A mediados del siglo XVI, se sumaron los españoles al pueblo de indios que era el primitivo Querétaro. En pocos años la población crecía y se comenzaron a dar los naturales fallecimientos, que con las mismas costumbres traídas por los conquistadores y regidas por la cristiandad, imponían rituales para la sepultura de los fieles difuntos, que para esperar el juicio final, tenían que ser depositados en un lugar especial, en un lugar santo. Epidemias de viruela, cólera y disenteria causaban muchas muertes entre los naturales, aunado esto, a que sobraban pretextos para morir por la forma de vida y las condiciones higienicas adversas que se fueron presentando propiciadas por el choque de dos culturas muy diferentes, una muy natural acorde con los elementos, la otra, la nueva e impuesta, rodeada de mucha magia, complicada para los oriundos de estas tierras que no tenían el concepto de “resurección”.
Nuestros indigenas, enterraban a sus muertos en un petate, o cubiertos con telas rústicas de fibra de maguey, y en muchos casos en simples oquedades en la tierra o en cuevas, y asi continuaron por mucho tiempo despues de la llegada de los conquistadores. Fue en forma gradual, en que se fueron adoptando las costumbres europeas de poner al difunto dentro de una caja de madera de pino -generalmente por ser abundante- y además, seguir el ritual de la nueva religion, con su velación y resos para evitar entierros de personas con vida.
Los velorios se realizaban en la casa del difunto o de algun familiar, generalmente en la sala o en el corredor o “pasillo” de la morada, o si era vecindad, en el patio de la misma. La compra del “cajon de muerto” se hacía directamente con un carpintero especializado, o en aquellos tendajones que vendian de todo, “hasta cajas de muerto”. La ya infaltable cruz se conseguia con facilidad, con su espacio para poner el nombre del muerto, y las velas y veladoras las llevavan familiares y amigos, la mayoria de cera de abeja, al igual que las flores para ocultar los malos olores, y algo que en el S. XIX se acostumbro mucho, fue poner una cazuela con vinagre y rebanadas de cebolla para recoger los “miasmas”. Ejemplo que nos ilustra sobre los cajones de muerto, es el improvisado ataúd de pino, pintado de negro con adornos mal hechos, que se utilizó para levantar el cadaver del emperador Maximiliano, del Cerro de las Campanas, el 19 de julio de 1867.
Siendo el primer convento que se inició en estas tierras, el dedicado al seráfico padre San Francisco, desde la construcción del templo original, se contempló –como era la usanza de la época–, dedicar la parte del frente para Campo Santo, y de esta manera sería el primero que se dedicaría para tal propósito en Querétaro. Este lugar destinado a los muertos, cumplía con los tres destinos que se establecen, para separar a quienes son de la iglesia peregrina, -los fieles en general- la iglesia militante, los bautizados que acuden a los oficios religiosos, y los que purificados tienen los méritos y que esperan entrar por la lucerna, o “la lucernilla” que invariablemente deben tener los templos en su fachada, y que consiste en una pequeña ventana, para que por ahí puedan penetrar las almas a la iglesia triunfante. Ya desde entonces, los ricos y notables eran sepultados al interior de los templos, y personajes distinguidos y pudientes, en el presbiterio, junto al altar.
Este Camposanto de San Francisco, estaba al frente del templo, limitado al sur por las capillas de Loreto y la del Cordón, desaparecidas, y hoy en sus terrenos está el “Gran Hotel”, siendo el límite hacia el norte, la conocida como la Plaza de San Francisco, que continuaba con la Plaza del Recreo, en un espacio que para ubicarlo, comprendería desde la puerta del templo a la calle de Juárez, y del Gran Hotel, a la parte media del Jardín Zenea, lugar en dónde se encuentra la fuente de la Diosa Hebe. El Camposanto fue modificado al derrumbar la barda perimetral en el año de 1860 con la aplicación de las Leyes de Reforma.
El segundo Camposanto fue el del convento de la Santa Cruz, convento que una vez iniciado, estuvo a punto de ser demolido, porque los franciscanos lo iniciaron sin la autorización del rey, –como era lo indicado por la corona española–, y ya a punto de ser destruido, ¡se da un milagro¡ relatado por el padre de Santa Gertrudis del Convento de la Cruz, cruz que se mencionaba por vez primera en el año de 1610 por dicho sacerdote. Con esto, y la fe del pueblo, se suspende la orden de destrucción de lo construido, y se continua con la edificación del convento.
Al igual que el convento grande de San Francisco, el de La Cruz, pasó por varias etapas, y su construcción duró más de 200 años para concluirlo. Y como el anterior, también en La Cruz existía el Camposanto, que estaba en lo que hoy es la plazuela frente al templo, abarcando hasta la plaza de Los Fundadores, también resguardado por su gran muro perimetral. Todavía en los años 80’s, al trabajar en la plaza de Los Fundadores, fue localizado un entierro consistente en un antiguo baúl, que no tenía huesos como los demás que se encontraron en este lugar, este tenía monedas y unas lanzas, además de ropa muy antigua y de fina manufactura. De esto se dio testimonio por parte de quienes lo encontraron, en el libro de “Entierros y Tesoros” del autor.
Al desaparecer el gran Camposanto del convento de la Cruz, los sacerdotes, –a través de su guardián–, decidieron, que en parte de la gran huerta, se construyera un panteón de pobres, que sustituiría al Camposanto, y en dicho panteón, por vez primera en Querétaro, se mandan fabricar nichos, en los que se podía introducir un ataúd de manera holgada.
Estos nichos se sumaron a las tumbas en el suelo, que estaban frente de la Capilla de Ánimas, con la disposición de un pequeño “Campo Santo”. En la capilla y en la parte posterior de ella, fueron sepultados conocidos personajes del siglo XIX, entre otros la hija del General José María Arteaga, de nombre Herlinda, tumba que se conserva hasta la fecha.
Este Panteón de la Cruz, fue el primero que al ser secularizado, y fue manejado por el ayuntamiento como Panteón Municipal número 1, y en 1894 el gobernador Francisco González de Cosío, logró traer los restos de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, para ser depositados en un mausoleo construido exprofeso. Los supuestos restos del corregidor Miguel Dominguez, no son los que incorrectamente se dio a conocer y que fueron sustituidos por los de su hijo del mismo nombre, lo que en un trabajo ya dimos a conocer. Tiempo después, gobernando el Lic. Juan C. Gorráez se derrumba la gran tapia y se construye lo que se conocería, primero como Panteón de Los Queretanos Ilustres y hoy es el Panteón de los Personajes Distinguidos.
Los sacerdotes y clérigos, al igual que los personajes con méritos o con posibilidades económicas, eran sepultados al interior de los templos y a la mayoría de ellos se les destinó un lugar bajo el presbiterio. En todos los templos existían los osarios, y sepulturas para los restos óseos. San Francisco cuenta con tres niveles de criptas y conserva sepulturas de más de 200 años de antigüedad. En el Templo de la Cruz, los huesos –de tantos– se han transformado en polvo, cual reza la sentencia bíblica.
Sabido es, que existía la costumbre de segregar a los naturales, construyéndoles lo que se conoce como “capillas de indios”, de las que algunas se transformaron en templos, como lo fue en el caso de Santa Ana y la del Espíritu Santo. Por el contrario, otras se conservan como fueron erigidas de manera original, como las de “Sanantoñito”, San Gregorio, La Trinidad, de estas “Santana” y San Gregorio tuvieron Campo Santos al igual que la de San Sebastián.
El panteón de Santa Ana estaba frente al templo, y ocupaba una considerable extensión de terreno, que con las leyes llamadas de reforma, al dedicarse espacios ya como panteones, manejados por la autoridad civil, y reglamentados para quitarle al clero el manejo que tenía, al ser secularizados se democratizaron abaratando el servicio. El panteón de Santa Ana desapareció y se vendieron los terrenos a particulares para edificación de casas.
El panteón llamado de Santiago, se puede considerar el más antiguo manejado por el clero, cuando ya los Campo Santos resultaban insuficientes. Este panteón se localizaba frente al molino de San Antonio –junto al río- en los terrenos del hoy Mercado de la Cruz, cuyo nombre es Josefa Ortiz, y despareció cuando fue construido el Panteón del Espíritu Santo.
Las epidemias se ensañaron con Querétaro. Desde la conquista hasta el principio del siglo XVIII, ya se contabilizaban 6 de mucha gravedad y muchos difuntos. Viruela negra, tifo, cólera, peste y tifoidea que diezmaron a la población, la que en ocasiones se redujo a la mitad por la gran cantidad de defunciones. ¡Tantas! Que los cadáveres se apilaban en las esquinas y se los llevaba el carretón de la basura.
Los panteones resultaron insuficientes, y muchos de los difuntos fueron sepultados en sus casas. Por esto es muy frecuente el encontrar restos humanos al realizar alguna reparación, o por igual en el campo de lo que fue la periferia de la ciudad, esto, por la gran cantidad de fallecidos durante el Sitio impuesto por el Ejército Republicano. Se tiene calculado una cantidad no menor a los 3,000 muertos en combate, entre ambos bandos –sitiadores y sitiados- .
Los relatos de personajes como la viuda del General Miramón, Concepción Lombardo, describen la gran cantidad de difuntos en la línea de batalla, abandonados durante días, mal olientes y atacados por los perros y los zopilotes. Varios días después serían sepultados, a poca distancia de donde habían caído y de esto no se elaboró relación de sus tumbas, por manejarse todo con mucha premura a la caída de la ciudad.
El Panteón de San Gregorio y el de San Sebastián, en este último estaba sepultado el Padre Sevilla, fundador del Sanatorio del Sagrado Corazón, ambos panteones tuvieron parte importante en la historia durante el Sitio, ya que en ambos se dieron fieros combates, ¡tan cruentos¡ que hicieron “que el agua del río se tiñera de rojo intenso por la cantidad de muertos y heridos”.
Se tiene memoria de restos humanos encontrados dentro de varios domicilios particulares, que corresponden a entierros del siglo XIX, por las epidemias que se padecieron y cuando el manejo de cadáveres se complicó, al saturarse los panteones, optándose por darles sepultura en los corrales y patios de las casas, como se pudo atestiguar en la casa de la Calle de 5 de Mayo, casi esquina con el callejón de Guillermo Prieto, en donde se encontraron 5 osamentas al realizar el cambio de un piso. Así mismo, es frecuente que se dé aviso a la autoridad por el hallazgo de huesos humanos en el campo, y que al realizar un peritaje técnico científico, se concluya, que la antigüedad es de muchos años –en ocasiones siglos– al ser entierros prehispánicos, como el caso de la cueva de San Nicolás, en Tequisquiapan, en que los restos encontrados tenían alrededor de 10 mil años de antigüedad. En otros casos, se encuentran solamente escasos huesos degradados por el paso del tiempo que los va destruyendo.
El Panteón del Espíritu Santo se encontraba “en las afueras de la ciudad” en la hoy Av. Zaragoza –entre las calles de Ocampo y Guerrero. Contaba con su capilla del descanso y una cruz atrial, la que fue cambiada al templo de Santo Domingo cuando se clausuró el panteón. Este panteón operó durante casi un siglo y desapareció al ponerse en servicio el nuevo Panteón Municipal, en terrenos de la ex Hacienda de Casa Blanca, adquiridos por la familia Cabello Amaya. Al desaparecer el panteón del Espíritu Santo, el obispo Don Marciano Tinajero y Estrada, donó los terrenos para el establecimiento del Colegio Salesiano, el que continúa funcionando hasta nuestros días, y que lleva su nombre.
La generación fundadora del Colegio Salesiano, recuerdan, que era frecuente encontrar huesos en el campo de fútbol y existen algunos testimonios, de que ingenuamente algunos alumnos formaban los límites de la portería, con pequeños montones de huesos pensando que se trataba de piedras. Esto se daba recién abierto el Colegio Salesiano y lo recuerdan aún distinguidos profesionistas, ex alumnos del plantel.
El Panteón Civil o Panteón Municipal de Querétaro, al igual que el del Espíritu Santo, por algún tiempo estuvieron fuera de la ciudad, ¡muy lejanos! la que al paso de los años los fue rodeando, quedando relativamente ya muy céntrico al casco histórico. Este panteón amplió sus terrenos en los años 50 y continúa dando servicio hasta nuestros días, con una mejor planeación, al haber disminuido la presión sobre el espacio, al ser ya muy frecuente la cremación cuando la iglesia la aceptó y la mentalidad cambió con respecto a la resurrección y al juicio final.