijo: ¡a dormitar en el salón! con el arrullo de la lejana voz del maestro, a quien entre sueños lo escuchábamos mandarnos otros 30 sprints.
Pocas veces fuimos al Balneario “El Jacal”, muy diferente al de “La Colonia”, con agua muy pesada por lo caliente, por lo que rápidamente nos agotábamos, siendo una alberca más pequeña, con sus vestidores individuales, pero con un gran inconveniente: siempre había personas nadando, lo que hacía que sólo lográramos, con dificultad, tres o cuatro carriles; pero esto se solucionó por la brillante idea de anónimo nadador: se acordó que todos, al mismo tiempo, ¡estuviera quien estuviera en la alberca! al escuchar el clásico silbido que nos hermanaba a los universitarios, abríamos la puerta, y con gritos, cual apaches, lanzábamos el traje de baño a la alberca, a unos 6 metros de distancia de los bien alineados vestidores, y corriendo, nos aventábamos al agua, con el consiguiente alboroto para localizar la deportiva prenda, en medio de jalones de las ajenas y algunos “trapazos” en la espalda, iniciando posteriormente a ponernos el calzoncillo de baño para iniciar, con toda formalidad, el entrenamiento. Resultado: en pocos segundos, la alberca toda era nuestra.
Los domingos, en el balneario “La Colonia”, se efectuaban diferentes eventos sociales: bailes de Bodas y de XV años, tardeadas con grupos musicales de moda, organizados por Julián, “El Gutierritos”, gigantesco beisbolista cubano, quien había llegado a Querétaro, siendo, si la memoria no me falla, infilder del equipo de los “Sugar Kings”, de la Isla Bella. Y, como suele suceder, al prolongarse estos eventos hasta muy entrada la madrugada, el lunes, –a las 11 de la mañana–, en que puntuales acudíamos a entrenar, podíamos observar claramente cómo se había puesto el ambiente en la “fiestecita”, si existió violencia, “aguas” con los vidrios, que nos podrían cortar los pies. Había que revisar también si existían flotando “cadáveres” de alimentos en las aguas de nuestro lugar de entrenamiento.
Ese lunes gradualmente fuimos haciendo presencia los equiperos, y con tranquilidad nos despojábamos de la ropa para ponernos el “traje de carácter”, cuando alguien dijo: “Miren, lo que está aquí. Hay todavía para unas “cubas”, hay vino, vasos y “coca”. Los hielos ya se derritieron”, y diciendo esto, empezaron a circular las botellas con lo que quedaba de licor como recuerdo de la noche anterior. Como deportistas no estábamos acostumbrados a “esta clase de bebidas”, y a los pocos minutos los efectos se hicieron aparentes, de forma tal que parecía que nos habíamos amanecido en el lugar. En medio de risas y “chacoteo”, aparece Paco Rabell, ¡nuestro entrenador! quien después de enérgica amonestación –para decirlo con sutileza–, y observando que todos tuviéramos “flotabilidad”, ¿qué creen? ¡Sí, 40 sprints de castigo!
Con un grato recuerdo a estas vivencias, a los tiempos idos que forman parte fundamental de nuestras vidas, quiero expresar mi gratitud y respeto a mi estimado Paco, nuestro entrenador, quien gracias a sus conocimientos. los transmitió permitiendo no ahogarme en las turbulencias padecidas fuera del agua.